viernes, octubre 05, 2018

JADRAQUE, MEMORIAS DEL TREN. El 5 de octubre de 1860 se abrió el tramo ferroviario entre Guadalajara y Jadraque


JADRAQUE, MEMORIAS DEL TREN.
El 5 de octubre de 1860 se abrió el tramo ferroviario entre Guadalajara y Jadraque


   El 5 de octubre de 1860, en medio del júbilo popular, llegó a Jadraque el primer tren que hacía la ruta entre esta población y Madrid. Fue uno de esos días en los que la fiesta podía haber comenzado al amanecer y concluido al día siguiente, y lo hubiese hecho, a no ser porque el horario de fiesta estaba entonces más medido que el  del trabajo.

   La noticia de que el tren, de paso hacía Barcelona, haría un alto en la noble villa, se conoció unos cuantos años antes, en el verano de 1853, cuando las Cortes del Reino aprobaron definitivamente el proyecto y se daba a conocer que una de las estaciones principales del recorrido estaría en Jadraque. El municipio se apresuró a enviar a Su Majestad la Reina doña Isabel una carta de gratitud firmada por todos los ediles en nombre del pueblo, con don Antonio Loperráez, Alcalde entonces de la villa, al frente. Los siete años de obras, en los que se emplearon algo así como cuatro mil obreros, pasaron en un visto y no visto, dejando para la historia cifras que hoy nos parecerían irrisorias y entonces lo fueron de vértigo, en movimiento de tierras, materiales y dinero. Abriéndose la línea, desde Madrid a Jadraque, por tramos.





   La llegada a Jadraque aquel 5 de octubre suponía la apertura de la línea desde Guadalajara hasta la localidad y para los viajeros un gran ahorro de tiempo y también de dinero. Hasta entonces, el viaje desde Madrid, en las tradicionales diligencias tiradas por buenas mulas correosas de la casa de Postas del señor Cordero, con agencia abierta en la calle del Correo esquina a la Puerta del Sol de Madrid, se prolongaba a lo largo de toda una tarde, y de toda una noche, ya que se empleaban alrededor de catorce horas para recorrer el trayecto. El ferrocarril reducía el tiempo a poco más de cuatro horas.

   La primera locomotora, paso previo a dar servicio a la  población, llegó cuando la vía todavía se encontraba en pruebas, el 1 de agosto, y desde aquel día el trajín de idas y venidas fue incesante, hasta el día de la apertura, cuando en Madrid se subieron a uno de aquellos convoyes especiales, destinados a gentes de calidad, es decir, a los políticos de turno y a los jefes de la compañía, quienes estaban llamados a comprobar los beneficios de la línea. El tren se puso en movimiento para ir deteniéndose en todas las estaciones de paso. En Guadalajara subieron las autoridades provinciales, y a partir de aquí fue el delirio, ya que en las diferentes paradas los viajeros fueron recibidos y obsequiados por los pueblos que, con sus autoridades al frente, los aguardaban en las estaciones correspondientes.




   La llegada a Jadraque, a eso del mediodía, venía precedida por la gran fiesta que se celebró en la parada anterior, Espinosa, donde los cohetes, como las campanas, se lanzaron al cielo para celebrar la fiesta, que contó con baile público y borrachera general por cuenta del consistorio, que regaló a los vecinos unos cuantos pellejos de vino, para que la  alegría fuese completa.

   El 6 de octubre comenzó el trasiego de viajeros entre Jadraque y Madrid. Dos eran los trenes que hacían el camino de ida y vuelta, mañana y tarde, con un precio que oscilaba desde los 42 reales en primera clase, a los 19 de la tercera.

   Pero no todo se reducía a aquel ir y venir entre Madrid y Jadraque, sino que Jadraque se convirtió, hasta la apertura más tarde del siguiente tramo, en un centro de primer orden, ya que hasta la villa llegaban quienes trataban de alcanzar el Norte de España, y aquí tomaban las diligencias, y viceversa. Quienes llegaban del Norte, e incluso desde Francia o cualquier otro punto de Europa, en diligencia, para aquí tomar el tren que los condujese a Madrid, con el consiguiente ahorro de tiempo.



   Toda una historia podría escribirse en torno a lo que vieron los ojos de quienes se acercaban a la estación, que no tardó en convertirse en uno de los puntos más animados, y visitados, de la población, hasta el punto de que los jefes de la estación hubieron de dar órdenes prohibiendo el acceso a los andenes a todo aquel que no fuese a tomar el tren. Tal era el número de personas que se agolpaban para observar el ir y venir de aquellas infernales máquinas capaces de trasladar a un pueblo entero de un punto a otro del mapa.

