viernes, junio 17, 2022

EL ESCRIBANO, Y LOS CUATRO DE BERNINCHES

 EL ESCRIBANO, Y LOS CUATRO DE BERNINCHES

Dos historias entre la realidad y la leyenda, en nuestra Alcarria

 

    Probablemente, ningún actor de teatro, salvo que a la vida torne Manuel Dicenta, sea capaz de poner gesto, figura y voz a aquel alcalde de Zalamea que se enfrentó a la justicia del rey con aquello de: ¡Al Rey la hacienda y la vida se han de dar, pero el honor es patrimonio del alma, y el alma sólo es de Dios! Y nadie como Lope de Vega para escribir lo sucedido en Fuenteovejuna, allá por el siglo XV.

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   Nicolás Alcalde, se llamó el hombre que en Berninches perdió la vida por cuestiones de honra y deshonra en papeles oficiales, y su caso fue comparado por algunos cronistas de la provincia con el del comendador de Fuenteovejuna, claro está que aquí no hubo un Lope de Vega que lo convirtiese en estrella de teatro, aunque si un historiador, Juan-Catalina García López, que lo sacó del olvido; y un cronista, Antonio Pareja Serrada que lo elevó a la categoría de mito.

   Al bueno, o malo, de don Nicolás Alcalde, la vida le pasó factura cuando, cansado el pueblo de sus fechorías, fueron a pedirle cuentas a la casa del concejo. Don Nicolás creyó que iban por otras cuestiones, se tiró por la ventana y, de ahí, todo lo demás.

   Don Gabriel María Vergara, maestro en el arte en encontrar el punto sobre la historia, añadió a su libro de dichos y refranes el de “¿Quién lo ha muerto? Berninches”, dándole el significado de: eludir al culpable, cuando fueron muchos. Y es que la tradición cuenta que de la muerte del escribano se culpó todo el pueblo de Berninches, pero parece que los papeles dicen que no fue así, que por medio hubo quien, con una estaca de olivo…

 

Berninches, un pueblo de la Alcarria

   De la mejor Alcarria, es Berninches. Un pueblo que surgió, o que ya estaba ahí, cuando sucedió la reconquista de estas tierras por las que plácidamente discurrió el alcarreño Tajo, y fueron fronteras con las de Cuenca. Hoy el Tajo fluye con menos sosiego del que debiera, pues se embalsa y se pierden sus escasas aguas por las grietas que la tierra abre. Que también la tierra alcarreña tiene sed.

   Fue, como otros tantos de la comarca, tierra de caballeros calatravos, antes de pasar a pertenecer al marqués de Auñón y don Pedro Franqueza, aquellos de los que la historia cuenta que no fueron tan trigo limpio como sus cartas de hidalguía trataron de aparentar. Ya hemos contado por estas páginas los embrollos de don Melchor de Herrera, el marqués; y las poco francas maneras de hacer una fortuna, de don Pedro de Franqueza, que lo llevaron a terminar sus días en presidio por engañar, ni más ni menos, que al rey.


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   Nada tuvo que ver con los anteriores quien, tras don Melchor de Herrera y don Pedro de Franqueza, se convirtió en señor efectivo de Berninches y algunas otras poblaciones del entorno, don Luis de Velasco, primero de los de este apellido que dejarían, en el entorno, grata memoria.

   También, en el entorno de Berninches, se tendían los espesos montes en los que se abrieron caminos que condujeron a las ferias y mercados de poblaciones cercanas, Brihuega y Budia principalmente. Y también, como cosa poco menos que unida a caminos y ferias, fueron montes rondados por los bandoleros, que los hubo por aquí, al igual que por Sierra Morena, en crecido número. Tan listos fueron algunos que, la historia cuenta, ocasión hubo en la que llegaron a retener en unas parideras ocultas en aquellas espesuras, a cerca de un centenar de trajinantes que, conforme regresaban de las ferias de Brihuega, en la década de 1830, algunos de los de trabuco y navaja cabritera les decía aquello de: ¡la bolsa o la vida! Por supuesto que elegían la vida y entregaban la bolsa, pero para poder seguir teniendo abierto el negocio y no ser delatados, los asaltados, bien amarraditos, eran retenidos en aquellas parideras, hasta que alguien se pudo escapar, entró en la iglesia a la hora de la misa mayor, contó lo que sucedía y… en busca de los del trabuco se desplegó el cuerpo de Salvaguardas, sin lograr detenerlos.

 

Los cuatro de Berninches

   A los cuatro de Berninches, que también regresaban de las ferias de Brihuega por el camino que llamaron del Cozagón, les intentaron asaltar en el mes de abril de 1849, conforme contó don Antonio Pareja Serrada; tan solo que los de Berninches hicieron frente a los asaltantes y, en lugar de entregar la bolsa, arriesgaron la vida entablando lucha y terminando con los salteadores de caminos, que también fueron cuatro. Salvo uno, que logró escapar, los otros tres quedaron tendidos en el lugar en el que les llegó la última hora.

   El abuelo de don Juan-Catalina García López, a quien le fueron a contar lo sucedido, convenció a aquellos cuatro para que acudiesen a contarlo al juez de Brihuega, quien ordenó el levantamiento de los cadáveres, y su entierro en el cementerio de la histórica villa, después de la pública exposición. También se ocupó, el Sr. Juez, de hacer llegar la noticia a Guadalajara, para que el Sr. Gobernador entendiese del caso, y entendió, premiando a quienes terminaron con la vida de los salteadores con unas onzas de oro. Lo mismo que se premiaba a quienes terminaban con una camada de lobos.

 

El Escribano de Berninches

   Don Nicolás Alcalde, el Escribano que se tiró por el balcón, pocos años antes de que el pueblo se levantase contra él ya había hecho de las suyas, apropiándose de bienes de la iglesia, siendo su mayordomo. Aparte estaban las cuestiones de la honra, y solo Dios sabe cuántas más.

   El suceso, real como la vida misma, ocurrió el 2 de enero de 1745. Cuando el pueblo, harto ya de estar harto, le fue a pedir cuentas, don Nicolás Alcalde se descolgó por el balcón perseguido por el pueblo. Un vecino, de nombre José García, fue quien detuvo sus pasos con la estaca del olivo, pues se encontraba cortando leña; estacazo que le ocasionó la muerte, aunque no inmediata, como se desprendió de las averiguaciones de la justicia. Y de las declaraciones de los vecinos, que se fueron evadiendo unos a otros, como si nadie supiese de lo ocurrido.


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   Cuenta la historia elevada a leyenda, de la que se hicieron eco algunos maestros alcarreños en el arte de las tradiciones, que al grito de “¡Berninches lo mató!”, se libró el pueblo del peso de la justicia; lo cierto es que el Corregidor de Huete, a quien correspondió averiguar y juzgar lo sucedido, mandó a prisión a medio pueblo; liberó a una parte y a otra la mandó a galeras; e incluso alguno hubo que murió en medio de las averiguaciones.

   No obstante, el sucedido verídico de los cuatro de Berninches, y del Escribano Nicolás Alcalde, no hacen sino añadir a una parte de la provincia esa pizca de sal que, en ocasiones, falta al guiso de las tradiciones populares, que hasta ellas se elevan, pasados los siglos, algunos hechos que, siendo reales, nos parecen, a causa del tiempo transcurrido, extraídos de la novela de la historia.

   La pregunta se parece escuchar en medio de la noche: ¿Quién lo ha muerto?; y, a coro, varias decenas de voces responden: ¡Berninches lo mató!

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 17 de junio de 2022

 

 

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