DE ATIENZA AL INFIERNO DE MAUTHAUSEN
Tomás Gismera Velasco
Una historia que nunca debió de suceder, ni con él, ni con nadie.
A la memoria de Gil Ruiz Domínguez.
Sintiendo el profundo silencio que hoy se respira en los campos de Mauthausen-Gusen, resulta prácticamente imposible imaginar lo que sintió Gil Ruiz Domínguez en la madrugada del 4 de noviembre de 1941.
Hoy ese silencio impresiona. Tal vez, mucho más, las distintas placas, monumentos, coronas de flores, todo lo que quiere recordar lo que allí sucedió, para que no se olvide, para que no se vuelva a repetir.
Seguir los pasos de Gil Ruiz Domínguez no ha sido fácil, y por ahí, entre esos barracones que hoy son testimonio de la irracionalidad a que puede llegar el ser humano, creo poder encontrarlo, embutido en uno de aquellos trajes a rayas de presidiario del ejército alemán, distinguido con una “S” de ... de republicano español. No lo reconocería, claro está, a no ser que él mismo se presentase. En ese caso el nudo en la garganta se haría mucho más grande. He de confesar que, siguiendo su historia, se me han hecho muchos, quizá demasiados nudos en la garganta. De emoción, de rabia, de…
Sí. Gil Ruiz Domínguez nació en Atienza. Es uno de esos nombres que se relacionan entre los miles y miles de muertos en los campos de concentración bajo el fanatismo, la violencia, la sinrazón de las guerras incomprensibles…
Llegar hasta él no ha sido fácil, lo repito. Partía de un nombre en una de esas larguísimas listas de represaliados de la Guerra Civil. Su nombre figura en los archivos españoles ocupando apenas unas líneas entre los deportados a campos de concentración nazis en el periodo comprendido entre 1941 y 1945. La ficha tan sólo da cuenta de su filiación, y de su muerte: “Ruiz Domínguez, Gil. Nacido el 1 de septiembre de 1901 en Atienza. Provincia de Guadalajara. Castilla-La Mancha. Prisión de Fallingbostel XI-B. Número de prisionero 41.806. Deportado el 8 de septiembre de 1941 al campo de concentración de Mauthausen. Número de la primera matrícula 4.461. Estado fallecido. Fecha 4 de noviembre de 1941”.
La ficha española está tomada del “Livre Mémorial des Deportés de France”, tomo 3, página 1.071. Referencia D-18.401.
La misma cita, sin más, aparece en las distintas relaciones, memoriales y recordatorios de un tiempo que nunca debió de existir. En algunas relaciones, a la fecha de su muerte, ignorando la de su nacimiento, añaden que falleció en Gusen. Otras dan cuenta de que su muerte tuvo lugar en Mauthausen, en Austria. Algunos datos, sacados de la relación aportada por la Cruz Roja Internacional a partir de 1945, entresacados de los “libros de la muerte” de los campos de Mauthausen y Gusen, o de otro anterior registro elaborado por la Cruz Roja de Berlín en 1943, con datos entresacados de lo sucedido entre 1941 y ese mismo año, eludiendo casi por completo el de 1942, no coinciden en su integridad con los que figuran en los Archivos Memoriales de Mauthausen en Viena, donde se conservan parte de los registros primitivos de esos años.
Mauthausen fue una de esas sucursales del infierno que el III Reich instaló en la tierra. Gusen, conocido como “el campo de los españoles”, su vestíbulo.
GIL RUIZ DOMINGUEZ
Gil, efectivamente, nació en Atienza, en la antesala de las fiestas patronales, como segundo hijo del matrimonio compuesto por Pío Gil y Juana Domínguez, en Atienza fue bautizado y allí dio sus primeros pasos.
Probablemente, si tuviésemos ocasión de preguntarle, nos diría a qué familia pertenecía. Pero no está para responder. Ni él, ni su mujer, Juliana Pérez Borderas, una madrileña vivaracha, diez años menor que Gil, que aprendió a sobrevivir a los malos tiempos y falleció va para diez años en un hermosa población, de esas que se enmarcan en las postales de los turistas, Dinan, en la Bretaña francesa. Allí, en su cementerio, está enterrada.
