sábado, diciembre 03, 2022

LA IMPORTANCIA DE UN BUEN ALMIREZ

 

LA IMPORTANCIA DE UN BUEN ALMIREZ

Además de para majar la sazón de los guisos, todavía es uno de los más peculiares instrumentos musicales

     Contaron quienes lo conocieron que el tío Alfonso, Alfonso Gayoso, a quien sus paisanos llamaban: “el tío Rubio”, pastor de oficio en el pueblo de Aranzueque, fue un gran maestro en el difícil arte de saber tocar el almirez, que el ruido se lo sabe sacar cualquiera; el arte está en sacarle un ritmo.

   Cuenta la historia local que, en la gloriosa noche que fue del martes al miércoles, del último día de diciembre de 1900 al primero de enero de 1901, en la misa mayor que se celebró en la villa, y que dio comienzo poco después de las doce de la noche para bendecir el nuevo año, y el nuevo siglo, el tío Alfonso, que ejercía como cabeza de los pastores de aquella tierra, fue el primero en hacer sonar el almirez en la misa, y lo tocó de manera magistral. Entonces no había costumbre de salir a la plaza a tomar las uvas, sino de salir de ronda, después de la misa del Año Nuevo.

 

 

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   Tras él, el coro de pastores y mozos del pueblo continuó con la ronda, celebrando el siglo y el año que acababa de empezar. Buscando que, el XX, dejase atrás todas aquellas miserias que arrastró el XIX, o mejor, que el hijo, como lo definió el señor Veterinario, no se pareciese al padre.

   La historia del siglo XX ya la conocemos, así que mejor no juzgar los siglos, ni los años. Mejor quedarnos con aquella historia que nos habla de que el “el tío Rubio”, el jefe de los pastores de Aranzueque, hizo sonar el almirez como en pocas ocasiones anteriores se escuchó por tierras alcarreñas. Y es que fueron, los pastores, los labradores, las gentes humildes de nuestros pueblos quienes, con lo que más a mano tenían, hicieron música tradicional. Una música que se escuchó, y se ha de escuchar con pasión y sentimiento en este mes que comienza. Encabezada en algunas ocasiones por el jefe de pastores; en otras por el alcalde de mozos; en las demás, por el primer rondador.

   Y es que es, el de diciembre, con el de mayo y algo del de junio, el mes que más y mejor se ronda, se canta y, por supuesto, ha de hacerse sonar el almirez.

 

La orquesta del pueblo

   Por aquellos tiempos de finales del siglo XIX, e inicios del XX que le tocó vivir al tío Rubio de Aranzueque, en muchos de nuestros pueblos había orquesta, orquestina o banda; o mejor, ronda de mozos que, en días festivos o fiestas de guardar, salían a rondar las calles con su temple; con sus almireces; sus huesos, platillos, botellas, calderos…, lo que tenían a mano. En las salas de los palacios y las grandes casas, de nuestros pueblos también, se escuchaban los acordes del clavicordio en todas sus variedades, junto con otros instrumentos de música culta En las calles, la música popular la ponían los trastos de la cocina, y los que cada cual se fabricaba; una zambomba con una piel de gato; o una pandereta con otra de liebre.

   La ronda fue, desde más allá del siglo XVII hasta más acá de la década de 1960, la banda sonora de nuestros pueblos; la sintonía que, al caer de una tarde cualquiera, levantaba los ánimos, con la música acompasada de los instrumentos y una voz que, alzándose por encima de ellos, cantaba las glorias del día, del pueblo o de la moza a quien alguien comenzaba a rondar.

 

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   Por estos días, en los inicios de cada diciembre, las rondas comienzan, como hicieron antaño, a afinar sus instrumentos, y los rondadores la voz, porque se avecinan días de canto y música tradicional, de nuestras gentes y pueblos. Por supuesto que sí, también las rondas fueron, en muchos de ellos, de nuestros pueblos, motivo de pique, de disputa y, en ocasiones, de página negra.

