LA CHICA DEL CÁNTARO Y EL MAZAPÁN DE SONSECA
Memoria de una foto y de un fotógrafo: Francisco Layna
Tienen en ocasiones las imágenes que nos han llegado del pasado un halo de evocadora sorpresa, al tiempo que, fijamente miradas, nos recuerdan escenas vividas en un tiempo que, afortunadamente no ha de volver, al menos en la dureza de trabajos que en ocasiones nos transmiten.
De la misma manera que fueron algunos de nuestros hombres de otro tiempo los que a través de sus imágenes nos han legado los documentos que hablan de las formas de vida en nuestros pueblos a lo largo, principalmente, del siglo XX, cuando la fotografía comenzó, si no a tomar carta de naturaleza, al menos a dejar plasmadas las vivencias de nuestros mayores.
Por la provincia de Guadalajara pasaron, en el primer cuarto del siglo XX, algunos de los fotógrafos que al día de hoy podemos considerar como cronistas de una época, entre los que no nos pueden faltar los nombres de Tomás Camarillo o Jacinto Abós; nombres que ocuparon su lugar en esta “Guadalajara en la Memoria”, del mismo tiempo que ocasionalmente lo ha hecho Francisco Layna, cuyo legado fotográfico, al lado del de Camarillo, ocupa lugar en la historia de Guadalajara.
Francisco Layna, fotógrafo
La afición por la fotografía de Francisco Layna Serrano, al margen de su dedicación a la historia, tendríamos que buscarla en su ánimo por documentar el tiempo que le tocó vivir, ya que, mucho antes de hacerlo para sus obras escritas, principalmente las que tienen relación con la arquitectura románica o con la historia de los castillos provinciales, dadas a conocer en los primeros años de la década de 1930, el Sr. Layna Serrano era ya un consumado fotógrafo.
Fotógrafo que inició su andadura cuando, al concluir la licenciatura de Medicina en Madrid, comenzó a recorrer los pueblos, principalmente de Toledo y Ciudad Real, al igual que hicieron en este tiempo otros profesionales, instalando su consulta en fondas, pensiones o casas particulares por espacio de unas horas, o unos días, a través de visitas periódicas que, al tiempo que les permitían hacer una cartera de clientes, les facilitaban unos ingresos económicos necesarios. Por supuesto que no todas las personas en las poblaciones visitadas podían permitirse el pago de la consulta que, a veces, pasó a ser gratuita en casos de extrema necesidad.
Como bien dejó escrito, muy a pesar de que el tiempo nos lo haya legado como “Dr. Layna”, D. Francisco no pasó de ser un licenciado especializado en Otorrinolaringología, pues apenas concluida la carrera, la necesidad la necesidad del trabajo le impidió dedicar el tiempo, y un dinero con el que no contaba, para llevar a cabo los estudios conducentes a la obtención del título: “En cuanto al Doctorado (escribió), desde luego no lo estudiaría como alumno oficial pues entre el cuartel por un lado y por el otro mi asistencia al Instituto Rubio me impedirían ir a clase, de suerte que como la matrícula gratuita tenía dos años de validez, me examinaría por libre o lo haría al año siguiente, cuando ya estuviera un poco desenvuelto en la vida”. Una vida que, con el tiempo, se le complicó en exceso, debido a sus investigaciones históricas, por lo que: “años adelante ese título de doctor solo podía servirme de adorno y como según va transcurriendo el tiempo me atraen menos las alharacas y adornos, he procurado ser docto sin importarme un ardid no ser doctor”. Por lo que no pasó de ser un excelente licenciado, a más de culto historiador de nuestro pasado.
Sin lugar a dudas, la fotografía ocupó un lugar importante en sus viajes, principalmente en los que llevó a cabo a Granada, Toledo, La Rioja y, en el transcurso de su viaje de luna de miel, tras contraer matrimonio con Carmen Bueno Paz, a Toledo o Mérida, cuando en aquella ciudad se descubrían sus pasados monumentos romanos, en los que trabajó D. José Ramón Mélida, con quien recorrió las excavaciones y a quien hubo de confesarle que no era sino “un Médico, a secas”.
