ARRIEROS, TRATANTES Y MULETEROS DE
GUADALAJARA
Atienza y Maranchón estuvieron a la cabeza
en el comercio de ganado mular en la provincia
A pesar de que hasta finales del siglo XIX
no fue un comercio enteramente lícito, el de la trata, compra, venta y cría de
ganado mular; a finales del siglo XVIII Atienza, si caso hacemos a don Pedro
Rodríguez de Campomanes, estaba a la cabeza, dentro de la provincia de
Guadalajara, de los muleteros, o
tratantes de mulas, de esta tierra. Algo que nos confirman las respuestas a
aquel famoso interrogatorio para la única contribución, el famoso Catastro de
Ensenada, en donde aparecen en la villa castillera, dedicados parcialmente a
este comercio, nada menos que setenta y una personas.
Setenta y un tratantes que, unidos a las dos
docenas que se juntaban entre Madrigal, Miedes, Cincovillas, Alcolea de las
Peñas y Paredes, nos dan cuenta de que la compra y venta de mulas, por aquí era
un emporio de grandes dimensiones. Las traían, los de Atienza, de Vizcaya,
Asturias, Zamora y León; tierras frías, ya que al parecer la mula se criaba
mejor en aquellas que en las templadas. Las adquirían a bajos precios y en
Castilla, Valencia, Aragón y La Mancha las multiplicaban el precio.
Todo ello fue mucho antes de que apareciesen
los famosos muleteros de Maranchón, que a todos estos les comieron el negocio
en un pis pás. Los de Maranchón permanecieron en el tiempo y la memoria
colectiva a través de la literatura y los de Atienza se quedaron a verlas venir
y pasaron, obligatoriamente, como sus arrieros, al olvido. Es una consecuencia
de la unión. Mientras que los de Maranchón acudían unidos a las ferias, para
comprar a la baja y repartirse las ganancias sin perjudicarse mutuamente; los
de Atienza, más individualistas, fueron siempre a su aire, mirando a ver a
quien podían perjudicar en su propio beneficio, eliminando la competencia sin
fijarse que, al final, terminarían devorándose ellos mismos. Y así fue como
desapareció la muletería de Atienza y localidades aledañas, mientras que en
Maranchón creció hasta extremos nunca vistos por cualquiera parte de España.
No está clara la fecha del inicio del
negocio de la muletería en Maranchón, si bien es sabido que fue bastante
posterior a la Guerra de la Independencia, y a su famosa feria, que dio
comienzo en 1806 para celebrarse en coincidencia con la Virgen de los Olmos, el
8 de septiembre, en competencia con otras comarcanas, como la primera
septembrina de Jadraque, que tenía fecha fija en el 8 y el 9 de ese mes, antecesora
de la de San Mateo, a partir del 21.
El recientemente desaparecido José Ramón
López de los Mozos, cronista de Maranchón, entre otras cosas, dio a la luz
pública un documento de venta de una mula entre maranchoneros y vecinos de
Quer, mediante contrato signado en el otoño de 1825. Pero el documento habla,
claramente, de una mula.
De muchas más tenemos constancia cuando ya
la población se dedicaba abiertamente al negocio, cuando en los últimos
estertores de la primera guerra carlista los partidarios del pretendiente don
Carlos de Borbón, en su retirada en el invierno de 1840, estragaron los de la
comarca molinesa y al pasar por Maranchón, como no pudieron llevarse otra cosa,
marcharon con las mulas que sus vecinos tenían preparadas para la feria de
Tendilla.
Es la primera constancia oficial de la
muletería con mayúsculas de que tenemos constancia. Ya que el pueblo quedó con
aquello medio arruinado, si bien no tardaría en reponerse, ya que años después
los maranchoneros eran los amos de todo bicho viviente en las ferias de
Barbastro, Huesca, Betanzos o Zamora.
