sábado, abril 20, 2024

LETRAS SERRANAS

 

LETRAS SERRANAS

Para leer y descubrir nuestra tierra, a través de los libros

 

   Sin duda, el texto literario más antiguo que habla de nuestros pueblos serranos no es otro que el más que famoso “Poema del Cid”, que remitiéndonos a los siglos XII o XIII, cuando su autor lo dejó escrito, nos traza un relato más o menos histórico a través de una parte de la Serranía, la que sigue el río Cañamares hasta su encuentro con el Henares; desde los altos de la Sierra de Pela, a las llanadas de Jadraque. Al margen quedan las crónicas históricas de los reyes coronados; las que nos hablan de cómo a Pedro I de Castilla le llevaron a Rebollosa de Jadraque la cabeza sin cuerpo de don Gutierre Fernández; o la fazaña de doña Mari Pérez quien, por las planicies de Paredes y Tordelrábano rindió a golpe de espada al rey de Aragón, don Alonso el Batallador.

    Tierra a la que se vinieron a poner fin a alguna de sus obras algunos de los grandes literatos-guerreros de la épica medieval, desde don Álvaro de Luna que finiquitó su “Libro de las claras y virtuosas mujeres” en los arrabales de Atienza, unos días antes de mandar destruir la villa; al no menos indómito Infante Don Juan Manuel, quien en Pozancos cerró su libro de Los Estados y de Las Leyes, apenas alcanzada la mayoría de edad el siglo XIV.

  

 


 

Letras en la cumbre

   Son, sin necesidad de tener que pensar demasiado, las cumbres serranas, los picos de Ocejón y, ante todo, la mágica majestad del Santo Alto Rey. Picos, sierras y montañas propensas a la tradición, al folclore y, sobre todo, a la leyenda, como que la capa de armiño, léase manto blanco de nieve que en tiempos, desde los Santos a más acá de San Blas los cubrió, es propensa a, en tiempo frío, encerrarse al calor de la lumbre, a escuchar el canto lúgubre, acompañado del sonido del almirez; canto que se entremezcla con la leyenda, con la turbia jornada en la que alguien, por aquellas trochas, se vio cara a cara con el lobo, o tuvo aparición milagrosa que lo libró de los hielos. Leyendas que fueron pasando de padres a hijos a través de los siglos y que han ido quedando recogidas en el saber de nuestros pueblos. De ello conoce, y no poco, uno de nuestros más prolíficos escritores, Pedro Vacas Moreno quien, desde las alturas de Bustares ha dejado, para el futuro provincial, todo un compendio de cantos, romances, costumbres, ritos y leyendas, muchas de ellas perdidas, que no olvidadas.

   Sus libros nos hablan de aquellos romances y cantares que acompañaron noches de rondas por la Serranía; e igualmente lo hacen las obras de otro de nuestros autores de altura, José María Alonso Gordo quien, desde las mismas faldas del Ocejón, en las que se tiende Valverde de los Arroyos, ha ido recopilando el saber, sentir y cantar de aquellas tierras de pizarra y plata, con sus tradiciones y folclore, como subtitula a alguna de sus creaciones, entorno a esa mítica cumbre del Ocejón, visible prácticamente desde cualquier parte de la provincia.

 

Letras en el llano

   El llano, que no lo es tanto, podríamos considerarlo como la tierra de plata que surge en torno a Hiendelaencina, Robledo de Corpes, la memoria de Alcorlo, o asciende peñascales arriba hacía Zarzuela y Villares de Jadraque.

   Toda esta tierra, en la que el rico filón de la plata dio riqueza a unos cuantos y a punto estuvo de cambiar el futuro de muchos más, es también tierra de historias que nos llevan a otro mundo, a las páginas industriales que nos desentrañó Abelardo Gismera Angona en su “Hiendelaencina y sus minas de plata”, en cuya obra nos dejó el conocimiento completo de aquellos días de revolución industriosa en el entorno. Nos lleva a la novela, con tintes de historia real de “Te daré gusanos de Seda”, que desde Villares trazó José Ignacio Llorente; a las “Crónicas del Desdén”, que de la mano de Santiago López Galindo recorre desde estas, a las tierras que se nos asoman a la vieja Castilla por el serrano Campisábalos; y, por supuesto, nos llevan a los cantos de ayer, hoy y siempre, a la leyenda y conocimiento de la tierra de Robledo que igualmente, con saber y sentir, trazó José Antonio Alonso Ramos en su “Robledo de Memoria”.

