Hiendelaencina.
Memoria de Feria y Plata
Don Cosme Horna Casado, Alcalde que fue de
Hiendelaencina en aquello años en los que Hiendelaencina pasó de ser un mísero
poblado a convertirse en la “California española”, ideó para su pueblo un buen número de realizaciones, muchas de las
cuales no llegarían a materializarse, aunque lo intentó.
Durante su mandato, que fue breve en razón a
los tiempos que se vivían, y a que los alcaldes no permanecían en sus cargos
más de dos años seguidos, para evitar las corruptelas, se trazó parte de la
nueva Hiendelaencina que, dejando atrás las casas de lajas de pizarra trataría
de convertirse en aquel nuevo pueblo de calles amplias, plazas bien trazadas y
edificios a la moderna. Con una gran plaza presidida por una hermosa iglesia,
la de Santa Cecilia; una gran posada, la de los mineros; y unas imponentes
casas, hasta entonces desconocidas, las de don Antonio Orfila como principales.
Hiendelaencina entonces pugnaba, dentro y
fuera de la provincia por ser, ante todo, un proyecto de futuro. Toda una
capital; con sus mesones, sus tabernas, sus casinos, sus casas de lenocinio, su
cuartelillo de la Guardia civil, sus pudientes franceses, sus no menos
pudientes ingleses, y su enjambre de hombres que iban y venían desde Almadén,
de Valencia, de Tamajón o Checa, para meterse en las profundidades de la tierra
y tratar de arrancar de aquellas inmensas profundidades la plata que había de
servir para fabricar moneda y hacer ricos a unos cuantos. A tantos que, algunos
de ellos, como aquel don José María Lens que de militar se pasó a minero y de
minero a político, gastó la mitad de su vida en tratar de que Hiendelaencina,
porque entonces era más, terminase de una vez por todas con el poderío
jurisdiccional de Atienza, y se alzase en cabeza de partido judicial. A punto estuvo
de llevarse el gato al agua tras unas agrias y prolongadas sesiones de debate
en el pleno de la Diputación provincial.
Don Cosme Horna Casado, bien asesorado por
sus ediles, la mayoría pertenecientes al gremio de la mina, solicitó del
Gobierno del reino la realización de dos ferias anuales en la población. Dos
ferias, su pueblo no se merecía menos, a celebrarse en la primavera y el otoño.
La primera para los últimos días de mayo; la segunda, por fastidiar,
coincidiendo con la segunda de Atienza, la tercera semana de septiembre. Para
irle quitando a la villa un poco de su lustre. Se concedieron por Su Majestad la Reina Doña
Isabel (q.D.g.), por Real Decreto del mes de mayo de 1861, para los días 22, 23
y 24 de mayo, y para el 16, 17, 18 y 19 de septiembre. Pero ese año, por
cuestiones logísticas, no se pudieron celebrar. Por lo que tuvieron que dejar
para 1862 el inicio de su historia.
Ya venía celebrando Hiendelaencina, desde
1848 o 49, uno de aquellos mercados que reunía en su proyecto de plaza Mayor a
toda la Serranía y parte de la provincia. Miles de personas, según cuentas, se
congregaban en el entorno, con el disgusto de extraños; es decir, de los
principales pueblos comarcanos, Cogolludo, Jadraque y Atienza, que veían cómo
sus naturales se desplazaban, aunque el viaje les costase tres, cuatro o cinco
horas, hasta la minera aldea, para llegar a las últimas novedades y mejores
productos que se ofrecían en cien kilómetros a la redonda.
Aquel desplazamiento tenía sus
consecuencias, pecaminosas. La primera porque tenía lugar en domingo, día del
Señor. La segunda, porque quienes acudían al mercado de Hiendelaencina no
podían hacerlo, porque no se puede estar en dos sitios a la vez, a la iglesia.
El “desconocido sacerdote de la diócesis de
Sigüenza”, que escribió o publicó en 1886 el Nomenclátor de la Diócesis, nos
dice que Hiendelaencina celebra –en aquel tiempo- su mercado los domingos: con incalculable perjuicio moral para los
pueblos circunvecinos, por celebrarse en ese día, domingo. Nada que ver con
el párroco de Zarzuela de Jadraque quien, a través de su Ayuntamiento, movilizó
a toda la Serranía para tratar de que el mercado dominguero de Hiendelaencina
dejase de celebrarse. El Alcalde de Zarzuela se dirigió, a través de carta
digna de todo un académico de la lengua, a los pueblos circunvecinos para
hacerles ver que sus administrados se dirigían, sin lugar a dudas, a la
antesala del infierno. Al lugar en el que confluían todos los vicios:
Hiendelaencina. ¡En domingo!
