viernes, noviembre 15, 2024

LAS SALINAS DE LA OLMEDA

 

LAS SALINAS DE LA OLMEDA

Fueron, históricamente, las segundas en importancia de la provincia

 

    El antiguo camino salinero que desde el valle del Salado conducía hasta Burgos no seguía la actual carretera que desde Sigüenza nos lleva, dejando a la derecha parte del valle, al complejo salinero de La Olmeda de Jadraque, que se tiende a la izquierda y deja con sus ruinas y nuevas esperanzas la localidad de Bujalcayado. Esta mira el horizonte de las salinas de La Olmeda; delante de ellas se tiende otro de los complejos que explotó la familia Gamboa, “La Abundante”, y entre ambas se demarcó “La Alfonsina”, la gran fábrica de sal que ideó en 1876 quien era, en aquellos momentos, uno de los hombres más poderosos de la España real, el banquero de Isabel II, y de Alfonso XII, don Segundo de Mumbert. A don Segundo le salieron mal las cuentas, ya que los nuevos propietarios de La Olmeda pleitearon lo indecible porque “La Alfonsina” no les hiciese la competencia y, a pesar de que tras años de pleitos la justicia no les dio enteramente la razón, para entonces don Segundo optó por otras inversiones. Al fondo del valle, siguiendo el antiguo camino de la sal que rondaba los muros de Atienza, se situaron las de Bonilla, que a capricho empleó Alfonso VII a poco de la reconquista para acercarse a Dios a través de iglesias y conventos y, a la espalda, se ubicaron “La Salograla”, “San Diego” y “Pascua de Mayo”, en tierras de El Atance; y “La Angelita”, de Carabias. Todo un mundo, de sal, en un puñado de tierra.

 

 


 

 

El camino de la Sal

   El camino de la sal que entraba en nuestra Castilla por Campisábalos, llegaba a las salinas de la Olmeda, entrados ya los siglos de su mayor explotación, que bien podrían situarse a partir del XV-XVI; pasaba los estrechos cantiles de Santamera y se adentraba a través de los hoy poco menos que impracticables pasos que desde aquí llevaban a esta parte de la Guadalajara hoy despoblada, para muchos tal vez desconocida y que aspira a ser reconocida como Patrimonio Universal. El gran salinar de La Olmeda era el segundo complejo mayor de Guadalajara, ganándole terreno a las más que conocidas de Imón.

   Cuando Felipe II decretó en 1564 su propio Estanco de la Sal, en La Olmeda ya se explotaban sus cinco principales pozos de extracción de muera: Balbuena, Alonso, Santa María, Rodrigo, Mayor y San Antonio; uno más que el complejo de Imón, que contaba con cinco: Torres, Masajos, el partido Viejo, Estacado y Rincón. Y hasta aquí, hasta la Olmeda, llegaban por aquel tortuoso camino los carretones que, tirados por bueyes, debían conducir la sal, a través de un interminable rosario de días, a los alfolíes de las provincias de Ávila, Madrid, Segovia, Salamanca y una parte de la propia Guadalajara; de aquí llegaban a salir entre 60 y 70.000 fanegas de sal; años hubo que pasaron de las 80.000 fanegas; cientos de miles de kilos al año. Una sal que se precisaba en cualquier casa, más que para sazonar los alimentos, para conservar una parte de la vida.

   Los pleitos que se siguieron entre las poblaciones de paso del camino salinero, con los carreteros de la Real Cabaña, por los destrozos que sus bueyes ocasionaban, llenarían miles de páginas del libro de la historia de nuestra tierra, y es que no se puede estar a todo, a misa y a repicar; que hasta los administradores de las Salinas de La Olmeda cargaron contra los arrieros de la sal cuando, por uno de aquellos accidentes que la vida tiene, a uno de los carros se le fueron los frenos y derribó las puertas de la fábrica.

