viernes, octubre 27, 2023

MOLINA DE ARAGÓN, EL DÍA DEL TERREMOTO

 

MOLINA DE ARAGÓN, EL DÍA DEL TERREMOTO

El terremoto de Lisboa, de 1755, se dejó sentir en la población

 

   Ya contamos en estas mismas páginas que aquel terremoto que cimbreó las entrañas de la tierra, desde los confines de Lisboa, que quedó prácticamente arrasada, hasta las costas del Mediterráneo, por donde se perdieron las señales, hizo pensar en el fin del mundo porque, por si fuera poco, el momento de mayor intensidad en los pueblos de la provincia que lo registraron y de los que quedó memoria coincidió, además de con la festividad de Todos los Santos, con la precisa hora en la que los fieles creyentes, mayoritariamente, se encontraban en la misa de ánimas.

   En aquel tiempo la inmensa mayoría de los edificios no pasaban de las tres alturas, por lo que estos, mayoritariamente forjados en madera y yeso aguantaron con corrección los vaivenes de la corteza terrestre. No sucedería lo mismo con las torres de las iglesias, que estas sí que tenían, como tienen, su correspondiente altura, y en ellas se midieron los mayores daños; en las torres, y en el suelo de los templos que, por aquel tiempo, guardaban hasta el día de la resurrección los cuerpos de quienes pudieron costearse un enterramiento de tamaña calidad.

   Algunas de aquellas sepulturas, por el efecto del meneo terrestre se abrieron con lo que, miel sobre hojuelas, en la imaginación de no pocos, eso significaba que el Redentor se disponía a presidir el juicio eterno.

   Está considerado el terremoto de Lisboa del 1º de noviembre de 1755 como uno de los sucesos más importantes de la historia de Europa y, desde luego y para su época, resulta de los más documentados, en España al menos, ya que el monarca reinante, don Fernando VI, envió a buen número de concejos, aldeas, municipios o ciudades, un cuestionario para que los mayores entendidos de los lugares correspondientes diesen cuenta de cómo se había vivido el temblor y, en su caso, diesen fe de los daños producidos, que muchos fueron, desde la dicha raya de la frontera portuguesa hasta la falda de los Pirineos, después de seguirse de abajo arriba la línea costera mediterránea. El epicentro se situó en la famosa falla de las Azores y llegó a alcanzar, en estimaciones actuales, entre los 8 y 9 grados Ritcher, con lo que la devastación fue general. Solamente en Lisboa dejó, al menos, 50.000 muertos.

   Don Fernando López de Amezúa, que se empleó larga y tendidamente, mucho antes de que fuese preguntado, en torno a los efectos causados en Madrid, el 4 de noviembre de aquel año escribió, para quien desconociese el fenómeno, en un trabajo al que dio el título de “Carta Filosófica sobre el terremoto”: Llámase Terremoto a cualquiera movimiento de algún espacio considerable de la Tierra, producido por alguna causa impelente dentro de sus mismas entrañas, la cual hace temblar, hundir, abrir y lanzar enormísimas porciones de su mole…

   Coincidiendo con el aniversario, el primero de noviembre de 1756, en la mayoría de las iglesias del orbe se hizo memoria, con sermón de acción de gracias y penitencia, para agradecer donde nada pasó que no pasase nada, y en donde algo ocurrió, pedir que no volviese a suceder.

 


 

 

El terremoto, en Molina de Aragón

   Fue el encargado de dar la respuesta, en nombre de Molina de Aragón su máxima autoridad, el Corregidor don Antonio de la Azuela y Velasco, vizcaíno de Somorrostro quien, al término de su mandato como Corregidor, eligió permanecer en Molina de Aragón, en donde contrajo matrimonio y parece que concluyeron sus días.

