viernes, mayo 05, 2017

JUAN BRAVO Entre Atienza y Villalar



JUAN BRAVO
Entre Atienza y Villalar




Tomás Gismera Velasco

El libro, pulsando aquí
¡Qué días más duros, los de Villalar!

  Un cielo gris de plomo se cernía la mañana del 24 de abril de 1521 sobre los campos de Castilla, y los de Valladolid, y los de Villalar, y ensombrecía los de Atienza cuando estaba a punto de cumplirse la venganza de quienes vencen una guerra. Porque la victoria en la guerra, sin venganza, no es victoria. Siempre ha sucedido desde que el hombre es hombre y mundo el mundo, y continuará sucediendo hasta que deje de serlo.

   Olía, todavía, a tierra mojada. Aquel día ni la tierra la agradecía ni los campos la pidieron. En ellos, en el embarrado camino de la gloria y la muerte, quedaron los cañones de los perdedores. ¿Cabía mayor razón para imaginar que Dios Nuestro Señor estaba del lado de…?

   La hora era la del final. El comienzo estuvo muy lejos de allí; de aquellos barros que llegaban en Villalar hasta las rodillas y que no impidieron que en su plaza, a gloria de Dios Señor nuestro, se levantase un patíbulo, con prisas y ejemplar. Para que Castilla, y los castellanos alborotadores, supiesen que en Castilla, desde hacía no mucho, pero en Castilla, gobernaban esas gentes cuyos nombres tan espinoso resultaba repetir puesto que llegaban de allende las fronteras. De tierras que, por estar tan a desmano, nunca se pudo imaginar la gente de Soria, de Berlanga, de Sigüenza o de Atienza, que uno de los suyos fuese a ser aquel 24 de abril, el primero en perder la cabeza.


El Castillo de Atienza. Lugar de Nacimiento de Juan Bravo


   La estampa del impresionante castillo de Atienza. La Torre de los Infantes, lo había visto nacer, si es que, salvada sea la licencia, las piedras y las torres y los horizontes que se pierden más allá de lo que alcanzan nuestros ojos, pueden ver.

   Allí, entre los muros de la fortaleza de Atienza nació Juan Bravo de Mendoza poco después de que su padre llegase acompañando al alcaide del castillo, su hermano Garci. ¡Qué historia, y qué sucesos los de aquellos tiempos en los que se batallaba por un palmo más de tierra para gloria real, y del apellido!

   Los Bravo de Laguna procedían de tierras de Soria, pasaron a Sigüenza y en Sigüenza recibieron la orden de la conquista del castillo de Atienza, que lo hicieron, a escala. Conquistaron el castillo, sin sangre, dice la historia, para la reina Isabel. Su Alteza los nombró a perpetuidad alcaides de la fortaleza en un tiempo en el que la vida y la muerte rodaban sin la pesadez de la rueda de un carretón atascado en el barro…


La rendición de los Comuneros. Manuel Pícolo


   En la Torre de los Infantes del castillo de Atienza, cuando Atienza era parte importante del reino y dominaban sus torres una parte de la vieja Castilla, por Soria; y otra de la nueva castellanía, por Guadalajara. Corría el año de 1484 u 83… Su padre, don Gonzalo, heredó de su hermano, don García, la alcaidía del castillo, que no pudo regir. Don García murió, como héroe, en la rota de Gibraltaro, sus restos, en procesión dolente, llegaron a Atienza mucho tiempo después, para reposar a la eternidad. En 1494: “Aquí yacen los restos del muy alto y noble caballero…” rezaba su lauda sepulcral en el convento de San Francisco; junto a los de su yerno, Diego López de Medrano, y su mujer, y sus hijas…

   Los de su hermano, el nuevo alcaide, tomaron el camino de Berlanga, su origen: “Aquí yacen los restos del muy noble caballero don Gonzalo Bravo de Laguna, alcaide que fue de Atienza, y que murió en Córdoba, en el mes de agosto…”  Reza su lauda en la Colegiata de Berlanga.

   La muerte del padre daba la alcaidía del castillo al heredero, Juan Bravo de Mendoza. Demasiado joven para ostentar un cargo de tamaña responsabilidad. La reina, en pago de servicios, acogió en su corte a toda la familia; a los Medrano, a los Bravo de Laguna; a Juan, a Catalina, a Magdalena, a Gonzalo…

   Y a la viuda de don Gonzalo la volvieron a casar y tomó el camino de Burgos en pos del malnacido García Sarmiento. Sin olvidar que en Atienza dejaban casas, tierras y salinas.

