ATIENZA: GENTES DE CINE
Así se rodó la película. Las Troyanas de Atienza (III)
El
casting de los hombres
En 1970 todavía existía en Atienza la figura del pregonero, que hacía
oficio de vocero municipal, dando cuenta de los bandos que salían de la
Alcaldía, compaginándolo con el de alguacil. El de 1970, que cogió el cargo
unos cuantos años antes y lo dejaría poco después, se llamó Ángel Cabellos, fue
el último en ejercer el oficio. Se le conoció, más que por el nombre, como es
lógico en todo pueblo que se precie, por los apodos de “alguacilillo”, o
“pregonero”.
Los bandos oficiales salían del Ayuntamiento, y del Ayuntamiento salía
el pregonero, con el papel en el que llevaba apuntado lo que había de pregonar,
y la gaita, con la que congregaba a su alrededor a quienes debían de atender
aquello que comenzaba diciendo: “De orden del señor Alcalde, se hace saber…” El
primer bando lo echaba a las puertas del Ayuntamiento, para continuar hacía el
Arco de San Juan e ir dando la vuelta al pueblo, para llegar de nuevo, por el
lado opuesto, al Ayuntamiento, donde además tenía todavía su vivienda, en una
de sus dependencias del primer piso.
Al llegar a la calle de San Pedro, en la esquina de la plaza de San
Juan, uno de los primeros en escuchar el
bando que se echó en los días primeros julio de aquel 1970 fue León de
Francisco Gómez, uno de esos hombres a los que no se le ponía nada por delante
y que, al escuchar aquello de que se necesitaban hombres altos y fuertes, sin
límite de edad, para trabajar en la “película
del castillo”, y tras informarse detenidamente de las condiciones y
hablarlo con alguno de sus vecinos, se encaminó al Ayuntamiento, donde como es
natural, el secretario municipal le tomó los datos correspondientes. No apuntó
en la hoja en la que comenzaba a anotar los nombres de los atencinos dispuestos
a ejercer por unos días de soldados troyanos o aqueos más que la edad y la
estatura.
El tío León fue uno de aquellos personajes curiosos que le salen a todo
pueblo que se precie; que llegó a conocer todas las plantas, buenas y malas,
que crecen en el campo y que, además, tenía ciertas dotes de curiel. Junto a su
nombre el secretario anotó la edad, 87 años, y la estatura, 1,54 cm. Delante de
él se apuntaba un joven de 17 años y 1,70 de estatura, Miguel Ángel López, y
tras él Santiago Parra, de 40 años y 1,60 de estatura.
No, los atencinos de aquellos tiempos no eran de elevada talla, salvo
Antonio, el hijo de la señora Teresa, que llegaba a los ciento ochenta y seis
centímetros y apuntaron, junto a su nombre y edad, 30 años, que era un buen
caballista.
En total, como apuntábamos en el primer artículo de esta serie, se
apuntaron, para trabajar como soldados en la famosa película “Las Troyanas”,
dirigida por Michael Cacoyannis, y para ver de lejos a la gran actriz Katharine
Hepburn, puesto que los soldados pasaban horas y horas haciendo su guardia
permanente sobre las murallas, o en la línea del castillo, 51 hombres de todas
las edades. De ellos, más de la mitad, al conocer las condiciones de trabajo,
entre ellas que tenían que salir en la película enseñando las piernas, como
corresponde a cualquier soldado troyano o aqueo que se precie, se desapuntaron como entonces se decía.
La edad mínima requerida, para los hombres, fue de 16 años, aunque
alguno de 15 también se apuntó. Y, como el tío León, unos cuantos superaban la
barrera de los sesenta, entre ellos un grupo de vecinos de Tordelloso que
encontrándose aquel día en Atienza, probaron suerte.
Los cinco primeros de la lista fueron Juan Manuel García, Higinio
Somolinos, Antonio López, Cipriano Velasco y Tomás Gismera Galán; los cinco
últimos Alejandro Parra, Javier Asenjo, Máximo Sanz, Juan Vega e Isidro
Loranca. De los diez, únicamente los cinco primeros trabajaron en la película,
el resto eran estudiante e Isidro Loranca pasaba de los sesenta años de edad.
Para suplir a los que faltaban se tuvieron que traer a algunos mozos de
Sigüenza, pues los de Atienza, más que poner excusas por las condiciones
laborales, les reclamaron sus propias obligaciones. Era tiempo de estudios para
los jóvenes, puesto que durante la película comenzó el curso escolar, y de
trabajo en el campo para los agricultores, que tenían que preparar las tierras
para la otoñada. Quizá por ello, días después del primero, el 20 de julio, se
volvió a hacer llamamiento a los hombres, para que se apuntasen para trabajar
en lo del cine, sin importar que fuesen casados o solteros, pero comunicando
que se prefería una edad comprendida entre los 23 y los 45 años.
