LOS PERROS DE ZORITA (DE LOS CANES)
Que cuando no tienen a quién, unos a otros se muerden
Podría discutirse si fueron galgos o podencos; si bien la mayoría de autores nos dejaron dicho que fueron de presa; y don Luis Garcés al historiar el emblemático castillo aseveró que eran “de una raza exclusiva del país”. De lo que no cabe duda es que fueron artífices de toda una serie de dichos, que, en conjunto, ordenó el filólogo Julio Cejador comenzando por el principio: “Los perros de Zorita, cuando no tenían a quién, unos a otros se mordían”; al que seguirá: “Los perros de Zorita, pocos y mucho grita”; añadiéndoles dos o tres variedades más; incluyendo en su estudio el que recogió el Marqués de Santillana en el siglo XV: “Los perros de Zorita, pocos y mal avenidos”, que introdujo don Juan Catalina García en su historia de Zorita y su castillo, en los inicios del siglo XX.
Zorita la del castillo
No faltan en cuanto a descifrar el origen del nombre de Zorita disertaciones que tratan de ponernos en la vereda del por qué ese nombre, o no fuese Zurita el primitivo. Los estudiosos en toponimia han de tener la respuesta al asunto, no obstante decirnos desde la localidad, allá por el siglo XVI, que el nombre de la emblemática villa tiene su origen en que uno de los señores de la mítica ciudad de Recópolis, yendo de cacería perdió por sus peñas un azor y, de azor, Zorita.
Sobre aquellas peñas, que entonces llamaban “las peñas de Yta”, se levantó uno de los más imponentes y señoriales castillos que se han conocido; aquí surge nuevamente la porfía de quiénes fueron sus constructores; que don Mariano Pérez Cuenca, cronista de Pastrana, atribuyó a los romanos; si bien todo indica que se alzó después de que los árabes invadiesen la península y fortificasen lugares que como Zorita, formaban parte de una línea defensiva desde la que acometer o detener al contrario. Lo cierto es que desde sus comienzos hasta que cesaron definitivamente obras o reconstrucciones la fortaleza, con sus aumentos, terminó por convertirse en lo que dijimos, tal vez la más fuerte de esta parte del Tajo; con permiso de las que surcan la línea del Duero.
Imponente hubo de llegar al reinado de Alfonso VIII de quien se cuenta que aquí estuvo retenido en las disputas de Castros y Laras, y quien lo puso en manos de la poderosa Orden Militar de Calatrava se dice que en 1174. El castillo continuó creciendo, siendo plaza fuerte para los freires de la Orden y para la contención de los reinos del Sur y el avance de los castellanos hacia ellos. Los calatravos le dieron grandeza e incluso en su recinto levantaron iglesia propia en la que enterrarse y encomendarse a las alturas antes de dirigirse a la batalla.
Batallas y leyendas
La leyenda se mezcla, en el castillo de Zorita, con la historia. A la de los perros de Zorita ha de unirse la del “campo de la verdad” que cuenta cómo en torno a trescientos caballeros salieron del castillo a combatir en Aljubarrota; de la rota únicamente uno regresó, y tuerto. Tan mal visto fue su regreso, al no haber muerto con el resto, que su propio padre salió al encuentro para darle muerte en aquel “campo de la verdad”.
Menos leyenda parece la del infeliz Dominguillo que se prestó a abrir las puertas del castillo cuando su alcaide negó el paso al rey; Dominguillo recibió su pago por abrir las puertas y matar al alcaide: el Rey pagó, pero castigó la afrenta haciendo que Dominguillo perdiese pies y manos, castigo harto frecuente en aquel tiempo; don Luis Garcés nos dice que perdió los ojos y la cabeza luego a golpe de hacha del verdugo.
No falta, en medio del historial, la que hace referencia a la Virgen del Soterraño, del Subterráneo, la denomina Pérez Cuenca. Virgen Soterraña de la que fue devota hasta las trancas quien fuese Señora y Dueña de Zorita, después de que pasase de los Calatravos al Rey y del Rey a los progenitores de la Princesa de Éboli. Doña Ana, tan caprichosa ella, se la quiso llevar a Pastrana y tantas veces como lo hizo la Virgen regresó a su cripta; hasta que la ató y ya no salió de Pastrana.
