domingo, septiembre 04, 2016

ATIENZA: EL MOLINO DEL HOCINO



ATIENZA:
EL MOLINO DEL HOCINO


Tomás Gismera Velasco


 El conocimiento de los molinos, o la técnica de moler, puede remontarse a 10.000 años atrás en la historia, cuando se datan los primeros molinos de mano que consistían en dos piedras una fija y otra en forma de rodillo con la que se ejercía la presión suficiente para triturar el grano.

   Este molino de mano se fue perfeccionando con la introducción de piedras circulares, la de arriba provista de un mango, girando alrededor de un eje, sobre la de abajo; al mismo tiempo que aumentaba el tamaño de las piedras. Molino de mano que sería modernizado por los romanos, al introducir en él unas piedras más grandes y circulares.

   El molino de agua ya fue utilizado por los griegos en torno al siglo I antes de Cristo y su tecnología se conoce por la descripción que de ellos hizo el arquitecto romano Vitrubio; se trataba de una rueda hidráulica vertical provista de unas paletas planas que giraban por la acción del agua; este giro se transmitía a través de engranajes a un eje vertical que accionaba la muela giratoria. Debajo estaba la muela fija y entre ellas se machacaba el grano. Estos molinos hidráulicos se utilizaron por los romanos al mismo tiempo que los de mano.

   En siglos posteriores serán los árabes quienes perfeccionan el molino hidráulico e introducen mejoras en el molino de rueda horizontal y en los batanes de paños.

   En España, con la Edad Media y la dependencia de los cereales para la alimentación, se extienden extraordinariamente, llegándose a contabilizar más de 8.000.

   Tratadistas e ingenieros como Juanelo Turriano, en España, y los enciclopedistas en Francia dedicaron su esfuerzo a la tecnología de los molinos hidráulicos y a difundir su conocimiento.








   En 1478 el médico de Isabel la Católica, Pedro de Azlor, inventó un nuevo sistema para la molienda y obtuvo una de las primeras patentes conocidas sobre el molino de rodezno; y más adelante, en el siglo XVI, Pedro Juan de Lastanosa, al tiempo que escribiese su famosa obra sobre “Los veintiún libros de los ingenios”, inventó el molino de contrapesas y perfeccionó el de regolfo.

   Por otra parte, la construcción y gestión de los molinos harineros dan lugar a toda una legislación que aparece tanto en los Fueros como en las distintas recopilaciones de leyes y ordenanzas con el fin de regular su funcionamiento. La importancia de los molinos en la vida económica de la sociedad rural española llega prácticamente hasta después de la Guerra Civil, aunque su máximo esplendor lo alcanzan entre los siglo XIV y XIX, cuando ya comienza su declive.

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   Tal vez la referencia más antigua de la existencia de molinos y batanes en Atienza, así como en su comarca, se encuentre en el archivo de la clerecía, ya que en la comarca un buen número de los molinos que se levantaron desde el siglo XIII en adelante pertenecieron al Cabildo de Clérigos o al Concejo. Estos tradicionalmente los cedían a cambio de una renta anual, ya fuese en dinero o, más comúnmente, en especie. Más adelante alguno de estos pasó a pertenecer a la nobiliaria familia de los Bravo de Laguna

   Conocemos a través del Catastro de Ensenada que en esta época había en Atienza cuatro molinos harineros, y si bien no figura número de batanes, sí al menos el número de personas dedicadas a oficios de pañería es elevado.

   De los cuatro molinos que se citan, Molino Blanco, del Moral, Hocino y Molino de Abajo, únicamente tres llegaron al siglo XX, el llamado Molino del Hocino y el Molino Blanco, ambos a la margen izquierda del arroyo Pelagallinas, o más comúnmente denominado “río de la Estrella, o de las Huertas”, al noroeste de la villa. El tercero, el Molino del Moral, se encontraba en los límites de Atienza con la población de La Miñosa, y al igual que el llamado Molino de Abajo, aprovechaba las aguas del río Bornoba.

   No obstante, si bien en esos parajes de la villa, únicos que por las condiciones de terreno e hidráulicas podía sostenerse la existencia de molinos y batanes, en las poblaciones del entorno el número de molinos, desde Atienza hasta la línea divisoria de la provincia de Guadalajara con las de Soria y Segovia, se aproximaría al centenar.

