LAS ANTIGÜEDADES DE HIJES.
En
el último tercio del siglo XIX la población saltó a la prensa nacional, por el
hallazgo de una gran necrópolis
Nadie recuerda, cosa lógica, al señor cura
párroco de Hijes, don Pablo Pereda. De recordarlo, más que por el hecho
histórico a que dio pie, se le recordaría por el descalabro que se llevó a cabo
en la iglesia del municipio en el mes de julio de 1858, reinando la serenísima
reina doña Isabel II de Borbón. El descalabro, o los descalabros, puesto que
fueron dos, ya que poco tiempo después del primero, a su sucesor, en la noche
del 9 al 10 de noviembre de diez años después, le robaron hasta la mula.
Aquel primer suceso, que tuvo lugar en la madrugada del 24 de julio del
nefasto año de 1858, de la iglesia de Hijes desapareció una buena parte de su
tesoro sacro, todo él en plata, y casi todo ello donado por un hijo de la
población, de nombre Andrés Muñoz, quien tras los infortunios padecidos durante
la infausta Guerra de la Independencia en el transcurso de la cual muchos de
nuestros pueblos perdieron la plata de sus iglesia para convertirla en fuente
de ingresos con los que combatir al francés, se empeñó en que parte de lo
desaparecido regresase, aunque no fuesen sus obras originales, por lo que se
encargó de costear parte de lo desaparecido a cuenta del francés. Entre ello,
una cruz de plata, tres cálices y una corona de Nuestra Señora del Rosario,
patrona de la localidad, que el bueno de don Andrés Muñoz mandó labrar en un
taller de orfebrería madrileño en el año de gracia de 1815 y, para que quedase
constancia de quién era el donante, mandó labrar su nombre en cada una de las
piezas que llevó a su pueblo.
El autor del robo, de 1858, del que nunca más se supo fue, al parecer,
un mercadante de telas, de nombre José, que anduvo por aquellas tierras, hasta
que echó el ojo a las joyas.
Don Pablo Pereda denunció ante las autoridades civiles y militares de
Atienza el revés padecido como denunció, ante las mismas autoridades el
hallazgo, algunos años atrás, de lo que entonces pudo ser uno de los mayores
tesoros arqueológicos que conoció la provincia, y que en España, a través de la
prensa de su tiempo se dio el llamar eso, el “tesoro de Hijes”.
Algo venía ocurriendo en el pueblo desde mucho tiempo atrás, desde la
década de 1840, cuando nuestro buen don Pablo llegó a Hijes y comenzó a
escuchar que por los alrededores del pueblo, en cuanto los labriegos metían el
arado en la tierra comenzaban a aparecer objetos. Unos objetos que hablaban de
tiempos prehistóricos, cuando menos. Objetos, la mayoría de ellos, encontrados
dentro de una especie de cántaros repletos de ceniza.
Fueron los tiempos, los del final de la década de 1830 y los comienzos
de la de 1840, del inicio de las excavaciones arqueológicas por una buena parte
del territorio nacional; de la creación de las comisiones provinciales de
monumentos y, a través de estas, de la elaboración de la carta, mapa o como
quiera llamarse, que dio pie al también llamado Inventario Universal de los
Bienes Históricos de España. Don Pablo, en el nombre del pueblo de Hijes,
respondió cumplidamente a las preguntas que desde las capitales de provincia se
remitieron a la mayoría de los pueblos de España para que estos contasen qué
tenían digno de protegerse, fuesen castillo, murallas o, como en el caso de Hijes,
cantarillas con ceniza y objetos de hierro que, todo hay que decirlo, la
mayoría se deshacían con sólo mirarlos.
A
las cumplidas explicaciones de don Pablo Pereda, dirigidas a las autoridades
provinciales, recibió la respuesta de continuar con aquellas indagaciones por
lo que, con las autoridades locales y el señor Juez de Primera Instancia del
Partido de Atienza, don Antonio María Cisneros y Lanuza, se reanudaron las
excavaciones, descubriendo un ciento, cuando no más, de aquellas urnas que
fueron remitidas para su conocimiento y examen a Guadalajara. Es de suponerse
que con anterioridad al dato oficial algunas decenas más se perderían por los
hogares del municipio, a modo de tesorillos, o recuerdos sin conocer la realidad
de su significado. Sucedía esto en torno 1840/44, cuando desde Guadalajara se
mandó al cura el oficio pertinente para que, con las bendiciones
administrativas, descubriese cuanto fuera posible. Que lo hizo. Remitiendo a
Guadalajara, a fines de 1844 parte de lo encontrado, entre ello armas cortas,
cuchillos, lanzas, broches, argollas y tres ollas de barro, de veinte que en
esta ocasión se hallaron, repletas de huesos.