ZORITA DE LOS CANES, VILLA, ENTORNO Y CASTILLO (Pulsando aquí)
Los Perros de Zorita
Dos han sido los grandes historiadores de Zorita; el primero, sin duda, don Juan-Catalina García López, quien desentrañó sus misterios a través de las extensas Relaciones Topográficas que los vecinos remitieron al rey allá por 1576. En ellas dan cuenta al pie de la letra de lo que en aquellos tiempos se conocía, herencia de sus mayores.
A don Juan-Catalina García continuó en esto del estudio del castillo el no menos devoto de nuestra historia provincial, don Francisco Layna Serrano quien puesto a repartir enmendó la plana a cuanto con anterioridad a su estudio escribieron sobre el castillo de Zorita y su historia, dando estocadas de pluma a unos y otros comenzando por don Luis Garcés y concluyendo por don José María Quadrado; librando a don Ramón Menéndez Pidal y por supuesto al Sr. García López; eso sí, extraña que don Francisco no entrara a debatir los escritos de don Leopoldo Torres Balbás quien en 1919 dio a la imprenta un no menos extenso trabajo sobre Zorita y su castillo. Por supuesto todos nuestros autores se enzarzaron en la discusión en torno a los perros, o canes de Zorita, los que pusieron apellido a uno de los castillos-villa más suntuosos, al menos, de nuestra provincia.
El misterio nos lo desentrañaron fielmente García López y Layna Serrano, siguiendo el relato que hiciesen los responsables zoriteños ante Felipe II. Dándonos cuenta de que para vigilar tan extenso campo como los muros del castillo contenían y evitar de alguna manera que numeroso ejército de hombres vigilase sus torres, con unos cuantos perros sería suficiente para detectar al intruso.
Alguna leyenda nos da cuenta de que los perros los puso un rey, fuese Alfonso VIII o Fernando III, para vigilar sus tesoros; y volviendo a Pérez Cuenca nos dice nuestro clérigo historiador que los perros vigilaban el puente del Tajo, y que para mantenerlos, las poblaciones vecinas habían de pagar una especie de “contribución”.
Era costumbre en aquellos tiempos, cuando corrían los siglos XII o XIII, antes y después, acompañarse de perros de presa en la vigilancia y en la guerra, de ahí los perros de Zorita que apellidaron a la villa y castillo “de los Canes”.
Don Julio Cejador, nuestro filólogo, dedicó un amplio estudio a dirimir la cuestión de si galgos o podencos, o mejor, de si “canes” o “canos”; dándonos a entender que no “canes”, sino “canos”, fue el origen del apellido de Zorita; cano, o canos, que tanto quería decir blanco, o albo; o leuca, en lengua griega; y se extiende don Julio en darnos cuenta de que: “De aquí saco yo que los romanos la llamaban “Canos” o “Cano”, y que la mayor parte de los españoles del país no habló nunca latín, puesto que siguieron llamándola Zurita, y solo para darla a conocer a los romanos, añadíanle “de los Canos”, por el nombre que ellos le daban. Los romanos de aquella tierra debían entender algo el vascuence que hablaban los Celtíberos, puesto que tradujeron “Zurita” por “Canos”, como los griegos por “Leuca”.
Sea, de cualquier modo, el tratar de averiguar si fueron Canes o Canos, una más de las excusas que nos sirvan para conocer nuestra tierra y girar una visita hasta Zorita, para descubrir, aun a pesar del paso del tiempo, la historia y paisaje de una de las fortalezas más impresionantes, dignas de contarnos sus secretos, en tierras de la Castellana Alcarria.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 11 de julio de 2025
ZORITA (Guadalajara)
ZORITA (Guadalajara)
A pesar de su Historia interesante, de la gran importancia que tuvo en la Edad Media y lo sugestivo de sus ruinas evocadoras, el castillo de Zorita no es casi conocido por estar alejado de las grandes rutas y resultar molesto el viaje hasta él, para quienes no posean automóvil. Por tales razones escasean las reproducciones gráficas, y si le conocen los aficionados a la Historia y al Arte (salvo algún artículo de escasa difusión o los párrafos que le dedica Don Ramón Menéndez Pidal en su “España del Cid”) a través de la ampulosa y poco exacta obra editada por Bissó[1], de la descripción literaria y somera hecha por Quadrado[2] y de la más detallada pero también incompleta que en un meritorio estudio incluyó el que fue Académico de la Historia, Don Juan Catalina García[3]; de las obras recientes que tratan en general de los Castillos de España, más vale no hablar.
