EL
DESPOBLADO DE MORENGLOS
Los
restos de las torre de su iglesia son un emblema en las cercanías de Atienza
Pudiera parecernos, porque los tiempos
actuales permiten una mayor información, que el abandono de los pueblos, la
constante búsqueda del hombre por encontrar una mayor comodidad o una mejor
forma de vida lejos de donde nació es cosa de nuestros días, de nuestro siglo o
como mucho de una importante parte del siglo XX. Aquella que desde la década de
1950 comenzó a despoblar las tierras que todos conocemos.
Esta despoblación, la cercana que parte de
esa década del siglo XX y se acrecentó a partir de ella, nos afecta mucho más
porque la tenemos más cercana. Porque vamos conociendo pueblos con calles y
casas que vimos bulliciosas y que al día de hoy se han convertido en
archivadores del silencio. Un silencio que únicamente se rompe, y con ciertos
condicionantes, en los meses de verano.
La vida en los pueblos, lo queramos o no,
siempre tuvo su toque de dureza. Tiempos hubo en los que quedarse en el pueblo
suponía apearse del mundo.
Nos lo enseñaron por estas tierras nuestros
grandes personajes, que para prosperar tuvieron que marchar a las grandes
capitales. Aquellos políticos que triunfaron en sus diferentes profesiones y
negocios desde los años medios del siglo XIX, y hasta bien adentrado el siglo
XX y que regresaron al pueblo, o la provincia, para contar lo bien que les iba
en la capital y pedir el voto a sus paisanos con promesa de mejorarles la vida.
Claro está que las promesas se quedaron en promesas.
Las mejoras, cuando llegaron, lo hicieron
demasiado tarde y los pueblos fueron perdiendo industria y gente. Se fueron los
políticos y se fueron sus conocidos. Tras ellos se llevaron a sus vecinos, que
también querían prosperar.
No, la despoblación no es cosa de estos
tiempos, a pesar de que en estos tiempos la sintamos mucho más que los pasados.
La despoblación viene de antiguo. Nuestras gentes siempre buscaron la cercanía
de pueblos o ciudades en los que poder salir adelante con mayor seguridad y
comodidad. Los pueblos grandes se comieron a los pequeños, y los habitantes de
aquellos pueblos pequeños terminaron aposentándose en los pueblos grandes que
les ofrecían lo que en los propios no tuvieron.
La lista de despoblados en tierra de
Guadalajara, desde el siglo XV a la actualidad es enorme. De los pequeños
crecieron los grandes. También en tierras de Atienza, de donde desaparecieron
decenas de ellos. Desde el mítico Vesperinas, cuyas tierras desnudas al viento
de la historia legó la católica reina Isabel a los frailes franciscanos de
Atienza y los frailes franciscanos vendieron al concejo, al no menos histórico
de Iñesque, que junto a su derrotado castillo, a medio de andar entre Angón y
Pálmaces todavía enseña el muñón de la piedra de sus casas, como lo muestra,
como pendón que desafía al viento, al tiempo, a la historia y las gentes que la
miran, la espadaña de la que fuese iglesia de Morenglos, hoy despoblado al
borde de una de esas carreteras que, sin duda, tuvieron más trasiego en tiempos
pasados que en los presentes.
En muchas ocasiones habremos oído que
desapareció Morenglos roído por las hormigas que horadaron el terreno; lo mismo
que desapareció Canrayao, si es que existió, tras sus famosas bodas. Ya no está
entre nosotros Sinforiano García Sanz para relatarnos la leyenda.
También desapareció Bretes, un poco más
allá, bajo el manto de otra de esas leyendas que formaron parte del cotidiano vivir. La del bicho que se cayó al
agua y…
Morenglos, como Bretes, al contrario que el desconocido Canrayao, sí que
existió, y no lo devoraron las hormigas. Sus vecinos lo fueron dejando poco a
poco, como a Iñesque, buscando la cercanía y seguridad de los pueblos de al
lado.
Quizá
la referencia más antigua a la población de Morenglos esté contenida en la
tantas veces referenciada dotación de la cátedra de gramática de Atienza que
fundó el obispo de Sigüenza, don Lope, en el siglo XIII y año de 1269, en donde
se incluyen la gran parte de las poblaciones entonces pertenecientes al Común
de Villa y Tierra de Atienza y en donde figura “Moregnos”, por Morenglos, como
uno más de los lugares que contribuyen a la fundación.
