viernes, junio 16, 2017

Hiendelaencina. Memoria de Feria y Plata



Hiendelaencina.
Memoria de Feria y Plata


   Don Cosme Horna Casado, Alcalde que fue de Hiendelaencina en aquello años en los que Hiendelaencina pasó de ser un mísero poblado a convertirse en la “California española”, ideó para su pueblo un  buen número de realizaciones, muchas de las cuales no llegarían a materializarse, aunque lo intentó.


   Durante su mandato, que fue breve en razón a los tiempos que se vivían, y a que los alcaldes no permanecían en sus cargos más de dos años seguidos, para evitar las corruptelas, se trazó parte de la nueva Hiendelaencina que, dejando atrás las casas de lajas de pizarra trataría de convertirse en aquel nuevo pueblo de calles amplias, plazas bien trazadas y edificios a la moderna. Con una gran plaza presidida por una hermosa iglesia, la de Santa Cecilia; una gran posada, la de los mineros; y unas imponentes casas, hasta entonces desconocidas, las de don Antonio Orfila como principales.




   Hiendelaencina entonces pugnaba, dentro y fuera de la provincia por ser, ante todo, un proyecto de futuro. Toda una capital; con sus mesones, sus tabernas, sus casinos, sus casas de lenocinio, su cuartelillo de la Guardia civil, sus pudientes franceses, sus no menos pudientes ingleses, y su enjambre de hombres que iban y venían desde Almadén, de Valencia, de Tamajón o Checa, para meterse en las profundidades de la tierra y tratar de arrancar de aquellas inmensas profundidades la plata que había de servir para fabricar moneda y hacer ricos a unos cuantos. A tantos que, algunos de ellos, como aquel don José María Lens que de militar se pasó a minero y de minero a político, gastó la mitad de su vida en tratar de que Hiendelaencina, porque entonces era más, terminase de una vez por todas con el poderío jurisdiccional de Atienza, y se alzase en cabeza de partido judicial. A punto estuvo de llevarse el gato al agua tras unas agrias y prolongadas sesiones de debate en el pleno de la Diputación provincial.

   Don Cosme Horna Casado, bien asesorado por sus ediles, la mayoría pertenecientes al gremio de la mina, solicitó del Gobierno del reino la realización de dos ferias anuales en la población. Dos ferias, su pueblo no se merecía menos, a celebrarse en la primavera y el otoño. La primera para los últimos días de mayo; la segunda, por fastidiar, coincidiendo con la segunda de Atienza, la tercera semana de septiembre. Para irle quitando a la villa un poco de su lustre.  Se concedieron por Su Majestad la Reina Doña Isabel (q.D.g.), por Real Decreto del mes de mayo de 1861, para los días 22, 23 y 24 de mayo, y para el 16, 17, 18 y 19 de septiembre. Pero ese año, por cuestiones logísticas, no se pudieron celebrar. Por lo que tuvieron que dejar para 1862 el inicio de su historia.
   Ya venía celebrando Hiendelaencina, desde 1848 o 49, uno de aquellos mercados que reunía en su proyecto de plaza Mayor a toda la Serranía y parte de la provincia. Miles de personas, según cuentas, se congregaban en el entorno, con el disgusto de extraños; es decir, de los principales pueblos comarcanos, Cogolludo, Jadraque y Atienza, que veían cómo sus naturales se desplazaban, aunque el viaje les costase tres, cuatro o cinco horas, hasta la minera aldea, para llegar a las últimas novedades y mejores productos que se ofrecían en cien kilómetros a la redonda.

   Aquel desplazamiento tenía sus consecuencias, pecaminosas. La primera porque tenía lugar en domingo, día del Señor. La segunda, porque quienes acudían al mercado de Hiendelaencina no podían hacerlo, porque no se puede estar en dos sitios a la vez, a la iglesia.









   El “desconocido sacerdote de la diócesis de Sigüenza”, que escribió o publicó en 1886 el Nomenclátor de la Diócesis, nos dice que Hiendelaencina celebra –en aquel tiempo- su mercado los domingos: con incalculable perjuicio moral para los pueblos circunvecinos, por celebrarse en ese día, domingo. Nada que ver con el párroco de Zarzuela de Jadraque quien, a través de su Ayuntamiento, movilizó a toda la Serranía para tratar de que el mercado dominguero de Hiendelaencina dejase de celebrarse. El Alcalde de Zarzuela se dirigió, a través de carta digna de todo un académico de la lengua, a los pueblos circunvecinos para hacerles ver que sus administrados se dirigían, sin lugar a dudas, a la antesala del infierno. Al lugar en el que confluían todos los vicios: Hiendelaencina. ¡En domingo!