 

 

La Olmeda de Jadraque, conoce más, pulsando aquí

 

Algo del complejo de La Olmeda

   Hasta cerca de 800 albercas de cristalización, se llegaron a reunir en el complejo salinero de La Olmeda de Jadraque, un centenar menos que en Imón; también sus almacenes fueron de menor envergadura; a cambio, junto a las casas de administración y guardería, levantó en uno de sus extremos una capilla o ermita dedicada a San Antonio, en la que quienes acudían al trabajo escuchaban misa de madrugada y que, mediado el siglo XIX, contaba con “tres sacras, un misal, cuatro candelabros, una cruz de latón, una campanilla…”, ropas de oficiar y “un retablo dorado con una imagen de Nuestra Sra. del Carmen pintado en lienzo y otras dos de bulto, uno a cada lado”, por supuesto que, una de ellas, era la imagen del titular, a la que acudía a oficiar misa del alba el párroco de Bujalcayado, o el de La Olmeda. Junto a la capilla también contaron los salineros con una cantina en la que ahogar penas después del trabajo, ya que, adentrados en el salinar, el consumo de vino estaba prohibido, en evitación de incidentes que pudieran provocar las calenturas del alcohol.

   El trabajo comenzaba con las primeras luces del día y concluía con las primeras sombras de la tarde, acudiendo a ellos los hombres, mujeres y niños, principalmente, de Bujalcayado y La Olmeda. Hombres, y niños, que, conforme a su oficio, recibían el pago. Del mismo modo que lo recibían los mulos que les acompañaban. La Salina contrataba, diariamente con un salario de 6 reales, en el siglo XIX, a dos muchachos que se encargaban de, con una espuerta, recoger los excrementos de los animales, a fin de que estos no contaminasen la sal antes de ser entrojada. Animales que entonces cobraban en torno a los cuatro reales.

   Mejor vivían, puesto que tenían horario de funcionario de la Hacienda Real, las cuatro mulas que en La Olmeda dedicaban a sacar el agua de los pozos. Las últimas cuatro mulas-funcionarias de la Real Salina de La Olmeda, fueron jubiladas en 1869; la mayor contaba con 17 años de edad, 7 la más joven. A partir de entonces se cerraban las salinas, puesto que el desestanco de la sal debía de ponerlas en manos de particulares. Las cinco mulas de Imón, Pardilla, Cigüeña, Moracha, Chaparra y Leona, por nombres, tuvieron que continuar en el tajo un par de años más.

 

Salinas de Guadalajara, conócelas aquí

 

   Fue, la fábrica de sal de La Olmeda de Jadraque, una de las mejor valoradas de las que se ubicaron en el reino cuando, mediado el siglo XIX, comenzó a hablarse del desestanco de la sal, que todavía tardaría algunos años más en llevarse a cabo. Su producto era de los de mejor calidad, tan solo superada por Imón. El valor de la fábrica, con el total de su tierra, por la que peleó el pueblo de La Olmeda, así como todas sus pertenencias, mulas o enseres, alcanzó a 1.349.711 reales que eran, para 1852, un auténtico dineral. Se subastarían finalmente en 1870, pasando a poder de la sociedad encabezada por el político y militar riojano Miguel de Uzuriaga por algo más de cuatro millones de reales; para entonces se habían tasado en uno más.

   Las Salinas dejaban, a partir de entonces, de ser reales, para pasar a ser particulares. Los pueblos del entorno dejaban también de tener sus privilegios y, poco a poco, perderían también parte de aquella vida que las salinas les proporcionaron.

   En la plaza de La Olmeda de Jadraque tenía su residencia el administrador de estas salinas que, de alguna manera, había engrandecido un hijo de estas tierras, el atencino Pedro Miguel de Elgueta; en la capilla mayor de la iglesia reposa, al confín de los siglos, su madre, la seguntina Josefa de Milla, que aquí la alcanzó la muerte un día de septiembre de 1728.

   Sal y tierra; historia viva de un entorno que, lo miremos por donde lo miremos, siempre tiene algo que contarnos y merece, por supuesto, nuestra mirada. 