   Todo ello sin olvidar que, bajo un título casi genérico, en tiempo que tanto se nos habla de despoblación, recogió la Asociación Serranía de Guadalajara bajo el subtítulo de “Despoblados, Expropiados y Abandonados”; y aquí, trazando páginas de historia tenemos los buenos y grandes nombres de la narrativa provincial, entre los que no faltan, a más de algunos de los nombrados, Agustín Esteban; Herrera Casado; los siempre recordados Francisco Martín Macías y Francisco García Marquina; Raquel Gamo; Lozano Gamo y… una docena de nombres más.

 

 


 HISTORIA DE LA VILLA DE ATIENZA (Más sobre el libro, pulsando aquí)

HISTORIA DE LA VILLA DE ATIENZA, el libro, aquí

 

Historias de la Villa de Atienza

   Por supuesto que, a la hora de poner en la balanza un nombre que aglutine cientos de historias, ese no puede ser otro que el de Atienza, población a la que, a lo largo de los siglos, desde que se conoció por aquí el invento de la imprenta, le surgieron las obras impresas para dar cuenta de su extensa y profunda historia.

   A los años finales del siglo XVII nos remiten las crónicas para darnos cuenta de la primera “Historia de la Villa de Atienza” conocida, la que trazó con tintes casi divinos, en 1685, don Francisco de Soto y Vergara, una primera historia villariega de la que, paso a paso y siglo a siglo, han ido bebiendo las distintas fuentes, hasta llegar a nuestros días.

   De la historia de don Francisco de Soto surgió la del padre Enrique Flórez, avanzado el siglo XVIII; siglo en el que no faltó, en 1787, la que dejó escrita don Joaquín de Yturmendi, párroco a la sazón de la iglesia parroquial de San Juan del Mercado. Un siglo más tarde sería don Dionisio Rodríguez Chicharro, prolífico escritor de la siempre hidalga villa de Miedes, quien nos dejaría, avanzada la década de 1870, una nueva “Historia de la Villa de Atienza”. Sin que falten la que dio a la imprenta en 1945 don Francisco Layna Serrano o la más reciente puesta al día, del autor de estas líneas, autor también de dos docenas de obras más en torno a la castillera Atienza.

   Y es que Atienza ha sido, sin duda, villa atrayente para autores de historias y trazadores de letras. La página de su memoria nos deja nombres como los de Francisco de Segura, autor y recopilador de romances, coetáneo y algo enemigo de don Miguel de Cervantes, por amigo de don Lope de Vega; Pascual García Cabellos, escritor romántico a la moda del siglo XIX; Manuel Fernández Manrique, máximo exponente de la historia jurídica también en el siglo XIX; Luis Sánchez, quien con sus memorias cambió el sentir del rey en el siglo XVI; sin que nos falten nombres de siempre como Benito Pérez Galdós, el Conde de Fabraquer; o Manuel Fernández y González, quienes dejaron el nombre de Atienza y su tierra impreso con letras de molde en sus inmortales obras.

   Nombres e historias que vienen a la memoria en estos, días de libros y escritores, en los que se recuerda la genial obra del autor castellano más universal, don Miguel de Cervantes.

   Claro que también podríamos recordar que, no pocos eruditos, dan como autor de la segunda parte del Quijote, o al menos conocedor de pe a pa de ella, a uno de los nuestros, don Francisco de Segura, que bien pudo dejarnos aquello de: “En un lugar de Castilla, de cuyo nombre no quiero acordarme, nació un hidalgo de los de lanza en astillero, rocín flaco y galgo corredor…”. El lugar podría ser cualquiera de nuestros pueblos, de esta Serranía, poética y literaria, que tantos tiene que la cuenten, y tantas cosas por contar.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la Memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 19 de abril de 2024

 

 


 HISTORIA DE LA VILLA DE ATIENZA (Más sobre el libro, pulsando aquí)

HISTORIA DE LA VILLA DE ATIENZA, el libro, aquí

sábado, abril 13, 2024

EL VALLE DEL SALADO, EN TIERRAS DE SIGÜENZA

 

