LAS ANTIGÜEDADES DE VALDERREBOLLO
Fernando Sepúlveda y Lucio se convirtió en descubridor de un poblado visigodo
Doscientos años, se cumplen en este 2025, del nacimiento en Brihuega de un hombre sabio: Fernando Sepúlveda y Lucio, quien hizo que Valderrebollo entrase en el mundo de la arqueología; también lo hizo en el de la novela histórica a través de la pluma de uno de los insignes escritores que han conocido las tierras de Guadalajara y, por correspondencia, España, Benito Pérez Galdós, quien más de cuatro renglones dejó escritos de su paso por aquí; a Valderrebollo lo incluyó en el tomo que dedicó al Empecinado quien, por estas tierras, descalabró gabachos.
Cuando el siglo XIX se comenzaba a apagar otro tipo de sucesos llamaban la atención sobre la población atrayendo la mirada de curiosos; eran los resultados de lo que dio comienzo poco después de mediar el siglo, pues será a partir de 1866 cuando las voces dieron cuenta que por aquí se ocultaba algún secreto tesoro. El primer descubrimiento vendría a raíz de que la población adquiriese los terrenos del denominado Llano de San Pedro y comenzase el plantío de vides, descubriéndose, al llevarse a cabo las labores de arada, restos arqueológicos indocumentados, junto a enterramientos y monedas antiguas de todo tipo que harán que algunos arqueólogos, aficionados entonces a la numismática y antigüedades se trasladen al lugar. Después llegarían otros estudiosos, con más conocimiento sobre aquellas materias. Comenzando por el farmacéutico y primer cronista de Brihuega, Fernando Sepúlveda, quien estudiará el terreno, localizará algunas piezas y dará razón de los hallazgos a la Real Academia de la Historia, mediante informe y noticia que transmite, una vez llevadas a cabo las primeras indagaciones, el 13 de octubre de 1876.
A lo largo de estos años el Sr. Sepúlveda logrará hallar numerosas monedas, junto con otros restos de una antigua ciudad o poblado, que atraerán al también arqueólogo y coleccionista de objetos celtibéricos, Constantino Domingo Bazán, quien en 1881 contará los trabajos llevados a cabo por Sepúlveda, y por él mismo, después de que, como apuntamos, Sepúlveda y Lucio entregue su primer informe a la Academia, siendo encargado de una nueva inspección y mayores noticias a través de la Comisión Provincial de Monumentos, orden que se emitirá el 5 de marzo de 1879.
El Oppidum Celtibérico de Valderrebollo
Así tituló su trabajo Constantino Domingo, quien llegará a tener una fluida relación de amistad con Sepúlveda a través del interés que ambos tuvieron hacia las antigüedades, en un tiempo en el que estas se convirtieron en auténticos tesoros para los buscadores de fortuna. El descubrimiento de multitud de monedas en aquellas tierras de Valderrebollo corrió como la pólvora por las poblaciones aledañas, pudiéndonos imaginar que, desde aquellas, como si fuesen buscadores de hongos, decenas de vecinos se dedicaron por espacio de mucho tiempo a escarbar en las entrañas del terreno en busca del oro que los barbechos parecían esconder. No solo simples labradores u ociosos jornaleros; hasta aquí llegaron gentes de estudios y carrera conocida, entre quienes no faltarían el popular médico de Jadraque, primer historiador de las minas de Hiendelaencina, Bibiano Contreras, quien mantuvo en la población de su residencia un conocido museo de antigüedades y cosas curiosas, entre las que no faltaron piedras, fósiles o monedas antiguas.
