domingo, mayo 03, 2020

EL DESPOBLADO DE MORENGLOS



EL DESPOBLADO DE MORENGLOS
Los restos de las torre de su iglesia son un emblema en las cercanías de Atienza


   Pudiera parecernos, porque los tiempos actuales permiten una mayor información, que el abandono de los pueblos, la constante búsqueda del hombre por encontrar una mayor comodidad o una mejor forma de vida lejos de donde nació es cosa de nuestros días, de nuestro siglo o como mucho de una importante parte del siglo XX. Aquella que desde la década de 1950 comenzó a despoblar las tierras que todos conocemos.

   Esta despoblación, la cercana que parte de esa década del siglo XX y se acrecentó a partir de ella, nos afecta mucho más porque la tenemos más cercana. Porque vamos conociendo pueblos con calles y casas que vimos bulliciosas y que al día de hoy se han convertido en archivadores del silencio. Un silencio que únicamente se rompe, y con ciertos condicionantes, en los meses de verano.



   La vida en los pueblos, lo queramos o no, siempre tuvo su toque de dureza. Tiempos hubo en los que quedarse en el pueblo suponía apearse del mundo.

   Nos lo enseñaron por estas tierras nuestros grandes personajes, que para prosperar tuvieron que marchar a las grandes capitales. Aquellos políticos que triunfaron en sus diferentes profesiones y negocios desde los años medios del siglo XIX, y hasta bien adentrado el siglo XX y que regresaron al pueblo, o la provincia, para contar lo bien que les iba en la capital y pedir el voto a sus paisanos con promesa de mejorarles la vida. Claro está que las promesas se quedaron en promesas.

   Las mejoras, cuando llegaron, lo hicieron demasiado tarde y los pueblos fueron perdiendo industria y gente. Se fueron los políticos y se fueron sus conocidos. Tras ellos se llevaron a sus vecinos, que también querían prosperar.

   No, la despoblación no es cosa de estos tiempos, a pesar de que en estos tiempos la sintamos mucho más que los pasados. La despoblación viene de antiguo. Nuestras gentes siempre buscaron la cercanía de pueblos o ciudades en los que poder salir adelante con mayor seguridad y comodidad. Los pueblos grandes se comieron a los pequeños, y los habitantes de aquellos pueblos pequeños terminaron aposentándose en los pueblos grandes que les ofrecían lo que en los propios no tuvieron.


   La lista de despoblados en tierra de Guadalajara, desde el siglo XV a la actualidad es enorme. De los pequeños crecieron los grandes. También en tierras de Atienza, de donde desaparecieron decenas de ellos. Desde el mítico Vesperinas, cuyas tierras desnudas al viento de la historia legó la católica reina Isabel a los frailes franciscanos de Atienza y los frailes franciscanos vendieron al concejo, al no menos histórico de Iñesque, que junto a su derrotado castillo, a medio de andar entre Angón y Pálmaces todavía enseña el muñón de la piedra de sus casas, como lo muestra, como pendón que desafía al viento, al tiempo, a la historia y las gentes que la miran, la espadaña de la que fuese iglesia de Morenglos, hoy despoblado al borde de una de esas carreteras que, sin duda, tuvieron más trasiego en tiempos pasados que en los presentes.

   En muchas ocasiones habremos oído que desapareció Morenglos roído por las hormigas que horadaron el terreno; lo mismo que desapareció Canrayao, si es que existió, tras sus famosas bodas. Ya no está entre nosotros Sinforiano García Sanz para relatarnos la leyenda.

   También desapareció Bretes, un poco más allá, bajo el manto de otra de esas leyendas que formaron parte del  cotidiano vivir. La del bicho que se cayó al agua y…

   Morenglos, como Bretes, al contrario que el desconocido Canrayao, sí que existió, y no lo devoraron las hormigas. Sus vecinos lo fueron dejando poco a poco, como a Iñesque, buscando la cercanía y seguridad de los pueblos de al lado.

   Quizá la referencia más antigua a la población de Morenglos esté contenida en la tantas veces referenciada dotación de la cátedra de gramática de Atienza que fundó el obispo de Sigüenza, don Lope, en el siglo XIII y año de 1269, en donde se incluyen la gran parte de las poblaciones entonces pertenecientes al Común de Villa y Tierra de Atienza y en donde figura “Moregnos”, por Morenglos, como uno más de los lugares que contribuyen a la fundación.

