BIBIANO GIL, EL ERMITAÑO DE CIFUENTES
Nadie supo de dónde vino, y muy pocos se aventuraron a indagar en sus
orígenes. Pero poco después de que desapareciese, la mayoría de las gentes de
los contornos intuyeron que algo grave había ocurrido, y que Bibiano Gil, el
ermitaño de la Cueva del Beato, no regresaría a la ermita de Loreto.
La noche de su desaparición, el 21 de febrero, hizo lo que en los
pueblos se llamó “una noche de perros”. Lo recordó Vicente del Olmo cuando,
acuciado a preguntas por el juzgado y la Guardia civil de Cifuentes, terminó
por confesar lo sucedido aquella noche en la que, mientras se dirigía a la Sima
del Cura, comenzaba a nevar. Lo confesó quince días después.
A partir de entonces todo dio un vuelco. A la investigación; a la
averiguación de quién era Bibiano Gil y a sentir que, detrás de cada persona,
en muchas ocasiones, se oculta un mundo.
La prensa de Madrid, y de media España, comenzó a ocuparse del asunto y
por medio de las disputas públicas de los abogados de Bibiano y de sus
supuestos familiares se conoció el dato de que bien podría ser hijo de un
acaudalado personaje de la alta sociedad madrileña, aunque originario de
tierras alavesas, don Antonio Gil Leceta, fallecido un par de años antes de que
todo aquel devaneo cifontino tuviese lugar. Don Antonio Gil Leceta murió en la
triste soledad de su riqueza, a causa de un colapso provocado por el frío el 3
de diciembre de 1903. Don Antonio era, según la prensa, el prototipo del avaro
novelesco. Un hombre que había hecho fortuna con la usura, y evitando los
gastos, incluso en calefacción, a pesar de que su capital le permitía ser
miembro del Consejo de Administración del Monte de Piedad, Concejal del
Ayuntamiento de Madrid, tener en propiedad unos cuantos edificios de viviendas
en la capital, adquiridos con amalas artes y, por aquello de ponerse a bien con
Dios para llegado que fuese el momento, dotar de misas y dejar a la patrona de
Vitoria cincuenta kilos en plata de candelabro. Fue, también, uno de los
elegidos por el Ayuntamiento madrileño para dar la bienvenida al primer obispo
de Madrid, el molinés Martínez Izquierdo, a quien acompañó desde Majadahonda a
la catedral de San Isidro.
Alguien contó a nuestro Bibiano, criado en la Inclusa madrileña, que era
hijo de don Antonio y de una de sus amas de llaves, doña Josefa. El parecido
físico hizo todo lo demás; y a pesar de que a la Inclusa no se le entregó más
documento que el que anunciaba que aquel chiquillo, de nombre Bibiano, estaba
bautizado, Bibiano siempre, al parecer, se tuvo por hijo natural de don Antonio
Gil Leceta, a quien llegó a conocer y con quien, según sus abogados, tuvo
tratos familiares. Hasta que don Antonio falleció a causa de aquel frío que le
congestionó el cerebro y la funeraria de la calle de Preciados se hizo cargo
del traslado del cuerpo a la Sacramental de San Justo, utilizando el nombre,
por lo conocido, de don Antonio, para su publicidad.
Bibiano, antes de llegar a Cifuentes, encargó anuncios en la prensa de
media España ofreciendo recompensa considerable a quien fuese capaz de
ofrecerle su partida de bautismo. Una partida que le diese acceso a la
considerable herencia dejada por su supuesto padre, cifrada en 1903 en varios
millones de pesetas que pensaba emplear en de obras de caridad.
Porque Bibiano había ingresado, cuando se lo permitió la edad, en los
franciscanos. Y hecho fraile recorrió España, Francia e Italia pidiendo limosna
y haciendo caridad. De aquella manera llegó a Cifuentes. Y tan buenas eran sus
palabras que por media Alcarria fue tenido por santo varón y las limosnas que
fue recogiendo, al decir de algunas lenguas, pudieran llenar, en trigo, varios
vagones de ferrocarril.
Sucede que lo que es bueno para unos suele para otros no estar del todo
bien visto. Levantando las iras envidiosas de quienes hasta su llegada se
habían ocupado de la ermita; un pastor de la zona y su mujer, Vicente y María.
