EL AGUINALDO DE LOS DUQUES, Y OTROS SEÑORES
Hasta el siglo XIX, por Navidad se renovaban los Ayuntamientos y sus señores cobraban, y recibían el aguinaldo por ello
Llegados que eran los días de Navidad, por nuestros pueblos, hasta llegado que fue el siglo XIX, se armaban de paciencia las autoridades, disponiéndose a la elección de nuevos justicias, alcaldes y regidores o procuradores síndicos, o mejor, buscando herederos a sus cargos de responsabilidad municipal, puesto que los justicias salientes nombraban a los entrantes, dos por cada cargo, que habían de ser propuestos al señor del lugar a fin de que este, entre los propuestos recibidos, eligiese el hombre y nombre que había de representar el cargo a lo largo del año entrante. Pasaban de esta manera los nombramientos, en no pocas ocasiones, de padres a hijos, familiares directos, o viceversa. A cambio, el señor del lugar recibía su compensación, a través de uno de los muchos impuestos o contribuciones que se trataron de eliminar con el establecimiento, nunca establecido, de la Única Real Contribución de Fernando VI, para la que se llevó a cabo el conocido como Catastro de Ensenada, mediado que fue el siglo XVIII.
El impuesto, o contribución, por elecciones de justicia, solo era uno de tantos a los que nuestros antepasados tenían que hacer frente; al impuesto de elecciones de justicia tenían que sumarse las alcabalas, los cientos, los millones, el servicio ordinario y extraordinario, el diezmo, la primicia, la martiniega, la sisa, la poia, el voto de Santiago, el pan de pecho, los mostrencos, el servicio, servizuelo, regalo, agasajo, o besamanos, como lo denominaban en Trijueque, o mayormente aguinaldo…; estos con algunos más que en cada tierra, lugar, municipio o provincia podía llevar nombres diferentes y que, en resumidas cuentas, obligaba a pagar.
Por estos días, llegados los de la Navidad, no sólo nuestros pueblos cambiaban antaño de mandamases al frente del concejo, iniciándose su mandato con el nuevo año; también de establos y gallineros partían, camino de la casa de los señores de la tierra, un ejército de carneros, gallos y gallinas, capones, perdices, tocinos o cantarillas de miel, entre otros presentes, que se dirigían, a través del recadero correspondiente, a casonas y palacios, mayormente los del Infantado; puesto que los duques Mendoza eran los principales señores de la tierra de Guadalajara y sus pueblos, y a sus casas, de Madrid o Guadalajara, a través de sus administradores, llegaban carneros, gallinas o capones; al igual que lo hicieron a los Medinaceli, Coruña, Mondéjar y tantos más.
Del aguinaldo pasado, al presente
A tiempo de los romanos nos llevan los orígenes del aguinaldo, emparentando la entrega de presentes con el culto de Strenia, la diosa de la salud y buena suerte. E incluso no pocos de nuestros historiadores nos remontan el origen del aguinaldo a la iniciativa de Rómulo, fundador con su hermano de la ciudad de Roma; como gesto mediante el que desear buenos augurios o presagios, que así se deseaban a quien lo recibía; y eso era lo que, traspasados los siglos, trataban de buscar nuestros pasados, haciendo llegar a sus señores un presente para que, con suerte, les nombrasen unos correctos y disciplinados regidores. También se buscaba el que los señores, viendo la buena disposición de sus administrados, fuesen algo más benévolos a la hora de reclamar el pago de sus contribuciones; que no lo solían hacer por sus personas, sino a través de sus administradores y secretarios quienes, como los amos, no escatimaban el derecho a tomar parte en el recibimiento del regalo. Convertido, más que en costumbre, en ley. Hasta llegar a convertirse, como más arriba indicábamos, en una especie de contribución que nuestras gentes seguían añadiendo diciéndonos que se llevaba a cabo “de tiempo inmemorial”.
El tiempo ha ido amoldando, y renovando, los aguinaldos pasados a los presentes. De modo que, abolidos los señoríos en el siglo XIX, los nobles señores que ostentaron títulos en nuestras poblaciones los dejaron de recibir de manera obligatoria, muy a pesar de que, en muchos de nuestros pueblos se mantuvo la costumbre siquiera como forma de mantener una discreta relación entre quienes trabajaron la tierra, y sus amos: el duque, marqués o conde, dueños de mediana hacienda.
