miércoles, septiembre 19, 2018

UN ATENCINO EN LA CORTE: LORENZO DE SERANTES, El carcelero del Duque de Riperdá

UN ATENCINO EN LA CORTE: LORENZO DE SERANTES,
El carcelero del Duque de Riperdá


   Don Lorenzo de Serantes Fernández de Sandoval Vigil y Orozco, fue uno de aquellos caballeros que nos legó la historia de Atienza cuando el siglo XVIII abría sus puertas a la modernidad. Uno de aquellos caballeros que lució blasones cuando el rey Felipe V pasó por Atienza camino de coronarse rey en Madrid y dejar en esta villa, como siglos atrás lo hiciese el infantito don Alfonso VIII su seña de identidad. Una seña de identidad más prolongada de lo que las cuatro líneas que marcan su trayectoria en el libro de la historia, se piensa.


   El paso del primero de los Borbones, mucho antes de que la batalla de Villaviciosa pusiera punto final a las disputas por el trono, dejó su huella en la real villa, donde hizo noche, en el crudo enero de 1702 cuando, camino de Guadalajara y Madrid, el temporal de nieve lo retuvo en las casas palacio de don Sebastián de Olier, uno de sus hombres de confianza.

   Familia de don Sebastián, y descendiente de una de las muchas familias que llegaron a la villa al promedio del siglo XVI, tras la pacificación de los reinos bajo la corona de doña Isabel de Castilla, don Lorenzo de Serantes nació en los primeros días de mayo de 1682, siendo bautizado el 8 de mayo de aquel año en la iglesia de San Juan. Entonces, y desbancando ya a las que fueron iglesias principales de Atienza, Santa María del Rey y la Santísima Trinidad, convertida en una especie de colegiata para la nobleza segundona que poblaba la villa.



   Era hijo de Francisco de Serantes, natural de Atienza, donde nació en 1640 y de María Antonia Fernández de Sandoval, nacida de Huete, en la provincia de Cuenca. Población unida tradicionalmente a Atienza por vínculos de historia.

   El matrimonio de los padres se llevó a cabo en Huete el 18 de marzo de 1663, y de él nacieron varios hijos que fallecieron niños, quedando con vida nuestro don Lorenzo, junto con Ana, Tomasa, Ignacio, Martín, Miguel, Francisco y Josefa. Las familias, en aquellos tiempos, solían ser de prolongada prole.

   En Atienza desempeñaba don Francisco de Serantes el cargo de Caballero de Campo del Rey, heredando los cargos que desempeñó su padre, abuelo de nuestro protagonista, de nombre, igualmente, Lorenzo Serantes. Cargos tan propios como los de Alcaide y Regidor perpetuo de Atienza, a donde llegó para desempeñarlos desde Madrid, su patria de nacimiento. A cuyo capital regresaron los descendientes a fines del siglo XVIII, cuando Atienza comenzó a perder una parte importante de su antiguo abolengo.

   Nuestro don Lorenzo continuó la tradición militar de la familia, entrando en el ejército y tomando parte activa, como capitán de caballos, en la Guerra de Sucesión, donde tantos atencinos de recio apellido de distinguieron para la historia del reino, inclinándose por el rey Felipe V quien, al término de las batallas, le dio distintos cargos en la Corte que era el final de todo pretendiente a alcanzar gloria.


   A pesar de ello estuvo ligado a la villa hasta su muerte, en torno a 1765 bajo el reinado de Felipe VI. Su huella se deja sentir en Atienza durante los principales años de su vida, los que medían entre el éxito en las batallas y la muerte, pues perteneció a un buen número de cofradías atencinas, entre las que figura la de Hidalgos Caballeros de Santiago, en la que ingresó el 9 de mayo de 1710. En esta desempeñó todos los cargos a que se comprometían sus cofrades, llegando a ser alcaide, o prioste de la hermandad, máximo cargo de la misma.

   En la Corte, y a la cercanía del rey, fue también Alcalde de la Santa Hermandad en 1715 y Caballero de Campo entre 1717 y 1719. La Santa Hermandad, que tras la creación del cuerpo por Isabel la Católica ha sido definida como el primer cuerpo policial de Europa.