Nadie pudo averiguar a qué tiempos se referían los objetos hallados, ya
que en el informe que sobre aquello se hizo, al no encontrarse monedas no pudo
calcularse la fecha de su enterramiento. Lo que si se hizo en Guadalajara fue
comisionar a todo un personaje, de los de la mitad del siglo XIX en nuestro
territorio, un intelecto que desempeñaba a la sazón el cargo de Delegado del
Gobierno, don Francisco de Nicolau y Bofarull quien, con la gente del lugar
procedió a una cumplida y amplia inspección de los alrededores del pueblo,
hallando en esta ocasión, a más de nuevas ollas, armas y objetos, tres monedas;
al parecer dos del emperador Graciano y una tercera de Constantino Pío Félix
Augusto. Graciano reinó por la mitad del año 300; Constantino Pío poco después,
o antes, que los papeles no se ponen de acuerdo.
Los hallazgos de don Francisco de Nicolau dieron la vuelta a España y
ocuparon primera plana en algunos medios de la prensa de su tiempo, dando a
nuestro pequeño pueblo un papel protagonista durante algunos días. Papel
protagonista que no tardó en apagarse. Eso sí, prácticamente todo lo hallado
por Bofarull quedó en Guadalajara, para ser destinado al futuro Museo
Provincial.
Hijes
quedaba entonces, como lo está al día de hoy, muy lejos de cualquier parte;
tanto que tendrían que pasar prácticamente cincuenta años antes de que, de
nuevo, alguien se ocupase de aquellos objetos que, cada cierto tiempo,
aparecían en esta tierra. Tanto que incluso nuestro particular historiador, por
la cercanía de su Sigüenza natal, don Manuel Pérez Villamil, de paso hacía el
Alto Rey, en el verano de 1879, se dio una vuelta por las tierras de Hijes, por
ver si encontraba alguna cosilla y… “sólo un
sepulcro logramos exhumar después de minuciosas excavaciones en un campo
sembrado de patatas, donde, según los labradores del pueblo, con frecuencia
salen al empuje del arado cacharros de barro y baratijas de hierro. Casi a flor
de tierra se descubría el pico de una losa enorme que, hincada de punta, daba
claro indicio de su existencia…”
Para don Manuel Pérez Villamil lo encontrado pertenecía a la cultura ibera,
sin que conozcamos en profundidad el estudio que sus amigos le dedicaron; ya
que a pesar de pedir a la Comisión Provincial de Monumentos que se ocupase de
aquello, la respuesta, al parecer, no le llegó.
Sin embargo, no deja de causar asombro el que, muchos años después,
entre 1912 y 1913, don Enrique de Aguilera y Gamboa, marqués de Cerralbo, tras
obtener la concesión de numerosas excavaciones por esta norteña parte de la
provincia de Guadalajara, acompañado de su equipo, entre el cual y como es lógico
figuraron don Juan Cabré y don Justo Juberías, tras volver sobre los pasos de
don Pablo Perea, se atribuyese el descubrimiento. Dejando en el olvido a las
personas que, realmente, habían dejado las señales documentales de lo que por
allí hubo.
Lo
hallado en esta ocasión fue expuesto en 1914 en el palacio del señor Marqués,
quien definió la de Hijes como “mi
necrópolis”. Fechada por algunos estudiosos entre los siglos III y IV antes
de Cristo; por los mismos siglos, después de Cristo, la fechan otros. Si bien
de lo que no cabe la menor duda es de que don Enrique de Aguilera y su
acompañamiento poco fue lo que dejaron en el lugar, pues todo tomó el camino de
Madrid, pasando con posterioridad a los fondos del Museo Arqueológico Nacional,
donde al día de hoy se encuentran. Expuestas algunas piezas, y en sus archivos
o almacenes las demás.
En total, hechas las cuentas del antes y el después, los hallazgos nos
dan cifras fabulosas que se aproximan a los 1.500 enterramientos, todos
llevados a cabo en el mismo tiempo, más o menos, y en la misma forma: en urnas
cinerarias, formando calles, y con sus estelas correspondientes, lo que nos
podría hablar de los restos de una gran batalla, de las muchas que se libraron
por aquí.
Hoy Hijes, tan apartado del mundo como hace dos siglos, vive su
existencia silenciosa, ajeno a todo lo entonces sucedido.
Bien está sacarlo en los papeles,
y dar a conocer que, a pesar de ese silencio que hoy lo rodea, un día no muy
lejano fue una populosa población que, al día de hoy, todavía puede tener
guardado en los confines de su tierra algún que otro tesoro, o antigüedad, que
atraiga hacía allá la investigación arqueológica y quien sabe, quizá también el
turismo cultural. Tan necesario siempre.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 4 de octubre de 2019
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