Juliana, cuando conoció la muerte de Gil, tras casi siete años de esperar su regreso, trató de contactar con la familia. Una parte de ella residía ya en La Habana, en Cuba, donde uno de los hermanos de Gil había instalado una prestigiosa joyería. Antes la había tenido en Madrid. La falta de documentos le impidió emigrar a la isla. Razones políticas, regresar a España. Razones de cariño y amistad, quedarse en la población que la había acogido, Les Champs-Geraux, a once kilómetros de Dinan. Allí en aquel pueblecito, de postal también, Gil Ruiz Domínguez es parte de la historia. En el monumento que se levanta a “los muertos por Francia”, entre la larga lista de nombres de ambas guerras, la primera y la segunda, compuesta por sesenta y cuatro niños y nueve adultos, el último nombre es el de Ruiz G. Nuestro paisano.
Digamos que la de Gil era una de esas familias mitad burguesas, mitad emprendedoras. De gran cultura y acaso con ideas liberales. Julia, su hija mayor, nacida en 1932 en el Madrid de la República, guardaría durante años el recuerdo de su padre rodeado de libros. Gil llegó a ser un reputado tipógrafo en una imprenta familiar situada en el número 15 de la calle de Tarragona, en las cercanías de la estación de Atocha de Madrid, entre los paseos de Santa María de la Cabeza, y de las Delicias. Sobre ella tenían su domicilio familiar, aburguesado, rodeado de colecciones bibliográficas y filatélicas.
La Guerra Civil no les pilló desprevenidos. En aquella imprenta se imprimieron muchos de los carteles, pasquines y folletos del Frente Popular. Tal vez por eso a nadie en la familia pilló tampoco desprevenido el que Gil, con anterioridad a la movilización general, respondiendo a uno de tantos llamamientos, y tras la cena de la Nochebuena de 1936, anunciase su intención de alistarse voluntario en el Cuerpo de Carabineros, con destino a las Brigadas Mixtas. Su ingreso consta oficial y documentalmente el 28 de diciembre de 1936. Las gacetas y diarios oficiales recogieron su ingreso el 1 de enero de 1937, y su destino al frente de Madrid. Pasó el año 1937 y la mayor parte de 1938 por la sierra madrileña y sus alrededores, como integrante de la 152 Brigada Mixta de Carabineros. También las gacetas, diarios y boletines oficiales recogen sus ascensos, hasta mediados de 1938, cuando se le pierde la pista. Sabemos que anduvo por la Ciudad Universitaria de Madrid, así como por el entorno del río Manzanares. Poco más de ese periodo.
No, no tuvo un papel importante en el ejército. Fue, tan sólo, uno entre tantos. Uno más de los que, con todo perdido, incluso la casa e imprenta de la calle de Tarragona, que ardieron en los inicios de 1937 bajo el empuje de una bomba incendiaria, optó por lo que creyó la tierra de la libertad. Francia.
¿TIERRA DE LIBERTAD?
El largo invierno de 1938-39, fue para los republicanos madrileños un invierno de desilusiones. Un invierno en el que muchos de ellos se encontraron abandonados a su destino. Cuentan algunos historiadores que las tropas del general Franco dieron plazo para que cuantos quisieran, o pudiesen, saliesen de España. Sea o no cierto, el caso es que más de medio millón de personas se agolparon en los pasos fronterizos de Cataluña con Francia, y entre aquellos, desde Puigcerdá, iban Gil Ruiz, su mujer y sus dos hijas, Julia y Mercedes. Les acompañaban dos familias madrileñas más, de apellidos Peral y Quinta Rubia. Su hija, en 2008, no recordaba nada más que añadir a la confusión de aquellos días. La escena siguiente la situaba en un tren de ganado, ya en suelo francés, donde su padre logró acomodar a su mujer e hijas entre cien mujeres y niños más. Después, con el tren en marcha, lo vio correr a lo largo de la estación para entregar a su esposa una sortija de oro. Aquello fue en los últimos días de enero, o comienzos de febrero, de 1939. Fue la última vez que lo vieron.