Don Constantino dio a la luz en la Revista de Ciencias Históricas el trabajo en el que daba a conocer este hallazgo cuando, procedente de Burgos, en 1874 se trasladó a Guadalajara, teniendo conocimiento de que por la ciudad corrían de mano en mano las monedas halladas en Valderrebollo, puesto que quienes las encontraban buscaban comprador en cualquier esquina. Arribando poco después a Brihuega, donde, casualidades del destino, entró en contacto con Sepúlveda: “estudioso e infatigable cronista de la villa y conocedor de las antigüedades y objetos dignos de mención en la mayor parte de la Provincia; tan ilustrado sujeto me proporcionó las noticias que yo deseaba; gran número de monedas, utensilios y efectos y una descripción del sitio de los hallazgos, visitado por él en distintas ocasiones. Antes de regresar a Guadalajara convenimos en mantener correspondencia sobre dicho asunto, proyectando un viaje cuya realización se efectuaría cuando hubieran terminado los disturbios civiles que a la sazón mantenían la guerra en el país”. Los disturbios no eran otros que los últimos coletazos de las guerras carlistas; la primera república y, finalmente, la proclamación como Rey de España de Alfonso XII, después del chasco de Amadeo de Saboya.
La inspección final se llevaría a cabo en el ya dicho 1878, detallando el Sr. Domingo, en su viaje con Sepúlveda, lo que indudablemente fue una desaparecida ciudad; en la que se hallaron muros, situación de casas…, pude observar que este correspondía al de una importante ciudad por su gran extensión… Él mismo desenterraría con sus propias manos algunos objetos: “poco antes de oscurecer el día estaba seguro de haber encontrado las murallas de la ciudad, alguna torre de fortificación, o por lo menos restos de un edificio de gran magnitud cuyo perímetro una vez conocido nos permitiese excavar en el interior, obteniendo como recompensa de nuestra laboriosidad indicios epigráficos que nos diesen la clave de cual pudiera ser el oppidum cuyo nombre arrancábamos a golpes de azadón. No dudé ni un momento del éxito, durmiéndome acariciado por las más gratas esperanzas, en tanto que la atmósfera condensaba elementos más que sobrados para destruirlas; un temporal de aguas y vientos que duró muchos días hizo suspender los trabajos, debiendo regresar mi amigo a Brihuega y yo a Madrid sin conseguir nuestro objeto”.
Fernando Sepúlveda y Lucio
Fue sin duda uno de los primeros investigadores que dio la provincia de Guadalajara en este tiempo. Y, como apuntamos, de los primeros en indagar en torno a la historia de Brihuega, en donde llevó a cabo numerosos estudios que, a su fallecimiento, el 10 de julio de 1883, quedarían inéditos. Había nacido en Brihuega en 1825; estudió Farmacia y dedicó a ella su vida, a la Farmacia y a las plantas. Junto a su hermano José, también Farmacéutico, dejaría impreso un completo trabajo en torno a la flora alcarreña, “Flora de esta provincia”, que mereció la medalla de plata en la famosa Exposición Provincial de 1876; Exposición en la que ambos hermanos presentaron, además, una enorme colección de plantas vivas, compuesta por 750 especies, por la que recibirían tiempo después la Medalla de Oro de la Sociedad Matritense. La obra en torno a la Flora de Guadalajara, quedaba integrada por 110 familias, 620 géneros y 1.890 especies. Su principal trabajo en torno a la arqueología sería el de Valderrebollo, que únicamente la muerte prematura pudo suspender, después de haber dedicado a él diez años de su vida. El informe que Sepúlveda emita en 1879 a la Real Academia de la Historia, será entregado para su estudio a don Aureliano Fernández Guerra el 29 de marzo de 1879, sin que, al parecer, la Real Academia se mostrase dispuesta a iniciar excavaciones en el término, quedando sin duda abandonada la prospección a lo largo del tiempo; tampoco la Comisión Provincial de Monumentos se debió de mostrar en aquel tiempo demasiado interesada en indagar qué fue de aquella desconocida ciudad.
Los trabajos en pos de encontrar los hilos del pasado en Valderrebollo se reanudarían muchos años después, avanzado el siglo XX; pero ya el tiempo había ejercido como losa a la hora de modificar en parte el terreno, en el que continuaron, en los últimos años del siglo XIX e inicios del XX, los buscadores de tesoros tratando de hallar monedas antiguas. Quizá algún día conozcamos algo más, nunca será demasiado tarde. Lo triste es que hubo gentes que batallaron por encontrar la línea de nuestra historia y, tal vez por falta de medios, la suerte les fue esquiva.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 10 de enero de 2025
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