viernes, junio 30, 2017

EL CURA DE LA BODERA Capitaneó una partida carlista por tierras de Atienza y Cifuentes



EL CURA DE LA BODERA
Capitaneó una partida carlista por tierras de Atienza y Cifuentes



   ¿Quién, por tierras de Atienza extendiéndose a otros lugares, no ha escuchado una de esas coplillas que pasan de boca en boca, tierra en tierra y año en año a través de los tiempos?:

El cura de La Bodera
ha perdido la sotana
por el monte de Robledo
por seguir a una serrana.

   A qué cura se refiere la copla es algo que nunca podremos conocer, a pesar de que poco antes de que la copla comenzase a correr mundo, traspasar la cresta de su peña y expandirse por Atienza, Hiendelaencina o Cogolludo, sabemos que hubo en La Bodera un cura merecedor de esta y otras muchas: don Pedro Hipólito Bonet Delgado.




   Habitó el lugar en la época de la primera Guerra Carlista, poco antes de que el nombre de La Bodera, como el de Hiendelaencina, saltase al mundo empresarial a través de la plata de sus tierras. Antes de que la minería hiciese ricos a sus inversores.

    Es probable que llegase al pueblo procedente de Sigüenza en torno a 1830. A pesar de que el primer apellido no parezca comarcano, el segundo está ampliamente extendido por Atienza, entre otros lugares cercanos, como lo estuvo, en el tiempo en que don Pedro Hipólito colgó la sotana, la moda de colgar la sotana en pos de una revolución. O una cabezonería real. Que tal, según quienes lo cuenten, fueron las guerras carlistas. Cabezonería de unos días grises.


LA BODERA, EN TIERRA DE PLATA (El libro, pulsando aquí)


   Días, los de la carlistada, en los que algún que otro clérigo, curas y frailes, dicho queda, colgaron sus sotanas, se echaron el trabuco al hombre y solos o en compañía de otros se lanzaron a los montes. Algunos nombres célebres nos han quedado en la provincia de Guadalajara de los que se lanzaron a este tipo de aventuras batallando por su legalidad o creencias, a partir de la muerte de Fernando VII. Dentro y fuera del obispado de Sigüenza. Y a fe de historia que se emplearon de lo lindo en aquello de poner a su rey pretendiente en un trono imposible.

   En el caso que nos ocupa, el del cura de La Bodera, apenas muerto el rey y proclamada que fue su heredera, Isabel II, se alzó en armas contra la reina desde el púlpito de su iglesia.

   El cura Hipólito Bonet, en el otoño de 1833, convenciendo a tres o cuatro mozos de La Bodera se echó al monte, tomando el camino de Robledo en dirección a la sierra del Alto Rey, en donde se hizo fuerte, cometió alguna que otra tropelía para poder subsistir y pasado el invierno cruzó la raya de Aragón en busca de unirse a las tropas del pretendiente don Carlos de Borbón. 




  De paso cometió algunos asaltos, e hizo alguna que otra perrería por tierras de Soria, cuyo jefe político puso tras él a las fuerzas isabelinas.

   Antes de irse de La Bodera como comúnmente se dice “arrampló” con todo lo que pudo, llevándose los dineros correspondientes a las cofradías, a la iglesia e incluso algunos de los objetos de oro y plata de la iglesia con el fin de convertirlos en dinero con los que socorrer a su causa. Lo que originó una orden episcopal, y del gobierno de Guadalajara, en evitación de casos semejantes, reconociendo que hasta ese momento La Bodera era el único pueblo en que por su párroco se había cometido tan horrendo delito. El del robo sacrílego.

   Uno de los más interesantes partes de guerra que nos ha llegado corresponde a la primavera de 1834, cuando ya nuestro hombre tenía inscrito su nombre con letras de molde en el mundo de la guerrilla. Firmado por el alcalde de Alustante, y emitido en Bronchales, en la provincia de Teruel, su autor, Anselmo Santaren, quien lo perseguía, cuenta que:


LA BODERA, EN TIERRA DE PLATA (El libro, pulsando aquí)