   Rondas hubo de quintos; de fiestas; de solteros; de casados; de novios y, en Irueste, las rondas se dedicaron al almirez. Famosas fueron hasta traspasar las fronteras del olvido y del tiempo. Y las de casados y solteros de Brihuega, y sus cantos y repiques:

 

Esta noche va a salir,

La ronda de la alpargata,

Si sale la del zapato,

Formaremos zaragata…

 

   Pocas son las poblaciones alcarreñas que no tuvieron su ronda, dicho queda. Clara muestra nos la dejan los rondadores que, en cualquiera de estos días, se mostrarán en la ya amplia nómina de certámenes navideños que pueblan la provincia, desde Torija, donde nacieron, a Aranzueque pasando por Lupiana, e incluso llegando a las sierras, puesto que también por allá, con instrumentos al uso, añadiendo el cencerro con badajo de hueso como hicieron los pastores serranos, se canta y ronda, aunque un poco menos que por las Alcarrias, pues descontando Cantalojas, poco nos queda.

  

Las rondas del almirez, de Irueste

   Pero si hay una población que ha dedicado tiempo y arte al uso del almirez no es otra que la de Irueste, alcarreña total.

   En Irueste nos contaron quienes trazaron las primeras páginas de la etnografía provincial, allá por la mitad del siglo XX, con especial cuidado don Antonio Aragonés Subero, que el almirez fue objeto de culto a la hora de salir de ronda, siendo pocas las casas en las que no lo hubo. Un almirez de verdad, de bronce dorado como el oro, con su cardenillo incluso, que daba a la pieza el sentir de lo añejo.

   Todo hay que decirlo, ya no hay almireces como aquellos, que las novias y novios llevaron en su ajuar, como lo hicieron con la amasadera del pan, el camastro y los cuatro trapos de cubrir el jergón.

   Tiempo hubo en el que los buenos almireces se guardaron como oro en paño y pasaron como las buenas herencias de padres y madres a hijos e hijas, como debe de ser. Sirviendo, además de para el majado de las sustancias cocineras, para templar el aire con sus sonidos, que en ocasiones suena a cascabel.

   En la actualidad este tipo de almirez, el de bronce dorado, no se usa en la cocina; quizá por su precio. En la cocina se emplea el mortero, de madera o mármol, que es cosa distinta. El almirez es música, y tradición en Irueste: Cuando los chavales llegaban a mozos, tenían que pagar la ronda, momento en el que adquirían los derechos de los mayores. A veces no contaban con medios propios y para ganar algún dinero se contrataban como mozos o criados de labranza. Casi siempre los primeros reales se empleaban en adquirir navaja, reloj, pañuelo de pico para la novia, y un almirez con el que rondar; contó Aragonés Subero que le contaron en Irueste. También que, a la hora de rondar a una moza, únicamente el enamorado tocaba el almirez. O que, cada moza, conocía a su rondador por el sonido que aquel sacaba al instrumento de ronda, a su almirez.

   Las coplas han ido traspasando el tiempo, dejándonos el sentir y vivir de los pueblos en cada una de sus estrofas:

Si oyes tocar las campanas

y no tocan a clamor,

es que yo te estoy rondando

con el almirez mejor.

   Después, cuando pasen estos días, los del rondar, volverá el almirez a ser una pieza clave de la cocina, pero mientras será una más de los importantes instrumentos que han de acompañar la ronda tradicional, con los huesos, el caldero, la botella, la cuchara y, por supuesto, la voz.

   Lo triste es que cada vez queden menos personas que, como el tío Rubio de Aranzueque, sepan sacar melodía a los instrumentos de toda la vida.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 2 de diciembre de 2022

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1 comentario:

  1. Pocas veces se encuentra uno con tan interesantes artículos y tan bien escritos como estos. Gracias

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