lunes, septiembre 18, 2023

TRIJUEQUE Y EL OBISPO DE CANARIAS

 

TRIJUEQUE Y EL OBISPO DE CANARIAS

Que reposó en su iglesia y su lápida descansa en el Museo de Sigüenza

 

    Fue Trijueque población encastillada desde que, oteando el horizonte, el Marqués de Santillana, don Íñigo López de Mendoza, asomándose a sus torres casi podía tocar en vuelo imaginario las de sus señoríos de Buitrago. De Trijueque salieron los Mendoza en la gloriosa jornada tras la que recibirían el título que los hizo pasar a la historia, el Infantado. Cuando en aquella de las guerras civiles castellanas, unas de tantas, aceptaron el encargo de custodiar a doña Juana de Castilla, La Beltraneja por mal nombre, y en 1470 la entregaron en la Junta del Paular, de la que salió Reina de Castilla la Católica doña Isabel.

   Aquí, en Trijueque, ordenaron sus murallas, su castillete e incluso su iglesia, que fue pareja a la de Torija, como levantada por los mismos constructores y diseñada, a juicio de quien más conoce, por los mismos arquitectos. El tiempo, y las guerras civiles españolas, otras de tantas, se encargaron de destruirla.

 

 


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El Obispo de Canarias

  A finales de la década de 1950, en el mes de mayo de 1959, saltaba a la prensa la noticia de que Trijueque buscaba las huellas de su pasado, en parte, a través de la lápida de quien fuese Obispo de Canarias, Fray Miguel López de la Serna, personaje natural de la Villa que vivió en el siglo XV, perdiéndose su memoria a partir del siguiente, tras aquella afirmación de los encargados de ofrecer la realidad de Trijueque a las “Relaciones Topográficas”, de Felipe II; tiempo en el que todavía se conservaba su memoria a través de una de las capillas de su iglesia: que dicen de San Juan Bautista, la cual fundó Fr. Miguel López de la Serna, obispo de Canarias, y dotó su hermano, arcediano de La Palma, los cuales están enterrados en la dicha Capilla, y tienen su Capellán.

   Su memoria se perdería después de alzarse la capilla en una de las naves laterales de la parroquia, tras la desamortización, a través de la que desapareció la capellanía y fueron sacadas a subasta las tierras que con sus rentas la dotaban. Aumentarían la confusión las líneas escritas por Juan-Catalina García López en la transcripción a las Relaciones Topográficas, en los inicios del siglo XX, al confundir los apellidos del Obispo e interpretar su historia, al hilo de la tradición popular, que decía que, de camino por el Real de Madrid a Zaragoza, un obispo se sintió enfermo al paso por Trijueque, aquí se detuvo, murió y en su iglesia fue sepultado.

   La realidad iba más allá, ya que la historia contó que Fr. Miguel López de la Serna tuvo su nacimiento en Trijueque en los primeros decenios del siglo XIV, al igual que su hermano, y aquí los trajeron a reposar, tras alcanzarles la muerte.

 

Vida y hechos de Fr. Miguel

   Fr. Miguel profesó en la orden franciscana, siendo nombrado Obispo de Canarias años después de su unión a los reinos castellanos, en 1486, siendo, al igual que su hermano, uno de los primeros hombres en dar cuenta del trato que estos, los castellanos, daban a los naturales de las islas, episodios que nos adentran en la extensa historia de las Islas Canarias. Las denuncias de Fr. Miguel hicieron que los Reyes Católicos enviasen gentes cercanas a averiguar lo que allí sucedía en cuanto a los abusos de los gobernadores, regresando nuestro hombre a la península y llegándole la muerte en Córdoba aquel 11 de octubre de 1490 que trató de señalar la lauda sepulcral. Desde Córdoba su cuerpo sería traído a Trijueque por su hermano quien se encargó de mandar que se labrase su orla y figura sobre su sepultura, en la capilla por ambos fundada.

