LOS CURAS DEL AGUA, Y MÁS
Ignacio Calvo y Sánchez, y Francisco García Muñoz
Sin duda, el zahorí más conocido de nuestra tierra y santoral es San Isidro Labrador, a quien la tradición pone como uno de los expertos en aquello de detectar las corrientes de agua subterráneas. Al día de hoy ya no es necesario que un hombre, con vara de avellano o de sauce se dedique a la búsqueda de corrientes subterráneas que dejan el beneficio del riego allá donde el agua de la lluvia no llega; claro que, sin el agua de lluvia, los ríos subterráneos difícilmente han de correr. En la actualidad las máquinas suplen a los hombres mismos en eso de la búsqueda del tesoro…, mejor, del manantial. Sin embargo, hace cosa de cien años hubo en Guadalajara gentes que, al igual que Isidro Labrador, se dedicaron a ello, la búsqueda del agua subterránea, sin vara de avellano, e incluso dos de ellos, los sacerdotes Ignacio Calvo y Francisco García Muñoz, por otros métodos; de Horche el primero y de Viñuelas don Francisco, se hicieron populares en España por sus inventos en búsqueda de ese precioso bien para la vida.
Don Ignacio Calvo y Sánchez
A unas cuantas ciencias dedicó la mayor parte de su vida don Ignacio Calvo, pues fue uno de esos genios que de cuando en cuando afloran a los pueblos. En este caso, al de Horche. Don Ignacio fue uno de los hijos más destacados de la población en el espacio que marca un siglo, desde los decenios finales del XIX a los primeros del XX. Nació en 1864 y dejó este mundo en 1930.
Tal vez es más conocido por una obra literaria que por el resto de sus trabajos. La obra no es otra que la Historia dómini Quijoti Manchegui, traducción cómica del libro de Cervantes.
Don Ignacio se ordenó sacerdote en 1888, estando destinado como párroco en algunas poblaciones de la provincia de Guadalajara, entre ellas Alhóndiga; su espíritu fue siempre más allá del sacerdocio, pues atraído por las letras y la arqueología opositó al Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios, obteniendo una plaza como numismático, al tiempo que opositó a la cátedra de árabe de la Universidad Central de Madrid, en la que dio clase. Con el pasar del tiempo participó en numerosas investigaciones arqueológicas a lo largo y ancho de la Península, siendo nombrado Académico correspondiente de la Real de la Historia en 1916, al tiempo que obtuvo numerosos premios y distinciones; siendo asiduo colaborador de prensa, tanto provincial como nacional, dejando a su muerte un numeroso catálogo de publicaciones.
Fue uno de los hombres que sacaron a la luz las ruinas de Termes (Soria), cuando triunfaba en este campo el Marqués de Cerralbo y comenzaba a descollar don Juan Cabré, con quien don Ignacio colaboró. Los trabajos de don Ignacio en el mundo de la arqueología nos remiten a Uxama, Clunia, Galicia, Jaén, o la Cueva de la Galiana, de su localidad natal; como hombre que fue de inquieto espíritu; a más de esto, dio clases, ejerció su ministerio, escribió… Y debió de tener humor, tanto para escribir esa obra que lo hizo cuasi famoso en torno al Quijote, como para demostrar a un ilustre académico que los curas, además de para oficiar liturgias religiosas, podían servir para otras cosas. Don Ignacio así lo demostró a lo largo de su vida.
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Don Francisco García Muñoz
Buscando los límites provinciales, en sus proximidades con Madrid, se sitúa Viñuelas, que formó parte del común de tierra de Uceda; tierra y común notables en tiempos en los que la memoria se nos pierde en busca de las gestas históricas que hicieron grande nuestra provincia.
Uceda fue notable en arquitectura castillera y, a través de la iglesia de Nuestra Señora de la Varga se ha labrado un lugar privilegiado en la arquitectura románica, gracias al buen hacer del arzobispo historiador del medievo, Jiménez de Rada.
Viñuelas también suena a pintura, a través de Alejo Vera, uno de los grandes hombres del pincel, que aquí vio la luz del mundo y que compartió espacio y tiempo con don Francisco García, cura de pocos posibles y, como don Ignacio Calvo, de muchas inquietudes. Nació, como el cura de Horche, en la década de 1860, y pronto dejó su localidad natal. Don Francisco desarrolló su labor sacerdotal principalmente en la provincia de Madrid, y en la capital se hizo un hueco, más que por la literatura o el sacerdocio, por sus inventos. Don Francisco fue uno de esos hombres a los que, en casi todo, veía algo nuevo. Sus estudios lo llevaron a ser uno de los profesores más notables del Seminario Conciliar de Madrid, donde dio clase de Ciencias Exactas.
