LA BARBARIDAD DE HORCHE
La torta de la Candelaria, en Horche, llegó a pesar varias arrobas
Al hablar de la barbaridad de Horche, suelen los modernos autores fijarse en las notas que sobre ella dejó escritas don Gabriel María Vergara Martín, en la Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, cuando el siglo XX comenzaba a doblarse; sin embargo, fue un erudito horchano, don Tomás Ruiz del Rey quien, en los inicios del siglo XX, recogió aquella especie de leyenda protagonizada por sus paisanos, sin año concreto y con fecha cierta, la festividad de la Candelaria.
Don Tomás fue un hombre sabio, nacido en la población el 29 de diciembre de 1878, en la que, en los primeros días de junio de 1902, como sacerdote, celebró su primera misa, dentro de las fiestas del Sagrado Corazón. Después tuvo una vida intensa, de escritor, erudito local y conocedor de las tradiciones de su pueblo, al que volvió a descansar a la eternidad cuando contaba con 92 años de edad. De niño, y aun de mozo, conoció aquellos festejos y le hablaron de la barbaridad para que, con el tiempo, él la contase.
No, la barbaridad de Horche que hizo al pueblo famoso no fue aquella que protagonizaron los mozos del pueblo un día de octubre de 1928 cuando quisieron dar una cencerrada sonada, introduciendo una yunta de caballerías tirando de un trillo en el baile nupcial de un matrimonio de viudos. La barbaridad de Horche estuvo relacionada con la festividad de la Candelaria.
Y es que fue, en tiempo pasado, y en Horche, la festividad de la Candelaria, como en tantos otros lugares de nuestra provincia, una gran fiesta. En muchos pueblos se continúa celebrando y saldrán las procesiones con la vela encendida, por ver si el invierno plora o no plora; continúa, o se nos acaba; y saldrán botargas a danzar delante de las procesiones, e incluso, en algunos de nuestros pueblos, manteniendo la antigua tradición, ofrecerán, como se ofrecieron, la pareja de pichones a la Virgen de las Candelas.
La Candelaria, fiesta invernal de purificación
Es la Candelaria una de esas fiestas arraigadas en el calendario local de nuestros pueblos. Otrora celebrada por todo lo grande, desde la capital provincial, desde donde en la ocasión se acudía en romería a la celebración festiva de Iriépal, a Brihuega, donde la despidió del calendario don Francisco Riaza hace cincuenta años: “Bien es verdad que había bajado muchos grados su temperatura; también es cierto que, cada año, su dolencia se iba acentuando y ya no era aquella fiesta joven y lozana del tiempo de nuestros padres y abuelos…”
Se ha mantenido, no sin problemas ni apreturas, en poblaciones de contado número de habitantes, a pesar de esa marcha en busca de mejor porvenir. Por la Candelaria, muchos de aquellos que buscaron nuevo futuro regresaban a sus poblaciones a celebrar la fiesta, con botarga en Aleas o Arbancón, algunas de las poblaciones que a medio camino entre la Campiña y la Sierra más atraen, por el cencerrear de sus personajes, la visita para estos días.
También tuvo amplio eco en Malaguilla, donde fue fiesta patronal; y en Archilla, tras unos años de olvido, recuperaron el festejo, y los pestiños dulces que lo acompañan, en la invernal mañana de febrero de 1991, mañana que se templó con la copita de moscatel que acompaña la rifa de los dulces después de la procesión. Este día, el de las Candelas, era el tradicional para la salida de la botarga de Beleña y, por supuesto, la de Retiendas, población en la que fueron tradicionales sus “caracolas”, o dulces del día, algunos de ellos, como el ofrendado a la Virgen, coronados por una figurilla de mazapán que la botarga se encargará de…
HORCHE, Crónicas para su Historia (El Libro, pulsando aquí)
La Candelaria es la fiesta de la purificación a través de las candelas, sigue el antiguo rito en el que el fuego tiene su parte. Según algunas normas de la iglesia católica las mujeres habían de seguir la tradición de la Virgen Madre en la presentación del hijo en el templo, que tenía lugar con motivo de esta festividad, en la que las mujeres que dieron a luz durante el último año acudían a la iglesia a ofrendarlos a la Virgen, entregando por lo general dos tórtolas o palomas que, en infinidad de ocasiones, fueron profusamente adornadas, siendo puestas a los pies de la imagen; otras veces ésta ofrenda se hacía en grano: trigo o cebada, que posteriormente convertido en cera era empleado en el aceite de la lámpara votiva de la parroquia correspondiente.
