LA CASA DE PIEDRA, NOVENTA AÑOS DESPUÉS.
El 5 de junio de 1928 el rey Alfonso XIII
se asomó a su balcón…
Al Rey, que fue el primero en llegar, ya lo
estaba esperando el vecindario de Alcolea de las Peñas en aquella rumbosa tarde
de junio de 1928. De Molina salieron prácticamente en procesión, Su Majestad y
el acompañamiento, pero los dejó por el camino.
Su Majestad era un as de las carreteras españolas. O dicho de otra manera, a don Alfonso le pirraba la velocidad y los coches que poder corrían por las limitadas carreteras de nuestras provincias. Solía suceder que quienes le seguían lo solían perder por los horizontes al no poder mantener la velocidad que Su Majestad imponía a sus vehículos, ni el riesgo que asumía en una conducción en ocasiones temeraria. En esta no había mucho lugar a pérdidas. La carretera que traía desde Molina se detenía de sopetón ante el cruce de Alcolea del Pinar, donde se encontraba la piedra que tenía una casa dentro.
Su Majestad era un as de las carreteras españolas. O dicho de otra manera, a don Alfonso le pirraba la velocidad y los coches que poder corrían por las limitadas carreteras de nuestras provincias. Solía suceder que quienes le seguían lo solían perder por los horizontes al no poder mantener la velocidad que Su Majestad imponía a sus vehículos, ni el riesgo que asumía en una conducción en ocasiones temeraria. En esta no había mucho lugar a pérdidas. La carretera que traía desde Molina se detenía de sopetón ante el cruce de Alcolea del Pinar, donde se encontraba la piedra que tenía una casa dentro.
La Casa de Piedra, y Lino Bueno, todo un símbolo para Guadalajara
¡Quién lo iba a decir! Quién iba a pensar
que dentro de aquel roquedal pudiera habitar un hombre con su familia en los
albores del siglo de las luces. Pero así era. El hombre se llamaba Lino Bueno
Utrilla y era natural de un pueblecito soriano llamado Esteras de Medinaceli.
A Lino Bueno y su mujer, Cándida Archilla, la
fama les llegó ocho años atrás, cuando a alguien que pasaba por allí, como don
Quijote camino de Barcelona, se detuvo donde Lino amansaba la roca a golpe de
pico, maza y puntero, le hizo cuatro preguntas, tomó un par de imágenes y las
lanzó al mundo de la prensa con aquello de: “Una casa en plena roca”. Corría el mes de agosto de 1920.
Trece años llevaba Lino adiestrando la
piedra para que desalojase lo que le sobraba a fin de hacer, como Miguel Ángel
con su David florentino, la escultura de su vida. Seguro que, de habérselo
propuesto, hubiese superado al maestro italiano, y en algo lo hizo. El de
Caprese dio el último toque a su obra tres años después de comenzada. Cuando la
obra de Lino saltó al mundo llevaba trabajando en ella trece años, y todavía
faltarían otros doce antes de que la edad, o la naturaleza, pusieran punto
final a su trabajo, con su muerte. Lo único que se interpuso en el camino de
dar a la comarca, y a la provincia de Guadalajara, un rascacielos metido en un
pedrusco.
Rascacielos. Llamaron al pedrusco horadado,
las páginas de La Lectura Dominical;
y héroe de la Patria a Lino Bueno quien, en 1925 cuando del rascacielos se hablaba, contaba con la
saludable edad de setenta y cinco años: Es
corto de estatura, como Aníbal, como Filippo y Napoleón… Para ser héroe no hace
falta andar en zancos…
La
Casa de Piedra recibió, antes y después de la visita del Rey, a todo
tipo de personas, desde periodistas y fotógrafos, a los Gobernadores
provinciales
La historia de cómo le llegó la pedrusca a Lino es harto
conocida. La literatura, y los literatos, se han encargado de añadir leyenda
con arte a aquella asombrosa voluntad de quien lucha por tener un techo para la
familia. Mucho más cuando la lucha se llevó a cabo en tiempos en los que ser
pobre acarreaba el desdén de quienes podían comer a diario, y tenían, todas las
noches, cama con colchón blando sobre el que recostar los huesos bajo otro
techo que no fuese el de las estrellas y la luna.
Unos años antes de que el Rey se parase a
ver la casa, don Antonio Lleó, Inspector de Trabajo de Guadalajara, propuso al
entonces Instituto Nacional de Previsión que se concediese a Lino Bueno una
pensión con la que poder subsistir hasta el final de sus días. Ocurría en el
mes de marzo de 1925. Dos años antes, en 1923, alguien solicitó del Sr. Conde
de Romanones eso mismo, la pensión y el reconocimiento: mil o mil quinientas pesetas anuales. Pero el Conde tenía asuntos
más importantes a los que atender.
