GUADALAJARA:
EL PAÍS DE LA SAL
El
distrito salinero de Atienza-Guadalajara distribuyó sal a toda Castilla
Tomás
Gismera Velasco
Un paisaje blanco comienza por estas fechas a tomar las tierras rojizas
de una parte importante de la provincia de Guadalajara, desde sus confines con
la provincia de Soria hasta la de Cuenca, a través de los antiguos partidos
judiciales de Atienza, Cifuentes y Molina de Aragón. Es el paisaje de la sal.
Con los primeros calores el agua se evapora y deja en la tierra esa blancura. En
la actualidad todas aquellas salinas que dieron vida a un numeroso grupo de
poblaciones se encuentran en total abandono. Las explotaciones se acercan al
medio centenar, dejándonos el triste espectáculo de una industria que fue la
primera en la provincia hasta el primer decenio del siglo XX. A través de Imón,
La Olmeda, Riba de Santiuste, Ocentejo, Tierzo, Alcuneza, Castilnuevo… y tantas
más, Guadalajara, o mejor, Atienza, a través de la sal, puso su nombre en la
mesa de Castilla, y no sólo en la mesa.
Aquellas salinas, que ya explotaron los romanos y que con la Reconquista
pasaron a ser propiedad de nobles caballeros que acompañaron a los reyes,
fueron utilizadas para algo más que aliñar las ensaladas de lechuga y tomate o
salar jamones. En aquellos lejanos tiempos en los que la sal de la tierra
comenzó a explotarse a nivel industrial no existía mejor método de conservación
que la sal. Y servía tanto para conservar los alimentos, como los cadáveres
reales en sus largos y aparatosos traslados en pos de encontrar la sepultura
eterna.
Tanto es así que hubo un rey, Alfonso X el Sabio quien, dándose cuenta
del poder del mineral decretó, o llegó a la conclusión, de que las salinas
habían sido puestas en la tierra por Dios Señor nuestro para bien de los reyes
de la tierra, y pasaron a ser, por orden suya, patrimonio de la corona. A
partir de entonces las minas de sal fueron suyas y el rey las administraba, y
arrendaba y gobernaba, convirtiéndose en uno de los mayores valores de la Casa.
Hoy las salinas, esas explotaciones que por Imón, La Olmeda o Tierzo
vemos abandonadas a su suerte, son recuerdo de tiempos mejores. Hubo unos en
los que contó con sus propios guardianes; los albareros primero, los guardas de
la sal después, quienes a lomos de sus caballos entraban en los pueblos, y en
las casas, para registrar en las arcas de los aldeanos y comprobar que en ellas
estaba esa sal que el rey les ordenaba tener. Y es que hubo un tiempo en que
cada uno de los millones de súbditos reales estaba obligado, por ley, a
consumir una determinada cantidad al año; y todos los animales que pisaban la
tierra de Su Alteza, o Majestad, también estaban obligados a consumir una
determinada cantidad de sal al año; y si el rey se veía obligado a ir a la
guerra y carecía de fondos, aumentaba en unos reales, o maravedíes, el precio
de la fanega de sal; tanto para la guerra como para el pago de las tropas, la
apertura de un camino, levantar un monasterio o dar, al Señor de los Cielos, el
gobierno de una catedral.
De las salinas de tierra de Atienza, cerca de doscientas explotaciones
se llegaron a contabilizar pertenecientes a esta tierra, desde Miedes pasando
por Romanillos y llegando a los confines de la provincia de Guadalajara con
Cuenca, no sin antes meterse en la raya soriana para abarcar en la misma mano
las industrias salineras de Medinaceli, que también pertenecieron a la sin par
industria salinera centrada en Atienza, salieron los fondos que ayudaron a
levantar la catedral de Sigüenza, el monasterio de San Lorenzo de El Escorial,
el Palacio de la Granja de San Ildefonso, o el Colegio de las Recogidas, de
Madrid.
Los caminos de la sal recorren hoy en día ambas Castillas como lo
hicieron las famosas cañadas de la trashumancia. A su vera se levantaron las
mejores posadas para que, desde Burgos a Imón o La Olmeda, los arrieros
encontrasen descanso para sus cuerpos y cebada para sus bueyes, que a cientos,
en estos tiempos, comenzaban a recorrerlos con la pesadez que únicamente son
capaces unos cuantos centenares de bueyes que, a su paso, alteraban la vida de
los lugares en los que hacían alto, porque se comían su grano y su pasto y se
bebían sus aguas.
