ROMÁNICO, Y MÁS, EN SAN BARTOLOMÉ DE ATIENZA
Alberga la capilla del Santísimo Cristo, patrón de la villa
La galería porticada de la iglesia de San Bartolomé, en Atienza, es una de las más significativas del entorno. Es lo primero que se descubre al interesarnos por ella. Y antes de introducirnos en su interior, los atributos que acompañan al Santo titular, San Bartolomé, de quien cuenta la tradición histórica fue martirizado siendo despellejado vivo, a cuchillo. Y los cuchillos ornan desde la gran puerta carpintera que da acceso al templo, hasta el respaldo de las bancadas del coro; si bien esta obra de carpintería se puede datar en torno al siglo XVIII.
Una iglesia de barrio para una nueva Atienza
Debió de levantarse la iglesia cuando Atienza crecía, desde las alturas del castillo a la parte llana, para ser la iglesia cabecera de uno de los barrios extremos, que tomaría el nombre de la iglesia.
El cronista Layna Serrano nos dejó escrito que debió de construirse al mediar el siglo XII, cuando después de conceder Alfonso VII a Atienza una extensísima jurisdicción, la villa fue creciendo hasta el punto de ser necesaria una ampliación de la muralla que desde la que rodea la fortaleza, va descendiendo por esta parte hacia el Valle: “Abona aquella opinión el ábside de planta cuadrada casi idéntico al de Santa María del Rey, aunque en una saetera de la pequeña escalera de caracol que hoy sube hasta el campanario se puede leer una inscripción que dice así: ERA.M CC.LXI obiit Bohai”; tomando el Sr. Layna el apunte del que ya se hiciese eco el anterior cronista provincial, don Juan-Catalina García López, quien igualmente la estudió y dejó plasmado en folio una de las primeras descripciones que de la iglesia conocemos, añadiéndonos que las referencias que se hacen al año 1223, de la inscripción primitiva no han de referirse a la de la edificación del templo, sino que en realidad pudiera tratarse de algunas obras llevadas a cabo con posterioridad.
Como iglesia de barrio se mantuvo hasta 1910, año en que pasó a ser sufragánea de la monumental de San Juan del Mercado junto a la también iglesia de Santa María del Val, situada unos cuantos cientos de metros por debajo de esta. Para entonces la feligresía de ambas había descendido considerablemente, al igual que las rentas; la entonces parroquia llegó a tener por aneja a la de la cercana población de Madrigal, cuya separación debió de llevarse a cabo en los primeros años del siglo XIX, ya que se conservan en los archivos de la clerecía los documentos que llevaron a ello y que se fechan entre 1798 y 1807.
De la obra primitiva, la que dio forma a la iglesia en sus inicios apenas quedan otros rastros que parte del ábside y, por supuesto, el atrio. En el interior ocupa el fondo del presbiterio un retablo del siglo XVII; según el libro de fábrica más antiguo que se conserva fue pagado en 1650 a Pedro González y Juan de la Villa; dedicado a San Bartolomé con pinturas alusivas a su martirio; siendo dorado entre 1767/1781 por los artistas locales Tomás de Arizpe y José López.
El resto de la iglesia estaba compuesto por la capilla de Santa Lucía, conteniendo un sencillo altar con la imagen de la santa, y la de Nuestra Señora de la Merced, con una imagen en madera de la advocación titular que, curiosamente, ostentó un escapulario con los colores de la bandera catalana.
La Capilla del Santísimo Cristo
La actual capilla del Santísimo Cristo de Atienza, totalmente documentada tal y como hoy la conocemos, se levantó a lo largo del siglo XVIII para el patrón de la villa. Cristo que anteriormente fue conocido popularmente como “de los milagros”, si no de forma oficial al menos por los fieles de la comarca, por los numerosos que se le atribuyeron. El libro relato de los milagros del Santo Cristo, entre los años de 1613 a 1645 se conserva en los archivos de la Clerecía de Atienza, entre los libros correspondientes a la parroquia de San Bartolomé.