Lo que si recordaba es que el tren, tras dos o tres días de viaje, se detuvo en Saint Brieuc, camino de la Bretaña, donde hicieron descender a los refugiados. En la portada del periódico de la localidad del 4 de febrero de ese año, apareció una foto en la que ellas se encontraban entre las decenas de de mujeres y chiquillos que se agolpaban en la estación ante la incrédula mirada de las autoridades, y rodeadas de gendarmes a la espera de recibir la orden de qué hacer con aquellas gentes. Eran alrededor de ciento cincuenta personas, entre niños y adultos.
El gobierno francés, también es cierto, se vio desbordado por la avalancha de refugiados que entraban en el país por cualquier punto de la frontera. Y también es cierto que los republicanos españoles no eran bien recibidos en todas partes. Aquellas gentes eran lo más parecido al demonio. Así parece que se los habían pintado. Tampoco el gobierno de la república francesa quería indisponerse con el nuevo orden español. Se esperaban acontecimientos, pero había que esperarlos. Y decidir la suerte de aquellos andrajosos apátridas no resultaba nada fácil. Recibirlos suponía enfrentarse al nuevo gobierno español, al alemán, al italiano, al…
En Saint Brieuc, los refugiados españoles fueron conducidos de forma provisional al campo de Gouédic y al Hogar del Soldado. Después distribuidos, a la espera, entre las poblaciones vecinas, tras ser desparasitados, vacunados y de alguna manera asistidos por las organizaciones de beneficencia, sobre todo los niños, a los que proporcionaron ropas de abrigo entre la indiferencia general y el malestar de las autoridades, conscientes de que si eran bien recibidos, llegarían más. La intervención del obispo de Saint Brieuc, monseñor Serrand, apelando a la caridad de Cristo, logró parar la expulsión y que algunas localidades admitiesen a un número determinado de aquellos. El 9 de febrero la mujer e hijas de Gil Ruiz, con otras 17 personas, marcharon a la ciudad de Dinan. Pasaron la noche en las celdas de la antigua prisión. En la calle Gambetta, acondicionadas para que pudiesen dormir. Al día siguiente las trasladaron a la localidad de Champs Geraux, donde serían recibidas y acogidas por el alcalde de la localidad, Pierre Busnel, y el maestro Francis Herby, a su vez, secretario del Ayuntamiento. Durante algunos meses la mujer e hijas de Gil Ruiz vivieron allí, en dos habitaciones situadas sobre la escuela local, a partir del verano de 1939 pasaron a ocupar una destartalada casa, sin luz ni agua corriente, a unos centenares de metros de Champs Geraux, en Boulaie. Para entonces de los veinte refugiados que llegaron tan sólo quedaban 15. Los restantes, naturales de La Seo de Urgel, habían regresado a España.
Entre Champs Geraux, Boulaie y Dinan transcurriría el resto de la vida de las hijas y mujer de Gil Ruiz. Gil pasaría a ser un número más entre los miles de españoles retenidos en los campos de retención, o concentración franceses, el de Le Vernet, en Ariége. El resto de campos abiertos por aquellos días ya se encontraban colapsados. En el de Le Vernet fueron a parar la mayoría de hombres que pertenecieron a las columnas de Durruti, y en donde los españoles, más que refugiados o exiliados políticos recibían trato de prisioneros.
HA ESTALLADO LA GUERRA
A través del alcalde de Champs Geraux, Gil Ruiz conoció el destino de su familia, lo mismo que está el de Gil. Fue localizado en el mes de junio y a partir de entonces ambos se cruzaron varias cartas desde ese mes de 1939 hasta la ocupación de Francia por las tropas alemanas.
Recordaba la hija de Gil que en aquellas cartas su padre les hablaba de la desesperación que sentía, como tantos otros, ante la incógnita sobre su destino. Sus deseos de salir de allí e iniciar una nueva vida, ya fuese en suelo francés, o en Cuba, junto a su hermano. Viendo en el alistamiento a la Legión Extranjera su única salida. Y según su hija trató de alistarse en ella de manera voluntaria. Lo que no le habría sido admitido.