Injusto es el olvido en que se tiene a la vetusta fortaleza, no sólo por lo novelesco de su historia, sino por la belleza de sus ruinas y del paisaje que las rodea; si su existencia y sus encantos visuales y evocadores fueran popularizados, no faltarían excursionistas que las visitaran, toda vez que existen pocos sitios relativamente cercanos a Madrid como este de Zorita, tan agradables para pasar un día en ellos.
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El visitante de modesta posición, puede tomar el coche de línea que va a Almonacid y le deja a dos kilómetros de Zorita de los Canes; para quien tenga automóvil, a los encantos del punto de destino se suman los de un viaje delicioso, pues ha de cruzar en el curso de noventa y tres kilómetros las cuencas de tres ríos (Henares, Tajuña y Tajo), alternando las lejanas perspectivas de las altiplanicies alcarreñas, con las recogidas y variadas de los valles estrechos, donde el verde de árboles y hortales contrasta con el tono gris de los chaparros y arbustos montaraces. Así pues, traspuesta la campiña alcarreña y cruzado el Henares, se asciende al declive de la meseta de la Alcarria hasta el Pozo de Guadalajara, o se tuerce al sur pasando por Pioz, donde saluda al viajero la acerada mole de su castillo feudal, y por un valle pintoresco se desciende al Tajuña que corre paralelo a la carretera durante cinco kilómetros; se toma a la izquierda la que ascendiendo a otra meseta, prolongación de la segunda Alcarria, cruza por Fuentenovilla y Yebra, para descender en pronunciadas curvas que brindan bellas perspectivas hasta llegar al Tajo, en cuyo puente vale la pena hacer una parada para gozar la belleza del lugar; poco después de llegar a este punto se cambia al sur, dejando a la izquierda un elevado cerro, y una carretera vecinal situada a la diestra, nos conduce enseguida a Zorita, cuyos torreones vislumbráramos al bajar la cuesta que lleva al Tajo.
Si el viaje se hace desde Guadalajara, quizá los panoramas son más deleitosos siguiendo la carretera de Cuenca, torcido y cuestudo valle de exuberante vegetación que baja de Horche. Desde la meseta alcarreña, se descubren las azuladas cumbres de Guadarrama, el prominente pico Ocejón y la hermosa campiña del Henares; luego se baja la pronunciada y bella bella cuesta de Horche, en la que los huertos y alamedas se escalonan y desde la que se descubren pintorescos panoramas. Cruzando el Tajuña, arriba otra vez la meseta y otra vez a descender por valles risueños hasta la villa de Pastrana, que conserva el empaque noble y austero del siglo XVI, en que la engrandecieron sus dueños y protectores, los príncipes de Éboli, y bajando por un valle tortuoso, se llega al Tajo cerca de Zorita. Aunque las ruinas grandiosas de este castillo no existieran, la belleza de este canino bien merece la excursión durante un día; existiendo Zorita, puede afirmarse que quien lo recorra, volverá.
Se alza el castillo de Zorita sobre alargado cerro de áspera pendiente al que corona una lastra tobiza de paredes verticales y altura media no inferior a doce metros, en delicioso paraje. Mientras hacia poniente y mediodía se extiende una fértil y extensa vega bordeada por el Tajo que lame las plantas del cerro de Zorita, rodea a este por norte y saliente el estrecho y lindo arroyo Bodujo, cuyas aguas, luego de fertilizar numerosos huertecillos y saltar tras la presa de un molino, vierte en el Tajo apenas contornea la montañuela por Septentrión. Sobre los recortados perfiles de la meseta que en forma de anfiteatro muere en este vallejo, se atisban a lo lejos los altos cerros que por el norte ocultan Pastrana, los que al Saliente denuncian la angostura del salto de Bolarque y los que avanzan hacia el Sur asomándose al Tajo por un espolón, en el que quedan ruinas de la ermita románica de la Virgen de la Oliva; a este cerro llamaban antiguamente Rochafrida, en su meseta hay cimientos de una antigua ciudad, y se trata de la famosa Recópolis destruida por los árabes; con sus sillares parece que fue construido el castillo de Zorita, así como la muralla del pueblo, y aún perduran en las jambas de su única puerta dos fustes cilíndricos de marmóreas columnas procedentes de la ciudad fundada por Leovigildo[4]; a lo lejos cierran el horizonte las azuladas cumbres de la Sierra de Altomira.