La capilla está adosada al muro del mediodía, inmediata al presbiterio, comunicándose con el templo a través de amplio arco de medio punto cerrado por una gran verja; prácticamente todo ello alzado en el siglo XVIII; si bien la capilla comenzaría a idearse en los últimos años del XVII; ya que en 1693 se hizo el desmonte del terreno, quedando terminada la obra de fábrica en 1694 en que se pagaron al maestro Jerónimo del Peredo por efectuarla 14.835 reales. Debía estar cubierta de cielo raso en 1699, en que se dio licencia para alzar la cúpula, entre las más elegantes de Atienza, conclusa en 1703. Entre ese año y el de 1708, se construyó el gran retablo por el artista atencino Diego de Madrigal, en quien se ajustó en 16.534; dorándose con “oro puro” entre 1713 y 1721, invirtiéndose en ello nada menos que 19.241 reales y 17 maravedies. Hacía 1715 fue construida la reja de hierro forjado que cierra la capilla, reja que pesó 149 arrobas y 7 libras, con un costo total, comprendidos su porte y colocación, de 8.067 reales y 17 maravedies.
Los cronistas de la época nos añaden que no hay en esta capilla ni un solo detalle que rompa la armonía del conjunto; la puerta de comunicación con la pequeña sacristía situada a la izquierda según se entra, apenas si la denuncian las aplicaciones de dorada madera que la recuadran, y para que la simetría no padezca y aquella aparezca más disimulada, hay otra fingida en la pared de enfrente. Como si se tratara de un salón mundano, penden de las paredes varias cornucopias de elegante contorno, y de la cúpula una hermosa araña de cristal. Cúpula montada sobre pechinas cuyo centro ocupan sendos lienzos, también está exornada con profusión de retorcidas hojarascas doradas y aunque su estilo difiere un tanto del predominante en los muros, la variación es pequeña y sin romper la unidad, evita la monotonía.
Sobre la imagen del Cristo titular, es poco lo que conocemos. Representándose a Cristo en la Cruz, inclinada la cabeza, desmayado el cuerpo, descolgado y caído verticalmente el brazo derecho; José de Arimatea o Nicodemus, aparece abrazado a sus rodillas, mientras de pie a la derecha está su llorosa madre y a la izquierda, San Juan Evangelista.
Por completo terminada la decoración de la capilla, fue inaugurada el 5 de octubre de 1755 por el Obispo de Sigüenza Don Francisco Díaz Santos Bullón, acompañado de su auxiliar, el Obispo de Aradén, con gran séquito de clérigos y seglares de dentro y fuera de la villa, acudiendo muchas gentes de los pueblos circunvecinos ya que, para ese día, el concejo aprobó entregar una caridad de pan a cuantos pobres se acercasen a la población a honrar al Santo patrón.
Ese día, con gran pompa fue trasladado el Cristo desde la primitiva capilla a su ostentoso retablo; al siguiente fue entronizado el Santísimo Sacramento.
En una curiosa e inédita monografía de quien fuese cura párroco de la iglesia parroquial de San Juan, don Tomás Navalpotro, quedaron anotadas las cantidades de trigo dadas como ofrenda durante los ochenta y cinco años que van desde 1692 hasta 1777; cantidades que arrojan un total de 13.324 fanegas y media de las que aparecen en los libros de cuentas como vendidas 12.028 a 18 reales fanega; sumada la cantidad obtenida a lo devengado por otras limosnas en especie o en metálico, resulta un total de 448.384 reales y 23 maravedies, que permitieron construir la magnífica capilla nueva, demostrando que el Patrón atencino, gozaba entre sus gentes de auténtica veneración.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 12 de septiembre de 2025
HISTORIA DE LA VILLA DE ATIENZA
HISTORIA DE LA VILLA DE ATIENZA
DE LOS ORÍGENES AL SIGLO XIX
Atienza, en el norte de la actual provincia de Guadalajara, fue desde siempre una villa con función defensiva, como ya recogiera el Cantar de Mío Cid. Emplazada en el extremo oriental de la divisoria entre el Tajo y el Duero, cerca también del sistema ibérico y de la raya de Aragón, ruta esta que guarda Sigüenza, sobre el Henares. Tal función defensiva alcanzó gran importancia cuando la frontera cristiano-musulmuna se situó por estas tierras, manteniéndose después por la oposición entre reinos cristianos hasta la unión de Castilla y Aragón. Convertida en centro comarcal, mantuvo su tono urbano durante siglos, perdurando su noble prestancia, su sobrecogedora belleza urbasna, su historia… Como escribiese Antonio Lopez Gómez.