Tampoco faltó su nombre, y firma, en el mundo de las letras, aunque don Francisco se dedicó más al campo de la agricultura, fundando en Madrid, en los inicios del siglo XX, la revista que tituló “La Agricultura Industriosa”; para entonces nuestro hombre ya era ampliamente conocido en el mundillo de los inventos, algunos de ellos relacionados con el campo, teniendo que vivir, para experimentarlos, en campo propio: “de modo que aparte de sus conocimientos teóricos, es agricultor de veras”, que decía la prensa, pues experimentaba en propia finca, de Orusco de Tajuña. El Sr. Muñoz buscaba, a través de sus propios experimentos, mejores resultados en las simientes, en las siembras, o en el cuidado de los rebaños. Mientras, o al tiempo, inventaba. Lo hizo con lo que llamó su “velocípedo regulable”, cuando la bicicleta comenzaba a ser un medio de transporte y de turismo: “Con este aparato, aplicado a la máquina, el ciclista podrá subir sin fatiga y bajar sin peligro, empinadas cuestas”, algo parecido al cambio de marchas.
También inventó otro aparato al que puso el nombre de “Colisiófugo eléctrico ferroviario”, que dio a conocer en 1894. Un sistema destinado a mejorar la comunicación en los ferrocarriles, y evitar los numerosos accidentes que por estos tiempos se producían. El sistema no era otro que “aplicar el teléfono a los trenes, para que puedan comunicarse entre sí o con los empleados de la línea, evitándose no solo los choques, sino los graves riesgos que pueden resultar en los pasos de nivel, barreras o puentes”. Consistía en un sencillo sistema de alarmas que hacían sonar una bocina, poniendo en alerta a los maquinistas, ante cualquier peligro inesperado.
Y el agua
Aunque sin duda, el invento más provechoso de D. Francisco García Muñoz fue el Tehidroscopio Terrestre, un aparato que revelaba “la existencia de corrientes subterráneas, su intensidad, profundidad, anchura y dirección”, sin necesidad de tener que recurrir a la vara de avellano.
Don Francisco recorrió media España, especialmente la parte Sur, promocionando su invento, con cierta fortuna, lo que le proporcionaría un notable éxito, allá en los lugares en los que el agua manó. Don Francisco paseó sus inventos por Londres, Berlín y París, haciéndose acreedor a ser vocal del Consejo Superior de Agricultura.
Ambos sacerdotes, don Ignacio y don Francisco, crearían en el mes de octubre de 1908 una sociedad para la explotación del aparato, con el que don Francisco volvió a recorrer los cuatro puntos cardinales de una España que se comenzaba a secar, haciendo exitosas pruebas en Ávila o Zamora; e incluso siendo denunciado en Toro, porque el agua no brotó.
Dio a la imprenta innumerables trabajos, entre ellos su “Hidrología subterránea”; y no pocos ayuntamientos, entre los que figuraron Granada, Almería o Zaragoza, confiaron en él, y la empresa de ambos curas, para encontrar aguas, y es que, como bien dijo don Ignacio a su tiempo, los curas, además de para cantar misas, podían servir para otras muchas cosas, entre ellas, encontrar agua.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 26 de septiembre de 2025
MEMORIA DE MATARRUBIA (Guadalajara). Crónicas para su Historia
MEMORIA DE MATARRUBIA (Guadalajara). Crónicas para su Historia
Se encuentra, Matarrubia, en la actual provincia de Guadalajara y su comarca de la Campiña del Henares, dentro de las tierras que delimitan las actuales provincias de Guadalajara y Madrid. Tal vez la comarca de menor extensión y media de altitud de la provincia de Guadalajara, con una media de 650 metros sobre el nivel del mar; encontrándose Matarrubia por encima de aquella, ya que alcanza los 873 metros de altitud. Situándose en el centro-occidental de la provincia; comarca que, por su cercanía a la capital del reino ha venido manteniendo su población, siendo en la actualidad, y desde los últimos decenios del siglo XX la que, prácticamente, única que crece en relación con el resto de la provincia.
La comarca está regada por los ríos Henares y Jarama, que delimitan las distintas subcomarcas en la que se divide esta parte de la provincia, teniendo sin duda como capital comarcal el municipio de Azuqueca de Henares, tal vez el municipio de mayor crecimiento económico y habitacional de la provincia; teniendo como principales poblaciones, al margen de la reseñada, las de Alovera, Cabanillas del Campo, El Casar, Humanes de Mohernando, Marchamalo, Villanueva de la Torre, Yunquera de Henares y, por supuesto, Uceda, a cuyo común de villa y tierra perteneció históricamente Matarrubia.
Junto a las anteriores, forman igualmente parte de la Campiña de Guadalajara las poblaciones de Alarilla, Chiloeches, Ciruelas, Fontanar, Fuentelahiguera de Albatages, Galápagos, Heras Málaga del Fresno, Malaguilla, Mohernando, Quer, Robledillo, Torrejón del Rey, Tórtola, Valdeaveruelo, Valdenuño-Fernández, Villaseca de Uceda, Viñuelas y por supuesto, la capital provincial, Guadalajara.
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