martes, agosto 22, 2023

EL PASO HONROSO DE TORIJA

 EL PASO HONROSO DE TORIJA

Defendido por Alonso Suárez de Mendoza, nos acerca a los fastos de la épica medieval

 

   Tal vez no hubiese habido mejor cronista para Torija que Francisco Layna Serrano, quien definió como nadie a la población y su entorno; a pesar de que nunca llegó a escribir su historia completa, sí que se adentró en sus orígenes, su castillo, alguno de sus personajes, o su paisaje: “Al final de estrecho y largo valle, por cuyo fondo asciende suavemente la carretera de Madrid a Zaragoza, sombreada por filas de altos olmos, aparece tras un recodo, asentada en el borde de la meseta alcarreña, la antiquísima villa de Torija, defendida al Norte por el foso natural de un barranco, mientras a saliente y Mediodía se extiende la paramera, de amplias perspectivas, cerrada a septentrión por la cordillera guadarrameña y sierra del Alto Rey. A pesar de su pobreza, el caserío, construido con blanca piedra caliza, es de aspecto grato por su vetusted y sobriedad; en el recuesto que mira al valle umbroso, donde los ruiseñores cantan ocultos entre las ramas; a la izquierda alza gallarda al cielo su blanca y clásica silueta la cuadrada torre de la iglesia parroquial, mientras a la derecha atraen al viajero las poéticas ruinas de un castillo de muros agujereados, de desmochados cubos, y cuya torre del homenaje, hundida de alto a bajo, sin que reste de su robusta fábrica más de una mitad, ostenta todavía la afiligranada cornisa donde otrora alzaran al cielo las almenas su puntilla de piedra”.

   En la actualidad Torija se parece muy poco a aquella descripción que nos dejó el cronista; mucho menos a la que don Juan-Catalina García López pudo ver mucho años antes de que lo hiciese el propio Layna, quienes conocieron el castillo arrumbado y luce hoy como en sus mejores tiempos.

 

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El libro de Torija
 

 

Torija y un castillo templario

   Aquel valle que nos dibuja Francisco Layna se vio cerrado al frente a más de por el caserío, por el imponente castillo que surgió, cuenta su historia, en los primeros tiempos de la reconquista de la comarca; tal vez existiese alguna torre cuando las huestes de Alvar Fáñez de Minaya rondaron la tierra. Castillo que es fama fue mejorado por los caballeros templarios, de los que pasó a don Alonso Fernández Coronel, uno de los vencedores en la Batalla del Salado librada el 30 de octubre de 1340 en tierras de Cádiz; más tarde castillo y villa fueron a parar a don Diego Hurtado de Mendoza, almirante de Castilla.

   Los avatares guerreros dieron pie a que el castillo, levantado con apariencia semejante a lo que hoy conocemos, fuese tomado por las tropas navarras y aragonesas que hostigaron Castilla a mediados del siglo XV, en aquellas guerras de los infantes de Aragón que se prolongaron durante un cuarto de siglo y dejaron al aire de la historia el entorno de Atienza, con la destrucción de su caserío, y algunas poblaciones más, Torija entre ellas, en cuyo castillo resistieron los revoltosos hasta que el rey encargó al marqués de Santillana, don Íñigo, la recuperación de tierra y villa para la corona; cosa que cumplió con creces, aprisionando y reteniendo al capitán de las revueltas, don Juan de Pueyes, hasta que la corona pagó los gastos de la empresa conquistadora.

   Entre lo recibido se encontró la posesión de esta tierra y su castillo, que pasaría por herencia a su hijo, don Lorenzo Suárez de Figueroa quien, no mucho tiempo después de recibirla, obtendría del rey el señorial título de Vizconde de Torija; título que añadir a algunos más, entre los que no faltarán el condado de Coruña o el marquesado de Beleña.

   Don Lorenzo mejorará el castillo, la iglesia, las murallas, el caserío, y hará de la villa de Torija uno de sus principales baluartes.

