ATIENZA
Y SU VIAJE A LAS INDIAS
Tomás Gismera Velasco
Se tiende a pensar que esta cosa de la emigración, fenómeno que con la
crisis parece ganar nuevos adeptos, viene de tiempos recientes. Sin embargo, si
nos adentramos en las páginas del libro de nuestra propia historia podremos
comprobar que no es así, que el fenómeno migratorio está en el mundo desde que
el mundo es mundo.
No nos remontaremos tan lejos, para centrarnos en el fenómeno del
descubrimiento de América, que llevó a aquel Continente a un gran número de
naturales de la provincia de Guadalajara, tema últimamente de amplio estudio.
Sin embargo en esos estudios recientes que sobre la emigración de
guadalajareños a América, o las Indias, en raras ocasiones se pronuncia como
origen del emigrado la villa de Atienza, salvo por el apellido “Atienza”,
haciendo figurar a algunos de aquellos hombres que cruzaron la mar como
originarios de nuestra villa. No obstante, la inmensa mayoría de aquellos no
eran nacidos en Atienza, sino en otros lugares. Por citar tan sólo algunos
nombres, diré que Blas de Atienza era natural de Trujillo; Juan de Atienza
nació en Tordehumos, provincia de Valladolid, Lope de Atienza era natural de
Talavera, y Pedro de Atienza de Medina del Campo.
Fueron varias decenas, a pesar de ello, los
naturales de Atienza que hicieron el viaje, en la mayoría de los casos, para no
regresar, formando en el Nuevo Continente una nueva familia. Cierto es también
que en aquellos tiempos de los que hablamos, siglos XVI al XVIII, el Nuevo
Continente era la tierra de las oportunidades.
Un repaso
por los Archivos de la Casa de la Contratación, nos puede dar la imagen real de
quienes marchaban, de sus necesidades y de sus deseos de prosperar.
Entre aquellos primeros atencinos que
emigraron a las Indias, encontramos a un tal Juan de Salazar, quien solicitó
hacer el viaje en compañía de su familia. Su nombre aparece en uno de los
catálogos de pasajeros fechado entre 1509 y 1534. El mal estado del documento
no permite averiguar nada más en torno a él, si bien figura como natural y
residente en Atienza en el momento del embarque y de la solicitud de hacerlo,
ya que como nos podemos imaginar, para llevarlo a cabo era necesario reunir una
serie de requisitos: ser mayor de edad, preferiblemente soltero, y con medios
suficientes para ganarse la vida, o con familia en el lugar de destino, que les
pudiese avalar.
Igualmente y entre aquellos primeros
emigrantes, nos encontramos a Antonio de la Riba, natural de Atienza, hijo de
Juan de la Riba y de María López, vecinos de Atienza, el cual solicitó la
correspondiente autorización de partida el 17 de marzo de 1513
Aquellos primeros años del siglo XVI, apenas
descubierto el Continente americano, debieron de ser número elevado quienes se
decidieron a emprender la nueva vida. Debió de ser esta una época en la que el
número de emigrantes a las Indias fue elevado, tanto de Castilla como de la
comarca de Atienza, ya que se conserva en el Archivo General de Indias un
curioso documento mediante el cual se comunica a numerosos corregidores, entre
ellos el de Atienza, que aquellas personas que habían preparado el viaje a las
Indias, estando autorizados para viajar, no se moviesen de sus lugares de
origen hasta llegado el verano. La real cédula está emitida en Medina del Campo
el 4 de noviembre de 1531. El documento dice que se haga pregonar en los lugares públicos que los labradores que
iban a marchar a Indias aguarden.
Puesto que desde los lugares de origen
debían de marchar hacía Sevilla o Cádiz, desde cuyos puertos salían las
embarcaciones con rumbo a lo desconocido, y en donde en ocasiones debían de
aguardar dos, tres o cuatro meses, sin medios de vida y malviviendo por sus
calles hasta que se les asignaba embarcación.
No todos lograron el éxito, desde luego,
aunque conocemos algunos casos en los que este, sino del todo, si no se cumplió
totalmente, llegó a hacerles entrar, por medio de terceras personas, en el
libro de la historia. Tal es el caso Luis de la Cerda, hijo de Jofre de la
Cerda y Juana López de Heredia, a la sazón vecinos todos ellos de Atienza,
quien partió con la armada de Juan del Junco el 9 de abril de 1535 rumbo a Cartagena de Indias. Juan del Junco
posteriormente sería regidor y corregidor de varias localidades y provincias
del Paraguay. Luis de la Cerda, del que no tenemos constancia documental de que
efectivamente naciese en Atienza donde sus padres administraban bienes del
duque de Medinaceli, a pesar de que desde Atienza saliese camino de Sevilla,
participó junto a Juan del Junco en la conquista de Paraguay.