   Tampoco fueron pocos los avispados comerciantes que vieron en el ferrocarril el futuro de sus negocios, entre ellos los intermediarios que aquel mismo año se pusieron en contacto con los grandes ganaderos trashumantes sorianos para que, en lugar de hacer el interminable viaje con sus ovejas a través de las viejas cañadas, viajes de más de un mes de duración, lo hiciesen cómodamente y en dos o tres días, a lomos del tren. El éxito de aquel primer año hizo pensar que en un par de ellos más se terminaría con una práctica casi milenaria, la de la trashumancia. Más de sesenta mil ovejas fueron embarcadas aquel primer año, y los siguientes, en la estación de Jadraque con destino a Ciudad Real y más tarde a Badajoz, con la ventaja de que les sacaron billete de ida y vuelta al reducido precio de cinco reales por cabeza.

   Igualmente la estación de Jadraque comenzó a ver el paso de cabezas coronadas. El primero, el rey consorte, don Francisco de Asís de Borbón, marido de doña Isabel II quien, procedente de Pamplona, llegó con toda su camarilla de acompañantes en sus coches respectivos a la estación, hasta donde se hizo llegar el tren real para recogerlo el 20 de septiembre de 1861. Meses después fue el duque de Brabante, luego rey de los belgas, quien llegó en tren hasta Jadraque para aquí tomar la calesa y, con todo el acompañamiento, dirigirse a su Bélgica natal por caminos carreteros.

   Los viajes, y paradas reales, dieron mucho juego a los ojos de los jadraqueños y sus autoridades, ya que prevenidos del paso del rey, o de la reina, las autoridades aguardaban de pie firme en el andén, a veces durante varias horas, para ofrecer a sus majestades una sonrisa de cumplimiento.

   Abierta la línea desde Jadraque a Sigüenza poco más de dos años después, el paisaje de las paradas oficiales se trasladó a aquella estación, no obstante seguir siendo la de Jadraque una de las citas de obligado cumplimiento, ya que aquí repostaban de carbón las máquinas, o aguardaban a que el tren descendente dejase la línea libre para continuar viaje.



   En más de cuatro ocasiones las autoridades salieron a saludar y rendir honores a don Alfonso XIII cuando, camino de Barcelona o Zaragoza aquí se detuvo el tren, y en una única ocasión Su Majestad no se dignó recibir la  pleitesía municipal, a pesar de que el tren se detuvo en la estación, procedente de Zaragoza, por espacio de casi dos horas, y es que eran las seis de la mañana del 4 de diciembre de 1923 cuando la locomotora detuvo aquí su marcha, y sus majestades venían durmiendo. Eso sí, las autoridades aguardaron de pie desde la llegada hasta la partida.

   La puesta en marcha de la línea férrea supuso para Jadraque un antes y un después. La población comenzó a crecer; a mejorar su comercio, y a convertirse en un importante centro vacacional, ya que numerosas personalidades con vida social en la capital de España comenzaron a ver esta población como el lugar de reposo soñado. Se levantaron hotelitos a la moda madrileña y el nombre de Jadraque se hizo tan popular como el de la vecina Hiendelaencina, cuya plata tomaba aquí el tren para llegar a la casa de la moneda. Y hasta aquí llegaban los inversores para tomar el camino que los condujese a aquella próspera localidad, a través de una carretera cuya construcción tardaría casi cincuenta años en llevarse a cabo, a pesar de que, con cada renovación del Gobernador civil de la provincia, o del Presidente de la Diputación, se renovaba igualmente la promesa de su construcción, desde que por vez primera, en 1850, el señor Gobernador prometiese a los industriales de la minería que en un par de años la carretera estaría al servicio de los vecinos de Jadraque, Medranda, La Toba y, por supuesto, Hiendelaencina. Las promesas siempre fueron regalo para los oídos.



    También llegaron, pocos años después de la apertura de la línea férrea, los descarrilamientos del tren en las curvas de Matillas; y la apertura, en aquella población, de una fábrica de cemento; y los viajes de ida y vuelta de los vecinos del pueblo a las fiestas de Guadalajara, y a las de Madrid, para llevar la famosa y apreciada fruta de sus huertos, y regresar de los isidros con los famoso botijos de cuatro chorros.

   Y es que el tren llevó a Jadraque un mundo de sueños, de los que siempre es bueno hacer memoria; y puede que, gracias a él, los continúe manteniendo vivos.


Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 5 de octubre de 2018

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