   El 19 de noviembre de 1755 dio respuesta con cumplimiento a cuanto se le pedía, diciendo que: el día primero del que rige, a las diez de la mañana o poco más, se notó en esta Villa el terremoto, pero tan sensiblemente que, viendo moverse los edificios, desamparaban las gentes, temerosas del peligro, las casas y templos en que se hallaban, solicitando por este medio salvar la vida…

   Numerosos de los heridos que se produjeron, incluso de los fallecidos a causa del temblor, a lo largo y ancho de la península, se produjeron por aplastamiento, al tratar las gentes que se encontraban en las iglesias, de escapar todas a la vez por el mismo lugar en el momento de mayor peligro. Y es que, ante situaciones semejantes, por mucho que se trate de templar la mano, las ansias por salvar la vida triunfan. Las personas que cayeron, en muchos casos, no se pudieron levantar.

   Algo común a cuantos alcaldes, regidores o párrocos en general respondieron al interrogatorio en sus respectivas localidades, sería la de sentir que el temblor duró poco menos que una eternidad. Habrá quien nos cuente que bailoteó la tierra cosa de un cuarto de hora, y en este tiempo pudo suceder cualquier cosa. También el señor Corregidor de Molina entendió que el temblor se extendió más de la cuenta: duró este temblor de tierra como diez u once minutos… 

 

Historia de La Yunta (Pulsando aquí)

 

   Cuentan las crónicas al respecto que la duración no fue mucho más allá de los dos minutos, a pesar de que poblaciones hubo, como en el caso de Alhóndiga, que declararon que estuvo temblando la tierra como cosa de media hora. Cierto es también que en otros lugares no contaron el tiempo, porque no había reloj con qué hacerlo, ni se les pasó por el magín.

   Por fortuna, aquellos largos minutos que el Corregidor de Molina nos contó que duraron los espasmos terrestres, no ocasionaron heridos entre la población, a pesar de que, los fieles que se encontraban en los templos, temieron lo peor:

   Donde más asustó el riesgo fue a la Iglesia parroquial de el Señor San Gil, que ocupada por entonces, como la principal y más capaz, de crecido concurso, con el motivo de la solemnidad del día, se advirtió en fuerza del expresado movimiento que, crujiendo las paredes y columnas de la Capilla principal, caían de ésta algunas menudas piedras, con cuyo aviso y el de ver que los sacerdotes que habían dado principio a la misa solemne, poseídos del miedo, abandonaron el altar, nos retiramos todos con activa celeridad y no pequeño susto, a las demás partes de dicha Iglesia, saliendo fuera de ella los que por sus portadas, con atropellamiento, cogían, y en medio de esta confusión se desprendieron tres grandes piedras de la sillería de uno de los cordones, o arcos que guarnecen la mencionada capilla, y crecidos trozos de la yesería, que hubieran hecho el más lastimoso inevitable estrago en las personas que se hallaban poco antes amontonadas en el circo de dicha capilla, y demás del presbiterio, si la Divina Providencia no nos hubiera hecho con antelación prever tan conocido riesgo…

   Hábil don Antonio de la Azuela, y en evitación de mayores males que se pudieran producir, ordenó a su teniente que se hiciese con las llaves de la iglesia, que se vació en un santiamén, y procediese a candar las puertas, en evitación de que, manos sin temor, se apropiasen de los ornamentos sagrados, o dicho de otro modo, candeleros, cera, y otras alhajas, que con la confusión allí se quedaron…

   La fábrica de la iglesia quedó seriamente tocada, con las paredes quebrantadas y peligro cierto de derrumbamiento de la techumbre, por lo que se cerró a la espera de que, con la caridad del pueblo, se reparasen los daños.

   Subió el agua de los pozos, y bajaron turbias las del Gallo, y alguien dijo haber visto señales divinas en el cielo que, por no ser aquellas mentes de la mejor cultura, se excusó su relato.

   Ordenó el Corregidor juntar al Ayuntamiento y, de acuerdo con el Cabildo eclesiástico, se han determinado públicas rogativas por 9 días, a una milagrosa Imagen de nuestro Redentor…  

   El Cristo de las Victorias que, sin duda, veló por los molineses antes y después de aquello.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 27 de octubre de 2023

 


 

 

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