EL INDIANO DE ARANZUEQUE
De nombre Miguel Pardo, inscribió su nombre en la historia local
La familia de Agustín Pardo, antecesores y descendientes, sería conocida en Aranzueque, desde el siglo XVII, con el sobrenombre de “los Indianos”, debido sin duda a que un miembro de aquella familia, don Miguel Pardo, hizo el viaje al Nuevo Continente, asentándose en Cartagena de Indias, donde falleció, dejando como heredero de sus bienes a su sobrino, natural como aquel de la muy noble Villa de Aranzueque. Población que se encontró en uno de los principales caminos que, desde Madrid condujeron, al menos a lo largo de los siglos XVIII y XIX, a los Reales Baños de Sacedón siendo, sin duda, parada obligada; ante todo para las testas coronadas que, alejándose de los calores madrileños, optaron por pasar unos días, siquiera entre los meses de julio y agosto, al frescor de las benditas aguas del Tajo. Al frescor de Sacedón y su entorno.
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De entre los altos nombres de la corona que por aquí pasaron, sin duda, los más encopetados fueron su graciosa majestad, don Fernando VII de triste memoria; Su Real Majestad, el Rey consorte don Francisco de Asís de Borbón o, ya en segunda fila, los serenísimos infante e infanta, don Antonio de Borbón y doña Luisa Fernanda, hermano de Carlos IV el primero; hermana de doña Isabel II, la segunda.
En Aranzueque, en la casa de los Pardo, la del Indiano, solían detenerse a descansar, o simplemente llenar el estómago con los ricos platos que, sin duda, por aquí se les brindaron.
Miguel Pardo, el Indiano de Aranzueque
Es más que probable que no fuese don Miguel Pardo el único natural de la población que hiciese tan arriesgado viaje, ya que en los tiempos a los que nos remitimos, el siglo XVII y XVIII, viajar al Nuevo Continente no era cuestión de horas, sino de meses; y por supuesto, no a todos los que emprendían la aventura les sonría la fortuna. Don Miguel Pardo tuvo suerte por aquellos entonces andurriales de Cartagena de Indias, a donde fue, y de donde no volvió.
En busca de los tesoros del tío, tras recibir la confirmación de su fallecimiento, y lo que por allí quedaba, acudió su sobrino, don Agustín Pardo quien, con los papeles en regla, salió de Aranzueque a Sevilla primero y Cádiz después, tras obtener la licencia real, que se signará en el mes de agosto de 1756: Por cuanto por parte de D. Agustín Pardo, vecino de la Villa de Aranzueque, se me ha representado que por muerte de su tío Don Miguel Pardo, vecino que fue de Cartagena de Indias, le pertenecen diferentes caudales en dicha ciudad y otros parajes de aquellos mis reinos según ha hecho constar del testimonio que acompaño, suplicándome sea servido de concederle, a fin de pasar personalmente a la cobranza y percepción de los referidos créditos. Y habiéndose visto esta instancia, he venido en concederle la enunciada licencia por término de tres años. Por tanto, mando, no le pongan embarazo alguno en lo referido, con que antes haga el juramento acostumbrado de no intervenir, consentir ni disimular cosa alguna en cuanto al pasaje a aquellos mis dominios de las personas llamadas polizones o llovidos, que son los que van sin oficio ni licencia, sino que lo participará al comandante jefe o capitán de los navíos a quien correspondiere, para que no puedan ocultarse, por ser así mi voluntad...