De que pudieron ser ellos quienes se encargaron de la desaparición de
Bibiano Gil dio cuenta quien entonces comenzaba a destacar en el periodismo y
terminaría siendo, además de buen escritor, gran abogado criminalista, José
Serrano Batanero, hijo del médico de Cifuentes, don Félix Serrano Sanz y, por
correspondencia, primo hermano de quien más tarde sería cronista provincial,
don Francisco Layna Serrano. Serrano Batanero puso la denuncia y siguió, paso a
paso la indagación del sucedido hasta que los ermitaños fueron detenidos y
confesaron su crimen. Lo habían matado aquella noche del 21 de febrero, cargado
su cuerpo como si de un fardo se tratase sobre los lomos de una borrica y, en
medio de la nevada, arrojado su cuerpo a una sima, a varias decenas de metros
de profundidad sobre el nivel de la tierra.
Rescatar el cadáver fue toda una aventura, ya que se necesitó material
especial para descender a las profundidades de la tierra. Material que
proporcionó la Academia de Ingenieros de Guadalajara, y maquinaria que puso a
disposición de Cifuentes la pujante industria minera de Hiendelaencina. El
valeroso hombre que descendió y subió en sus brazos el cadáver del infeliz, el
obrero de Cifuentes, Perfecto García, recibió una recompensa en dinero, por
colecta vecinal, y un empleo de caminero por parte del Gobernador de la
provincia, que se desplazó hasta Cifuentes para dirigir personalmente los
trabajos recibiendo a cambio el nombramiento de “Hijo Adoptivo de la Villa”.
Varios cientos de personas acompañaron los restos de Bibiano desde la
Sima del Cura, donde lo sepultaron sus matadores, hasta la villa, y después
hasta darle tierra santa en el interior de la ermita. A la ermita, sobre sus
hombros, lo introdujeron los periodistas que lograron que el caso se
resolviese; a la cabeza, claro está, Serrano Batanero, quien a partir de aquí
alcanzó fama poco menos que nacional en lo de contar historias.
Mientras, en Cifuentes, Vicente, su mujer, su suegra, su cuñado y
algunos otros que estaban detenidos, se enzarzaban a grito pelado en discusión
pública a través de los barrotes de la cárcel. Que a punto estuvo de ser
asaltada por los vecinos queriendo hacer justicia popular.
Serrano Batanero entrevistó a ambos acusados en el patio de la cárcel y
sus fotografías dieron la vuelta al mundo. María, la mujer del pastor, se
empeñó en ser retratada con una rosa en la mano, para mostrar al pueblo lo viva
y fresca que se encontraba, y sin ápice de remordimiento. Se vino abajo cuando,
al leerse el veredicto del jurado, la condenaron a 17 años en la galera de
Alcalá. A su marido, a quien llamaban el “Calavera”, lo mandaron, de por vida,
al penal de Cartagena.
El tiempo, que todo lo cura, no ha logrado borrar aquella historia que,
a diario, pueden recordar quienes pasan por la ermita de Cifuentes, donde una
placa recuerda a Bibiano; lo que ocurrió antes y sucedió después.
Hace unos meses, al aparecer el libro que minuciosamente cuenta este
suceso “El crimen del ermitaño”, una de las descendientes de los herederos de
don Antonio Gil Leceta me escribía para darme las gracias por contarlo, ya que
desconocía muchos de los antecedentes familiares que allá aparecen, y me decía
que hay cosas que no deben olvidarse, y tenía razón porque de todo, incluso de
las desgracias, se puede aprender. La historia de Bibiano Gil, el ermitaño de
Cifuentes, es una de ellas. A pesar de que ocurriese en un ya lejano 21 de
febrero de 1905.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 10 de marzo de 2017
En Febrero de 2019, espeleólogos del grupo Espeleo50, hicieron un increíble hallazgo en el fondo de la Sima del Fraile (a -70 m): La cruz del Fraile!
ResponderEliminarHemos hablado con la arqueóloga de Cifuentes y con el ayuntamiento. La idea es donar la cruz hallada, a algún museo local.