sábado, abril 27, 2024

LOS MAYOS DE DON JOSÉ (Sanz y Díaz)

 

LOS MAYOS DE DON JOSÉ

Fue, don José Sanz y Díaz, sin duda, el folclorista por excelencia del Señorío Molinés

 

   Don José Sanz y Díaz nació en el corazón del Señorío de Molina, en Peralejos de las Truchas, el 5 de agosto de 1907 y se dedicó, desde la década siguiente, a dar a conocer su tierra natal a través de las páginas de sus libros, de sus escritos en la prensa, o de sus charlas y conferencias. Fue, sin duda, uno de los grandes publicistas de la historia y costumbres del Señorío a lo largo del siglo XX, convirtiéndose, con pocas dudas, en el autor más prolífico de esta tierra.

   Sus libros se cuentan por decenas, y sus artículos de prensa por centenares, en los que tocó todos los temas, históricos y costumbristas de Molina de Aragón. Trazó sus leyendas y, por supuesto, estudió y divulgó como pocos los mayos alcarreños; los que se cantaron en su tierra natal, o en las provincias vecinas, entendiendo que en la mayor parte de los pueblos de Castilla y León existió, en muchos de ellos todavía perdura, la costumbre de colocar, en el mes de mayo, un gran tronco de árbol, a veces coronado por una especie de pelele o monigote, al que se ha llamado, y llama, “el mayo”. Es una de las clásicas fiestas y costumbres asimiladas a la juventud, o con mayor propiedad, a los llamados “quintos”. Habitualmente solían reunirse los mozos del pueblo que ese año entraban en “quintas”, es decir, alcanzaban la edad para poder ser llamados al ejército. Estos preparaban su propia fiesta, siendo el primero de los pasos esa especie de exaltación de la recién entrada primavera. Junto al mayo, árbol, existe, la tradición del “canto de los mayos”, en la noche que despide al mes de abril y abre las puertas al de mayo.

 


 

 PERALEJOS DE LAS TRUCHAS, UN LIBRO Y UNA HISTORIA (Pulsando aquí)

El libro de Peralejos (aquí)

 

Una fiesta de juventud

   El primer paso de la celebración consistía, y consiste, en elegir un tronco de árbol, cuanto más alto mucho mejor, talarlo y trasladarlo a la plaza del pueblo, donde era adornado con todo tipo de cintas de colores, simbolizando la llegada de la luz y el color tras los días grises del invierno. En torno al árbol se desarrolla la fiesta, con cantos y bailes, e incluso con intentos de trepar hasta su cima, en una memoranda del juego de la cucaña que nos retratase Francisco de Goya en sus pinturas.

   Este árbol o mayo en ocasiones podía llegar a los veinte o treinta metros de altura, e incluso en una patente rivalidad entre los quintos de uno y otro año, o de los de poblaciones vecinas, podían llegar a unirse varios troncos, hasta culminar en una especie de penacho arbóreo, por destacar los presentes de entre los anteriores. Poblaciones hubo por toda Castilla en las que, por esa rivalidad vecinal, los mozos del pueblo inmediato acudieron a talarlo por la noche, o llevárselo para su propia población, como se documenta en muchos estudios etnográficos.

   Era, a pesar de todo, una fiesta participativa, ya que, si bien eran los mozos quienes se encargaban de elegir, talar u ornar el mayo en cuestión, necesitaban de la cooperación de los vecinos de la población para trasladarlo a la plaza, y por supuesto levantarlo.

   Alrededor del mayo se desarrollaban los bailes, los cantos y, en ocasiones, se concertaban los posteriores noviazgos, en una fiesta que enlaza con los antiguos ritos ibéricos, posteriormente adaptados a las tradiciones romanas.

   A los mozos o quintos, también llamados “mayos”, solían acompañarles las mozas o quintas “mayas”, que, en muchas poblaciones, y para acompañar a los mozos en una especie de emparejamiento, eran “subastadas”, es decir, se pagaba una cantidad de dinero para bailar con ellas, o para que les acompañasen durante la fiesta. Dinero que solía emplearse en los festejos; emparejamiento que posteriormente podía ser el origen de algunos matrimonios, pues era habitualmente el mozo o novio quien pujaba por la moza o novia, siendo tradicional que en esa ocasión se formalizasen los noviazgos. Igualmente solían cantarse los “mayos”, coplas alusivas a la festividad y época, así como a las distintas relaciones que surgían o podían surgir entre las parejas, sin que faltasen, claro está, las alusiones religiosas: los cantos a la patrona local.