Había, también, un tráfico ilegal de esa sal que era riqueza para el
hombre, y necesidad hasta tiempos recientes. Pero para eso estaban los
albareros, y los guardianes, y sus vigilantes, en forma de los administradores
reales que lograron de una de aquellas cortes presididas por sus Católicas
Altezas, don Fernando y doña Isabel, que se decretase, para los infractores de
la ley, una de muerte que, cuenta la historia, nunca se llegó a aplicar, pero
ahí estaba: la pena de muerte por saeta. Que era tanto como morir fusilado… de
un disparo de ballesta.
Claro está que los reyes no ejercían directamente la administración de
sus salinas. Las arrendaban a gentes que, a cambio de buenas sumas de dinero,
terminaban haciéndose ricos. Primero fueron judíos segovianos los que
arrendaron las del partido de Atienza; más tarde banqueros genoveses; el último
arrendador de la sal comarcal fue don José de Salamanca, el marqués que se hizo
rico a costa de esquilmar sus instalaciones. En medio muchos otros hombres que,
para evitar las corruptelas, puesto que la sal era mineral que podía ser
fácilmente alterado y de mucho riesgo para meter la mano en la caja, no
permanecían en sus cargos más de dos años seguidos; ni los guardas, para que no
hiciesen amistades y que de la amistad surgiese el riesgo de la corruptela.
Claro está que hubo salinas que desde los comienzos de la reconquista de
la tierra siguieron en manos de aquellos a los que el rey conquistador se las
dio y luego Felipe II se las quitó a cambió de algún que otro señorío y
multitud de prebendas, para que la sal, toda y sin riesgo, fuese suya, del rey.
Su Sucesor, Felipe IV, ordenó el primer censo conocido, el de la Sal, para que
todos sus súbditos supiesen la cantidad que tenían que consumir anualmente.
Los libros ayudan a su conocimiento |
Las Salinas de Tierra de Atienza guardan tras ellas una de las historias
más desconocidas, y de mayor calado, de la provincia de Guadalajara. Es un
mundo que se ha trabajado muy poco y que empieza ahora, a través de algunos
libros, a descubrirse.
La “Historia de las Salinas de Tierra de Atienza” es un monumento a esa
industria que desapareció con el tiempo porque las autoridades provinciales
entendieron en su momento que no era bueno invertir en industrias que se
encontraban en manos de personas ajenas a la provincia. Sucedía a finales del
siglo XIX, después de que la sal, producto estancado, como el tabaco o la
gasolina, fuese liberada de ese comercio exclusivo cuyos beneficios iban,
directamente, a las arcas del Estado. La sal, el petróleo de su tiempo. La
Historia de las Salinas de Tierra de Atienza un mundo apasionante, que
engancha.
Las salinas del partido de Atienza fueron liberadas, y adquiridas, las
de Imón y La Olmeda por industriales sorianos y catalanes. Otras muchas se
abrieron a terceros. Aquellas que la Majestad de Felipe II ordenó cerrar o
destruir a partir de 1562, desde las del Gormellón, en Cercadillo, que fueron de
los Mendoza y de don García de Vargas, a las de Morenglos o Miedes de Atienza,
que gobernaron damas de la Católica doña Isabel.
LA TIERRA DE LA SAL |
El gran filón de sal, como si de plata u oro fuese, ha de encontrarse en
la cresta serrana, entre Romanillos de Atienza y Bochones; por aquellos
parajes, fácilmente, como en las de Iniesta, en la provincia de Cuenca, podría
hacerse una cata y sacarse la sal en bloques. Por allí se registraron, cuando
la sal era negocio seguro, tres explotaciones de místicos nombres: Fe, Caridad
y Esperanza.
En la actualidad hay un proyecto europeo que, como tantos, trata de
reactivar estas explotaciones, que tienen tirón turístico y han de ser, en la
provincia, objeto por descubrir, mantener y conservar. Los libros ayudan a su
conocimiento, pero también las autoridades provinciales debieran de poner en
valor un paisaje, el de la sal, y una tierra, la de las salinas, que fue, a lo
largo de diez siglos, la seña de identidad de una provincia que, por estos
días, cambia su color rojizo por el blanco, y no es de nieve.
En Nueva Alcarria de Guadalajara, Viernes, 7 de julio 2017
En Nueva Alcarria de Guadalajara, Viernes, 7 de julio 2017
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