   Si bien es cierto que tampoco hubo de ser en el transcurso del tiempo una población de elevado número de vecinos, a medio camino entre Tordelrábano y Alcolea de las Peñas integrante, desde el siglo XV, de los señoríos del Conde de Coruña y Vizconde de Torija, don Lorenzo Suárez de Mendoza, al adquirir al duque de Medinaceli la tierra de Paredes y sus aldeas en 1473.

   Igualmente tenemos noticias del lugar en cuanto hace a sus salinas en los años finales del siglo XV, sin que volvamos a tener muchas más del lugar hasta la elaboración del Catastro de Ensenada, que tiene lugar en la población el 21 de mayo de 1752.

   Mediante este conocemos que contaba entonces Morenglos con una reducida población, tres vecinos todos labradores, lo que equivaldría a 12 habitantes. Los nombres de los titulares del vecindario eran Marcelo García, Miguel Zercadillo y Lorenzo Barcones a los que se añadiría, años adelante otro García, Manuel.

   En el lugar, por aquellos años, únicamente se alzaban cuatro casas habitables. El Concejo no tenía gastos y pagaba sus impuestos al rey y al conde de Coruña, señor de la tierra.

   La iglesia se encontraba por aquel tiempo, tercera parte del siglo XVIII, en perfecto estado, a pesar de que alguno de sus objetos sagrados, incluido el Santísimo, había sido llevado para mayor seguridad por alguno de sus párrocos al vecino lugar de Tordelrábano. Igualmente la, al parecer única campana de la iglesia, fue trasladada a la población en la que finalmente se integrarían sus tierras, Alcolea de las Peñas, a la que más tarde se la reclamarían los vecinos sin lograr sus objetivos. Iglesia, la de Morenglos, dependiente de la de Tordelrábano.

   Se encontraba bajo la advocación del Salvador. Tras quedar el pueblo e iglesia sin feligreses se distribuyeron sus ornamentos e imágenes sacras entre las poblaciones vecinas, a voluntad de los sucesivos párrocos, ya que eran los mismos oficiantes de Alcolea de las Peñas, Paredes o Tordelrábano, los encargados de acudir a la de Morenglos a oficiar la liturgia, cuando lo hacían.



   El pueblo todavía existía en el primer tercio del siglo XIX, cuando ve la luz el Diccionario de Sebastián Miñano, en 1827, quien nos lo describe en breves líneas, dándonos cuenta de que entonces contaba con 32 habitantes, que muchos nos parecen.

   No obstante estos años nos continúan incluyendo el dato de la existencia de la iglesia del Salvador, lo que iría en contra de la suposición mantenida a lo largo del siglo XX de que la iglesia desapareció en el siglo XVII siendo llevadas sus piedras a Atienza para la reconstrucción de la iglesia de San Juan del Mercado. Que a San Juan del  Mercado fueron, efectivamente, piedras de Morenglos, pero de las canteras existentes en su término, no del desmantelamiento de su iglesia.

   Sin que figure ya la población en el nuevo Diccionario que años más tarde (1845/47) de a la luz Pascual Madoz, convirtiéndose en poco tiempo en el más completo del siglo XIX, lo que nos daría a entender que para entonces el pueblo había desaparecido prácticamente.

   Tampoco lo encontramos en el último que hace referencia a la mayoría de las poblaciones, actuales y pasadas, de la provincia de Guadalajara, el Nomenclátor de la Diócesis, publicado en 1886. Confirmándonos así que Morenglos desapareció como población con posterioridad a 1830, y con anterioridad a 1845, cuando el Boletín Oficial de la Provincia de Guadalajara ya recoge que el despoblado de Morenglos está integrado en Alcolea de las Peñas, y deben entenderse unidos.

   Son los restos de la espadaña de su iglesia del Salvador, tal vez, los más llamativos de estas tierras; por encontrarse sobre una gran laja de piedra en la que puede observarse aún un conjunto de sepulturas excavadas en la misma roca; y bajo la roca, un conjunto de cuevas que fueron en sus tiempos viviendas y están, sin duda, en el origen de la población.

   Un conjunto que por despoblado invita a la reflexión, pues unas cuantas decenas de poblaciones, en dos o tres decenios, mostrarán a los curiosos el muñón desnudo de sus torres.

   Y no habrá leyenda de hormigas que cuente su abandono.


Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Periódico Nueva  Alcarria
Guadalajara, 1 de mayo de 2020






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