Atienza paso a paso. Para conocer Atienza, de forma amenra y comprensible (Pulsando sobre la imagen)
El
Casting de las mujeres
En aquel bando del 20 de julio se llamaba también a las mujeres, mayores
de 15 años, en principio sin límite de edad. A pesar de que, al final, también
con las mujeres hubo problemas en Atienza. Pues a pesar de que fueron muchas
las que se presentaron al reclamo del cine, poco a poco se fueron dando de baja
más de la mitad de las que acudieron a la primera llamada, al comienzo 117,
hasta quedarse en 50. Algunas de las primeras que dieron el nombre marcharían
poco tiempo después a sus residencias habituales, pues estaban de veraneo en Atienza,
otras no consiguieron la correspondiente autorización, pues alguna de ellas
hizo anotar, junto a su nombre y estatura, que tenía que consultar con su
marido –cosa de los tiempos.
Otras, no pocas, no fueron admitidas a causa de la edad. Pues como
sucedió con los hombres, en los primeros días se apuntaron niñas de 14 años y
ancianas de más de 60, hasta que se conocieron las condiciones laborales, por
lo que un nuevo bando acotó los años de las troyanas
atencinas, entre los 20 y los 50 años, con lo que una tercera parte se quedó
fuera.
Lucía Somolinos fue la primera de la lista, a la que siguió Juliana
Velasco (madre de este cronista), y su vecina Pilar Hijes; tras ellas,
Guadalupe Mínguez, Jerónima Sánchez, Juliana Cabellos, Milagros Galgo, Milagros
Medina, Milagros Velasco, Ana y Carmen Martín, Santas Cabellos, Pilar Muñoz,
Carmen Galán y su hija Angelines, Consuelo Esteban…, y así, hasta las
cincuenta. Atienza rondaba, en aquellos años, los mil habitantes.
Al contrario que a los hombres, a las mujeres se las instruyó en cuanto
al trabajo que habían de desempeñar. En los últimos días de julio llegaron a
Atienza los señores del cine y en el salón del Ayuntamiento explicaron el papel
que tendrían que desempeñar en la cinta. Ante todo debían guardar silencio
cuando se les pidiese silencio, gritar o gimotear cuando ello se las ordenase
y, en todo momento, permanecer lejos de las escenas principales. Por supuesto
que no tenían nada que temer, sus caras no iban a salir en la película, puesto
que irían cubiertas de largos manteos de los pies a la cabeza y únicamente se
las verían los ojos.
El pago, tanto a hombres como a mujeres, sería muy similar, en torno a
las 700 pesetas diarias, o las dos mil semanales ya que, por lo general,
únicamente trabajarían tres días por semana. La mayoría de ellas desde el mes
de octubre al de noviembre. Los hombres lo hicieron antes, en el mes de
septiembre, a pesar de que algunos también trabajaron meses adelante. Todo iba
en función del tiempo.
Troyanas
y aqueos
No eran, los hombres y mujeres de Atienza, los únicos que trabajarían en
la película ejerciendo el honroso papel de figurantes, o extras. 46 mujeres,
actrices de segunda fila que pudieron a partir de entonces llenar su currículo
con esta aportación, formaban el coro de troyanas.
Algunas
de ellas alcanzaron posteriormente la fama: Esperanza Alonso; Marí Paz
Ballesteros, Pati Beckett, Gloria Berrocal, María Jesús Hoyos, Conchita Leza,
Mirta Miller, Ersie Pittas…; algunas de ellas llegadas de Francia e Inglaterra,
al igual que los hombres, o, como figuraron en la cinta, los soldados, en orden
alfabético, que únicamente eran diez y parecían mil: Cristino Almodóvar, José
Luis Ayestarán, Alkis Panayotidis, Roger Yates, Santiago García de Paredes…
Algunas de aquellas troyanas de Atienza, las que por vez primera se
asomaban a las pantallas de cine, se pusieron bajo los andrajosos vestuarios,
saltando la barrera de la vergüenza, también por vez primera, pantalones que
les aliviaron el frío invernal de los últimos días de rodaje, cuando por el mes
de noviembre, en Atienza, comenzó a nevar.
¡Quién lo iba a decir! Aquellos andrajos que por aquellos días vistieron
las mujeres atencinas eran, nada menos, que una creación exclusiva de Nicholas
Giorgiadis, escenógrafo del Covent Garden de Londres, a quien nominaron al
Oscar por el mejor vestuario.
(Continuará)
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara,3 de enero de 2020
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