En la conquista y descubrimiento de La
Florida encontramos a otro atencino, Andrés Ramírez, hijo de Alonso Ramírez y
de María Gutiérrez, todos ellos naturales de Atienza, partió para La Florida
cuando esta estaba siendo todavía explorada por los españoles, figurando su
solicitud de partida el 26 de enero de 1538. En La Florida se perdió su rastro.
Algunos de aquellos lo hacían como criados
marchando con las personas a las que servían. Tal es el caso de Antonio Luzón,
también natural de Atienza, que fue uno de los muchos criados que hicieron el
viaje a las Indias junto a Francisco de Sande, su mujer, Ana de Mesa y sus
hijos Francisco y Luisa. Francisco de Sande era Presidente de la Real Audiencia
de Guatemala, y como corresponde a cargo tan importante, su séquito estaba
compuesto por un no menos importante número de criados y servidores, diecinueve
en total. La mayoría de ellos eran de Valdemoro, en la provincia de Madrid,
localidad natal de doña Ana de Mesa, con ellos iba el atencino, en información testifical que
se pasó a documento el 11 de febrero de 1594. Francisco de Sande, según cuentan
las crónicas, atesoró una inmensa fortuna en esmeraldas y piedras preciosas que
gastó uno de sus hermanos, fraile en un convento de Cáceres, en pagar favores
al duque de Lerma en la esperanza de que le proporcionase un obispado. De
nuestro paisano no tenemos más noticias.
Por medio de los escribanos se conocían en
nuestra tierra algunas de las venturas y desventuras de nuestros emigrantes,
pues a ellos confiaban la misión de dar las buenas o malas noticias. Puesto que
la inmensa mayoría de aquellos que partían desconocían estas artes, la de la
lectura y la de la escritura.
Se conserva, citada por distintos autores,
una de aquellas cartas dirigida a otro de nuestros paisanos, quien se había
puesto en contacto con parientes del otro lado del mar, para que le buscasen
empleo. La carta está llena de sentimiento:
Doña Leonor de Aguilera a Francisco del Castillo,
en Atienza.
México, 15.VII.1591
No sabré decir el contento que recibí con las que
v.m. me hizo merced, porque deseaba ver cartas de España, que ya entendí que
todos eran muertos, y aunque yo no conozco a v.m. sino para servirle, mi
hermana doña Petronila me escribe quien es v.m. y el contento que tiene de
haber casado a mi sobrina con un hombre tan principal, que no lo estoy yo poco
de que haya cumplido en su obligación, y así se lo escribo, que quedo yo muy
agradecida de esto.
Escríbeme v.m. que está en el Puerto de Santa
María en servicio del duque de Medinaceli, y que tiene una hija casada y cuatro
por casar, y un hijo. Paréceme muchos hijos para acomodarlos con los cómodos de
los señores de España, que yo también sé algo de esto, pues el servirlos y ver
lo poco que hay en ellos me hizo venir donde estoy, con el favor del padre fray
Juan de Peñaranda, mi hermano, que fue Dios servido de tenerle en México,
estando yo en Sevilla, sirviendo Francisco de Orozco al señor Marqués de
Almanzán de su mayordomo, siendo allí asistente, y aunque nos hacía mucha
merced, me pareció y le pareció a Francisco de Orozco poco para cumplir con sus
obligaciones, donde nos determinamos de pasar a esta ciudad de México, donde
nos ha hecho Dios mucha merced. Sólo nos ha ido mal de hijos, porque se murió
uno que traje de allá, y no he parido más. Y así, pues v.m. dice tiene tantos,
y estando ahí tiene hecha la mitad de la jornada, yo holgaré mucho y Francisco
de Orozco, que es el secretario de ésta, que v.m. se disponga a pasarse acá con
mi sobrina, y todos ellos que llegados aquí, nosotros los tomamos por nuestra
cuenta, y lo que v.m. ahí tuviere fuera de lo que hubiere menester para su
camino déselo a la hija casada, que con el favor de Dios , antes ha de poder
v.m. dar de acá que pedir a los de allá. Y si v.m. se hubiere de determinar,
sea con la mayor brevedad que pueda, porque soy vieja, y como ya estoy
imposibilitada de ir a España, quería ver a mi sobrina y sus hijos y a v.m.
antes que me muriese. Y por esto no envío ninguna cosa en esta flota hasta ver
respuesta de ésta, aunque la que yo querría ver es a vs. mds. Sírvase Dios que
lo vea antes que me muera.
