EL
CURA DE LA BODERA
Capitaneó
una partida carlista por tierras de Atienza y Cifuentes
El cura de La
Bodera
ha perdido la
sotana
por el monte de
Robledo
por seguir a una
serrana.
A qué cura se refiere la
copla es algo que nunca podremos conocer, a pesar de que poco antes de que la
copla comenzase a correr mundo, traspasar la cresta de su peña y expandirse por
Atienza, Hiendelaencina o Cogolludo, sabemos que hubo en La Bodera un cura
merecedor de esta y otras muchas: don Pedro Hipólito Bonet Delgado.
Habitó el lugar en la época
de la primera Guerra Carlista, poco antes de que el nombre de La Bodera, como
el de Hiendelaencina, saltase al mundo empresarial a través de la plata de sus
tierras. Antes de que la minería hiciese ricos a sus inversores.
Es probable que llegase al pueblo
procedente de Sigüenza en torno a 1830. A pesar de que el primer apellido no
parezca comarcano, el segundo está ampliamente extendido por Atienza, entre
otros lugares cercanos, como lo estuvo, en el tiempo en que don Pedro Hipólito
colgó la sotana, la moda de colgar la sotana en pos de una revolución. O una
cabezonería real. Que tal, según quienes lo cuenten, fueron las guerras
carlistas. Cabezonería de unos días grises.
Días, los de la carlistada, en los que algún que otro clérigo, curas y
frailes, dicho queda, colgaron sus sotanas, se echaron el trabuco al hombre y
solos o en compañía de otros se lanzaron a los montes. Algunos nombres célebres
nos han quedado en la provincia de Guadalajara de los que se lanzaron a este
tipo de aventuras batallando por su legalidad o creencias, a partir de la
muerte de Fernando VII. Dentro y fuera del obispado de Sigüenza. Y a fe de
historia que se emplearon de lo lindo en aquello de poner a su rey pretendiente
en un trono imposible.
En el caso que nos ocupa, el del cura de La Bodera, apenas muerto el rey
y proclamada que fue su heredera, Isabel II, se alzó en armas contra la reina
desde el púlpito de su iglesia.
El cura Hipólito Bonet, en
el otoño de 1833, convenciendo a tres o cuatro mozos de La Bodera se echó al
monte, tomando el camino de Robledo en dirección a la sierra del Alto Rey, en
donde se hizo fuerte, cometió alguna que otra tropelía para poder subsistir y
pasado el invierno cruzó la raya de Aragón en busca de unirse a las tropas del
pretendiente don Carlos de Borbón.
De
paso cometió algunos asaltos, e hizo alguna que otra perrería por tierras de
Soria, cuyo jefe político puso tras él a las fuerzas isabelinas.
Antes de irse de La Bodera como comúnmente se dice “arrampló” con todo lo que pudo, llevándose los dineros
correspondientes a las cofradías, a la iglesia e incluso algunos de los objetos
de oro y plata de la iglesia con el fin de convertirlos en dinero con los que
socorrer a su causa. Lo que originó una orden episcopal, y del gobierno de
Guadalajara, en evitación de casos semejantes, reconociendo que hasta ese
momento La Bodera era el único pueblo en que por su párroco se había cometido
tan horrendo delito. El del robo sacrílego.
Uno de los más interesantes
partes de guerra que nos ha llegado corresponde a la primavera de 1834, cuando
ya nuestro hombre tenía inscrito su nombre con letras de molde en el mundo de
la guerrilla. Firmado por el alcalde de Alustante, y emitido en Bronchales, en
la provincia de Teruel, su autor, Anselmo Santaren, quien lo perseguía, cuenta
que:
“Habiendo tenido noticia por un disperso de Molina que el cabecilla
ex-cura de La Bodera había dejado en Teruel toda la caballería de su mando,
correspondiente al 51 Batallón de Navarra, y que solo él con otros tres habían
salido en persecución de un contrabando con dirección al pueblo de Buchatel, al
momento reuní 35 escopeteros, que encapados y con las armas ocultas, entramos
en el referido pueblo para tomar los puntos mejores de su salida.., y viendo
que con mucho regocijo estaban comiendo, y con todas las armas hasta los sables
colgadas de los caballos, atacamos; quiso el cura apoderarse de ellos; pero fue
infructuosa su resolución, porque al oír el cabecilla la voz de ¡alto ahí!,
salió de la cocina donde estaba y le dio un mortal golpe en la cabeza a quien
lo quiso detener que al poco tiempo murió…y en el ínterin el ex cura salió con
cuatro caballos, cuyos jinetes hemos cogido por hallarse fuera de la reunión,
los que tenemos bien custodiados hasta que la Reina determine de ellos”.