 


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Los mayos de Peralejos, y de la Alcarria

   Sanz y Díaz recogió algunos de los cantos que en noches semejantes se lanzaron al viento molinés, del mismo mozo que su admirado Sinforiano García Sanz recogió los que se lanzaron por la Alcarria o la Serranía: Alocén; Berninches; Cendejas de la Torre, El Recuenco; Hontoba; Huertapelayo; Mazuecos; Molina; Alcoroches; Yélamos; Pastrana; Ruguilla; Cogolludo… y tantos lugares más en los que, al templar de una bandurria, la voz del “mayo” que “mayea”, deja que se escuche su voz: Ya estamos a treinta del abril cumplido/ alegraos damas, que mayo ha venido/ Ha venido mayo, por esas cañadas/ bendiciendo trigos, granando cebadas.

   Como nos diría don José: “Y así hasta la madrugada, cantando a las muchachas de todas las villas de España, tirándoles tientos de vez en cuando a los botillos del vino o a las botellas de anís descorchadas. El cantar de los mayos es una hermosa costumbre que no debe desaparecer por lo enraizada que está en el alma del pueblo, llena de sencillez, de sanas esencias…”

   Es, sin duda, el mayo, la supervivencia de las fiestas paganas de la primavera y que el cristianismo hizo suyas procurando espiritualizarle lo que tenían de impúdico en su origen. Es, pues, una reminiscencia de un culto fálico, con conjuros de fecundidad tanto agrícola como animal o humana. Que en España ensalzó la literatura del Siglo de Oro y prohibió la majestad de don Carlos III y don Carlos IV viendo que, por semejantes fechas, por Madrid, a las riberas del Manzanares, se llegaban a cometer actos impuros que, sin duda, dieron pie a los esbozos de la genial pintura goyesca.

 

Don José, y sus leyendas

   Don José Sanz y Díaz fue, a más de gran escritor, cronista oficial de municipios como Checa, o como su propia población de origen; al tiempo que uno de los grandes mantenedores y recopiladores de las leyendas que han ido pasando de generación en generación a través de los tiempos, en este caso de la tierra de Molina de Aragón.

   De su pluma quedaron los trazos de la aparición de la Virgen de Ribagorda en su tierra natal, o “la del fantasma del pinar”; la del lago de Taravilla, o tantas y tantas más, que hicieron a Sinforiano García Sanz, señor de leyendas, tomar la pluma para definirlo como antes otros lo hicieran: “narrador de las tradiciones y leyendas de España”.

   Don José, habitual su firma entre las páginas de las revistas que con erudición nos contaron las cosas de Guadalajara, también lo fue de la prensa provincial, incluido este Nueva Alcarria, a través del que contó y cantó la esencia arriacense; la historia, y los personajes también; a uno de nuestros más significativos poetas, Gálvez de Montalvo, dedicó su último trabajo literario, en los inicios de 1988; poco tiempo después de hacerlo, el 24 abril, don José abandonó, convertido en historia de Molina de Aragón, esta tierra. Se fue, para siempre a la natal de Peralejos de las Truchas, en donde recibió sepultura el 25 de abril de aquel año de su despedida.

   Hombres de esta tierra; tradiciones de esta provincia, que nos hablan de lo nuestro: de nuestra cultura, de nuestro inmenso patrimonio, también en cuanto a cantos mayeros se refiere; a la maya moza; o a la Maya, Patrona de la tierra que pisamos: Ya te hemos pintado todas tus facciones/ solo falta el Mayo, que te las adore/ Ha dicho, Señora, que vendrá mañana/ a darte los días, de mayo la entrada…

   A por Mayo vamos, despidiendo abril…; de la mano de don José Sanz y Díaz.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la Memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 26 de abril de 2024

 

CHECA, un libro para descubrir y conocer, pulsando aquí

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