EL VALLE DEL SALADO, EN TIERRAS DE SIGÜENZA

Aspira a convertirse en Patrimonio Mundial

 

   Se encuentra Sigüenza a no mucha distancia de la otrora rica comarca salinera de la provincia de Guadalajara, dentro de la amplitud de la llanura conocida como “Valle del Salado”, por discurrir a lo largo de este el río que con sus aguas dio pie a la formación en el valle de decenas de explotaciones salineras producto de la desecación de las aguas cuando todo este territorio se encontraba ocupado por ellas. Un mar que llegaba hasta el interior de la península y que dejó en las entrañas de esta tierra, con su desecación, lo que habría de ser con el pasar de los siglos una de las riquezas principales, no sólo del valle, también de la provincia: la sal.

   Los estudiosos de la materia, al hablarnos de las salinas de la provincia de Guadalajara y concretar sobre las que se sitúan en torno al valle del río Salado y comarcas de Atienza-Sigüenza, nos dan cuenta de que los terrenos se encuentran formados por consecutivos depósitos de margas, yesos y arcillas: “…reductos de un mar primigenio que anegó las tierras del interior peninsular; aparecen surcados en sentido más o menos norte-sur, por diferentes cuencas tributarias de los rebordes del Sistema Central que buscan verter sus aguas sobre una de las principales redes hidrográficas de España: el Tajo. Un tributario de esta red es el Henares, y a su vez el río Salado lo es del anterior…”, nos dicen Malpica Cuello y García-Contreras al hablarnos de la explotación y asentamientos en la época altomedieval.

   Continúan estos autores describiéndonos el terreno, dándonos cuenta de que el río Salado nace en el término de Paredes de Sigüenza, a los pies de Sierra Gorda, conformando el conjunto del valle un peculiar trazado en zig-zag, al que se adapta el propio río conformado por varios tramos de norte a sur: el valle de Bochones, el de los Prados o de Atienza, el de Valdelcubo, el de la Riba, el del Salado-Vadillo, el del Atance y el de la Paramera de Baides. Siendo sus principales afluentes, salvo el Gormellón por la derecha, el resto por la izquierda, el Berral, Querencia, Bretes y Vadillo.

 

 

TIERRA DE SIGÜENZA. Pueblos, gentes e historia (pulsando aquí)

 

 

Los ríos “Salados”

   Justo es, en este punto, dejar constancia de la denominación de “Salado” para un buen número de ríos y arroyos a lo largo de la Península; incluso en la provincia de Guadalajara son numerosas las denominaciones si bien tal vez la más significativa sea la del río Linares, al que igualmente se le denominó “Salado”. Encontraremos la misma denominación en riachuelos y arroyos que bordean o bordearon las salinas provinciales.

   Los firmantes de la “Reseña Física y Geológica” de la provincia de Guadalajara, elaborada en 1877, de la que autores posteriores toman nota, nos dicen que este, el Keuper o tramo de las arcillas irisadas, se nos presenta con sus características distintivas en el mismo término de Tordelrábano, así como en Rienda y Paredes, continuando por Valdelcubo, Sienes, La Riba y otras muchas poblaciones, donde se encuentran, vuelven a repetirnos, abundancia de yesos y, por supuesto, los manantiales de sal: existiendo fábricas de sal en casi todos los pueblos de los partidos de Sigüenza y Atienza en que se halla este tramo al descubierto.

    Para Madoz y su “Diccionario”, el encargado de transmitirle la noticia de este entorno le hace una descripción que nos resulta, al día de hoy, algo más compleja: “Salado o Salinero: pequeño río que nace en la provincia de Guadalajara, término jurisdiccional de Valdelcubo, desde donde marcha a bañar los de Sienes, Santamera, Barbolla y Carabias; abandona el partido y penetra en el de Sigüenza por Imón, en el que toma algunos derrames de las salinas que le dan nombre; continúa su curso por la jurisdicción de Olmeda, Atance, Huérmeces, Vianilla y Baides, y va a morir en el Henares, cerca de los molinos de Ancho, término jurisdiccional de Castejón”.