 
Antonio Gisbert. La ejecución de los Comuneros

   La vida, que es como el río que discurre plácido en tiempo de bonanza, y alborotado cuando los deshielos de las cumbres colman sus cauces, llevó a Juan Bravo a servir a su católica alteza; y a contraer un primer matrimonio con Catalina del Río, y un segundo con María Coronel. Una y otra, de la burguesía segoviana que empapó su sangre con la de las culturas que aquella tierra pisaron, judíos, moros y cristianos. Cuando de Gante llegó un nuevo rey que impuso sus leyes, y a sus hombres. Y aquellos segundones de casas nobles quedaban relegados al olvido y fundaron la “confederación de caballeros comuneros”, que los llevó a pedir a la reina cautiva, Juana I de Castilla que, por Castilla, que por ellos también, tomase las riendas del reino. Y la reina Juana, a quien el mundo consideró loca, respetando la voluntad del hijo se negó a  tomarlas.

   Se alzaron las ciudades al grito de los comuneros: ¡Por Santiago!, y de sus tres capitanes más señalados, Padilla, Maldonado y nuestro don Juan Bravo de Mendoza, y llegaron a Villalar el 23 de abril que, sin pretenderlo, se convirtió en historia. En medio de la lluvia. La batalla contada tantas veces.

Iglesia de San Félix de Muñoveros (Segovia), donde se cree se encuentran los restos de Juan Bravo


   A la mañana siguiente, delante de la nobleza y el pueblo, para ejemplo de propios y extraños, los tres capitanes perdedores fueron decapitados. Sus cuerpos sepultados; sus cabezas expuestas en la picota; como si fuesen ladrones al uso…

   Y continúa aquella historia que abría nuestro relato:

   El recuerdo último de lo ocurrido se me va al momento en que Gonzalo tocó a las puertas y me quiero imaginar que en la casa todos entendieron que algo grave pasó. Traía los ojos encendidos, la frente sudorosa a pesar de que no apretase la calor; pegado el polvo a las barbas. El jubón con sangre seca y el caballo rendido por el cansancio de una o dos jornadas de galope sin apenas tenerse. Mi señora, con la cara sombría de quien aguarda noticias que se resisten. Gonzalo, hincado de rodillas.

   -Todo es perdido señora…

   En aquél todo es perdido, se tenía que entender que perdido era el movimiento que llevó al alzamiento en busca de no perder unos derechos que trataban de arrancar quienes de fuera llegaban a imponer leyes y costumbres a los castellanos viejos como vos lo erais, desde la primera hasta la última gota de sangre. Pero había más en aquella expresión de dolor, tras ella se encontraba la muerte.

   -Mi señor don Juan, señora…

   Con el alma en un suspiró lo miró, temiendo escuchar lo que vendría. Vuestro hermano, Gonzalo, el licenciado Bravo, gacha la cabeza, asintiendo a la evidencia que dicta el corazón.

   Prisa se dieron en degollaros. Confirmándonos que los vencedores cuando vencen no buscan justicia, sino venganza; cuando quienes os alzasteis contra la injusticia no buscabais la gracia del invasor, sino el respeto a los derechos y fueros. Parece que me suenan las palabras que dejasteis al marchar, tratando de dar cuenta de lo que os hacía organizar la confederación de caballeros:

   -… promover y conservar la libertad y sostener con todas las fuerzas los derechos del pueblo contra los desafueros, y socorrer a los hombres menesterosos…

   Nunca admití, mientras corríamos Castilla, que nos llamasen traidores. Porque vuestros apellidos los míos son, los Bravo, los Laguna, los Medrano, los Velasco, los Mendoza o Monteagudo, los que fueron antes que nos, defendiendo la causa castellana desde más allá de Soria y sus doce linajes de los que siempre fuimos. Gonzalo contó vuestra valentía. Ese mirar al verdugo de frente. 

