La vida en un libro
La historia de los pueblos, siempre se ha dicho, la escriben sus gentes,
a través de sus obras, de sus actos y de ese ir pregonando por los cuatro
puntos cardinales, cuando de ello se trata, cuál fue el lugar en el que vieron
la luz y comenzaron a caminar.
Atienza ha sido, lo sigue siendo, una gran población levantada a fuerza
de tesón por sus gentes. La mayoría anónimas. Gentes, personajes, que nos han
legado un pueblo hermoso del que todos estamos orgullosos. Los nombres de la
gran mayoría de cuantos nos precedieron se pierden en los pliegues de su cerro.
A pesar de que todos recordamos a nuestros ancestros, y mantenemos por ellos un
cariño especial, sin necesidad de que hayan pasado a la historia por una gesta
importante: escribir un libro, acceder a un obispado o conquistar un castillo.
Suelen ser estas últimas, sin embargo, las personas que hacen que
nuestra tierra salte a las páginas de los libros de historia. Libros de
historia que principalmente se ocupan de nuestros monumentos, nuestras hazañas
pasadas o nuestros festejos, olvidando en la mayoría de los casos a esas gentes
de las que todos debemos sentirnos orgullosos. Y muchos han sido en Atienza los
que han llevado el nombre de la villa por los cuatro puntos cardinales, de los
cinco continentes. De algunos queda el recuerdo, de otros se nos pierde la
memoria y muchos más han pasado a ser parte del olvido.
Se nos pierde la memoria de
Gonzalo Ruiz de Atienza, uno de los conquistadores de Sevilla junto a Fernando
III; de Aparicio de Atienza, reformador de la diócesis de Albarracín; de
Francisco de Atienza, reformador de la orden de San Jerónimo; de Juan de
Ortega, estratega político de los Reyes Católicos; de Catalina de Medrano,
reformadora del convento de San Francisco; de Luisa de Medrano, tenida como la
primera mujer europea que dio cátedra en una Universidad; de Francisco de
Segura, el gran atencino del Siglo de Oro, quien compartió vivencias con Lope
de Vega o Cervantes; de Diego de Madrigal, que extendió su arte por gran número
de las iglesias de la Castilla central; de Ana Hernando, que legó para Atienza
la permanencia de un gran hospital barroco; de Pedro de Elgueta Vigil, que puso
en valor las reales salinas de Guadalajara; de Antonio de Elgueta, que llevó el
arte con letras mayúsculas a Murcia; de Baltasar de Elgueta, quien durante
cuarenta años dirigió las obras del palacio real de Madrid y fundó la Real
Academia de Bellas Artes; de José de Elgueta, que extendió su ciencia
pacificadora por el Nuevo Continente, a través de la tierra de Chile; de Juan
José Arias de Saavedra, que enseñó a Gaspar de Jovellanos a amar la tierra de
Guadalajara; de José María de Beladíez, quien defendió la tierra de Guadalajara
en las Cortes de Cádiz; de Antolín García Lozano, defensor de la libertad por
encima de todo; de Baltasar Carrillo, que puso parte de los cimientos de la
primera Diputación Provincial de Guadalajara; de Dionisio Rodríguez Chicharro,
quien desde Miedes quiso dar a conocer la historia de los pueblos de la
Serranía; Pedro Solís, el médico que rompió normas y mostró al pueblo la
ciencia médica; Eduardo Contreras, un adelantado al tiempo que le tocó vivir;
Bruno Pascual y sus hermanos Antonio y Francisca, que pusieron el nombre de
Atienza en todos sus actos; Doroteo Cabellos, el primer Alcalde republicano de
Atienza, y el primer fallecido a causa de la sinrazón de una guerra; Gil Ruiz
Domínguez, quien acabó sus días víctima de la barbarie de los hombres, en
Mauthausen; Teodoro Romanillos, quien luchó por la dignidad de los maestros;
Ortega Galindo, Marina Encabo…
Podían, a estos, añadirse
muchos nombres más, de raíz histórica: El gramático de Atienza, don Cipriano,
que alborotó ese mundo allá por el siglo XVIII; su primo, de nombre Primo, que
alcanzó la dignidad arzobispal en Cuba; Ruiz de Ribera, que fue a Roma a
defender a Raimundo Lulio; Francisco Serantes, que tuvo la llave de la celda
del duque de Riperdá; fray Gaspar y fray Baltasar, quienes pudieron
protagonizar la novela de la rosa del convento franciscano de Atienza….
Nombres, ilustres y no tanto,
que añadir a otros muchos que sin alcanzar el escalón de la fama nacional, se
quedaron a vivir en el pueblo, y son memoria de Atienza.
¿Cuántas historias, si le pudiésemos preguntar, no nos contaría el señor
Eustaquio, el de Casa Maquinilla, escuchadas detrás del mostrador de su tienda
de la plaza Mayor?, ¿O el tío Confitero, detrás del de La Azucena, mientras
despachaba merengues el día del Cristo? ¿Cuántas letanías nos relatarían los
veladores del Casino, o del bar Federe, o las tabernas del tío Casillas, del
tío Cayo o del tío Navarro?¿Cuántas novedades los almacenes Moreno, Robisco o
Ridruejo? ¿Cuántos cueros de vino se bebió el tío Paco, con aquello de que “si
no lo vendo, me lo bebo”? ¿Cuántos panes se cocieron en el horno del tío Rubio,
de Mariano, de Segundo Albertos? ¿Quién escuchó el repiqueteo del tambor y el
sonido de la dulzaina de los hermanos Castel anunciando fiesta? ¿O quién no
recuerda el soniquete del martillo sobre el yunque y el resoplido de los
fuelles de las fraguas de Atienza?, del tío Juanito, del tío Linda, del tío
Bomba… El arte en el herraje de los Loranca o la maestría a la hora de herrar
mulos del tío Raimundo.
¿Quién recuerda a la tía Rubia, se llamaba Natalia, o a la tía Romera, o
a la tía Piquica hilando lana? ¿O al tío Guarín vareándola para hacer
colchones? ¿Al señor Francisco, carpintero de oficio y que en el oficio se
llevó un par de dedos, componiendo las escaleras para el Monumento de la Semana
Santa de la iglesia de San Juan y que murió una tarde de sol, al sol de la
tarde? ¿Al tío Gaspar o al tío Caprivis tocando la campana delante de la
procesión del Resucitado? ¿Al tío Ladis, que se encargaba de traer los féretros
para los entierros? ¿Quién recuerda las cataplasmas del tío Carrasco, curandero
de oficio? ¿Alguien recuerda el toque del tentenublo, magistralmente ejecutado
según se cuenta, por Victoria Clemente en el campanil de Santa María del Val
para espantar las nubes? ¿Quién fue el misterioso hijo de Atienza que hizo la
promesa y depositó en aquella iglesia un huevo de avestruz? También gente importante. Personajes de
nuestra Atienza del último siglo. El nuestro.
Preguntas, y personajes, que teniendo su espacio en el libro quedan
para otra ocasión. Quizá alguien se atreva a escribir sus vidas en papel
sencillo, y amoroso, como requiere la ciencia de contar las vidas de las
personas a las que admiramos y de alguna manera llevamos dentro, porque son
parte de nuestras vidas.
Tomás Gismera Velasco