MANUEL SÁNCHEZ YAGÜE,
DESVENTURAS DE UN VOLUNTARIO REALISTA,
DE ATIENZA
Tomás
Gismera Velasco
El Cuerpo de Voluntarios Realistas fue una
milicia que Fernando VII organizó por orden del 10 de junio de 1823, tras la
caída del gobierno liberal en España. Tenía como objetivo evitar el
restablecimiento del gobierno constitucional y luchar contra los elementos
liberales.
Estaba formado por los entonces elementos
más intransigentes del absolutismo español. Dependían de los ayuntamientos y
estaban bajo la autoridad del capitán general, excepto en el País Vasco, en el
que el control lo ejercían las diputaciones forales. En 1826 estaba integrado
por 200.000 voluntarios, pero sólo la mitad llegó a estar uniformado y armado
en 486 batallones de infantería, 20 compañías de artillería, 52 escuadrones de
caballería y algunas compañías de zapadores. El cuerpo tenía un inspector
general, siendo el primero José María Carvajal.
Se disolvió oficialmente en 1833, y una
parte de sus integrantes se sumó las fuerzas del infante Carlos María Isidro
durante la Primera Guerra Carlista.
No faltaron, en la comarca de Atienza,
personajes que se integraron en dicho cuerpo, uno de aquellos fue uno de los
boticarios de Atienza, Manuel Sánchez Yagüe, quien pasó mil y una calamidades
sirviendo en el cuerpo, pero mejor, ya que tenemos su testimonio, que sea él
quien nos cuente su aventura, a través de un memorial que dirigió a quien lo
quisiese escuchar.
De su aventura se hizo eco la prensa de la
época, quien comenzó retratando al personaje:
Don Manuel Sánchez, vecino de la villa de
Atienza, fue uno de los que habiendo intervenido en casi todas las tentativas
de aquel heroico país en beneficio de S.M. abandonando sus comodidades y
familia, se incorporaron desde el primer momento a las tropas realistas
organizadas en Sigüenza en 1822. Constante en su resolución, las acompañó hasta
el momento en que tuvo que pasar a Francia, en compañía de uno de los
individuos de la Junta a implorar socorros para aquella provincia devastada por
la rabia de los revolucionarios; regresando desde Bayona con una comisión
importante fué aprendido por los voluntarios de Tarazona, y conducido á
Zaragoza, de donde salió entre las filas constitucionales del general
Ballesteros.
Continuaba la crónica: Nuestros lectores
verán en la adjunta relación que nos comunica, hasta qué punto ha llegado la
barbarie de esa secta, que ahora pondera tanto la moderación.
Y es aquí, donde comienza el relato de
nuestro paisano:
Señores Editores: el día 3 de abril (de
1823) á las once de la noche me sacaron del castillo de Zaragoza con otros 700 realistas para embarcarnos en el
canal con dirección á Tudela: permanecimos en ésta dos días, y al tercero
salimos con destino á Santoña con el barro á la rodilla , perdiendo todos el
calzado en esta expedición.
Con motivo de hospedarse el general
Ballesteros en Alfaro tuvimos que pasar á la Aldea, dos leguas mas allá,
permaneciendo en un barrizal hasta la rodilla ínterin pasaba S. E. Llegados al
pueblo nos cerraron en la iglesia, donde con el agua, barro y frialdad se
baldaron muchos de mis compañeros. Al día siguiente salimos para Calahorra,
aumentándose el número de baldados por el mal tiempo, sin otro alivio que el de
ser puestos en un carro uno sobre otro como costales de trigo.
Al salir de Calahorra el comandante abrió la
cabeza á un teniente coronel, que hizo fusilar á veinte pasos de la población,
curando de este modo sus heridas. Los demás conducidos en bagajes unos, y
luchando con la muerte otros, llegamos á Morillo, donde nos cerraron en un
pósito tan reducido que al amanecer hubo que sacarnos á respirar aire libre,
siendo milagro que no nos hubiéramos ahogado todos. Aumentado considerablemente
el número de enfermos, partimos para Fuenmayor , haciendo un ligero descanso en
Logroño, donde quedaron algunos enfermos, no en el hospital para curarse, sino
en la cárcel para morirse cuanto antes.
Los demás llegamos á Fuenmayor, dormimos en
la iglesia, y salimos para Haro; pero hubo contraorden para que fuésemos á
Logroño: anduvimos media legua, y á la legua se nos mandó volver á Logroño, á
donde llegamos rendidos de andar atrás y adelante con un fuerte calor, y poco
menos que corriendo. Permanecimos un día allí, porque ninguno quería encargarse
de nuestra conducción , hasta que Chapalangarra lo hizo, mandando que al que no
pudiese andar, ó se quedase atrás, se le tiraran cuatro tiros.