Si bien es cierto que tampoco hubo de ser en el transcurso del tiempo
una población de elevado número de vecinos, a medio camino entre Tordelrábano y
Alcolea de las Peñas integrante, desde el siglo XV, de los señoríos del Conde
de Coruña y Vizconde de Torija, don Lorenzo Suárez de Mendoza, al adquirir al
duque de Medinaceli la tierra de Paredes y sus aldeas en 1473.
Igualmente tenemos noticias del lugar en cuanto hace a sus salinas en
los años finales del siglo XV, sin que volvamos a tener muchas más del lugar
hasta la elaboración del Catastro de Ensenada, que tiene lugar en la población
el 21 de mayo de 1752.
Mediante este conocemos que contaba entonces Morenglos con una reducida
población, tres vecinos todos labradores, lo que equivaldría a 12 habitantes.
Los nombres de los titulares del vecindario eran Marcelo García, Miguel
Zercadillo y Lorenzo Barcones a los que se añadiría, años adelante otro García,
Manuel.
En el lugar, por aquellos años, únicamente se alzaban cuatro casas
habitables. El Concejo no tenía gastos y pagaba sus impuestos al rey y al conde
de Coruña, señor de la tierra.
La iglesia se encontraba por aquel tiempo, tercera parte del siglo
XVIII, en perfecto estado, a pesar de que alguno de sus objetos sagrados,
incluido el Santísimo, había sido llevado para mayor seguridad por alguno de
sus párrocos al vecino lugar de Tordelrábano. Igualmente la, al parecer única
campana de la iglesia, fue trasladada a la población en la que finalmente se
integrarían sus tierras, Alcolea de las Peñas, a la que más tarde se la
reclamarían los vecinos sin lograr sus objetivos. Iglesia, la de Morenglos,
dependiente de la de Tordelrábano.
Se encontraba bajo la advocación del Salvador. Tras quedar el pueblo e
iglesia sin feligreses se distribuyeron sus ornamentos e imágenes sacras entre
las poblaciones vecinas, a voluntad de los sucesivos párrocos, ya que eran los mismos
oficiantes de Alcolea de las Peñas, Paredes o Tordelrábano, los encargados de
acudir a la de Morenglos a oficiar la liturgia, cuando lo hacían.
El pueblo todavía existía en el primer tercio del siglo XIX, cuando ve
la luz el Diccionario de Sebastián Miñano, en 1827, quien nos lo describe en
breves líneas, dándonos cuenta de que entonces contaba con 32 habitantes, que
muchos nos parecen.
No obstante estos años nos continúan
incluyendo el dato de la existencia de la iglesia del Salvador, lo que iría en
contra de la suposición mantenida a lo largo del siglo XX de que la iglesia
desapareció en el siglo XVII siendo llevadas sus piedras a Atienza para la
reconstrucción de la iglesia de San Juan del Mercado. Que a San Juan del Mercado fueron, efectivamente, piedras de
Morenglos, pero de las canteras existentes en su término, no del
desmantelamiento de su iglesia.
Sin que figure ya la población en el nuevo Diccionario que años más
tarde (1845/47) de a la luz Pascual Madoz, convirtiéndose en poco tiempo en el
más completo del siglo XIX, lo que nos daría a entender que para entonces el
pueblo había desaparecido prácticamente.
Tampoco
lo encontramos en el último que hace referencia a la mayoría de las
poblaciones, actuales y pasadas, de la provincia de Guadalajara, el Nomenclátor
de la Diócesis, publicado en 1886. Confirmándonos así que Morenglos desapareció
como población con posterioridad a 1830, y con anterioridad a 1845, cuando el
Boletín Oficial de la Provincia de Guadalajara ya recoge que el despoblado de
Morenglos está integrado en Alcolea de las Peñas, y deben entenderse unidos.
Son los restos de la espadaña de su iglesia del Salvador, tal vez, los
más llamativos de estas tierras; por encontrarse sobre una gran laja de piedra
en la que puede observarse aún un conjunto de sepulturas excavadas en la misma
roca; y bajo la roca, un conjunto de cuevas que fueron en sus tiempos viviendas
y están, sin duda, en el origen de la población.
Un conjunto que por despoblado invita a la reflexión, pues unas cuantas
decenas de poblaciones, en dos o tres decenios, mostrarán a los curiosos el
muñón desnudo de sus torres.
Y
no habrá leyenda de hormigas que cuente su abandono.
Tomás Gismera
Velasco
Guadalajara en
la Memoria
Periódico
Nueva Alcarria
Guadalajara, 1
de mayo de 2020
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