   La carta fue recibida por los alcaldes de Hiendelaencina, de Arroyo de Fraguas, La Nava, Umbralejo, La Huerce, Palancares, Cabezadas, Robredarcas, Semillas y Navas de Jadraque; los vecinos de los pueblos que, por unas o por otras, tenían que pasar por el término municipal de Zarzuela para dirigirse a Hiendelaencina, a su mercado. A través del párroco, el Ayuntamiento de Zarzuela legisló que quienes pasasen por su término, con carga o sin ella, en dirección o provenientes de Hiendelaencina, en domingo, se arriesgaban a fuertes multas imposibles de pago. Así que los vecinos de los pueblos comarcanos tuvieron la necesidad de hacer un gran rodeo para continuar acudiendo, en domingo, al mercado de Hiendelaencina sin pisar suelo zarzueleño.

   La feria primaveral de Hiendelaencina continuó atrayendo a propios y extraños, lo mismo que el mercado dominguero, que siguió celebrándose hasta bien entrado el siglo XX. La feria de septiembre, en cambio, no tuvo nunca ningún éxito. En Atienza había toros, toretes y novillos, que eso siempre atrae en cuanto a la fiesta patronal se refiere. En Atienza se corrían con motivo de su Cristo, y en Hiendelaencina, con mejores carteles, comenzaron a celebrarse novilladas en la década de 1870, estas tenían lugar por Santa Cecilia, que como patrona de la música tiene tiro, pero como atracción para los serranos, en tiempo poco menos que invernal, 22 de noviembre, ninguno.

   Decidió, el Ayuntamiento de Hiendelaencina, bajo el mandato de su honorable Alcalde, don Braulio Cuenca, trasladar las fiestas de la musical Santa Cecilia, a la festividad, tan encumbrada en la comarca, del Santo Pagador: San Miguel, el de septiembre.






   Las del primer año, 1908, fueron de esas que hacen época, porque además de lidiarse cuatro novillos por los más afamados coletillas de la época, llevaron a Hiendelaencina, por unos días, la luz eléctrica, y a los danzantes de Condemios, que por entonces eran, junto a los galvitos, las mejores representaciones del folclor serrano. También desfiló por sus calles la banda de música del Regimiento de Arapiles, que la música militar, por aquellos lejanos tiempos, añadía caché a cualquier festejo que preciarse quisiera.

   Lo malo fue que, cuando el tiempo no acompaña, todo se tuerce. Al año siguiente las nubes se alborotaron; los vecinos supusieron que aquello era cosa de la Santa, Cecilia, y unos cuantos, año tras año, trataron, el día de la patrona antigua, alborotar al pueblo a fuerza de petardos de dinamita, por hacer ruido. Finalmente las fiestas de San Miguel pasaron a mejor vida y el ayuntamiento capitaneado por D. Vicente Dulce decidió que mejor dejar las cosas como estaban, con Santa Cecilia por patrona y con San Miguel para lo que siempre estuvo: ajustar cuentas.

   La feria de San Miguel de Hiendelaencina, como las ferias del Cristo de Atienza, quedaron para mejor vida. Atienza las perdió, y Hiendelaencina también. No sólo perdieron las fiestas. Perdieron la plata, la población, los novilletes, el alboroto… Vamos, que menos el entorno, o el horizonte, lo perdieron casi todo.

   Hoy las ferias, de ganado, negocio y apretón de manos tras un suculento alboroque de vino y escabeche son recuerdo. En la Serranía de Guadalajara únicamente quedan, simbolismo de tiempos pasados, las de Hiendelaencina y Cantalojas; la despoblación, esa herida que se nos abrió y continúa supurando, acabó con todo. ¿Alguien será capaz de cicatrizar la herida que supura en nuestra tierra para que eventos como la feria de Hiendelaencina, aunque testimonial sea, continúen celebrándose?
   Don Cosme Horna Casado, el Alcalde que principió una feria, falleció el 21 de septiembre de 1898, pero no cabe duda de que, de vivir, sentiría cierto orgullo al conocer que, perdido en Hiendelaencina y en la Serranía casi todo, ciento cincuenta años después de su comienzo, su feria continua viva, a su manera, pero viva. 



   Sea pues, para estos tiempos que corren, con la plata de Hiendelaencina en el testimonio de las páginas de los libros que de ella hablan, o de la catedral de Arequipa y sus ocho arrobas de plata en custodia minera, la feria de Hiendelaencina, memoria de un tiempo que fue, y quiere continuar siendo.
   
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Semanario Nueva Alcarria. Guadalajara, 16 de junio de 2017

No hay comentarios:

Publicar un comentario

No se admitirán mensajes obscenos, insultantes, de tipo político o que afecten a terceras personas.