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   Los cuatro molinos ubicados en tierra de Atienza respondían a una construcción clásica en la zona, piedra y mampostería, en planta rectangular y cubierta a dos aguas.

   Conocemos que el Molino Blanco, constaba, mediado el siglo XIX, “de varias habitaciones y local donde está el artefacto, que consiste en una piedra”.

   El del Moral era “de construcción regular, en piedra de mampostería, en estado regular y cubierta a teja vana”.

   El de Abajo se encontraba levantado “en piedra y mampostería, en estado de ruina”.

   El del Hocino “con fábrica de dos pisos, conteniendo el primero un portal, cuadra, cocina y el sitio del molar, y el segundo un cuarto techado y dos pajares a teja vana, con una sala de dos alcobas, paso para la misma y tres cuartos a teja vana”.

   Los cuatro estuvieron habitados por las familias del molinero rematante, quienes disfrutaban de la correspondiente huerta, era y campo de sembradura. Siendo habitual la posesión de tres o cuatro mulas de acarreo, cerdos, gallinas y, ocasionalmente, alguna cabra. Animales empleados unos en el traslado de la molienda a las poblaciones, y otros utilizados como sostén alimenticio de la familia.

   Su construcción debía de contar con todos los permisos y autorizaciones del Concejo o autoridad de la tierra en la que se asentaba; autoridad que, a su vez, imponía sus normas sobre caudal de agua, balsas, etc. Siempre atendiendo a las leyes reales.

   “La altura de la presa ha de quedar reducida a 17 pies de altura.
   Se han de establecer portillos de desagüe, con sus correspondientes compuertas, que se abrirán cuando se intercepte la entrada del agua a las máquinas… Etc.”[1]

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  El reflejo en la literatura y en la cultura popular del oficio de molinero es una consecuencia de su importancia en la sociedad rural durante muchos siglos. Los conocimientos de molinería, normalmente se transmitían de padres a hijos.

   Familias enteras se han dedicado a través de generaciones a trabajar en los molinos, en algunos casos permaneciendo en un mismo molino durante toda su vida laboral o cambiando a otro en función de las ofertas. Otra forma de acceder al oficio consistía en comenzar como aprendices con un buen maestro molinero y pasar después al arrendamiento de otro.

   Mientras realizaba las labores más sencillas el aprendiz conocía y empezaba a dominar los secretos de la molinería y  las tareas más delicadas, como el repicado de las piedras.

   Cuando alquilaban a sus propietarios los edificios del molino, generalmente dotados también de vivienda para la familia del molinero e incluso con un huerto para cultivar los productos de consumo familiar y cuadras y gallineros para los animales de labor y otros animales domésticos.
   El pago, en especie o en metálico, era abonado anualmente, en lo que se denominó “pago a cosecha vencida”.

   De lo ya escrito se deduce que el oficio de molinero está asociado a la figura del hombre. La mujer del molinero sólo en casos excepcionales realizaba el trabajo de este y, desde luego, nunca los trabajos de acarreo y repicado.
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  El molino, para su perfecto funcionamiento, constaba de varias dependencias, todas ellas dentro del recinto, o en sus inmediaciones:

   Balsa.- Lugar donde se almacena el agua, situada por encima del edificio del molino, y que se dirige hacia el cubo.

   Cubo.- Construcción realizada en piedra de sillar, cuya misión principal es la de lograr una mayor fuerza en la incidencia del agua sobre el rodete y así asegurar el movimiento. La altura rondaba los cuatro metros. En su parte inferior concluía en una boca estrecha o caño, que transcurre por el interior de la pared del cubo hacía el cárcavo. La parte final se denominaba botana.

   Botana.- Posee una portezuela que mediante una barra de hierro, denominada gayata o aldaba, era manejada desde el interior por el molinero. Le permitía abrir o cerrar, según las necesidades, el paso del agua hacia el rodete.

   Rodete.- Era una rueda de madera formada por un número variable de radios, donde incidía el agua para hacerlo girar. Habitualmente la madera era de sabina, por su dureza. El rodete estaba montado sobre un eje vertical, de altura variable, según la del molino.