   Lápida sepulcral que, como otras numerosas piezas del arte religioso que lo fueron a lo largo de los pueblos de la provincia, y de España, sería retirada, en este caso el 13 de mayo de 1938, por don Miguel Álvarez Laviada y D. Vidal Arroyo Medina en nombre de la Junta de Incautación y Protección del Patrimonio Artístico, siendo trasladada, como sucedió con la mayoría de aquellas incautaciones, al Museo Arqueológico Nacional de donde, en la mayoría de las casos, retornarían a sus lugares de origen a partir de 1940.

   No sucedió con la lauda del Obispo de Canarias, permaneciendo extraviada durante algunos años, hasta que el municipio acordó, en el mes de abril de 1959, ponerse al habla con el Cronista Provincial, Sr. Layna Serrano, en pro de su localización. Por entonces el municipio buscaba la manera de reconstruir las huellas de su pasado, después de haber sido uno de los que más padeció los efectos de la guerra de 1936/39 por esta parte de la provincia. Su iglesia quedó prácticamente arrasada y se buscaba lugar para alzarla de nueva planta.


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La lápida del Obispo

   Pero la lápida del obispo no sería localizada en aquella ocasión. El encargo de hallar su paradero se hacía al Sr. Layna en base a que, pocos meses antes, en el de enero de este mismo año, y tras las declaraciones del Alcalde del municipio, Sr. Vegas, a la prensa provincial, en cuanto a la reconstrucción y futuro del pueblo, motivarían el que, desde Madrid, el Sr. Layna respondiese, felicitando en principio al Sr. Alcalde por sus ideas, al tiempo que aportaba algunas propias, a través de carta pública: “Recordará que hace cuatro años estuve ahí para informar sobre la galería abovedada que apareció en el fondo de un socavón camino de la fuente; entonces me di cuenta de las grandes destrucciones sufridas por el caserío en la pasada guerra, lamenté que un absurdo encalado hecho por orden gubernativa hubiese bastardeado y achacabanado la amplia, sencilla y señorial plaza de Trijueque, como lamenté que la interesantísima iglesia, del Renacimiento en sus comienzos, la hubieran mutilado al cercenar los pies de las naves, por razones de economía, al restaurarla. Ahora parece que quiere acometerse la empresa necesaria de higienizar y embellecer nuestros pueblos. Trijueque lleva camino de transformarse y crecer aprisa, por lo cual me creo obligado a hacer unas observaciones que quizá sean útiles, llevado de la mejor voluntad”.

   Por aquellos tiempos, todo un Gobernador civil de la provincia ideó al hilo del éxito de cierta película cinematográfica, andalucear nuestros pueblos encalándolos de blanco, comenzando por algunos de los más alineados con los caminos generales.

   Aquello daría pie a una larga polémica, pues a las autoridades de Trijueque no gustaron las indicaciones del Sr. Layna, en cuanto a las reconstrucciones que proyectaba para el pueblo: “hay que cuidar mucho esa hermosa plaza y calles adyacentes, acentuando el carácter antiguo y señoril de sus casas mediante puertas, esquinazos de muros y guarnición de ventanas o balcones, todo ello de piedra labrada. En el caso de Trijueque no puede alegarse que esto resulta caro, porque dispone desgraciadamente (en este caso por fortuna) de una buena cantera de materiales ya fabricados y hasta con la pátina del tiempo”.

   Que seguiría después, en torno a la construcción de nueva planta, o reconstrucción de la antigua iglesia de Torija: “Si este criterio tan contrario a la estandarización es el que debe seguirse en todos los pueblos viejos, con mayor motivo en pueblos históricos como Trijueque; conservar el casticismo ancestral dentro de las exigencias de la vida moderna; y acumular el máximo de elementos disponibles para que aquella personalidad sea más destacada, es en ellos de vital importancia si han de seguir recordando un pasado y atrayendo a los turistas”. Por supuesto, no le hicieron caso.

   La lápida, al margen de la polémica en torno a la iglesia, levantada de nueva obra, sería finalmente recuperada por personas ajenas al Sr. Layna, haciendo el viaje desde Madrid, no a Trijueque, sino al Museo Diocesano de Sigüenza, donde quedó depositada, luego de conocerse su historia.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 15 de septiembre de 2023

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