Llegaban, a las ferias de San Andrés de
Huesca, en la última quincena de noviembre, las mejores mulas y muletas de los
Pirineos, el Alto Aragón y el Sur de Francia, y allá acudían los de Maranchón a
proveerse de material, adquiriéndolas por cientos, desde la década de 1870, de
la que tenemos constancia. A partir de la década siguiente la prensa se fue
haciendo bocas del trato de esta gente; de lo mucho que compraban y vendían, y
lo bien recibidos que eran por aquellas tierras en las que, en la mayoría de
los años, por sí mismos, salvaban la feria con su negocio, destacando, entre
los mejores en el arte de la muletería don Pablo Castellote, patriarca de toda
una generación de muleteros que llegó a adquirir, en las ferias de 1924 nada
menos que 16 mulas a 2.000 pesetas por cabeza cuando el precio medio rondaba
las 1.200. Sabedor de que, además de ser las mejores, ya que provenían del
valle del Tena, las vendería en las ferias de Castilla, prácticamente, a precio
doblado.
En otra ocasión, se nos cuenta por aquellos
pagos, los de Maranchón embarcaron sus mulas en nada menos que un centenar de
vagones de tren; en cada vagón una media de 20 ejemplares, con destino a Arcos
de Jalón, estación más próxima a su localidad.
En aquellas ferias dominaban el negocio de
las mulas lecharas o lechuzas, las recién destetadas; las veintenas y, sobre
todo, las treintenas, que ya se podían poner a trabajar y constituían la flor y
nata de un negocio que les dio tan increíbles dividendos que convirtieron la
villa de Maranchón en una pequeña urbe a cuenta de sus increíbles caserones,
donde invirtieron sus riquezas. En aquellos caserones y en la Banca Villodas
que tras la quiebra, a 25 millones de pesetas de la época ascendió el desfalco
llevado a cabo en los inicios de la década de 1890, dejó a los de Maranchón
como el gallo de Morón, sin plumas y cacareando, ya que entre la media docena
de familias que se dedicaban a la trata mular perdieron, en la ruina de la Villodas,
más de un millón de pesetas; que eran muchas pesetas para aquellos tiempos.
Suerte tuvieron que, unos años después,
vinieron los cañones a alborotar la tierra. Y es que las guerras, ya se sabe,
son la caja de la que unos sacan beneficio, mientras otros pierden lo que
tienen en propiedad, tal que la vida. Los tratantes de Maranchón, entre 1914 y
1919 ganaron auténticas fortunas con la compra venta de mulas, ya que
prácticamente se agotó la especie de los Pirineos hacía arriba, y de los
Pirineos hacía abajo, de Zaragoza a Lisboa, los de Maranchón compraron todo
bicho que se les puso al alcance y dominaron, como si de una multinacional se
tratase, el comercio de la mula.
Un animal que, desde que el mundo es mundo y
el hombre fue creado a imagen y semejanza del Altísimo, no fue bien visto,
precisamente porque no había sido creado por Dios. Así que, desde que el mundo
es mundo, sin lograrlo, se dictaron órdenes reales en busca de su desaparición.
No ha sido un tema muy tratado, el de la
muletería, en los foros etnográficos, salvo ligeras incursiones por algunos
estudiosos maranchoneros, y de la comarca de Molina, entre los que destaca don
José Sanz y Díaz; pero siempre ha sido un tema atrayente; en parte porque la
literatura los lanzó a la posteridad, desde Galdós, en 1902, a Pío Baroja, años
más tarde; del mismo modo que fueron pasto del papel de periódico, desde la
famosa Ilustración Española y Americana, a la no menos célebre “Blanco y
Negro”.
Por eso llama la atención el que, lejos de
Guadalajara, en Campanario, en la provincia de Badajoz, que también fue patria
de muleteros con clase, se dediquen unas jornadas al estudio etnográfico de la
muletería. Nada menos que treinta asociaciones culturales se dan cita para
tratar de la etnología y etnografía de aquellas tierras que, anualmente,
dedican a una profesión desaparecida o suceso histórico digno de recuerdo. Este
año toca hablar de tratantes de mulas. Y sus organizadores ah tiempo que
fijaron la mirada en la provincia de Guadalajara, y en lo publicado por quien
esto escribe, en torno al oficio. Y en Campanario, a honra y
gloria de los muleteros pasados, el firmante tendrá el honor de abrir los
cursos, para hablar de aquellas gentes que tan gozosamente retrató don José
Sanz y Díaz, metidos en su negro blusón. Y parloteando en chalán.
Los muleteros de Maranchón.
Tomás
Gismera Velasco
Guadalajara
en la memoria
Nueva
Alcarria de Guadalajara, Viernes 13 de abril de 2018
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