Contaba don José Agustín, cuando llevó a cabo dicho viaje, con veintidós años de edad, libre y soltero embarcándose de la manera autorizada y regresando al término de la licencia para tornar después, asentándose en la misma Cartagena de Indias en donde residió don Miguel, y desde donde sostuvo, a través de apoderados, numerosos pleitos con vecinos de Aranzueque y poblaciones aledañas; haciendo el primer retorno, indudablemente, con un importante capital, ya que a partir de entonces comenzará a mejorar la posición familiar, levantándose la casa que fue llamada de “los Indianos”, al tiempo que se destinarán a la iglesia parroquial algunas piezas de orfebrería a lo largo del resto del siglo, entre ellas la más que renombrada custodia de la que nos dejará reseña el cronista García-López: Como alhajas de algún mérito solo conserva la iglesia (parroquial de Aranzueque) una custodia de plata dorada, de oro el viril adornado de esmeraldas, unas talladas y otras en cobijón, perlas y algún diamante. Es obra de la época de Carlos IV, aunque en ella no prevalecen todavía las líneas clásicas. Según una inscripción que lleva al pie fue regalada por Don Juan Agustín Pardo en 1791 y su valor era de 2.500 pesos.
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Igualmente se mandó construir en la casa de los Pardo capilla propia que sería ornamentada por don Juan Agustín y sus sucesores, contando con piezas señaladas como una talla del reputado José Salvador Carmona, a imagen de la que ya en la iglesia parroquial se mantenía. Custodia, y objetos de culto que serán objeto, conforme se sospecha, de un importante robo que se lleva a cabo en la iglesia parroquial en la noche del 4 de abril de 1851.
En tal estado quedó la iglesia, sin ornamentos con los que celebrar la Eucaristía, que el propio párroco acudió a la benignidad del pueblo a fin de adquirir nuevos ornamentos. Los ladrones, aquella triste noche, se llevaron incluso el paño sagrado con el que se cubría los cadáveres antes de ser llevados a su último reposo.
Pero allí estaban los Pardo para socorrer a la iglesia, ya que de la capilla de la casa de los Indianos, puesta a disposición del pueblo, salieron los ornamentos necesarios con los que cubrir las primeras necesidades, al menos, hasta que la iglesia se repusiera, como aseveró el párroco de Aranzueque: una persona muy religiosa y respetable de la misma villa, que contando con medios para ello, ha permitido que por algunos días se diga la misa en la capilla pública que tiene en su casa y haber cedido a la iglesia para mientras dure su necesidad las ropas y lo más indispensable que él posee para dicho fin…
Que, por cierto, los Pardo no salieron bien parados de las Guerras Carlistas, en la primera, en los años finales de la década de 1830, una de aquellas partidas afines al pretendiente D. Carlos de Borbón, similar a la de los bandoleros de Sierra Morena, entró en la población y se llevó toda su cabaña ganadera, compuesta por unos cuantos cientos de cabezas lanares, principalmente.
El paso del Rey
Los reales baños de La Isabela eran ya conocidos con anterioridad al siglo XIX, pero será en este cuando adquieran renombre en buena medida gracias a que algunos miembros de la familia real, tras descubrirlos, acudan a ellos a tomar las aguas.
La historia nos dice que será el infante don Antonio de Borbón, tío de Fernando VII, quien anime a este a acudir a ellos, haciéndolo por vez primera en el verano de 1814, tras su regreso a España desde el exilio francés, mientras los españoles luchaban por situar sobre su cabeza la corona.
Del paso obligado por Aranzueque, con parada y fonda en la casa del indiano Manuel Pardo, quedarán los suficientes testimonios para conocer cómo, quienes se encuentran alrededor de un rey absolutista, adulan a un monarca, o son obligados a ello; en Aranzueque, con motivo de la estancia del Rey, se harán fiestas de toros; de música y religiosas; y hasta saldrán los mozos al camino para suplir a las mulas y llevar sobre sus hombros la carroza real hasta la morada ocasional.
Sus majestades dejarán de acudir a los baños, y hacer alto en Aranzueque, en el transcurso del trienio liberal; más tarde cambiarán los baños de la Isabela por los de Solán de Cabras.
Pero ahí queda en pie la historia, en el libro que lo narra: “Aranzueque, historia y memoria”.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 23 de junio de 2023
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