Paisajes, trajes y costumbres
Las imágenes de los guadalajareños que con su presencia acompañaron el evento nupcial del rey Alfonso XII, tomadas por el fotógrafo Jean Laurent, son sin duda un documento de primer orden para estudiar, como se hizo, la forma del vestir tradicional de Guadalajara. Para Laurent posaron los quince o veinte hombres y mujeres que desde la capital de la provincia hicieron el viaje a Madrid; posteriormente otros fotógrafos, principalmente el Conde de Polentinos, en sus recorridos a través de la provincia con la Sociedad Española de Excursiones, nos dejaría algún que otro retazo fotográfico del costumbrismo de nuestras gentes.
Más, por encima de otros, y a la par del renombrado D. Tomás Camarillo, será Layna Serrano quien, tal vez, de una manera más concienzuda, nos haya transmitido la idiosincrasia de nuestras gentes a lo largo de los dos o tres primeros decenios del siglo XX.
En la obra fotográfica de Layna Serrano podemos encontrar los tipos clásicos de Luzón, Anguita, la Alcarria y tantos más, del mismo modo que, ocasionalmente, nos legará escenas que, como la titulada imagen de “la chica del cántaro”, cuentan historias.
La chica del cántaro de Sonseca
El verano de 1917 sería intenso en la vida de Francisco Layna, ya que proyectaba su matrimonio con Carmen Bueno Paz para el mes de enero del año siguiente, por lo que se propuso llevar a cabo un viaje de consultas a través de numerosos pueblos de Ciudad Real, Toledo y Cuenca, a través de los que conseguir algún dinero con el que acudir a los gastos del convite, y montaje de la que habría de ser su primera consulta médica, en la plaza de Santo Domingo, de Madrid.
A lo largo del mes de agosto tuvo consultas en Tembleque, Quintanar de la Orden, Tarancón, La Puebla de Almuradiel, Alcázar de San Juan, Manzanares, Villacañas, Madridejos, Yébenes, Mora, Orgaz, Montalbán, Navahermosa y Sonseca.
Las escenas de unos y otros pueblos las dejó relatadas a través de las cartas que, a diario, remitió tanto a su futura esposa como a su hermana Caridad, del mismo modo que lo hizo en lo que trataron de ser las “memorias de su vida”.
No pocas de las imágenes de aquel recorrido se pueden contemplar en su histórico archivo; de algunas dejó, además, su historia; entre ellas, la de la “Chica del Cántaro” que, como los buenos lienzos de los museos, nos parece hablar, relatando su existencia: “Es Sonseca pueblo agrícola, sin embargo, desde tiempo inmemorial hay allí una industria muy próspera a la que se dedican en la mayoría de las casas, y es la del mazapán; puede decirse que más de la mitad del tan justamente afamado de Toledo, y del mejor que con tal nombre se expende en Madrid, procede de la industria casera de Sonseca, donde aunque en moderada cuantía no deja de fabricarse el resto del año, si bien la producción aumenta enormemente al acercarse Navidad. Otra particularidad de Sonseca, o al menos me lo pareció, ofrecen las mujeres; abundan las guapas mucho más que en otros pueblos de la provincia; hablan un castellano muy puro con cierto tonillo entre meloso y triste que las hace más atrayentes, y aún conservo la fotografía que entonces hice a la criada de la fonda, una jovencita de dieciséis años, monísima, a la que sorprendí cuando tocada con un pañuelo puesto sobre la cabeza algo a lo moruno o a lo egipcio, y sobre la cadera el cántaro de ancha boca, se disponía a ir a la fuente…”
Como que las fotografías, en tantas ocasiones, cuentan historias vivas. La de Resurrección Picazo, de Sonseca también, forma parte de otro relato.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 27 de diciembre de 2024
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