   “Habiendo tenido noticia por un disperso de Molina que el cabecilla ex-cura de La Bodera había dejado en Teruel toda la caballería de su mando, correspondiente al 51 Batallón de Navarra, y que solo él con otros tres habían salido en persecución de un contrabando con dirección al pueblo de Buchatel, al momento reuní 35 escopeteros, que encapados y con las armas ocultas, entramos en el referido pueblo para tomar los puntos mejores de su salida.., y viendo que con mucho regocijo estaban comiendo, y con todas las armas hasta los sables colgadas de los caballos, atacamos; quiso el cura apoderarse de ellos; pero fue infructuosa su resolución, porque al oír el cabecilla la voz de ¡alto ahí!, salió de la cocina donde estaba y le dio un mortal golpe en la cabeza a quien lo quiso detener que al poco tiempo murió…y en el ínterin el ex cura salió con cuatro caballos, cuyos jinetes hemos cogido por hallarse fuera de la reunión, los que tenemos bien custodiados hasta que la Reina determine de ellos”.

    De lo que se nos cuenta es fácil deducir que para entonces nuestro cura ya se había unido a las tropas y batallones de Navarra, en los que por entonces tenía cargo de oficial. Evidentemente escapó a sus perseguidores, probablemente herido, ya que el parte nos continúa contando que de él únicamente quedó en el lugar su gorra y las dos pistolas que llevaba: y que el sargento de carabineros, Juan Diez, le derribó de un balazo. Las pistolas las tiró el cura: enfurecido porque no le salieron los tiros y ansioso por no querer soltar los caballos, al expresado sargento.

   Un año después, en el otoño de 1835, fueron tropas de Atienza las que salieron en su búsqueda y tuvieron con él enfrentamiento cuando lo trataron de detener, nos queda el informe de la acción, que tuvo lugar entre Miedes y Retortillo, escrito por el comandante de armas de Atienza, don don Juan Bautista Belber, dando cuenta de la acción en la que detuvieron a alguno de sus hombres, autores del robo de cinco costales de cebada, una capa, un capote y una carabina, y que, para servir a la Reina, y en su nombre, fueron inmediatamente pasados por las armas en la plaza de Atienza, y para ejemplo.

   Al parecer, el cura iba acompañado de una mujer de nombre Josefa (probablemente La Cachorra) cuyas tropas se le unieron. Entendiendo que la unión hace la fuerza y que más vale acudir a la guerra en compañía que en solitario, nuestro personaje se unió a las partidas de Basilio y La Mancha en las que militó La Cachorra, brava hembra que se alzó en capitana guerrillera por tierras de Cifuentes. Las tropas del cura combatieron por una buena parte de la Alcarria, entre Cuenca y Guadalajara, donde lograron reunir buena partida, y danzando por las provincias de Ciudad Real, Toledo e incluso llegando hasta Castilla la Vieja por la zona de Salamanca, Zamora, Segovia… Para terminar uniendo fuerzas con las de otras facciones, dispuestas a enfrentarse en las cercanías de Béjar (Salamanca), entrado el año 1838, con las tropas reales capitaneadas por el general Pardiñas, como comandante en jefe de una de las divisiones del Ejército del Norte.

   En aquella acción, que ha pasado a la historia como “la acción de Béjar”, las tropas carlistas fueron aniquiladas por las de Pardiñas, quien no sólo derrotó al enemigo causándole enormes bajas, sino que, además, logró detener a sus principales capitanes, desarmándolos y deshaciendo unas cuantas facciones, entre ellas la del cura de La Bodera, quien combatiendo con el grado de capitán, y herido, fue hecho prisionero junto a otros 126 oficiales, de los que nos ha llegado relación de cargos, estado y origen; relación en la que no entran los soldados rasos.


EPISODIOS DE LA PRIMERA GUERRA CARLISTA EN GUADALAJARA (El libro, pulsando aquí)
 

 

   La batalla tuvo lugar en el mes de mayo, el día 3. La mayoría de los detenidos fueron pasados por las armas una vez identificados. Y a partir de entonces desapareció el nombre de Hipólito Bonet, cura de La Bodera, de los diarios. Algunas informaciones aparecidas entonces dan cuenta de que murió a causa de las heridas recibidas; otras cuentan que murió en combate, cosa incierta, puesto que figura como herido en la antedicha relación; otras, más creíbles, que fue pasado por las armas,

   De lo que no cabe duda es de que, como Tamajón, también La Bodera tuvo su cura guerrillero. Y de él, probablemente, nos quedó la copla. Que a pesar de que las coplas, coplas son, siempre tienen, porque lo cuentan, un trasfondo de realidad.
 
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 30 de junio de 2017

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