Villalar. Obelisco en memoria de los Comuneros


   Me suena todavía la sentencia: y en pena los condenaban e condenaron a pena de muerte natural e a la confiscación de sus bienes y oficios para la cámara de sus majestades, como traidores…  Traidores, cuando fuisteis luchadores. Los bienes para la cámara de su majestad… El obispo de Oviedo se apresuró a pedir su parte, y el Condestable la suya…

   Mi señora movió a Segovia para que allá te nos llevasen, y los segovianos de corazón se movieron a traeros y sacar los huesos del Villalar en el que estaban, junto a Padilla y Maldonado, y te nos trajeron a Segovia. A los hombros por las calles os entraron y todos os seguimos y fue de ver cómo las gentes salieron a las calles, en silencio, tras el cortejo camino de la Santa Cruz en la Fuencisla, hasta que de nuevo el arrogante ganador mandó sacarte de allí a seguir camino a Muñoveros. Allá quedaron tus huesos,  a la puerta de la iglesia, que luego de darte tierra en suelo sacro nos salieron a decir que no correspondía el lugar por no morir cristiano. A vos, que os quitaron la vida por defender a los buenos cristianos de esta tierra. Aquél día, vísperas de muerte, sacudía la lluvia y se atascaba la artillería en el barro, y ese día, el que te dábamos sepultura a las puertas de la iglesia de Muñoveros, la lluvia os despedía y nos cubría cual si los cielos llorasen el desconsuelo de la falta.

   Por algún lugar de esa Segovia que salió a recibiros como a héroe para llevaros a la tumba, y os acompañó a Villalar en pro de la victoria, debió de esconderse aquel Alonso Ruiz que os prendió y llevó al Condestable como botín de guerra reclamando la parte que por teneros le correspondió. Dicen que el Alonso se quedó el sayón de terciopelo negro, y el coselete, y dicen que el verdugo, antes de quitaros la vida, reclamó lo que quedaba, que falta no os iba a hacer al otro mundo. Despojando, como despojaban a Castilla. 

Segovia. Monumento a Juan Bravo ante la iglesia de San Martín


   Hoy, viendo partir al rey emperador camino de enterrarse en vida, vuelvo a sentiros. Ha templado la mañana y, en el recuerdo, queda aquella jornada en la que perdimos la esperanza y ganamos la fuerza por mantenernos en la lucha, aún desbaratada la tropa en el campo de batalla que se tragó, entre el barro, la sangre de quienes batallaron hasta lo último de sus fuerzas. Abonando con su sangre el roble que ve crecer Castilla. El roble de cuyas ramas han de flamear los pendones de quienes batallaron y que, lejos de morir, más vivos son que nunca. Vuestra muerte dio la vida a Castilla.

   Hoy os recuerdo, como tantos otros días en los que noté vuestra ausencia. Preguntándome qué fue de aquella Castilla que se rompió con el final de la batalla; qué fue de aquella Atienza de vuestra nacencia; qué de las tierras de Soria y Guadalajara que os vieron niño... Mi señor…, vuestro pendón, ese pendón que encabezó a los hombres y os guió al Villalar de la muerte, está más vivo que nunca en la memoria. Hoy, vuestros pendones son los de Castilla. Y allá me hubieseis visto cuando el rey que os mandó a la muerte, camino de Yuste para enterrarse en vida, salía de Valladolid camino de Valdestillas y Medina, mostrándole nuestras divisas; las de los Bravo, los Laguna, los Medrano, los Velasco, los Mendoza o Monteagudo. Alguien se fijó en ellas.

Portada del libro: Juan Bravo entre Atienza y Villalar
   -Son las armas del capitán Juan Bravo –escuché.

   -Mi señor fue –le repliqué.

   Y tanto como a las de la Majestad del rey emperador las encumbraron.
  
   Seguro que, cuando a Atienza llegó la noticia de su muerte, alguien derramó, al menos, una lágrima.

Juan Bravo de Mendoza, o de Laguna, nació en Atienza (Guadalajara), hacía 1483, hijo de Gonzalo Bravo de Laguna y de María de Mendoza y Zúñiga.
Se casó en Segovia, por vez primera en 1504 con Catalina del Río, con la que tuvo tres hijos, Gonzalo, Luis y María.
Muerta Catalina contrajo un segundo matrimonio con María Coronel, sobrina de Catalina, en 1519, con quien tuvo dos hijos más, Juan y Andrea.
Fue uno de los principales capitanes de las tropas comuneras alzadas contra Carlos I, por lo que fue condenado a muerte en Villalar (Valladolid) el 24 de abril de 1521, y a perder todos sus bienes.
Su hermano, Gonzalo Bravo de Lagunas, “el Licenciado Bravo”, nacido en Atienza en 1484 u 85, juzgado como “alcalde de las comunidades”, fue igualmente condenado a perder todos sus bienes.

Del Libro: “Juan Bravo. Entre Atienza y Villalar”.

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