   La Balsa, Situada sobre el cárcavo, sus piezas más llamativas son las ruedas o piedras, denominadas muelas:
   Solera.- Es la piedra o muela inferior y fija, se sitúa sobre una mesa o bancada, generalmente de obra, que la sustenta y sobre la que se nivela con cuñas o piedras. En el centro de la muela solera se colocaba la embocadura, dos semicírculos de madera que cumplían la doble misión de direccionar el barrón e impedir la caída de grano al cárcavo.

   Volandera.- Es la muela superior, que gira sobre la solera apoyada en el barrón mediante una pieza de hierro denominada lavija. Al hueco existente en la piedra para alojar la lavija se denomina lavijero.

  Las muelas podrían dividirse en tres partes, según su misión dentro de la molienda. El pecho u holladura, que es la parte más próxima al ojo y se encarga de repartir el grano por el resto de la muela. El antepecho, que se localiza entre el pecho y el moliente, donde se parte y rompe el grano separando la cáscara. El moliente corresponde a la parte exterior de la muela, donde muele y da lugar al salvado, para que este se vaya enrollando y no se convierta en polvo. A las estrías de las muelas se les denomina rayones.





 


 

   Tambor o guardapolvo.- Hecho de madera cubría las muelas, y su misión era evitar que la harina quedase extendida alrededor de las muelas, dirigiéndola a un único punto de salida, el harinal.

   Tolva.- Un depósito elaborado en madera, de forma piramidal, donde se depositaba el grano dispuesto para moler, y que tenía que alimentar las muelas.

   Harinal.- Lugar al que llegaba la harina ya molida, en forma de cajón de madera, situado bajo el hueco del tambor.
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    El Molino del Hocino era gestionado por Francisco Hernando en 1752, arrendado en treinta y cuatro fanegas de trigo puro. Su estimación de utilidad anual era de novecientos sesenta reales.

   Pasó a la familia Delgado Asenjo a fines del siglo XIX, explotándolo hasta el fallecimiento del titular, Antonio Delgado Romanillos, en 1912, cuando pasó a Cipriano de Blas, quien lo mantuvo hasta 1945, año en el que se hizo cargo del mismo el titular del molino de Naharros, quien a su vez lo pasó a manos de Eulogio Abad, natural de Galve de Sorbe, en 1955, el hijo de este, Angel Abad, fue el último molinero, trasladando parte de la maquinaria, mediada la década de 1960, a la villa de Atienza, funcionando hasta la década de 1980, tras el cambio de motores, empleando en ellos la energía eléctrica.

   Es el que, con absoluta seguridad, más datos y testimonios escritos se conservan, ya que perteneció en el siglo XVI, al clérigo de la villa Gregorio de Ágreda, quien pleiteó durante largos años con algunos de sus familiares por su posesión, estando en arrendamiento desde 1597 a la familia y descendientes de Alonso Pérez y consortes con quienes disputaron la propiedad los herederos de García Bravo de Lagunas, herederos a su vez de Magdalena Bravo de Lagunas quien, al parecer desde los años finales del siglo XV venía ostentando su propiedad, figurando entonces como molino de “Locino”.

   El del Hocino, en la actualidad, se encuentra arruinado, e incluso parte de la piedra que compuso su edificación, desapareció.

   Añadiremos por último una de esas curiosidades que nos pasan desapercibidas y que nos cuenta nuestro compañero de redacción Juan Luis López Alonso: casi siempre, en las escrituras que firmaban los molineros se incluía alguna de esas cláusulas que hoy no entenderíamos y que tienen su explicación; los molineros no podían tener en los molinos cerdos ni gallinas. Se supone que el molinero lo podía engordar a costa de los labradores que llevaban su grano a moler, y no habría forma de probar lo contrario.

   Hoy ya es historia. De lo que no cabe la menor duda es de que los molinos, tan arraigados a la vida campesina, son parte del paisaje de nuestros ríos y se han convertido en mudos testigos de un pasado no muy lejano. Unos testigos silenciosos que, poco a poco, comienzan a ser historia bajo un montón de piedras que se desploman.


[1] Real Orden de 1853, sobre construcción de molinos.

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