De esta suerte caminamos hasta Tudela,
andando diez y once leguas por día ; en la que habiendo alojamiento, se nos
hizo dormir al sereno en una noche muy fría, llegando la barbarie hasta
amenazarnos con la muerte, porque nos quejábamos del frió.
Escoltados de los voluntarios peseteros
salimos para Mallen, donde murieron dos del sofoco del alojamiento. Reunidos á
éstos los de Borja principió el fuerte de nuestros trabajos. Era cosa
espantosa ver aquellos
tigres despojarnos de nuestros
pobres vestidos, atravesar con la bayoneta nuestros compañeros, y caer tal vez
de un tiro el inmediato, quedando el cadáver pendiente del brazo de un
compañero á quien le unía una misma cuerda. Enmedio de esta confusión llegamos
á Alagón, donde se nos destinó á un portal en que cabían solos 300 de los 900
que componíamos esta desventurada comitiva. Observando esta imposibilidad el
comandante, "yo haré que cojan," respondió un sargento; y envistiendo
á bayonetazos y tiros á los que estaban dentro, nos embanastó como sardinas,
quedando mezclados los vivos con los muertos por la sofocación, cansancio y
tiros.
De esta suerte caminamos hasta Lérida,
incorporándose al paso los peseteros de Zaragoza, que unidos á los anteriores
sacrificaron más de 200 realistas, robándonos hasta la ropa rota y sucia
soldados y comandantes, de suerte que unos iban sin camisa, otros en
calzoncillos , y todos luchando con la desnudez y el hambre al mismo tiempo. En
Tudela sacaron 10 rs. á un realista para socorrernos, y el comandante se embolsó
el dinero, negándonos hasta el pan, y teniéndonos cuatro días sin probar
bocado, ni aun permitirnos beber agua. En Lérida se renovó la escolta con tropa
de línea que nos condujo con menos inhumanidad; entresacaron los curas,
frailes, oficiales, y atándolos malamente nos condujeron al presidio de
Tarragona. A los tres días pusieron con cadena más de ciento, y á nosotros nos
destinaron á un calabozo, incorporándonos con los facinerosos. Dándonos después
víveres para solos dos días, nos pusieron en un barco de pescador con dirección
á Cartagena, colocándonos á 50 en la capacidad de 30, y escogiendo por patrón á
un corsario constitucional.
Después de once días, de los que dos
estuvimos para naufragar arribamos á Cartagena, donde nos tuvieron á bordo 5
días, sin permitir que saliesen más de 10 de nuestro barco, y 50 de otros para
el hospital. A los demás nos desembarcaron después con otros 450 que venían en
diferentes barcos; los llamados cabecillas fuimos atados inhumanamente apenas
saltamos á tierra; y con orden de fusilarnos al primer movimiento, emprendimos
nuestra marcha para Málaga, durmiendo en cementerios y establos todas las
noches, y comiendo alguno que otro día dos cucharadas de un miserable rancho,
porque el comandante no solo nos robó nuestro socorro, sino hasta las crecidas
limosnas que hacían para nuestro alivio. En Guadix recibió orden de conducirnos
á Almería, en cuyo viaje no solo no comimos y tuvimos los sepulcros por camas,
sino que nos hizo marchar por medio de un arroyo, sin permitirnos orillar y
tomar el camino, de cuyas resultas á la llegada á Almería fuimos 7 2 al
hospital, de los que la mayor parte recibieron al siguiente hasta la
Extremaunción. A pocos días se nos hizo embarcar para Motril, siendo necesario
bajar en brazos á los enfermos: se nos colocó á 180 en un barco donde cabían
escasamente 70, los enfermos sobre
cubierta, sin más provisiones que pan y agua para dos días, con orden de
que nos echasen al mar si no querían recibirnos.
Atienza
de los Juglares
Fuimos recibidos á balazos, y como de
milagro se nos devolvió á Almería después de siete días, en que no comimos más
de siete medias raciones de pan, ni bebimos más de agua mareada. Se nos sacó á
tierra para conducirnos por ella á Motril. Los sanos no podían moverse hinchadas
las piernas de venir unos sobre otros; los enfermos por la impresión del sereno
y los soles, y sobre todo por la falta de alimento.
Detuvo la marcha, reduciéndose toda la
caridad de aquellas fieras á dejar en el hospital á los más gravemente enfermos,
de los cuales era uno yo. A pocos días se me mandó salir para Motril, y
haciendo presente mi imposibilidad se me contestó que muerto ó vivo había de ir
allá. En este apuro, recogiendo las pocas fuerzas que me quedaban, y ayudado de
mi hijo, compañero inseparable de mis trabajos desde que supo la prisión, logré
salirme y ocultarme en casa de un buen realista, donde permanecí 17 días en
cama, hasta que avisado de que se sabía mi permanencia, y trataban de prenderme
y fusilarme, tuve que salir de noche, desnudo, poco menos que á rastra, y sin
saber camino.
