viernes, junio 20, 2025

LA IGLESIA DE SANTA MARÍA DEL VAL, EN ATIENZA

LA IGLESIA DE SANTA MARÍA DEL VAL, EN ATIENZA

Sin duda la más llamativa, a cuenta de los contorsionistas que ornamentan su portada

 

   De las numerosas iglesias que se levantaron en la villa de Atienza tras su reconquista, a lo largo de los siglos XII al XV principalmente, una de las primeras, que ha llegado a nuestros días y más interés despierta, es la que llevó el título de Santa María del Val, o del Valle, iglesia de su barrio hasta los años finales del siglo XIX, dependiente de la también parroquial de San Juan del Mercado.

   Algo más de una docena, en catorce se cifran, se alzaron en una de las poblaciones que fue cabecera castellana y figuró entre las de mayor renombre de las provincias de Guadalajara y Soria, a las que conforme a los tiempos perteneció.

   Desaparecieron algunas en aquella debacle guerrera del siglo XV, y entre las desaparecidas, con San Pedro y los Santos Nicolás, bajo cuyo patronazgo se alzaron dos, San Nicolás el Alto y San Nicolás de Covarrubias, a no dudar fue la también desaparecida de Santiago de los Caballeros una de las más enigmáticas y probablemente artísticas, tanto por el patronazgo como por la dependencia, ya que lo fue de los monásticos del burgalés monasterio de San Pedro de Arlanza, donde se conservó documento de donación real de Alfonso VII, signado en 1150, por el que concedía la iglesia de Santiago de los Caballeros, de la Villa de Atienza, a aquel monasterio, conservándose la documentación referente a ella en su Libro Becerro, bajo el título de “De la casa de Atienza”. Siendo, Santiago de los Caballeros, una de las advocaciones más significativas de la castillera villa, puesto que contó con hermandad o cofradía propia que llegaría hasta las postrimerías del siglo XVIII como una de las cofradías de hidalgos más significativas de Castilla, a través de la que se podía acceder a su Orden de Caballeros.

 


 

  

Santa María del Val, los orígenes

   Se alzó en su primitiva estructura en uno de los barrios extremos de la población, desaparecido en su mayor parte durante la guerra de los Infantes de Aragón en el verano de 1446, ya que fue este barrio uno de los más combatidos por haberse asentado en él las tropas castellanas que iniciaron la reconquista de la población para la corona de Castilla.

   Sin que quepa la menor duda de que nació románica, muy a pesar de que indudablemente dañada durante aquellos días, se levantó nuevamente con la arquitectura que ha llegado a nuestros tiempos, si bien manteniendo una de las portadas más singulares no solo de Atienza o Guadalajara, también de Castilla, puesto que a pesar de haber perdido la arcada del atrio que a no dudar la acompañó, mantiene en la arquería el conjunto de figuras que según los entendidos en arte románico a los que escuchemos, puede tratarse de saltimbanquis, mujeres o figuras de extraño catálogo.

   La inscripción en la jamba derecha de la portada ha sido transcrita como que el año de 1147 fue el de la consagración del templo, lo que nos indicaría que de ser así, esta sería la segunda iglesia que alzó muros en la reconquistada villa, tras la de Santa María del Rey, al pie del castillo, cuya fecha se da por prácticamente segura en el año 1112.

   De ella han escrito cuantos cronistas e historiadores han pasado por la provincia, dejándonos una de las primeras descripciones quien lo fuese en los inicios del siglo XX, y de quien tomaron nota algunos de los que lo siguieron, Juan-Catalina García López, quien conoció la iglesia todavía con culto abierto a la feligresía de un barrio en despoblación, diciéndonos en 1901 que: “Aparentemente no conserva de su antigua construcción sino un trozo de muro saliente y en él la antigua y primitiva portada románica que forman varios arcos sostenidos por impostas verticales a manera de pilastras y una columna a cada lado. Los arcos van en disminución de fuera adentro, y uno de ellos va adornado muy extrañamente. El adorno consiste en un baquetón cilíndrico al aire que sostiene diez figuras humanas cubiertas de luengas túnicas y las cuales semejan salir de las dovelas del arco y que rodean con el cuerpo y sujetan con manos y pies, apoyándose en la espalda al mencionado baquetón, mientras el vientre de cada uno de tan extrañas figuras que parecen gimnastas en ejercicio dificultoso sale de las dovelas. Es, repito, una extraña disposición la de estas estatuillas que por sus vestiduras largas y amplias y por la disposición de sus cabellos parecen moros con turbante”.

   No son las únicas figuras que ostenta la portada, puesto que, a ambos lados, devastados por el paso del tiempo, se muestran las figuras de sendos leones, en ocasiones confundidos con toros, que nos indican que son los guardianes del templo. Sobre la clave, otro misterio, en forma de figura escultórica, se ha tratado de interpretar como la representación de la “huida a Egipto”, si bien hay autores que introducen una nueva versión al adivinar, en el jumento sobre el que la Virgen con el Niño Dios aparece, en lugar de pezuñas, como correspondería, garras de felino. 


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Las diez figuras

   Diez son los contorsionistas que se parecen ocultar a través del baquetón y dan el aire de misterio a la iglesia, todos ellos diferentes, a pesar de mantener semejante expresión y compostura. Tocados con una especie de gorro o bonete y vestidos de sayas largas, lo que ha servido para hacer creer a algunos historiadores del románico que las figuras representan a mujeres; mientras que no faltan quienes los tengan por saltimbanquis o personajes circenses indicando con su presencia a la entrada de la iglesia, que en su interior no son bien venidos. Puesto que los saltimbanquis serían en este tiempo vistos como incitadores al pecado y vida licenciosa, ya que todo en el románico ha de tener su lección práctica para quien lo observa. Y así se muestra en el bestiario del siglo XIII, indicando que quienes aman o siguen a este tipo de personajes lo hacen con la procesión del demonio, quien los envía al infierno. Puede que por ello su compostura indique que asoman, o intentan escapar, al abismo demoniaco del que son presa.

   No es habitual esta composición, por lo que ha pasado a la historia del románico como una de las más curiosas y por su conservación estudiadas, pues a ello invita la escena.

 

Una parroquia significativa

   Otro de los historiadores y cronistas, siguiendo las líneas de García López, Layna Serrano, nos dirá que se trató de acondicionar la antigua iglesia a los ordenamientos que surgen tras el Concilio de Trento: “se intentó construir de nueva planta la iglesia de Nuestra Señora del Val, sin que fuera alzada más que la capilla mayor, prometedora de un hermoso templo que no llegó a cuajar, conservándose gracias a ello la linda portadita románica”.

   García López concluye diciendo: “El ábside pentagonal con cuatro contrafuertes, porque eleva en esta parte con relación al resto de la iglesia muestra una sola ventana ojival. El interior de la iglesia está dividido en tres naves; la central separada de las laterales por abiertos arcos de poco apuntada ojiva y de aristas rebajadas; los arcos arrancan de pilastras cuadradas. La capilla mayor lleva en la bóveda crucería de aristones, y el arco principal de ingreso se apoya en columnas donde el Renacimiento puso señales de su aparición en estas obras del periodo ojival último. Los retablos del templo son churriguerescos con pintura y escultura de escaso valor artístico, aunque alguno es del siglo XVI”.

   Iglesia y retablos que se mantienen en la misma estructura que los dotaron los siglos XVI-XVII, merecedores siempre de la observancia y el estudio.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 20 de junio de 2025

 


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