Lo cierto es que ante el inminente estallido de la Segunda Guerra Mundial el gobierno francés, mediante decreto, obligó a los extranjeros varones sin nacionalidad, y los republicanos españoles ya lo eran, comprendidos entre los 20 y los 48 años, a prestar servicios para las autoridades militares. Ofreciendo varias opciones: pasar a ser contratados por patronos agrícolas a título individual y salarios de subsistencia, en caso de haberlos. Apuntarse a la Compañía de Trabajadores Extranjeros destinados a la fortificación de las líneas de defensa, o alistarse por 5 años en la Legión Extranjera o en los Regimientos de Voluntarios Extranjeros, durante el tiempo que durase la guerra.
Gil Ruiz entró a formar parte de la Compañía de Trabajadores Extranjeros en el mes de marzo de 1940. La familia lo conoció a través de una carta que Gil les remitió, probablemente desde la llamada “línea Maginot”, el día 3 de abril de ese año. Las autoridades militares no permitían dar cuenta del lugar en el que se encontraban. En aquella carta Gil felicitaba a su hija en su octavo cumpleaños, sería el 6 de abril: “Para mi pequeña Julia. Tu papá te desea un feliz cumpleaños en compañía de mamá y de tu hermanita, ya que en mi compañía no es posible. Y ya que no puedo enviarte otra cosa, te mando muchos besos”. Julia siempre recordaría aquél texto.
La siguiente carta, recibida a través de la Cruz Roja de Berlín, les llegó a mediados de julio. Había sido escrita el día 3. En ella les daba cuenta de que la compañía en la que servía había caído en una emboscada en Vosgos, en Epínel, y se encontraba, como preso de guerra, en Bataville-Hellocourt, en el Mosela. En una vieja fábrica de zapatos convertida en campo de retención, y ocupada por los alemanes el 17 de junio. Todavía les llegaría una nueva carta, tranquilizadora sobre su situación, fechada el 14 de julio.
La realidad tranquilizadora, a pesar de todo, había comenzado a convertirse en pesadilla. Ciertamente, Gil Ruiz había sido hecho prisionero, el 21 de junio de 1940 en el lugar que él mismo había dicho, allí había sido registrado con el número de prisionero 41.806 del Stalag XI-B. La realidad era que, pasados los primeros meses de ser tratado como tal, las autoridades alemanas no reconocieron sus papeles de trabajo francés. Era español, republicano y… el 8 de septiembre, como otros muchos de quienes se encontraban en su misma situación, entraba en el infernal campo de concentración de Mauthausen, donde fue registrado con el número 4.461. Aquél día, junto a Gil, entraron algo más de doscientos españoles, los números 4.263 al 4.485. De ellos tan sólo 34 sobrevivieron. Y de su inmediato compañero, Lorenzo de la Torre Guijarro, número 4.462, natural de Torronteras, en nuestra provincia, se perdió en Gusen todo rastro. A pesar de ostentar ese número de matrícula, Gil Ruiz sería registrado igualmente con el número de prisionero 8.530.
Los testimonios de los pocos sobrevivientes que compartieron similar destino al de Gil Ruiz dan cuenta de que, efectivamente, fueron tratados como prisioneros de guerra durante algún tiempo que sitúan entre tres y seis meses, hasta la entrevista del Ministro español de Asuntos Exteriores, Ramón Serrano Suñer con Hitler, a finales de ese mismo mes de septiembre de 1940. Las memorias de Ramón Garriga, quien llegó a ser Jefe del Servicio Nacional de Prensa y Propaganda, dan cuenta de conversaciones anteriores, en el mes de agosto de 1939, cuando Garriga se encontraba en Berlín. Los apuntes de los archivos de Mauthausen en Viena dan cuenta de que Gil Ruiz Domínguez, tras no ser admitida su documentación francesa, fue registrado como “rotspanier”, o lo que es lo mismo: “voluntario rojo español de guerra”, siendo entregado a la Gestapo, tras la orden dada por Heinrich Himmler, de que todos los españoles voluntarios de guerra fuesen tomados en una supuesta “prisión preventiva”, en la que se les desposeyó de todas sus pertenencias, se les rapó el pelo, y comenzó el proceso de degradación personal.