De lo que se nos
cuenta es fácil deducir que para entonces nuestro cura ya se había unido a las
tropas y batallones de Navarra, en los que por entonces tenía cargo de oficial.
Evidentemente escapó a sus perseguidores, probablemente herido, ya que el parte
nos continúa contando que de él únicamente quedó en el lugar su gorra y las dos
pistolas que llevaba: y que el sargento de carabineros, Juan Diez, le derribó
de un balazo. Las pistolas las tiró el cura: enfurecido porque no le salieron
los tiros y ansioso por no querer soltar los caballos, al expresado sargento.
Un año después, en el otoño
de 1835, fueron tropas de Atienza las que salieron en su búsqueda y tuvieron
con él enfrentamiento cuando lo trataron de detener, nos queda el informe de la
acción, que tuvo lugar entre Miedes y Retortillo, escrito por el comandante de
armas de Atienza, don don Juan Bautista Belber, dando cuenta de la acción en la
que detuvieron a alguno de sus hombres, autores del robo de cinco costales de
cebada, una capa, un capote y una carabina, y que, para servir a la Reina, y en
su nombre, fueron inmediatamente pasados por las armas en la plaza de Atienza,
y para ejemplo.
Al parecer, el cura iba acompañado
de una mujer de nombre Josefa (probablemente La Cachorra) cuyas tropas se le
unieron. Entendiendo que la unión hace la fuerza y que más vale acudir a la
guerra en compañía que en solitario, nuestro personaje se unió a las partidas
de Basilio y La Mancha en las que militó La Cachorra, brava hembra que se alzó
en capitana guerrillera por tierras de Cifuentes. Las tropas del cura
combatieron por una buena parte de la Alcarria, entre Cuenca y Guadalajara,
donde lograron reunir buena partida, y danzando por las provincias de Ciudad
Real, Toledo e incluso llegando hasta Castilla la Vieja por la zona de
Salamanca, Zamora, Segovia… Para terminar uniendo fuerzas con las de otras
facciones, dispuestas a enfrentarse en las cercanías de Béjar (Salamanca),
entrado el año 1838, con las tropas reales capitaneadas por el general
Pardiñas, como comandante en jefe de una de las divisiones del Ejército del
Norte.
En aquella acción, que ha
pasado a la historia como “la acción de Béjar”, las tropas carlistas fueron
aniquiladas por las de Pardiñas, quien no sólo derrotó al enemigo causándole
enormes bajas, sino que, además, logró detener a sus principales capitanes,
desarmándolos y deshaciendo unas cuantas facciones, entre ellas la del cura de
La Bodera, quien combatiendo con el grado de capitán, y herido, fue hecho
prisionero junto a otros 126 oficiales, de los que nos ha llegado relación de
cargos, estado y origen; relación en la que no entran los soldados rasos.
EPISODIOS DE LA PRIMERA GUERRA CARLISTA EN GUADALAJARA (El libro, pulsando aquí)
La batalla tuvo lugar en el
mes de mayo, el día 3. La mayoría de los detenidos fueron pasados por las armas
una vez identificados. Y a partir de entonces desapareció el nombre de Hipólito
Bonet, cura de La Bodera, de los diarios. Algunas informaciones aparecidas
entonces dan cuenta de que murió a causa de las heridas recibidas; otras
cuentan que murió en combate, cosa incierta, puesto que figura como herido en
la antedicha relación; otras, más creíbles, que fue pasado por las armas,
De lo que no cabe duda es de que, como Tamajón, también La Bodera tuvo
su cura guerrillero. Y de él, probablemente, nos quedó la copla. Que a pesar de
que las coplas, coplas son, siempre tienen, porque lo cuentan, un trasfondo de
realidad.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 30 de junio de 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario
No se admitirán mensajes obscenos, insultantes, de tipo político o que afecten a terceras personas.