La carta fue recibida por los alcaldes de
Hiendelaencina, de Arroyo de Fraguas, La Nava, Umbralejo, La Huerce, Palancares,
Cabezadas, Robredarcas, Semillas y Navas de Jadraque; los vecinos de los
pueblos que, por unas o por otras, tenían que pasar por el término municipal de
Zarzuela para dirigirse a Hiendelaencina, a su mercado. A través del párroco,
el Ayuntamiento de Zarzuela legisló que quienes pasasen por su término, con
carga o sin ella, en dirección o provenientes de Hiendelaencina, en domingo, se
arriesgaban a fuertes multas imposibles de pago. Así que los vecinos de los
pueblos comarcanos tuvieron la necesidad de hacer un gran rodeo para continuar
acudiendo, en domingo, al mercado de Hiendelaencina sin pisar suelo zarzueleño.
La feria primaveral de Hiendelaencina
continuó atrayendo a propios y extraños, lo mismo que el mercado dominguero,
que siguió celebrándose hasta bien entrado el siglo XX. La feria de septiembre,
en cambio, no tuvo nunca ningún éxito. En Atienza había toros, toretes y
novillos, que eso siempre atrae en cuanto a la fiesta patronal se refiere. En
Atienza se corrían con motivo de su Cristo, y en Hiendelaencina, con mejores
carteles, comenzaron a celebrarse novilladas en la década de 1870, estas tenían
lugar por Santa Cecilia, que como patrona de la música tiene tiro, pero como
atracción para los serranos, en tiempo poco menos que invernal, 22 de
noviembre, ninguno.
Decidió, el Ayuntamiento de Hiendelaencina,
bajo el mandato de su honorable Alcalde, don Braulio Cuenca, trasladar las
fiestas de la musical Santa Cecilia, a la festividad, tan encumbrada en la
comarca, del Santo Pagador: San Miguel, el de septiembre.
Las del primer año, 1908, fueron de esas que
hacen época, porque además de lidiarse cuatro novillos por los más afamados
coletillas de la época, llevaron a Hiendelaencina, por unos días, la luz
eléctrica, y a los danzantes de Condemios, que por entonces eran, junto a los
galvitos, las mejores representaciones del folclor serrano. También desfiló por
sus calles la banda de música del Regimiento de Arapiles, que la música
militar, por aquellos lejanos tiempos, añadía caché a cualquier festejo que
preciarse quisiera.
Lo malo fue que, cuando el tiempo no
acompaña, todo se tuerce. Al año siguiente las nubes se alborotaron; los
vecinos supusieron que aquello era cosa de la Santa, Cecilia, y unos cuantos,
año tras año, trataron, el día de la patrona antigua, alborotar al pueblo a
fuerza de petardos de dinamita, por hacer ruido. Finalmente las fiestas de San
Miguel pasaron a mejor vida y el ayuntamiento capitaneado por D. Vicente Dulce
decidió que mejor dejar las cosas como estaban, con Santa Cecilia por patrona y
con San Miguel para lo que siempre estuvo: ajustar cuentas.
La feria de San Miguel de Hiendelaencina,
como las ferias del Cristo de Atienza, quedaron para mejor vida. Atienza las
perdió, y Hiendelaencina también. No sólo perdieron las fiestas. Perdieron la
plata, la población, los novilletes, el alboroto… Vamos, que menos el entorno, o
el horizonte, lo perdieron casi todo.
Hoy las ferias, de ganado, negocio y apretón
de manos tras un suculento alboroque de vino y escabeche son recuerdo. En la
Serranía de Guadalajara únicamente quedan, simbolismo de tiempos pasados, las
de Hiendelaencina y Cantalojas; la despoblación, esa herida que se nos abrió y continúa
supurando, acabó con todo. ¿Alguien será capaz de cicatrizar la herida que
supura en nuestra tierra para que eventos como la feria de Hiendelaencina,
aunque testimonial sea, continúen celebrándose?
Don Cosme Horna Casado, el Alcalde que
principió una feria, falleció el 21 de septiembre de 1898, pero no cabe duda de
que, de vivir, sentiría cierto orgullo al conocer que, perdido en
Hiendelaencina y en la Serranía casi todo, ciento cincuenta años después de su
comienzo, su feria continua viva, a su manera, pero viva.
Sea pues, para estos tiempos que corren, con
la plata de Hiendelaencina en el testimonio de las páginas de los libros que de
ella hablan, o de la catedral de Arequipa y sus ocho arrobas de plata en
custodia minera, la feria de Hiendelaencina, memoria de un tiempo que fue, y
quiere continuar siendo.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Semanario Nueva Alcarria. Guadalajara, 16 de junio de 2017
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