Una población por la que se paseó la historia de España. Coronada por su imponente castillo; elevada a la cima del arte por su multitud de iglesias románicas; por la corona de su muralla.
Todo hace que, Atienza, sea admirada, y admirable.
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HISTORIAS DE LA VILLA DE ATIENZA
Tendríamos que remontarnos a los albores del siglo XVII para encontrar la primera “Historia de la Villa de Atienza”, escrita y documentalmente preparada por quien fuera en aquel tiempo escribano del Concejo de Atienza, don Francisco de Soto y Vergara.
Poco conocemos de la obra de Soto y Vergara, salvo que a partir de entonces sería utilizada por numerosos autores que, a partir del siglo siguiente, escribirían sobre la Villa de Atienza.
Su densa historia, su entrada por la puerta grande de la historia de Castilla y por ende de España, la hicieron siempre apetecible a los escritores, literatos o historiadores.
En la obra de Francisco de Soto basó numerosas de sus citas el clérigo e historiador Francisco Flórez, y la obra de Soto y Vergara se tomó como base de los escritos del “anónimo” beneficiado de la Iglesia Parroquial de Santa María del Rey, que dio a la luz, siquiera local, su “Breve Relación Historial de la Villa de Atienza”; a la par que esta salió la que escribió, relacionó y remitió al geógrafo Tomás López, en 1786, el también clérigo, arcipreste de la iglesia parroquial de San Juan del Mercado, don Joaquín de Iturmendi.
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Las nociones históricas del Sr. Iturmendi servirían, tiempo adelante, para nuevas historias, y citas en los diccionarios y enciclopedias que, a partir de los años finales del siglo XVIII se dieron a conocer en España, entre ellos los llamados de Sebastián Miñano (1827) y Pascual Madoz (1847).
ATIENZA, CRÓNICAS DEL SIGLO XX (Pulsando aquí)
Con Pascual Madoz colaboraría quien, por aquellos tiempos, ocupó igualmente cargos de secretaría y escribanía en los ya ayuntamientos de Atienza, entre otros numerosos de la comarca y provincia, Dionisio Rodríguez Chicharro quien, entre las numerosas obras que dejó para conocimiento de la provincia y la serranía, se encontró una nueva “Historia de la Villa de Atienza”, datada en torno a 1870.
A partir de aquí, numerosos autores tomaron datos y esbozaron parte de la historia de la villa en prensa y publicaciones varias, del mismo modo que el nombre de Atienza salió a relucir en obras literarias, en la novela y el teatro, principalmente a partir de la mitad del siglo XIX, después de que José Muñoz Maldonado, conde de Fabraquer, se hiciese cargo de relatar la historia medieval de Atienza en una de sus obras.
Entrados en el siglo XX fueron los cronistas provinciales Juan-Catalina García López, Antonio Pareja Serrada y Manuel Serrano Sanz quienes dieron a la luz algunos notables trabajos basados, lógicamente, en estudios y escritos anteriores.
A Francisco Layna Serrano legó el anterior cronista provincial, Manuel Serrano Sanz, sus notas en torno a la villa. Con ellas y sus propias investigaciones, dio a la luz, en 1945, la hasta ahora más conocida y renombrada “Historia de la Villa de Atienza”.
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De entonces a hoy aquella obra de Francisco Layna ha servido para que algunos otros estudiosos o historiadores hayan reproducido textos conocidos de la historia de la villa hidalga.
La que ahora presentamos es complementaria de la gran obra de Francisco Layna Serrano, que ha de referenciarse y tomarse obligatoriamente como base para llegar al día de hoy, complementando, repetimos, y acompañando las nuevas líneas históricas que el tiempo ha ido añadiendo y que, en tiempo pasado, no fueron posibles.
Por supuesto que, tras esta, deberán obligatoriamente aparecer otras “Historias de la Villa de Atienza”, pues el tiempo añade líneas por descubrir al mañana, de lo que permaneció ayer oculto.
En cualquier caso, es, la historia de la Villa de Atienza, una página siempre abierta, siempre elocuente, y siempre dada al examen y la revisión.
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