ATIENZA, EN EL PALACIO REAL DE MADRID
Poco, por no decir que nada, se ha escrito sobre nuestra histórica villa
de Atienza en relación con las obras del Palacio Real de Madrid. A pesar de la
intervención de Baltasar de Elgueta Vigil junto a los nombres de Jubara,
Sachetti o Ventura Rodríguez. A pesar, y más pesar, de que al hablar de
Baltasar de Elgueta se eluda su lugar de nacimiento, porque Baltasar de Elgueta
Vigil, Intendente General de las obras de Palacio entre 1737 y 1763, nació en
Atienza, si las cuentas no nos fallan, el 5 de enero de 1689.
A los 17 años ingresó en los Guardias de Corps. A los 24 ya era capitán
y a los 30 su equivalente a Teniente Coronel, cuando ingresó en la Orden de
Santiago, siendo titular de la encomienda de Bétera desde 1732 al 37, en que
tomó la de Museros que desempeñaría hasta su muerte.
Entró en el Palacio Real, para no salir de él hasta el día de su muerte,
en 1737, como Intendente General de Obras. Fue la persona que medió entre los
reyes y los arquitectos, los escultores, los marmolistas, los carpinteros…
quien eligió a unos y a otros, quien hizo y deshizo planos. Quien indagó por
España, Francia e Italia, en busca de los mejores pintores y escultores,
descubriendo y protegiendo a los mejores. De su intervención directa salieron
las obras de la Capilla Real, de la escalera de honor, e incluso de la
decoración de la balaustrada con la representación de los reyes de España, que
luego no gustaron a Su Majestad Carlos III. Junto a Ventura Rodríguez y toda
aquella prole de italianos que tuvieron directa intervención en Palacio, se le
atribuyen otras muchas obras, entre ellas las de “los caminos del agua” de Madrid, y más concretamente los del
Amaniel.
No para en ello su trayectoria. Pues junto al ministro José de Carvajal,
y media docena más de los grandes hombres de la cultura española, participó en
la creación y fundación de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, de
la que fue el segundo Viceprotector, tomando parte en la elaboración de sus
primeros Estatutos, después Consiliario y posteriormente, desde 1753 hasta su
muerte, Académico Honorario. La presidió interinamente por algún espacio de
tiempo supliendo al propio ministro Carvajal. Academia instalada en un
principio en la Casa de la Panadería, de la Plaza Mayor.
En las actas que se escribieron en esta Real Academia con motivo de su
fallecimiento, se decía: “jamás olvidarán
las artes y sus profesores los auxilios que les franqueó. Su empleo le daba los
más oportunos medios, y así trabajó en beneficio del Instituto hasta ponerlo en
estado de merecer el título de Academia”.
Sirvan estas apretadas líneas para que cuando nos acerquemos a visitar
el Palacio de Oriente, o la Real Academia de San Fernando, sintamos el orgullo
patrio de conocer, casi en primicia, que Guadalajara, y Atienza, también inscribieron
por allí sus nombres en el mármol de la historia.
Tomás Gismera Velasco
Arriaca, enero 2013