MAUTHAUSEN, LA PUERTA DEL INFIERNO
Nada indica que Gil Ruiz llegase a Mauthausen con heridas de guerra, había pasado demasiado tiempo desde su detención. No obstante, la primera referencia que se tiene de él, conocida años después a través de los informes de la Cruz Roja de Berlín elaborados en 1943, comprobados en los libros de registro a partir de 1945 y revisados por el Comité Internacional en 1967 (informe del International Tracing Service del Comité Internacional de la Cruz Roja, fechado el 30 de junio de 1967), es el de haber sido objeto de una operación quirúrgica que se le efectuó en el pie izquierdo. Una incisión con drenaje de un aparente flemón, o algo similar. La anestesia utilizada fue cloruro de etileno, o de etilo (cloretano), al parecer un sucedáneo de la gasolina capaz de paralizar el miembro a intervenir, por congelación. Si bien lo habitual para las anestesias era la utilización de éter. La operación pudo llevarse a cabo bajo la dirección del doctor Eduard Krebsbach. Método anestésico después utilizado por Aribert Heim, tristemente conocido como “el doctor muerte” o “el Carnicero de Mauthausen”. Y conocido es que en aquel campo, al igual que en el más terrible de Gusen, no se operaba prácticamente a nadie, salvo para realizar experimentos. Heim se encontraba al cargo de los quirófanos cuando Gil Ruiz murió. La operación se llevó a cabo el 15 de noviembre de 1940.
Los espeluznantes experimentos llevados a cabo, entre otros por Aribert Heim, fueron recogidos en el proceso de Núremberg, donde declaró el fotógrafo Francisco Boix, (preso 5.185) quien igualmente coincidió con Gil Ruiz, tanto en los Vosgos como en Mauthausen. Siendo algunos de ellos recogidos en los diversos textos que se conocen en torno al proceso.
De ser cierto, como suponemos, que Gil Ruiz fue sometido a algún tipo de experimentos médicos, cierto es también que sobrevivió a ellos. Repuesto de aquella intervención, Gil Ruiz ingresó el 24 de enero de 1941 en el todavía más siniestro campo de Gusen, donde se le registró con el número 9.651.
Gusen, catalogado como campo de categoría III (o campo sin retorno), a cuatro o cinco kilómetros de Mauthausen, fue en realidad un campo de exterminio en el que los internados morían realizando trabajos forzados, extrayendo y transportando piedras de su famosa cantera subiéndolas a través de los no menos famosos 186 escalones de la “escalera de la muerte”. Llegar al final era comenzar a subirla nuevamente, a irse muriendo poco a poco mientras algunos industriales alemanes se enriquecían a costa de aquellos desgraciados. Mientras a estos, después de diez horas de acarrear piedras, se les lanzaba un mendrugo de pan amasado con una pequeña porción de harina y un mucho de serrín. El lema del campo era que se entraba por la puerta, y se salía por la chimenea.
TIEMPO DE ESPERA
Juliana Pérez Borderas, la esposa de Gil Ruiz, tuvo que aprender a sobrevivir en un país desconocido y con lengua desconocida. Desde aquel mes de julio de 1940 no volvió a tener noticias de su marido. Imaginó, como tantas personas más, que Gil Ruiz se encontraba internado en algún campo de prisioneros, como tantos otros, del que algún día regresaría.
Durante los años siguientes se emplearía en las granjas del lugar, realizando trabajos para la comunidad, e incluso ganándose cierta fama como costurera. Sus hijas, Julia y Mercedes, fueron acogidas por el maestro Francis Harby, quien las llegaría a tratar como si fuesen miembros de su propia familia, al igual que el alcalde Pierre Busnel.