   Su matrimonio con una sobrina del marqués de la Paz, don Juan Bautista de Orendaín, lo llevó a aquellas y más altas misiones en la Corte, ante todo cuando el marqués alcanzó el nombramiento de Secretario de Estado, y para no ser menos que sus antecesores en el cargo, se enemistó con el duque de Riperdá, quien ocupó el mismo puesto con anterioridad. La rivalidad entre ambos llegó al extremo de que, en medio de un sinfín de acusaciones, don Juan Bautista de Orendaín mandó encarcelar al duque de Riperdá, don Juan Guillermo, un aventurero flamenco que llegó con su majestad e hizo fortuna, y algunas cosas más, al calor de sus cargos.

   El marqués de la Paz encerró al duque en las torres del Alcázar de Segovia, acusado de un delito que hoy nos suena demasiado, y juzgan los jueces. Y que entonces juzgaban los políticos, y se escuchaba un poco menos: malversación de caudales públicos.

   En el alcázar segoviano se encontró Riperdá durante algunos meses, custodiado por el entonces Alcaide de la fortaleza, don Antonio González Clavo, de quien cuenta la historia, trató al prisionero con los cuidados y corrección que merecía su categoría hasta que la muerte, a causa de unas fiebres malignas, sorprendió a don Antonio el 22 de junio de 1727 y su lugar, por mandato de su tío consorte, el marqués de la Paz, lo ocupó nuestro paisano, de quien vuelve a contar la historia que al prisionero, tras unos meses de buena convivencia, le retiró todas las comodidades que le diese su anterior carcelero, haciendo su vida incómoda e injusta, como entendió don Lorenzo que había de ser la de un hombre acusado de graves delitos contra el reino, y que en los calabozos los comenzaba a pagar.

   Don Lorenzo de Serantes, quien vivió en el Alcázar junto a su mujer, hijos y criados, llevada entre ellos, como asistenta de su esposa, a una joven natural de Tordesillas, Josefa Faustina Martina Ramos, de quien igualmente se cuenta que, enamorada del duque de Riperdá, no paró de urdir engaños y, sirviendo de enlace entre el duque, la duquesa y sus amistades, comprando voluntades e interesando en el asunto a algunos miembros de la guardia, logró que el duque de Riperdá escapase de la prisión descolgándose a través de los muros del alcázar en la noche del 30 de agosto de 1728, huyendo del reino en dirección a Toledo, para terminar refugiándose en Portugal, desde donde trató de alcanzar el perdón real y, sin conseguirlo, y ante el temor de que la cercanía lo devolviese a los calabozos españoles marchó al más lejano reino de Marruecos, donde murió, en Tetuán, años después. Josefa Faustina Martina Ramos, la criada enamorada, lo acompañó hasta el final de sus días, demostrando que el amor era sincero.


   No nos cuenta mucho más la historia en cuanto a lo sucedido con posterioridad a nuestro Don Lorenzo Serantes, de quien se dice que, salvo el tropiezo de la fuga de Riperdá, fue un buen alcaide que levantó de las ruinas el alcázar, tras muchos años de abandono. Antonio Ferrer del Río lo hizo coprotagonista de una de aquellas novelas históricas a la moda del siglo XIX: De Patria en Patria, editada en París en 1861, en donde Atienza también ocupa el lugar que le corresponde, como patria natal del carcelero burlado. Y es que, en ocasiones, la vida de nuestros personajes se convierte en guion de novela, cuando no de cuento.

   De cualquier forma, la historia, tan amena en tantas ocasiones, nos depara sucesos que, adentrándonos en ellos, nos guían por los enriscados senderos de lo desconocido y abren puertas al conocimiento de hechos, y gestas, que pudieran parecernos impensables, por la distancia del tiempo. Y, emparentados con la leyenda, son tan reales como la vida misma.


Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Semanario Nueva Alcarria
Guadalajara, 14 de septiembre 2018

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