El portador ha venido a punto crudo (?) por esta
carta, y así no escribo a mi sobrina, ésta servirá para ella. Y dígale v.m. que
no se la pongan trabajos por delante, que yo también era mujer, y no más fuerte
que otra. Mas Dios me trajo con bien y me ayudó, y así hará a ella. Mi hermano
está treinta leguas de aquí, y le envié sus cartas de v.m., y está con el mismo
deseo que yo, y le parece lo que a mí.
A mis sobrinos beso las manos, en cuya vida guarde
Dios a v.m. muchos años, y lo mismo hace el secretario que, aunque va ésta en
mi nombre, es suya, y desea lo que yo. De México, y de julio 15 1591 años. Beso
las manos a v.m. su tía doña Leonor de Aguilera.
El expediente del viaje de Francisco del
Castillo se formalizó, tras no pocos avatares, el 20 de febrero de 1594,
marchando junto a su mujer María de Vera, y el mayor de sus hijos Juan del
Castillo. Todos eran naturales y vecinos de Atienza. Francisco del Castillo
había solicitado su partida en 1592.
El siglo XVII fue uno de los que más
castellanos llevó a las Indias. También la provincia de Guadalajara aportó a
aquellas tierras un buen puñado de hombres que a todos los niveles
engrandecerían el territorio al tiempo que probablemente ellos adquirieron algún
que otro capital, o se perdieron en la lista anónima de tantos como quedaron en
el olvido.
Abrió la nómina de los atencinos emigrados,
con rumbo al Perú, Francisco Maldonado, de los Maldonado de toda la vida,
originario y natural de Salamanca, aunque vecino a la sazón de Atienza, donde
se encontraba casado con María de Ocaña. En Atienza les habían nacido sus tres
hijos, Alonso, María e Isabel, y para todos ellos solicitó don Francisco
licencia de partida el 1 de abril de 1604.
Pedro de Soto, también natural de Atienza,
se fue a las Indias sin que sepamos cuando. Si bien tenemos conocimiento de que
en las Indias murió, en la población de Santo Domingo de Guare, provincia de
los Conchucos del Perú, donde otorgó poder a determinados parientes atencinos el 18 de junio de 1625, para que a su muerte,
acaecida el 22 de abril de 1626, distribuyesen sus bienes. Sus herederos eran Juan de Soto,
beneficiado de la iglesia de la Santísima Trinidad, y Alonso. hermanos ambos
del difunto, cuyos bienes ascendían a la importante cantidad de veinticuatro mil setecientos setenta y cuatro
maravedíes, heredándolos estos ya que la mujer de Juan de Soto, María Hierro,
había fallecido unos cuantos años antes en la propia Atienza, el lunes santo,
último día de marzo de 1608, siendo enterrada en la iglesia de San Juan. Juan
de Soto, además de beneficiado de la Trinidad, era entonces abad y contador del
Cabildo de Clérigos de Atienza.
Ese mismo año de 1626 otro atencino, Marco
Antonio de Salcedo, marchó a las Indias. De profesión escribano, e hijo de
Cristóbal de Salcedo e Isabel Meléndez, marcharía a Nueva España junto con su
mujer Jerónima Galíndez, natural de San Esteban de Gormaz. Se les autorizó el
viaje el 1 de julio de 1626. El nombre de Marco Antonio de Salcedo, como
escribano público, o lo que hoy conoceríamos como Notario, se encuentra en
multitud de documentos de la época. Salcedo se asentó en Nueva España, instalándose en Coyoacán, donde
ejerció su oficio de escribano público hasta su muerte.
A nuestro paisano Francisco del Rivero, hijo
de Juan Gutiérrez del Rivero y de Luisa de Riveros, también de Atienza, se le
autorizó para viajar a Nueva España con un criado que ajustó en Sevilla, de
nombre Juan de Aguilera, el 25 de junio de 1626. Los padres de Francisco del
Rivero ya se encontraban en México desde
años atrás.
También como criado, en esta ocasión del
arzobispo de Lima, el riojano Antonio de Soloaga, partió hacia Perú nuestro
paisano Juan Palancares. El expediente de viaje se formó el 7 de julio de 1713,
aunque el viaje no se inició hasta meses después. Al arzobispo le acompañaron
un par de docenas de personas entre frailes, clérigos, familiares y criados.
Juan Palancares contaba a la sazón con 28 años de edad, y de él sabemos que era mediano
de cuerpo y pecoso de cara.
Sirvan
estas líneas para conocer un poco más lo que fue de los nuestros.
Tomás Gismera Velasco. Atienza de los Juglares-Febrero 2013