La guerra en Champs Geraux pasó sin demasiados sobresaltos, si bien las tres tuvieron que pasar por los diversos controles alemanes y franceses de identidad a los que la población se vio sometida. El propio maestro y a su vez secretario municipal, falsificó su documentación para hacerlas pasar por ciudadanas de Champs Geraux, donde Gil fue inscrito como preso de guerra, domiciliado en Boulaie.
El mayor incidente vivido por la localidad sucedió en el mes de mayo de 1943, el día 29, cuando en su término cayó un avión militar norteamericano B-17 pereciendo once de sus tripulantes. Juliana Pérez Borderas fue una de las primeras personas en acudir al socorro de las víctimas, y en utilizar la tela de los paracaídas para confeccionar vestidos. Después todo fue esperar a que la guerra concluyese. Guerra que dejó para el pequeño lugar, de apenas un millar de habitantes, ocho muertos en combate.
La llegada del armisticio trajo también la incertidumbre sobre lo sucedido con Gil Ruiz. Regresaron los combatientes, y regresaron los prisioneros. Pero no Gil.
En el verano de 1945 trató de conseguir el visado para dirigirse a Cuba con sus hijas, al cobijo de la familia de su marido, pero el visado le fue negado, carecía de documentación oficial en regla. Aquella había quedado en España, un lugar al que ya no podía volver.
El 10 de mayo de 1946 les fue reconocida la residencia oficial en Francia, en aplicación de un decreto de la república de 15 de marzo de 1945.
También, por entonces, comenzó a conocerse lo sucedido en los campos de concentración alemanes. Algo increíble, pero real.
EL MONUMENTO
En el mes de mayo de 1947 comenzó a hablarse en el ayuntamiento de Champs Geraux de llevar a cabo lo que ya se estaba acometiendo en otros lugares. Levantar un monumento en homenaje a los muertos por Francia, naturales de la población.
La noticia que sorprendió en la localidad, días antes de tomar el acuerdo definitivo, fue la llegada de una carta oficial proveniente del Ministerio de ex combatientes y víctimas de la guerra dirigida al alcalde, Pierre Busnel. Se le pedía la localización de Juliana Pérez Borderas, la carta era la notificación, tras las diversas comprobaciones, de la muerte de Gil Ruiz Domínguez.
Se acompañaba su partida de defunción, que quedó inscrita en el ayuntamiento de la localidad, en donde puede leerse: El día 4 de noviembre de 1941, a las siete y media de la mañana, falleció en Mauthausen (Austria), Gil Ruiz Domínguez, obrero impresor, nació el primero de septiembre de 1901 en Atienza (Provincia de Guadalajara), España. Su último domicilio conocido fue el de Boulaie, en Champs Geraux, Costas del Norte. Hijo de Pío Ruiz y de Juana Domínguez. Esposo de Juliana Pérez Borderas.
El acta estaba firmada por el oficial del Estado civil del Ministerio de Excombatientes y Víctimas de la Guerra, de París. La causa oficial de la muerte: neumonía.
El 20 de julio de 1947, el ayuntamiento de Champs Geraux tomó el acuerdo oficial de levantar su monumento a los muertos por Francia, naturales del lugar. Y por unanimidad acordó incluir el de Gil Ruiz entre los fallecidos por Francia, naturales de Champs Geraux.
Ocuparía un lugar de preferencia en la plaza de Champs Geraux, entre el ayuntamiento y la iglesia, y en él figurarían los nombres de los 64 chiquillos fallecidos a lo largo de los años que mediaron entre 1914 y 1918, así como de los combatientes de ambas guerras.
Le fue encargado el diseño al arquitecto Luis Pinard, de Dinart, y lo llevaría a cabo el escultor de granito Eugenio Gallée, de Evran.
A efectos de oficializar la nacionalidad, y el honor, de que el nombre de Gil Ruiz se incluyese en el monumento, el alcalde Busnel se dirigió al Ministerio de Víctimas de la Guerra, solicitando que Gil Ruiz, prisionero en campo francés luchando por Francia con el ejército francés, fuese reconocido como “muerto por Francia”. Aquello llevaría emparejado el que su viuda fuese igualmente reconocida como víctima de la guerra y sus hijas huérfanas de guerra, pudiendo acceder a las ayudas oficiales, y a la nacionalidad.