   Mucho más simple, y sin duda exacta para su tiempo al conocerla de primera mano, es la descripción del terreno y cursos de agua que nos ofrece el entonces Administrador de las salinas del distrito de Guadalajara, José de Hoces, en 1853: “La denominación de los ríos y arroyos que riegan el término de estas salinas (Imón, La Olmeda), aunque de poca importancia, son: La de Imón, un arroyo que se seca en el verano, denominado Salado. En la de La Olmeda, otros dos arroyos que llaman ríos, llamado el uno Cubillejo y el otro Desa-redonda (Dehesa Redonda)”.

 

TIERRA DE SIGÜENZA. Pueblos, gentes e historia (pulsando aquí)

 

   Más completa es la descripción de los ingenieros que llevaron a cabo la demarcación de las salinas de la zona: “Desprendiéndose de la alta meseta que por Barcones, Alpanseque y Barahona, une las sierras de Torremochuela y Ministra, corre el río Salado entre Sigüenza y Riofrío, límite oriental del Guadarrama, y con sus afluentes, el Cercadillo, Sienes, Toves, Bretes, Canalejas y el Arroyo de Santa Librada, ocupa un valle algo extenso y bastante abierto con varios macizos intermedios y no pocas hondonadas, rindiendo por fin sus aguas al Henares junto al pueblecillo de Baides. Las constantes corrientes acuosas alimentadas por el deshielo de las nieves invernales y las abundantes lluvias que les suceden en la primavera y que aún en la actualidad dan lugar a que por todas las laderas del valle broten numerosas fuentes…”

 

Tierra de Sal

    Todos los autores coinciden en señalar, en la zona, los salobrales de Romanillos de Atienza, Bochones, Alcolea de las Peñas, Riba de Santiuste, Riosalido, Rienda, Tordelrábano, Valdealmendras, Santamera, Imón, Bujalcayado y la Olmeda, como los lugares más idóneos para la explotación industrial de la sal. En cuanto a su origen, del agua salada y explotación del mineral, nos dice el mismo Administrador de Imón en su informe: “El origen de la producción de sus aguas emana de una infinidad de grandes cerros que los tienen circundados, bajo los cuales debe de hallarse el mineral de la piedra de sal…”

   Federico de Botella en su “Estudio Geológico del Valle del Salado, en la provincia de Guadalajara”, apunta que todos estos valles, montañas, ríos y arroyos se distinguen por la abundancia de depósitos de sal, ya en grandes masas, ya en partículas inapreciables a la vista, y considerando el desarrollo que toman en este valle y su disposición especial se comprende fácilmente que las aguas producto de las nieves y de las frecuentes lluvias peculiares a esta comarca al discurrir por las marcas triásicas superficiales se carguen paulatinamente de las partículas salinas alterando la naturaleza de las aguas del río hasta justificar el nombre…

   Así pues, podemos entender que en la sal estuvo el origen de algunas de las poblaciones que rodean el entorno. Un producto del que el hombre necesitó en todo tiempo, principalmente, y desde su descubrimiento, para la conservación.

   Numerosos han sido los asentamientos prehistóricos encontrados en el entorno del valle, desde las alturas de Atienza, que lo domina, a las de Palazuelos y, por supuesto, sus llanuras.

   De aquellos primitivos asentamientos quedaron las necrópolis de Cerro Pozo, en Atienza, excavada por el arqueólogo Juan Cabré, siguiendo los trabajos de su antecesor, Enrique de Aguilera, marqués de Cerralbo, quien a partir de 1915 obtuvo la concesión arqueológica de la comarca haciendo numerosos estudios y prospecciones en esta, sacando a la luz las de Valdenovillos, Rebollar y Perical en Alcolea de las Peñas, además de las ubicadas en El Atance, Cincovillas, Valdelcubo, Riba de Santiuste, Carabias y, por supuesto, Paredes de Sigüenza.

   Salvo algunas de ellas, las continuadas en estudio por Juan Cabré, de la mayoría no quedaron estudios, si bien lo hallado pasó a pertenecer a la colección particular de don Enrique de Aguilera, cedida a su fallecimiento al Museo Arqueológico Nacional.

   Tiempos propicios, los de esta primavera exuberante que nos viene, para conocer y admirar el entorno, sus castillos, sus paisajes, sus salinares…

 

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 12 de abril de 2024

 

 


 La Sal, las salinas, y su Historia. Un mundo por descubrir (pulsando aquí)