MEMORIA DE ÁNGEL MARÍA DE LERA
Nacido en Baides, fue uno de los grandes novelistas de la última mitad del siglo XX
Cuando Ángel María de Lera entró en la que fue su casa natal, más de cincuenta años después de su nacimiento, casa que su padre, o el Ayuntamiento de Baides alquilaron al tío Guindón por los primeros años del siglo XX, escuchó la voz de una mujer quien, con un niño en brazos, lo echaba del portal con cajas destempladas al grito de: “¡tío rollo, más que tío rollo!”. Y don Ángel María, entonces uno de los escritores de más lustrosa pluma de España, se dio la vuelta, se metió en el coche y tiró, carretera adelante, hacía Sigüenza. No le dio tiempo a decir que él nació allí, en una sala de aquella casa, y que fue hijo del Médico del pueblo; tal vez el mismo que ayudó a traer al mundo a la mujer que lo echaba con cajas destempladas, o el que curó a su madre de alguna calentura. La viejecita se encontraba sentada en una sala junto al portal. Eso sí, se llevó una sorpresa: en Baides ya no había Médico; a los enfermos los asistían los de Sigüenza.
Baides, en un lugar de la tierra
Ángel María de Lera, cuando eso sucedía, al promedio de la década de 1960, era poco menos que un desconocido para la provincia de Guadalajara, y para su pueblo natal, el mismo pueblo que tuvo que aguardar una buena porción de tiempo a que las autoridades provinciales autorizasen poner su nombre a una calle, y su placa en la fachada de la casa del tío Guindón, en el barrio de la estación.
La biografía oficial de Ángel María de Lera, dada a la luz por la Real Academia de la Historia, nos dice que, a pesar de que algunas personas lo desconociesen, nació en Baides (Guadalajara), el 7 de mayo de 1912, donde su padre ejercía como médico de la beneficencia municipal, y que: La infancia y adolescencia de Ángel María de Lera se encadena entre los sucesivos destinos de su padre”.
Al año de su nacimiento en Baides, la familia se trasladó a la provincia de Ciudad Real, donde transcurrió su infancia, hasta los ocho años, y después a Lanciego (Álava). Ingresó en el seminario menor de Vitoria a los doce años, pero una crisis religiosa le llevó a abandonarlo cinco o seis años después. Además, la muerte del padre, en 1927, víctima de una epidemia de gripe, supuso una tremenda conmoción para la familia, que sólo consiguió remontar a las penurias económicas cuando a la madre le concedieron una administración de loterías en La Línea de la Concepción (Cádiz). Allí Ángel finalizó el bachillerato y, en 1932, inició la carrera de Derecho, interrumpida por el estallido de la Guerra Civil.
BAIDES, la Villa de los Estúñiga
Los inicios, y el final, de un sueño político
En Andalucía se inició su preocupación política, militando en el marxismo y el anarquismo, que poco menos que, por aquellos tiempos, se pusieron de moda. Su actividad se concretó cuando en 1935 conoció a Ángel Pestaña, colaborando como secretario en la organización en Andalucía del recién fundado Partido Sindicalista. Y se presentó a las elecciones de febrero de 1936. En ellas obtuvo la única acta de diputado que consiguió el partido, aunque cedió el escaño a Ángel Pestaña.
Y en estas, llegó la guerra. Lera debió huir de Andalucía para librarse de una muerte segura; después, como comisario de Guerra, recorrió todos los frentes del conflicto. Hasta que llegó la muerte de Ángel Pestaña, en diciembre de 1937, que precipitó su pesimismo ante el derrumbamiento de la España republicana, en la que creyó hasta el final de sus días.
Lo dejó todo y se refugió en Madrid, donde fue detenido y condenado a muerte poco después de la primavera de 1939. La pena se le conmutó por treinta años de prisión, a pesar de que únicamente estuvo cinco. En 1944 obtuvo una efímera libertad provisional, seguida de un nuevo juicio y, al fin, el indulto, cuando contaba treinta y cinco años de edad. Después de comprobarse que su único delito era el de pensar de manera diferente a quienes ostentaban los puestos de gobierno, y le juzgaron y condenaron.