El Instituto en cambio respondió que sí al
Sr. Lleó; que le pondrían una paga, pero modesta, o acorde a los tiempos;
pensión que podría aumentarse si, llegado el caso, la provincia se animase a
igualar la cantidad que el Estado aportaría y, ni corto ni perezoso, don
Antonio Lleó se dirigió a la prensa provincial a fin de abrir una suscripción
popular por la que se logró que la familia tuviese una pensión de una peseta
diaria. La cartilla con el dinero de la pensión, acompañado del homenaje
popular, se le entregó el 22 de julio de ese año, con el añadido de que,
igualmente, se le hacía entrega del título de propiedad de la roca casa. En
pocas ocasiones se había visto Alcolea del Pinar tan engalanada para recibir al
Sr. Gobernador; al Subdirector del Instituto de Previsión; al presidente de la
Diputación, e incluso a don Hilario Yabén, en representación del Sr. Obispo de
la diócesis. Y en medio de todos, Lino Bueno se retrató pico en mano.
De la visita del Rey, aquella tarde del 5 de
junio, quedó en la fachada del pedrusco una placa recordando el evento. Placa
que se le brindó poco después del paso de Su Majestad y que alguien desbarató
poco después de la marcha de Su Majestad al exilio, por el abril del 1931. Fue
repuesta, por suscripción popular, el
19 de julio de 1960, con el cronista provincial, Francisco Layna, a la cabeza
de los solicitantes, y de quienes aquel día se reunieron para descubrir la
reposición y ponerlo, como lo hicieron cuantos lo conocieron, como ejemplo de
hombre trabajador, y de voluntad.
Lino Bueno, que tan popular llegó a hacerse
en toda España, a la hora de su muerte ya se le conocía como “Lino el de Alcolea”. Atrás había quedado
lo de “Torralba”, el mote; y las
risas de quienes pensaron que su sueño quedaría en eso, en un sueño. Para entonces todo era admiración. La
noticia de su muerte ocupó portada en muchos medios de prensa con aquella otra
que decía que en un lugar de la lejana Colombia un famoso cantante de tangos,
Carlos Gardel, había muerto también en un accidente de aviación; la noticia
salió al mundo el 25 de junio de 1935.
Francisco
Layna fue el promotor de la reposición de la placa que recordaba el
paso del Rey Alfonso XIII, retirada al proclamarse la República
Y la
casa roca la conocía toda España, hasta la Real Academia de la Historia, que comisionó
a unos cuantos de sus académicos para comprobar que la roca, por dentro, no
pertenecía a tiempos prehistóricos. Que pocos se creían que aquel pedrusco
fuese vaciado por las manos de un hombre.
El Rey don Alfonso XIII sí que lo creyó. Y
allí, a la frescura del portal, se comió unos bollos de manteca, y unas
galletas que alguien le trajo a la señora Cándida para agasajar al monarca. Y
se asomó al balcón, mientras el mecánico le revisaba la dirección del vehículo,
que Su Majestad notó que tenía cierta holgura, mientras llegaban los ministros
y el acompañamiento de generales y periodistas. Los fotógrafos gastaron sus
placas en la hermosura de Molina, donde aquella mañana se descubrió el
monumento a uno de sus héroes, el capitán Arenas. Así que la casa roca tuvo que
esperar alrededor de cincuenta años para que otros reyes se retratasen en aquel
balcón, sus nietos.
Para entonces Lino ya hacía mucho tiempo
que pasó a ser leyenda. A recordarse,
con nombre y foto, en la provincia de Guadalajara y fuera de ella. A recordar
aquellas palabras que, mucho tiempo después de
iniciada su obra, se escuchaban lejanas, muy lejanas:
-…
la gente me decía: “¿pero pa qué pica usté ahí?”; y yo contestaba: “Pos que me
quiero hacer una casa”. “¿Una casa ahí, en la piedra”? “Sí –decía yo”. Y
entonces las gentes se reían y se iban por el pueblo diciendo: “El tio Lino ha
de estar loco, pues no se ha puesto a picar en una piedra pa hacerse una casa
dentro…” Pero yo no hacía caso de hablás. Yo, como si no, pica que te pica…
Alcolea
de las Pinar ha alcanzado renombre a través del siglo XX gracias a su
"Casa de Pidra", la de Lino Bueno y Cándida Archilla
Y, picando y picando, vació la piedra. Y
dentro de la piedra, esculpió su casa. Y aquella tarde del 5 de junio de 1928,
Su Majestad, don Alfonso, se metió la
mano en el bolsillo y sacó unos billetes que, todos juntos, sumaban cien
pesetas. Y los ministros acordaron que, por su trabajo, merecía una medalla. La
del Trabajo. Que es sinónimo de voluntad.
Después llegaron los periodistas, y los
escritores, desde Miguel Mihura a Luis Carandell. Y los fotógrafos, desde
Francisco Goñi a Juan Miguel Pando.
La memoria de Lino Bueno, Cándida Archilla y
su Casa de Piedra.
Tomás
Gismera Velasco
Semanario
Nueva Alcarria. Guadalajara, 15 de junio de 2018
LA CASA DE PIEDRA, EL LIBRO, PULSANDO AQUÍ
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