Zorita de los Canes no es más que un castillo, decía Ambrosio de Morales[5] en el siglo XVI, aludiendo a lo insignificante de la villa, que se escalona en la falda occidental del cerro hasta acercarse tanto al Tajo que en más de una ocasión las avenidas de este han inundado la iglesia del lugar; y tenía razón, porque Zorita es consecuencia del castillo, sin el cual quizá no hubiera existido, ni llegado a ser cabeza de arciprestazgo y menos todavía capital de una provincia o demarcación de la poderosa Orden de Calatrava; Zorita no es más que un castillo, ¡pero qué castillo! A pesar de su ruina actual, es uno de los más notables de España, y sin disputa, el más importante de la provincia de Guadalajara como muy bien dice Catalina.[6]
Contemplado desde la vega del Tajo, el conjunto de Zorita es atrayente. En medio del río hay un fortísimo machón cilíndrico de sillería, que habría de pertenecer a un puente comenzado a construir en el siglo XVI para sustituir al medieval del que quedan los carcomidos estribos, destruido por una avenida; las casas del pueblo, asoman sus tejados por encima de la vieja muralla perforada por una sola puerta cuyo arco desapareció existiendo en su lugar el balcón de una casa moderna; luego, las casuchas trepando por la cuesta, y en lo alto, sobre el enorme peñón, los aportillados muros del castillo al que se entraba por una puerta asomada al precipicio, puerta practicable gracias a una rampa con su antepecho aspillerado, en zigzag, con torres defensivas en los esquinazos.
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Contemplando desde la vertiente norte del Bodujo o desde el valle mismo hacia saliente, el conjunto del castillo de Zorita con su teoría de desiguales torres alzadas sobre el peñón bravío bajo el que corre la torreada barbacana, deleita por su belleza y entusiasma con su poder evocador; aun desmochadas las torres, aun aportillados los muros, el aspecto de la fortaleza es tan fantástico sobre todo al atardecer cuando su masa oscura destaca bajo las nubes enrojecidas por los últimos rayos del sol poniente, que la fantasía suelta sus amarras y navega a toda vela por el mar rosadi de la leyenda, rememorando tiempos pasados, imaginando sangrientas luchas y guerreras proezas; hasta se espera que por ante mágico las almenas se completen, los agrietados muros se consoliden, se asomen al adarve los hombres de armas enfundados en el acerado lorigón, y que ladren furiosos los temibles canes guardadores antaño de Zorita.
A fines del siglo XVIII ya no existían del castillo de Zorita “más que paredones y ruinas”[7]. Eso queda también hoy por verdadera casualidad, ya que nadie se preocupó de la insigne antigualla, cuyos recuerdos históricos,, la belleza de su emplazamiento y conjunto así como el interés indudable de alguno de sus detalles arquitectónicos, harto merecían que el Estado se preocupara de conservarla y aun restaurarla discretamente, como apolillado pergamino cuyas lindas miniaturas e hileras de letras empalidecidas por la acción de los siglos, nos hablan de tiempos pasados que la leyenda aureola y de gestas gloriosas orgullo del buen español.
El castillo de Zorita de los Canes no ha mucho que fue declarado Monumento arquitectónico artístico… No por eso se libró del abandono, y si no se pone a ello remedio, bajo la protección nominal del Estado irán cayendo día a día sus cuarteados torreones, se hundirá del todo la linda capilla románica, la venerable puerta árabe y la “sala del moro”. Gracias a este libro mío y a otros estudios anteriores más meritorios, no se perderá su recuerdo; pero mejor cosa sería que percatándose el Ministerio de Educación Nacional de la importancia que tuvo Zorita, del tesoro emocional y evocador que encierra, de su pintoresca situación y la belleza indudable de esas ruinas, se ocupara de su conservación, de adecentarla un poco, estimulando de paso a los amantes del pasado, a los enamorados de la Naturaleza y de la Tradición, para que los visiten y admiren…
F. Layna Serrano
Castillos de Guadalajara, 3ª Edición. Madrid, 1963
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Detalles
- ASIN : B0D4HPQWTW
- Editorial : Independently published
- Idioma : Español
- Tapa blanda : 311 páginas
- ISBN-13 : 979-8325908231
- Peso del producto : 472 g
- Dimensiones : 13.97 x 1.98 x 21.59 cm
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