DAMIÁN GORDO SÁEZ,
UN OBISPO DE CANTALOJAS
Tomás Gismera Velasco
Contaba la prensa de la época: El 23 por la
noche (diciembre de 1855) falleció en su
masía ó casa de campo, el Iltmo. Sr. Obispo de aquella diócesis D. Damián Gordo
Sáez, que contaba la edad de cincuenta y siete años. En la madrugada del
siguiente día el fúnebre toque de la velada anunció á los tortosinos el
fallecimiento de su buen Pastor, y por la tarde después del canto de Víspera y
Maitines de Navidad, todas las autoridades, ambos cabildos y un distinguido
cortejo de personas de todas clases y categorías salieron á recibir el cadáver
hasta la puerta de Remolinos, quedando expuesto en la bella capilla del Palacio
episcopal.
Inmediatamente empezó en la misma el canto
de responsos y la celebración de las demás
ceremonias de costumbre, señalándose para el miércoles 27 la de las
exequias de cuerpo presente. Dicho Iltmo. Señor era Caballero de la Real y
distinguida Orden de Carlos III, había nacido en Cantalojas, obispado de
Sigüenza y provincia de Guadalajara, en 19 de enero de 1797. Siendo canónigo de
Tortosa fue presentado para este obispado en febrero de 1848, preconizado en
Roma en 3 de julio del mismo año, y consagrado en Madrid el 22 de octubre
siguiente.
A Guadalajara llegaba igualmente a través de
secretario:
Tomo la pluma, bien afectado por cierto,
para manifestar á V. el golpe que, sobre otros bien duros y recientes, acaba de
sufrir esta desgraciada ciudad, pues perdió en la media noche del 23 al 24 á su
excelente Prelado, el caritativo, afable, prudente y celoso Illmo. Sr. D.
Damián Gordo Sáez, después de haber recibido todos los Sacramentos, que él
mismo pidió á su tiempo, y dado ejemplo edificante de paciencia y resignación
durante la larga y penosa dolencia que ha cortado sus días á la edad de
cincuenta y siete años.
La diócesis, de cuyos hijos era conocido
personalmente, pues había visitado hasta el último caserío de ella, llorarán
ciertamente esta pérdida, al paso que conservarán indeleble la memoria de un
pastor que nunca se presentó entre ellos sino para llevarlos consuelos, y
socorrer con larga mano las necesidades que encontraba al hacer la visita de
los pueblos del obispado.
En la ciudad, donde eran más conocidas sus
bellas prendas personales y sus virtudes evangélicas, al ver la especie de
consternación que ha causado este suceso, no parece sino que cada uno llora en
silencio la falta, no solo del
ornamento de la Iglesia y del pueblo, sino, y muy
principalmente,
Atienza de los Juglares
del
recurso á donde acudir; si todavía mereciera ser corregido con lecciones tan
severas como la inundación, el cólera, y la espantosa conmoción del 30 de
julio, pues ha perdido, en oficio, al padre que en las dos primeras enjugó sus
lágrimas remediando tantas y tan perentorias necesidades, y el sacerdote que, á
imitación del divino Redentor, se ofreció á sí mismo en la tercera como
víctima, para ahorrar con su sangre la mucha que sin esto habría hecho derramar
el furioso desencadenamiento de las pasiones en aquel día. El cielo habrá
premiado sin duda tan heroica virtud, y este es el consuelo que nos queda en la
pérdida de tan buen pastor, tanto más sensible, cuanto que, no contando todavía
muchos años, no juzgábamos, en verdad, que nos veríamos privados de él tan a
deshora.
Sobre
él, escribe Toribio Minguella, reproduciendo lo dicho por Juan José Bonel :
Hijo de D. Juan Gordo y de doña Juana Sáez,
estudió en Sigüenza y Toledo, y siendo ya Maestro en Artes fue recibido
Colegial en la Universidad de Portaceli (Sigüenza) a 28 de abril de 1819, donde
desempeñó la cátedra de Teología y el Rectorado hasta el año 1824 en que marchó
para ser Secretario de su señor tío, D. Víctor Damián Sáez, obispo de Tortosa.
Durante la guerra civil (Primera Carlixta),
acompañó a su tío en Madrid y en Sigüenza. Vuelto a Tortosa, donde era
prebendado, el Cabildo lo nombró Secretario capitular y el Sumo Pontífice
Gregorio XVI Gobernador Eclesiástico de la Diócesis. La reina Doña Isabel II le
presentó en 1848 para la sede misma de Tortosa, de la que tomó posesión a 26 de
octubre de aquel mismo año con aplauso y satisfacción general del clero y de
los fieles, de quienes era tan conocido y estimado.
Seis años solamente fue obispo de Tortosa
pues falleció con harto sentimiento de sus diocesanos a fines de diciembre de
1854 (en realidad fue 1855) influyendo sin duda en su muerte que puede llamarse
prematura los tristes sucesos que entonces acaecían en España. Era el mes de
julio de aquel año cuando hubo en Tortosa un espantoso alboroto y colisiones de
que resultaron muertos y heridos. Los amotinados gritaban ¡al Bisbe, al Bisbe!,
que en catalán significa obispo. Sabido esto por el prelado tomó el sombrero y
el bastón y saliendo precipitadamente de su palacio se puso en medio de aquella
patulea, y les dijo: “Aquí está el Bisbe, matadle si queréis, pero contentáos
con su muerte y no hagáis más daño a nadie”.
Impresionada la turba por la actitud heroica
y caritativa del Sr. Sáez, no solamente respetó al obispo sino que depuso toda
hostilidad, cesando el alboroto. Dijose después que gritando ¡al Bisbe! no se
referían al Prelado sino a otro sujeto a quien daban ese nombre; más no por eso
dejaron de admirar su heroico proceder. El cadáver de D. Damián descansa junto
al de su señor tío, D. Víctor, en la capilla del Sacramento.