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria, Guadalajara, 15 de noviembre de 2024

 


 Historia de las Salinas de Tierra de Atienza (pulsando aquí)

viernes, noviembre 08, 2024

MEMORIA DE ALEJANDRO MIGUEL RUIZ DE TEJADA

 

MEMORIA DE ALEJANDRO MIGUEL RUIZ DE TEJADA

Un músico para Hiendelaencina

 

   Pudo llegar a ser Hiendelaencina, de no haberse secado antes de tiempo el filón de la plata que dio origen a no pocas fortunas y muchas frustraciones, la capital de la provincia de Guadalajara; y si no lo consiguió no fue porque no se pusiera empeño en ello, que desde dentro de la localidad, tanto como desde fuera, manos hubo que trataron de elevar la población a los más altos estrados de la política, la industria y, por supuesto, la cultura. La antigua localidad agrícola y ganadera que fue, se vio de la noche a la mañana tocada por la fortuna de hallarse bajo su suelo el gran filón de plata que atrajo inversores, busca fortunas y jornaleros. Hiendelaencina se convirtió, mediado el siglo XIX, en la California europea, con la mala dicha de que tantos fueron que no tardaron en convertir, Hiendelaencina y sus alrededores, en un auténtico colador por cuyos agujeros se escapó la gallina de los huevos de oro. Hiendelaencina y sus poblaciones aledañas, desde Alcorlo a Membrillera; de Villares a Zarzuela de Jadraque; de Robledo a La Bodera, y desde las peñas de estas sierras a las faldas del Alto Rey, se llenaron de manos; surgiendo alrededor de la minería un ciento de industrias, negocios y sueños. Con ellos llegaron desde otros lugares de España, Ingenieros, Técnicos, y, en general, profesionales en todas las materias que durante más de cincuenta años enriquecieron el entorno y dieron a la población y sus vecinas una categoría que se echaba a faltar en este rincón serrano de la provincia de Guadalajara.

 


Ingenieros en Hiendelaencina

   Numerosos de los ingenieros que llegaron para encargarse de las explotaciones mineras lo hicieron desde Inglaterra y Francia, convirtiéndose en inversores. La mayoría, al término de su inversión, o aventura de su negocio, regresaron a sus lugares de origen, tras dejar aquí sus pequeñas historias. Algunas, en las lápidas de su cementerio, en el que pueden adivinarse nombres y apellidos que nos conducen a las remotas tierras de Escocia o Irlanda y dan al sencillo camposanto un aire romántico, ante todo en los otoños e inviernos fríos y ventosos. En él tampoco faltan los apellidos vascos o navarros, como que algunos de estos estuvieron también en el origen de la prosperidad serrana, desde la minería de la plata, a la industria de la sal.

   Y tampoco faltarían los hijos de aquellos inversores, a la hora de llevar, por medio mundo, el lugar de su nacimiento cosido al éxito de sus profesiones. Por aquí, a más de los conocidos Orfila y Górriz, grabaron sus nombres con tesón de barreno Juan Stuyck Roig, quien llegó a dirigir una de las grandes empresas del sector, La Plata Roja; Jhon Taylor, de Holwell (Inglaterra), fundador de La Constante; Guillermo Pollard, quien llegó a Hiendelaencina procedente de Méjico, acompañado de Juan Trenear; Edward Rosse, nacido en el inglés condado de Cornall, y quien padeció uno de los secuestros express más mediáticos de su tiempo, en los peligrosos pasos del Congosto; e incluso Eugenio Bontoux, quien escapó de Francia por la puerta falsa a causa de sus deudas, y regresó convertido en hombre rico; o Eugene Pierat, que a punto estuvo de ser linchado en Cogolludo, por retratar a sus vecinos en procesión.

 

Alejandro Miguel Ruiz de Tejada

   Hijo de uno de aquellos Ingenieros que hicieron alto en Hiendelaencina en lo mejor de su plata, aquí nació Alejandro Miguel Ruiz de Tejada, en 1864; aquí dio sus primeros pasos y aquí se inició en el mundo de la cultura, mientras sus padres vivieron de la minería.

