viernes, abril 16, 2021

MOLINOS EN LA SERRANÍA DE GUADALAJARA

MOLINOS EN LA SERRANÍA DE GUADALAJARA
La falta de uso ha hecho que la mayoría hayan desaparecido

 

  Es curioso comprobar que buen número de los molinos harineros que existieron en el entorno de la Sierra Norte de Guadalajara fueron propiedad de los Cabildos de Clérigos. En otros lugares los molinos, como el horno de cocer el pan -hornos de poia-, el alfar o la fragua, pertenecían al señor del lugar o a la iglesia. Casi nunca a quien lo trabajaba. Para utilizarlos se debía pagar su correspondiente arrendamiento a menos que el molino, el alfar, el horno o la fragua fuesen comunales, y el municipio no ejerciese con la misma dureza que otros el oficio de recaudador.

 


   Tan solo en la villa de Atienza y su entorno llegaron a tener los clérigos cuatro molinos harineros, todos ellos arrendados a buen precio hasta mediado el siglo XIX. Su número se pierde a lo largo de toda la zona en la que tuvieron influencia. Por aquí los molinos fueron una parte importante de la vida rural. Como por tantos otros lugares donde el agua corretea repartiendo vida.

 

Molinos en la Serranía

   Aguas arriba del río Cañamares, entre La Miñosa y el pueblo de su nombre se encontraba el Molino, así, a secas; y el Molino de Cañamares en la que llamaban La Majada de la Respendilla. El molino Del Serio se levantaba a la vera del arroyo de la Respenda, en lo que fuera término municipal de Corrales de Atienza, despoblado desde hace dos o tres siglos. Ahora sus tierras se reparten entre las poblaciones de Miedes y Alpedroches, lo mismo que ocurrió con las de Torrubia, también deshabitado y que tenía un molino de igual nombre en el mismo arroyo de La Respenda, que pasó a pertenecer al pueblo de Miedes.

   Volviendo desde La Miñosa hacía atrás, en busca de las aguas del río Bornova y siguiendo éstas hacia su nacimiento, están el molino del Bornova en el mismo lugar en el que a este río le salen al encuentro las aguas del arroyo de Valdelcanal; Bornova arriba estuvieron el del Moral, el de Lucientes, y el de la Saceda. Bajo el pico de Villaspardas, en término municipal de Albendiego, se encuentra el molino del Callejón, o del tío Pacorro, hermoso como pocos, o como ninguno otro; y en el de Villares el de La Oportuna, que fue fábrica de beneficio de mineral de plata, uno de los mayores de aquellos contornos.

 

GASCUEÑA DE BORNOVA. UNA TIERRA PARA DESCUBRIR (Entra aquí)

 

   Hace años que el Molino del Callejón, el del tío Pacorro, dejó de moler, como el resto de los de la comarca y la provincia. Sin embargo es un gusto comprobar que los peros continúan madurando como siempre lo hicieron por esta tierra, en los días aún cálidos del otoño, a partir de San Miguel. Y mantienen los molineros el entorno convertido en un vergel. A pesar de que han pasado quinientos o seiscientos años desde que se inició su historia.

   Bornova arriba el río se hace niño. Se funde hasta ser un hilo de agua en Albendiego. Un hilo que engorda el río Manadero, que echa a andar en la famosa Laguna de Somolinos. A la Laguna de Somolinos le llega la coletilla de agua que desprende el arroyo del Portillo; el mismo que baja del pico del mismo nombre, desde los cerros de La Moralina. Cerros a galope de la Sierra de Pela.

   Donde el Portillo se une de por vida al arroyo de Las Cañadas, que llega parejo desde el Alto de la Hoz a los cerros de la Moralina, allí donde ambos forman una horquilla para bajar unidos a la Laguna y desparramarse después al río Manadero, y más tarde al Bornova, y este tras besar los pies al Alto Rey salir a correr mundo escondido entre chopos estirados, se encontraba el molino de Abilio Ortega, que también, como muchos más, se llamó, a secas, El Molino. Pertenecía a la jurisdicción de Campisábalos, y pagaba una renta simbólica para mantener costumbres y censos.

   Una gallina, siete maravedies y media fanega de trigo y otra media de cebada, estaban obligados a pagar los vecinos de Campisábalos al hospital de San Galindo, respetando otro de aquellos censos enfitéuticos que poblaron la Edad Media española, y que llegaron hasta bien avanzado el siglo XIX; e incluso traspasaron la frontera del XX en muchos casos.

   El de Abilio era uno de los que según cuentas dieron nombre al pueblo, anteriormente “Um Molinos” o “Sesmolinos”. Uncidos todos ellos a la leyenda, hermosa y costumbrista, como la propia tierra. Leyenda que habla de amores prohibidos entre el San Roque de Somolinos y la Santa Coloma de Albendiego, cosa de pueblos que nunca llegaron a mayores.