La respuesta le llegó el 8 de agosto, rechazando la petición, ya que Gil Ruiz no era reconocido como militar, sino como trabajador extranjero ilegal.
A pesar de ello, el monumento, en el que se incluiría el nombre de Gil Ruiz, fue inaugurado oficialmente el 6 de junio de 1948.
Algo más de un año después, el 13 de agosto de 1949, tras varias demandas y recursos entablados por el ayuntamiento de Champs Geraux, a Gil Ruiz Domínguez se le reconoció el honor de haber muerto “por Francia”, y a su viuda e hijas el de víctimas de la guerra, pudiendo acceder a la nacionalidad, y a una pensión vitalicia, con efectos retroactivos.
Mercedes Ruiz Pérez Borderas, hija pequeña de Gil, marchó a vivir a Rennes. Su mujer, Juliana, falleció en el mes de mayo de 2003, siendo enterrada en Dinan. Julia se casó en 1958 y vive en Dinan, en la calle de las Escuelas, curiosamente, sobre una antigua imprenta manual.
Los informes recogidos y elaborados por el Comité Internacional de la Cruz Roja, a partir de los llamados “libros de la muerte”, en los que se registraron los fallecidos en aquel campo, y casualmente rescatados por las tropas de liberación, dan a entender que Gil Ruiz Domínguez entró en las cámaras de gas en la madrugada del 4 de noviembre. Fue arrojado a los crematorios en la mañana de ese mismo día.
Aquél informe del International Tracing Service del Comité Internacional de la Cruz Roja, fechado el 30 de junio de 1967, reconoció que aquellos datos en torno a su fallecimiento, registrados por la Cruz Roja de Berlín el 10 de febrero de 1943 podían no ser ciertos. Ese día le acompañaron a la muerte otros 24 españoles, fallecidos también de afecciones neumáticas.
Los libros de registro sirvieron para condenar posteriormente a muchos de los ejecutores que intervinieron en las masacres. Otros, como el propio Heim, lograron escapar. A él todavía se le sigue buscando, aunque se piensa que murió en 1992 en Egipto. Los libros de la muerte relatan la ejecución de al menos 400 españoles, más de una veintena de Guadalajara. Estos libros sirvieron como prueba en el famoso juicio de Núremberg. Caso curioso registrado en ellos: el 19 de marzo de 1945, en 12 horas, fallecieron 203 personas, los reclusos números 8.390 al 8.593, todos ellos “por problemas cardiacos”.
Uno de los supervivientes de aquél infierno, Mariano Constante, en el documental titulado “Francisco Boix, un fotógrafo en el infierno”, apunta: El mes de noviembre (de 1941), fue algo horrible. En el mes de noviembre liquidaban a los nuestros (a los españoles) como moscas. Y eso te prueba una cosa: nosotros éramos un poco los judíos de aquel tiempo.
El informe sobre su estancia en Gusen y posterior asesinato, recoge que la causa dada de muerte no tiene correlación con los motivos reales para el fallecimiento del preso.
Notas:
Junto a Gil Ruiz, aquel 8 de septiembre en que llegó a Mauthausen, entraron otros 222 españoles, los números 4.263 al 4.485. Todos ellos provenían del Stalag XI-B de Fallingbostel. Tan sólo 34 sobrevivieron, siendo liberados por las tropas norteamericanas en el momento de la ocupación del campo, el 5 de mayo de 1945.
Entre los que entraron aquel día también se encontraban Fernando Checa Domínguez y Sebastián Mena Sanz, naturales de Olmeda de Cobeta, que lograron sobrevivir.
Gil Ruiz Domínguez figura habitualmente en la relación de españoles muertos en el campo de concentración de Mauthausen, figurando como “represaliado en la postguerra”, sin que se ofrezcan más datos. Aquí se esboza su pequeña, o larga historia. El informe de su fallecimiento se puede consultar en el Ayuntamiento de Champs-Geraux, (País de Dinan. Bretaña. Francia), y su nombre y ficha pueden consultarse en el “Livre Memorial des Deportés de France”, tomo 3, página 1.071. Igualmente sus datos están a disposición de los investigadores en el Mauthausen Memorial Archives de Viena (Registro 3.500/2874-IV/7/11).