   Los primeros quince o veinte años de su existencia, al menos, se centraron en la población minera, como así se justificó cuando, llamado por la música, dio comienzo en Madrid a sus estudios de solfeo en el mes de septiembre de 1876, matriculándose en la Escuela Nacional de Música y Declamación, previo examen de ingreso, para cursar el primer curso de violonchelo y tercero de solfeo, no sin aplicación, pues en los exámenes y concursos que se celebraron en el  mes de junio siguiente obtuvo el primer premio en esta última asignatura y nota de sobresaliente en aquella; y en los seis años sucesivos completó los ocho cursos reglamentarios de la enseñanza de violoncelo, ganando por unanimidad iguales notas y primeros premios, no obstante, decían sus promotores, haber simultaneado tres cursos de Armonía y tres más de Composición. En las oposiciones celebradas años después de su incorporación a la Escuela, mereció la propuesta unánime por parte del tribunal examinador, de la concesión de una nueva beca de ampliación de estudios en el Conservatorio de París, cuando corría el año de gracia de 1883; a partir de aquí su carrera sería meteórica, al comenzar a recorrer Europa y sus conservatorios, en los que completar pasión musical: “en París obtuvo un segundo premio; otro primer premio en Viena, también premiado en París en 1884 con segundo premio; otro primer premio en Turín, y dos primeros premios en Madrid; los otros concurrentes eran holandeses, alemanes y franceses. Los dos alumnos del de Madrid quedaron muy por encima de los demás oposicionistas, en cuanto a escuela, según confesión del profesor de violoncello del Conservatorio de París, Mr. Delsrt, quien dijo: que la gloria del concurso de este año había sido para el Conservatorio de Madrid, pues se había probado la excelencia de su escuela en la especie de certamen universal que acababa de celebrarse”; se contó en la prensa de aquel tiempo.

   Ruiz de Tejada viajó por media Europa, en un tiempo en el que los espectáculos musicales dominaban una gran parte de los escenarios, en las principales capitales del mundo; viajando por Alemania, Austria o Inglaterra, antes de hacer su presentación, por todo lo alto, en el Madrid musical; mereciendo gracias a su fama, la Gran Cruz de Isabel la Católica, en justa recompensa a su aplicación y merecimientos, mediaba la década de 1880; su fama llenaba teatros y salas particulares.

 

El artista del violoncelo

   En el difícil arte de sacar música de las cuerdas del violoncelo se hizo maestro nuestro paisano, llegando a formar un terceto musical que recorría España y Europa en los años siguientes, acompañándose al piano por don Emilio Moreno Rosales y por don Antonio Fernández Bordas al violín; hasta que encontró el amor y, con el amor, otra vida.

   Sucedió en Granada donde, tras uno de sus más exitosos conciertos, conoció a quien había de ser su mujer, Ana María Toledo, de cuyo matrimonio nacerían cuatro hijos. El matrimonio tuvo lugar en 1890. A partir de aquí dejó los grandes escenarios para dedicarse a la vida familiar. En alguna ocasión tornó a los conciertos, si bien esporádicamente. La última vez que se le recuerda junto a su violoncelo fue en el homenaje nacional al maestro Federico Chopin, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid el 30 de noviembre de 1926.

   Compaginó sus estudios musicales con los administrativos y jurídicos, licenciándose en la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Madrid e ingresando en el ministerio de Hacienda donde desempeñó altos puestos, llegando a ser Delegado en las provincias de Granada, Almería y Segovia, además de Tesorero de la casa de la Moneda, hasta alcanzar el puesto de Vocal del Tribunal Económico Administrativo Central, desde donde pasó a ser Magistrado del Tribunal.

   Falleció en Madrid el 9 de mayo de 1940, siendo enterrado en el cementerio de San Isidro, y la conducción del cadáver desde su domicilio, en el Paseo de Recoletos, a la Sacramental, fue seguido por un numeroso público que todavía lo recordaba con admiración.

   Gentes de esta tierra, que hicieron historia.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 8 de noviembre de 2024

 


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