 

El Molino de Abilio Ortega

   Abilio, cuando el viajero lo conoció, contaba con noventa y cuatro años de edad, vivía en Campisábalos desde que dejó de moler y todos los días, montado en la mula Castaña, que era la única que le quedaba, bajaba por las majadas del Rey para acortar distancias hasta el Puerto de la Hoz y desde allí, carretera abajo, frente a los roquedales de la Moralina, tomaba el camino que conducía a sus posesiones.  Entrar en el molino de Abilio, ya desaparecido, era darse un paseo por la época medieval. Con mano temblorosa señalaba cada una de las piezas de su artefacto.

   La tolva, que es por donde se carga el grano antes de caer por una canaleta al ojo de las piedras, que sujetan el eje del molino al parahúso, con una manija. El conjunto se completaba con el burro o caballete, que sostiene la tolva y que se asemeja a una pirámide invertida. El guardapolvo y el harinal son las piezas en las que se recogía la harina ya molida.

 

LA MIÑOSA, MÁS QUE UN LUGAR (Patra entrar,aquí)

 

   A un lado conservaba Abilio las mazas de picar las piedras, o de rehacerles las estrías. Las famosas ruedas de molino de la historia de la literatura; de los dichos; de los refranes; de las leyendas y de tantas otras cosas más, que en la mayor parte de los casos han terminado sirviendo de llamativa curiosidad a la entrada de una casa, o como simbólica mesa en un jardín. Cuando no comidas por la maleza en los mismos lugares en los que llevaron a cabo su función. De las dos piedras, una de ellas, la fija, la solera casi nunca se tocaba. En cambio la volandera se tenía que retocar cada cierto tiempo, o cambiarla, cuando se iba quedando tan lisa como la palma de la mano.

   Las ruedas las movía el agua almacenaba en una especie de balsa para caer sobre el eje del calafate a través de una especie de embudo, para coger la suficiente presión como para mover todo el conjunto con un ruidillo sordo, como si fuese el quejido de un niño chico que hacía crujir las maderas y girar toda la maquinaria.

 

La sisa, y la maquila

   A Abilio Ortega no le importaba ni lo más mínimo la evolución que tuvieron los molinos a lo largo de la historia; que el suyo fuese una derivación del molino de rodezno que ya existía en el siglo XI o XII, o que en 1478 el médico de Isabel la Católica, Pedro de Azlor, inventase un nuevo sistema para la molienda y obtuviese una de las primeras patentes conocidas; o que Pedro Juan de Lastanosa inventase un molino de contrapesas y perfeccionase el de regolfo, a finales del siglo XVI, escribiendo un famoso manuscrito, tesoro de ciencias pasadas, Los veintiún libros de los ingenios.

   Para Abilio, como para tantos otros hombres de su generación solo importaba el trabajo. Y la mala fama del molinero, más aún de la molinera a cuenta de las coplas y de que si se quedaba o no con más de lo justo. La maquila, o la sisa, que no solía ser del agrado del campesino desde más allá de la época medieval. Un puñado de harina por cada saco, o un celemín.

   La maquila. Como tantas otras cosas una reminiscencia medieval de aquellos tiempos. En la Edad Media se daba ese nombre al impuesto que los pobladores de un dominio territorial tenían que pagar al señor por utilizar su molino. El campesino o pequeño propietario de tierras se colocaba bajo la protección del poderoso, quien a su vez garantizaba cierta seguridad, incluso económica, a cambio de recibir alguna que otra cosa, la prestación de servicios personales o algo de dinero por cultivar las tierras, porque resulta que en muchas poblaciones en aquellos lejanos tiempos, el señor del lugar como antes ya se dijo, era el único que podía levantar molino, fragua u horno de cocer.

   Hoy ya son leyenda. De lo que no cabe la menor duda es que los molinos, tan arraigados a la vida campesina, son parte del paisaje de nuestros ríos y se han convertido en mudos testigos de un pasado no muy lejano. Unos testigos silenciosos que poco a poco comienzan a ser historia bajo un montón de techumbres que se desploman. Algo que no debería suceder.

 

Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 16 de abril de 2021

 


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2 comentarios:

  1. He visto ese molino que según dices es de la Oportuna... en el Bornova, entre Villares y Hiendelaencina. ¿Por qué se llamaba así?

    Han intentado construir algo moderno delante pero supongo que el sitio tan aislado les ha echado para atrás. Lo entiendo aunque habría sido "un triunfo" vivir en ese maravilloso lugar.

    Había un enjambre un tanto peligroso, en la yedra pero me encantó el paraje. Y la construcción superior de pizarra-gneis... PRECIOSA. Lo que trabajaban los ANTIGUOS. Para valorar.

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  2. Hubo una explotación minera que se llamó "La Oportuna", en ese lugar; de ahí elnombre.

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