 

 

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El libro de Torija
 

 

El Paso Honroso de Torija

   No se ponen muy de acuerdo los historiadores a la hora de fechar aquella batalla caballeresca, entretenimiento de la alta nobleza de su tiempo, según algunos, para mantenerse en forma y dispuestos a la batalla. Según otros, para demostrar sus altos apellidos; si bien la mayoría de cronistas se fijan en el año 1518 que citó el de Guadalajara, Francisco de Torres; otros nos lo retrasarán a la década de 1530.

   Pasos famosos hubo hasta aquel tiempo cantados por juglares o trovadores desde que don Suero de Quiñones se batió sobre el puente del río Órbigo a imitación de otros caballeros que lo hicieron a través de media Europa y cuyos nombres trajeron los juglares que acompañaron a la reina de Castilla, doña Leonor de Plantagenet, de grato recuerdo, o de otros que famosearon con el tiempo; nombres como los de Lope de Estúñiga, de don Juan de Benavente, de Riambau de Corbera, Francí Desvalls, Pere y Johan Fabra, Diego de Bazán, Pedro de Nava, Alvar Gómez, Sancho de Ravanal, Lope de Aller, Diego de Benavides, Pedro de los Ríos, o Gómez de Villacorta, de los que hizo historia don Martín de Riquer en sus “Caballeros Andantes Medievales”; antecesores sin duda del caballero por excelencia de la vieja tierra castellana, el hidalgo Alonso Quijano a quien llamaron don Quijote.

   Claro está que todos ellos se presentaban ante el rey, a solicitar la licencia para la supuesta batalla con un distintivo que marcase su hazaña; Suero de Quiñones lo hizo con una argolla de hierro al cuello; el conde de Salisbury con un ojo tapado; Pere de Centelles con una garrotera en el brazo, y Bernal de Coscón con una flecha atravesándole un muslo; demostrando que el dolor no iba con ellos.

   El passo se celebró a la entrada del valle de Torija, montándose la tela o liza rodeada de tablados para que desde ellos damas y galanes contemplaran los incidentes de la lucha cortés, consistente en ser defendido el acceso al valle por los caballeros mantenedores contra cualquier otro que quisiera forzarlo, nos contarán los cronistas; “allí se instaló lujosa tienda cobijo del caballero defensor, otra enfrente también ricamente alhajada para el que acudiera a disputar el paso, y a la entrada de la liza una torre de madera con su campana para que, llegado el competidor, avisase su llegada que esperaba día y noche un caballero armado de punta en blanco, dispuesto a no dejarle pasar”. Puesto que de ello trataba el juego.

   Los encargados de defender el paso e impedir la entrada no eran otros que los eminentes caballeros Mendoza, con don Alonso Suárez, Vizconde y Señor de Torija, al frente; acompañado de sus parientes don Juan de Mendoza y don Francisco Beltrán de la Peña: “siendo muchos los competidores forasteros que acudieron y a los que se obsequiaba con esplendidez, viéndose muy concurrida Guadalajara con tal motivo, pues llegaban a diario numerosísimas personas de toda condición a presenciar los encuentros o disfrutar con los festejos organizados por tal motivo; duró el passo honroso treinta días y fueron muchos los encuentros efectuados empleando armas corteses, o sea, lanzas de punta roma, sin que los alcarreños pudieran ser batidos ni forzada por tanto la entrada al valle; durante el día, antes o después de efectuadas las lides caballerescas a modo de torneos, los caballeros contendientes y su séquito así como los espectadores de calidad, eran obsequiados con refrescos, confituras o meriendas; por las noches, unas veces en el palacio ducal del Infantado en Guadalajara, otras en las casas que en esa población tenían los condes de Coruña o en el vetusto castillo de Torija, se celebraron banquetes, bailes, saraos y otros agradables entretenimiento…”

   Cuentan que, de paso por Guadalajara, a presenciarlos acudió, incluso, el gran rey emperador, don Carlos I, al frente de nutrido y brillante séquito.

   Y es que Guadalajara, o Torija, también escribieron páginas de gloria en la épica caballeresca y romancera; esta solo fue una de ellos.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 4 de agosto de 2023

 

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