El mismo día 4 de noviembre de 1941 en que se registró la muerte de Gil en Gusen, se registraron igualmente por la Cruz Roja de Berlín, las muertes de otros 24 españoles: Juan Abelló Mestres; Antonio Bracero Martín; Pedro Campallo Manzareda; Antonio Castilla Muñoz; Federico Cervera Moratín; Salvador Esvertit Forcada; Manuel Fernández Gutiérrez; Leandro Ferrer Llausa; Ginés Izquierdo Sánchez; Ramón Llasera Ballester; Félix López Laguna; Antonio Maldonado Calderón; Delfín Marceli Pellicer; Miguel Marques Anguera; Ernesto Melendo Pascual; Antonio Millera Millero; Daniel Muñoz Burgos; Pedro Nin Nin; Segundo Pacheco Torres; Vicente Pérez Ruiz; Román Rodríguez López; Ramiro Sánchez Molina, Baudilio Tajuelo Córdoba; Amadeo Torrent Corominas y Francisco Tocas Giner.
Fallecidos todos a causa del agravamiento de afecciones leves, en su inmensa mayoría debidas a “neumonías”.
De la poca credibilidad en torno a las causas del fallecimiento de Gil Ruiz Domínguez, a causa de una neumonía, conforme al informe de la Cruz Roja de Berlín de 1943 y revisado en 1967, nos da cuenta el número de fallecidos españoles por la misma o semejante causa, a lo largo del mes de noviembre: El día 1 se registraron 25 fallecidos españoles. El día 2, 35; El día 3, 34. El día 5, 33…. y así a lo largo del mes, con días de hasta 50 y más…
En ese mismo mes, y en Gusen, también encontraron la muerte los guadalajareños Ricardo Herranz Martínez, de Esplegares, el día 2; Francisco Moracho Martínez, de Solanillos del Extremo, el 3; Fermín Pérez Aráuz, de Checa, el 8; Quintín Villaverde Foguet, de Masegoso de Tajuña, el 9; Julián Alonso Herranz, de Tartanedo, Estanislao Ruiz López, de Trijueque, Andrés Villanueva Ballesteros, de Albalate de Zorita y Antonio García Hombrados, de Torremocha de Jadraque, el 12; Guillermo Vindel Cucharero, de Viana de Mondéjar, el 14; Nicolás Alabreu Merino, de Medranda, Santos Gálvez Aguirre, de Valdegrudas, Felipe Mellado Mellado, de Milmarcos y Luis Jabonero Arroyo, de Fuentelencina, el 17; Claudio Peñuelas Escarpa, de Gascueña, el 19; Eugenio Martín Sanz, de Albendiego, el 25; Román Alda Bolaños, de Anguita y Antonio Hernández García, de Torremocha, el 28 y Robustiano Diez Aguilar, de Anguita, el 29.
Algo más de medio centenar de naturales de la provincia encontraron la muerte en los campos de Mauthausen y Gusen entre 1940 y 1945.
El alcalde de Champs-Geraux, Pierre Busnel, declaró en la inauguración del monumento, refiriéndose a Gil Ruiz: “Francia no ha tratado bien a los republicanos españoles, pero no todos los franceses somos iguales. Gil Ruiz murió por Francia, por su libertad, nosotros así lo proclamamos”.
Este artículo, que recoge con apreturas una parte de la trayectoria del atencino Gil Ruiz Domínguez, forma parte de un trabajo de mayor extensión.
Está tomado de los recuerdos que Julia Ruiz Pérez-Borderas esbozó a M. P. Guillard, en Dinan; de la colaboración del municipio de Champs Geraux y su alcalde, George Lucas; de la intermediación de Sabrina Gerekens; de las aportaciones del Dr. C. Vallant y de Anita Kopr, del Memorial Mauthausen Archives de Viena, y de la investigación del autor.