Habitualmente la presentación tradicional a los cuarenta días del parto era esperada por el sacerdote, que aguardaba a la reciente madre, a la que entregaba la candela, una vela que se mantenía encendida mientras el recién nacido, que era la primera vez que salía de la casa natal, era depositado y bendecido sobre el altar de la Virgen y aquellos otros de los distintos patronos a los que se tuviese una especial devoción; lógicamente éste acto seguido en la mayoría de los municipios de la provincia ha pasado a la historia, pues hoy es raro el caso de un nacimiento en alguno de nuestros pueblos y más raro aún que se ofrezcan, tras la llamada cuarentena, los pichones que, según lo que dispusiese el Abad, tanto podían terminar en su puchero como alcanzando la libertad.
La fiesta, en no pocos casos, y como manda la tradición, solía terminar degustando algún dulce, entre los que no faltaron las clásicas rosquillas o bollos de manteca, con su copita de vino, dulce también. Puesto que no hay tradición que se precie sin algo que llevarse a la boca.
De ahí que, en muchas de nuestras fiestas, invernales, ante todo, se mantenga la costumbre de la caridad del santo; ese trocito de queso con pan y su trago de vino, con el que alegrar el estómago y aliviar el apetito.
La torta de Horche
La torta de Horche, el dulce típico de este día en esta población, se elaboraba a base de harina, miel, unos cuantos huevos y el aceite de oliva correspondiente, encargándose el prioste de la cofradía de elaborarla, llevarla a la iglesia, donde quedaba bendecida y tras la procesión, repartirla entre el público.
Cuentan, y lo hace don Tomás Ruiz del Rey, que el cargo de prioste de esta cofradía era voluntario, más que otra cosa por los gastos que ello conllevaba, ya que estos los desembolsaba aquel de su bolsillo, habitualmente por promesa. En caso de no haber prioste, que solía haberlo, se encargaba de elaborar la torta el Ayuntamiento.
Por supuesto que, como también suele suceder, los priostes rivalizaban año tras año en hacer la mayor torta y dar a la fiesta el mejor ambiente: “el prioste es siempre en Horche un piadoso vecino del pueblo que voluntariamente se impone por devoción el cumplimiento de esta ofrenda, a la par que el coste de la fiesta”, contó don Tomás.
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De ahí que, uno de ellos, quiso quedar por encima de todos, elaborando la mayor torta jamás conocida, empleando en ella, al decir de la tradición, cinco fanegas de harina, doce arrobas de aceite, todos los huevos que había en el lugar y cinco arrobas de miel. Por supuesto, para cocerla hubo de construirse un horno exprofeso, que hubo de derribarse una vez concluyó la cochura y, sin poderla llevar a la iglesia, tuvieron que dejarla en el lugar, a donde la gente acudió por su parte, y cuyos trozos fueron repartidos hasta por los pueblos limítrofes.
Aquella fue la “Barbaridad de Horche”, que ha traspasado los tiempos, de la que se hicieron eco escritores costumbristas de antaño y hogaño. No hubo otra, a pesar de que don Tomás recordaba que: “en mi niñez he visto una torta de varias arrobas de peso y de un metro de altura, llevada en andas por cuatro hermanas…”
Y es que, la tradición, es la tradición, aunque se vista de leyenda.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 27 de enero de 2023
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