Carneros, gallinas, perdices, capones…
Un repaso a través del Catastro de Ensenada, nos da cuenta del número de carneros que entraban en estos días en el palacio ducal, puesto que la mayoría de poblaciones pertenecientes al ducado, generalmente las serranas de la tierra de Jadraque, debían aportar un carnero grandecito, puesto que se tasaba en veinticinco reales, cuatro veces más que un cordero o un cabrito; algunos, dependiendo de sus posibles, incluso dos, como San Andrés del Congosto, por valor de ciento cincuenta reales; hasta ciento setenta y cinco ascendían los de Sotoca de Tajo; cuatro se le mandaban desde Gárgoles de Abajo; cuarenta y tres reales el de Rebollosa de Hita; ochenta y ocho reales los de Olmeda del Extremo; treinta y tres el de Padilla de Hita; su correspondiente carnero, de veinticinco reales, se mandaba desde Torremocha de Jadraque; Santamera; Olmeda de Jadraque, o de las Salinas; dos se remitían desde Medranda; otro desde Hiendelaencina, Huérmeces del Cerro, Jirueque…
Y gallinas: doce, desde Villaseca de Henares; dos, con algunos reales de propina, desde Yela; sesenta y nueve gallinas mandaban los de Trijueque; veintidós, de Valdegrudas; cuatro de Taragudo; tres de Valdearenas; dieciocho gallinas del Sotillo; de Muduex, treinta y cuatro; de Renales, veintinueve; veintiséis, de Hita; ocho de Hontanares; desde Ledanca se le remiten unas aves; desde Valdelagua, tres capones por precio de doce reales; cinco arrobas de tocino, de Mandayona…
Atrás no quedan los duques de Medinaceli; o el marqués de Mondéjar, a quien parece apetecían más las perdices: siete pares de perdices recibía de Valfermoso de Tajuña, y otros siete de Viana de Mondéjar, entre otros numerosos lugares y villas a él pertenecientes.
El Conde de Coruña y Vizconde de Torija, recibía dos arrobas de miel, de su villa de Torija; dieciséis gallinas de Torrebeleña; siete gallinas de Puebla de Beleña, otras nueve de La Mierla, entre otros numerosos aguinaldos.
Y no solo ellos, ocho gallinas, de Villar de Cobeta, el Conde de Salvatierra; treinta pares de gallinas, el señor de Yélamos de Arriba; un par de gallinas, al conde de Cifuentes, los vecinos de Valderrebollo; dos gallinas y un gallo por vecino, a las monjas de Valfermoso, los vecinos de su villa; un carnero y dos cantarillas de miel, los de Torremocha del Campo a su señor; treinta aves los de Taracena al marqués de Valdecarzana; cinco gallinas, el conde de Humanes; un carnero, seis pares de perdices y doce cardos (de guisar), los de Pelegrina a D. Joaquín Carrillo y Salazar; doce gallinas y dos cabritos entregan al propio los de Pioz; dos carneros y cuatro gallinas, los de El Pobo, al marqués de Embid; sesenta gallinas y doce perdices, los de Montarrón; un cordero, un cabrito y diez gallinas, los de La Cabrera; tres pares de gallinas por Navidad y otras tantas por los Reyes, los de Lupiana al monasterio del que dependían…, y así, sucesivamente, todos y cada uno de nuestros pueblos, a excepción de los que pertenecían al Señorío Real, que estos quedaban libres de semejante contribución que ya, por estos años medios del siglo XVIII comenzaban a entregarse en dinero, ya que, seguramente, algunos palacios no debían de tener espacio suficiente para recibir tanto carnero, gallina, capón o cantarilla de miel.
Tiempos pasados que nos llevan al presente navideño, del regalo, la paga, el aguinaldo o el deseo, que nunca falta, de una feliz Navidad, acompañada, como ha de ser, por un próspero comienzo de Año Nuevo, con el mejor acierto, como siglos atrás, de nuestras autoridades locales.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 20 de diciembre de 2024
Juan Martín y la Guerra de la Independencia en Guadalajara; conócelo pulsando aquí
No hay comentarios:
Publicar un comentario
No se admitirán mensajes obscenos, insultantes, de tipo político o que afecten a terceras personas.