Oculto unas veces entre matas, luchando
otras con la debilidad y la inclemencia pude arribar por fin al primer pueblo
realista, donde encontré la humanidad que no habita entre los revolucionarios.
Mi estómago ha perdido enteramente sus
fuerzas; y mi cuerpo deshecho con los trabajos camina por momentos á la nada de
donde salió. Ruego á ustedes encarecidamente se sirvan insertar la historia de
nuestras desgracias, para que los pueblos vean la humanidad práctica de los que
se precian de civilizarnos, y cuando menos encomienden á Dios á los
desgraciados compañeros de mi lealtad que murieron á mano de estas fieras. De
ustedes afectísimo servidor Q. B. S. M. — Manuel Sánchez Yagüe."
Y nos dice el mismo medio en el que dicha
aventura fue publicada:
Dudaríamos de esta relación á no haberla
recibido de mano de su autor, en cuyo rostro se hallaba estampada la historia
de todos sus trabajos. Vestido de arriero, con un sombrero redondo en la mano,
amarillo su rostro, reducido ya á los huesos y el pellejo, la voz trémula y
fatigosa le oímos referir una por una sus desgracias, á las que no llega con
mucho esta relación que nos ha comunicado. Sentimos tener que rehacer el papel
y angustiar el corazón de nuestra patria con la relación de unos horrores
cometidos por hijos suyos contra sus propios hermanos; pero estas sombras
realzan por otra parte la lealtad pura de sus verdaderos hijos, confundiendo la
obra de esa filosofía enemiga de nuestro suelo, y dan margen á reflexiones
profundas é interesantes. Lluvias, barros hasta la rodilla, desnudez, hambre,
bayonetazos, sofocaciones en la habitación, fríos, naufragios, enfermedad,
insultos padecidos por un realista que lucha á brazo partido con los
sufrimientos y la muerte, son nada , son ambición , hambre de empleos,
iniquidad á los ojos de la moral del siglo XIX.
El robo de prendas, de las limosnas, de la
ropa de estos desdichados; la inhumanidad de su conducción, el abrirles la cabeza
y curarlos con un balazo, el cerrarlos como ovejas en un bache, el tenderlos
sobre los sepulcros, el hacerles caminar por el agua, el no respetar hasta el
lecho de su dolor, violando los derechos de la humanidad doliente es
liberalidad, patriotismo, celo, mansedumbre, caridad á los ojos de tanto
misántropo hipócrita, que habiéndose complacido en los lamentos de la virtud,
solo ha reservado sus lágrimas para llorar, y deprimir la obra de la justicia.
Confróntese la suerte de este desdichado con la de sus verdugos. ¡Qué contraste
tan vergonzoso para este siglo de tinieblas y de error!
En los mismos días en que aquellos
aseguraban su fortuna, llega a Madrid este miserable.... ¿Y qué suerte ha sido
la suya después de haber agotado el sufrimiento por su Dios y por su Rey?
Nosotros le hemos visto vestirse de limosna
; nosotros le hemos visto mendigar un caldo que su estómago no podía detener;
nosotros hemos tenido á la vista las cartas de su desgraciada familia, que
embargados sus bienes y abandonada á la indigencia, sin más crimen que la
lealtad de su padre en estos años, se hallaba obligada á quitarse de la boca el
pan para socorrerle, nosotros le hemos visto caminar de oficina en oficina,
postrarse por fin en una cama, y partir después á aumentar la amargura y costa
de sus hijos hasta que recoja sus huesos el sepulcro: nosotros hemos visto á un
hijo transido del hambre , y desnudo, por no faltar á los deberes de la
naturaleza, partir á su lado, volviendo al seno de su familia sin más socorro
que un padre moribundo: nosotros le hemos oído referir que al presentar un
despacho provisional con que se remuneraban tantas fatigas , hubo un militar
que le preguntó: ¿quién había elevado un paisano al grado de capitán? y ¿Quién
le había elevado? La desgracia de unas autoridades que no encontraron lealtad
en otra parte; la rebelión de unas tropas que abusaron de las armas que les
confió la patria; el egoísmo de tantos que solo se dejan ver como el iris
cuando sale el sol después de pasada la tormenta.
Señor: lleguen á las oídos de V. M. estos
clamores de la lealtad. Examine V. M. las manos de esos censores tan severos
hoy con los realistas; pregúnteles V. M. ¿dónde estaban cuando aquellos
padecían hambre, y luchaban con los horrores de la persecución? Y si la sabiduría
corrompida ó vergonzosamente cobarde abandonó á V. M. en sus mayores apuros,
¿serán delito los yerros de quien emprendió una obra que debía ejecutar ella,
arrojándose á los peligros sin más ciencia que la de morir al lado de su Rey?
Haga V. M. recaer el premio sobre los amigos probados en la tribulación y el
Trono será estable.
Una página más de nuestra historia reciente.