La nueva y triste vida
Su vida se reinició en Madrid, donde transcurrió a partir de entonces. Las dificultades económicas de la familia, que iba a depender de él para el sustento, le llevaron a aceptar trabajos en la construcción; siendo redactor de fascículos mercantiles y escritor por encargo, hasta recalar como contable en una fábrica de licores, donde permaneció durante años. En 1950 se casó con María Luisa de Menés y tuvieron dos hijos. Ángel María, como su padre, se inició en los estudios de Medicina, aunque nunca pudo ejercer.
Fue entonces, en la década de 1950, tras pasar por aquellos primitivos oficios, cuando Lera comenzó su actividad como escritor, como una necesidad de expresar sus sentimientos.
Y lo hizo, ya que “hacia 1955 comenzó la redacción de su primera novela, Los olvidados. En 1956 con Los clarines del miedo fue finalista del Premio Nadal. A partir de entonces, comenzó una ininterrumpida carrera como novelista y recibió, entre otros, el Premio Planeta en 1967 por Las últimas banderas, una novela sobre la Guerra Civil, desde el bando de los perdedores”. Quizá eso fue lo que llamó la atención, que los perdedores de un conflicto que ensangrentó a España, comenzasen a atreverse a hablar.
BAIDES, la Villa de los Estúñiga
La gloria y el final
Ángel María de Lera falleció en Madrid, el 23 de julio de 1984. Unos años antes, el 15 de noviembre de 1981, había recibido, por fin, el homenaje del pueblo de Baides, cuyo Ayuntamiento lo nombró Hijo Predilecto, dando su nombre al paseo de la Estación y colocando una placa de recuerdo en la fachada de la casa en la que nació, la misma de la que, unos años atrás, mientras recorría la provincia para uno de sus libros: “Por los Caminos de la Medicina Rural”, no le fue permitido el paso: Máquina fotográfica al hombro entró en la casa que dedujo era en la que había nacido y quería tomar unas fotos. La honrada familia que la habitaba entonces no le permitió entrar en las habitaciones. Y Ángel María de Lera, con dolor de su corazón, tuvo que salir como alma que lleva el diablo.
El homenaje, que se había ido preparando desde muchos años atrás, se fue prohibiendo, desde la década de 1950, por los gobernadores provinciales, porque Ángel María de Lera pertenecía a otra ideología. Sólo cuando llegó la democracia, se pudo llevar a cabo.
Y el escritor, relatando lo que trató de buscar aquel día en el que lo echaron de su casa natal, en el pueblo que lo vio nacer, recorriendo los del entorno, en busca de médicos rurales, escribió: Por supuesto, no pretendo que nadie se acuerde de mí, ni siquiera de mi padre. Para localizar la casa donde naciera solo poseo un dato: que estaba al entrar en el pueblo por el paseo de la Estación, y que pertenecía al tio Guindón. ¡Menos mal!, me la señalan y me aproximo a ella. Es justamente como me la imaginé siempre, basándome para ello en los detalles recogidos en las conversaciones de mis padres: humilde, pueblerina, conmovedora. Tal vez más deteriorada y mezquina ahora que entonces. Pero ese caminillo arbolado que lleva a la estación… ¡Cuántas veces lo he visto a ciegas en mis esfuerzos por representármelo! Por él venía todos los anocheceres mi padre después de haber visto pasar el tren, y desde él vería a mi madre en la ventana, esperándole…
Y es que, el sonido del tren, en no pocas ocasiones, trae recuerdos. Se los trajo al escritor, asomándose a Sigüenza, de camino hacía la Sierra, en donde, como en Baides, comenzaban a faltar los médicos de pueblo.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 13 de enero de 2023
Mujeres en Guadalajara, un libro para descubrirlas
Cómo me gustan las historias que cuenta de mi querida provincia!!! Le sigo en muchas de ellas, y me encantan también tengo algunos libros delos que ha publicado. Saludos
ResponderEliminaralgunos libros de los que ha publicado