sábado, abril 24, 2021

LAS TIERRAS DE JUAN BRAVO

LAS TIERRAS DE JUAN BRAVO
Se cumplen quinientos años de la Batalla de Villalar, y de la ejecución de los capitanes comuneros

 

   Nueva Alcarria fue el primer medio de prensa periódica en cuyas páginas se publicó, por vez primera, la noticia del lugar de nacimiento del capitán comunero Juan Bravo de Laguna. El artículo apareció el 20 de octubre del año 2000. Firmado por quien esto escribe.

 

   La repercusión fue grande, hasta el punto de que, en cientos de copias, fue repartido a los visitantes de la villa natal del capitán a través de la oficina de información turística siendo, al día de hoy, uno de esos textos que recorren los cuatro puntos cardinales de Castilla, como surgido de tiempos medievales. Con anterioridad tan sólo, en la provincia, se publicó la referencia por cuenta del entonces Cronista de Sigüenza, Sr. Martínez Gómez-Gordo, quien en sus “Anales Seguntinos”, relacionaba los Bravo de Laguna con los Arce; del Sr. Gómez Gordo llegó a este autor la noticia; en la misma revista de estudios, escribió el canónigo de la catedral, don Gregorio Sánchez Doncel.

   Poco tiempo después de la aparición del artículo, el Excmo. Ayuntamiento de Atienza colocó, en la casa de D. Garci Bravo, la placa anunciadora de que allí, aun no correspondiendo, vio la luz el capitán comunero. E igualmente, se hermanó con Muñoveros, en cuyo asunto puso su granito de arena este humilde relator. ¡Gloria a nuestro gran capitán!

 

Las tierras de Segovia

   Por espacio de más de cuatro siglos se tuvo, como patria natal de Juan Bravo a la ciudad de Segovia. En el segundo decenio del siglo XX, y como añadido a la posibilidad de que en su iglesia se encontrasen enterrados sus restos, no faltó el apunte de una nueva cuna: Muñoveros, a unos kilómetros de la capital segoviana. Hoy es conocida cuál fue la patria natal de Juan Bravo, quien vio la luz en la histórica villa de Atienza (Guadalajara), de cuyo castillo su padre, y antes su tío, fueron alcaides por la reina Isabel la Católica.

   Desconocemos cuándo llegó a Segovia, pasando a ser uno más de los hombres nobles de aquella ciudad, en la que contrajo matrimonio entre los meses de agosto y octubre de 1504 pasando a ser considerado, a partir de ello, por segoviano.

 

JUAN  BRAVO, ENTRE LA HISTORIA Y LA LEYENDA (Pulsando aquí

 

   Para entonces su madre, María de Mendoza, ya estaba casada en segundas nupcias con un caballero burgalés, don Antonio García Sarmiento, quien con los cuyos, y sus descendientes, se posicionarían, en la Guerra de las Comunidades, del lado del emperador.

   En Segovia contrajo Juan Bravo sus matrimonios; ya que fallecida de forma prematura su primera mujer, contrajo uno nuevo, naciéndole de ambos cumplida descendencia: Gonzalo, Luis y María, del primer matrimonio; Andresita y Juan nacieron del segundo.

   Quizá viviesen los mayores las revueltas que se originaron en Segovia cuando los capitanes comuneros alzaron pendones por la reina doña Juana, oponiéndose a los desmanes que venían cometiendo los extranjeros que llegaban de Flandes queriendo gobernar Castilla sin respetar sus fueros. Los hijos del segundo matrimonio eran demasiado pequeños para vivir aquellas escenas que llevaron al pueblo a ir contra sus procuradores y alguaciles cuando, en los últimos días de mayo de 1520, los colgaron en improvisada horca en la plaza de la Cruz del Mercado, cuando los segovianos sospecharon que fueron traicionados por quienes juraron defenderlos. Asaltaron después el alcázar, donde se refugiaron los partidarios de Carlos I, y de todo se culpó a Juan Bravo quien, ocupado junto a Padilla y los Maldonado en liberar Castilla de los flamencos, ni en Segovia se encontraba.

 

Las tierras de Villalar

   El 23 de abril de aquel 1521 se libró la batalla decisiva, o se fraguó la derrota de los Comuneros en Villalar y el final de la que ha sido llamada Guerra de las Comunidades, a cuyo campo llegaron con las primeras luces del día, que amenazaba lluvia. Allí se avistaron las desorganizadas tropas comuneras, avanzando sobre el barro, con quienes estaban dispuestos a terminar con el movimiento.

   La causa más generalizada para atribuir la derrota comunera es el desorden en el ejército de las comunidades, también las dudas de mando y, ante todo, el error de Juan de Padilla al detenerse en Torelobatón más de dos meses, dando tiempo con ello a que las fuerzas contrarias se agrupasen.

   Cuentan los anales de la historia que la victoria en aquella desastrosa batalla que a medias se libró, fue bastante para terminar con el movimiento. La victoria y, por supuesto, los castigos que inmediatamente se pusieron en marcha contra los alzados, no hay victoria sin venganza, a fin de cortar de raíz nuevos intentos de rebelión. Los tres capitanes principales fueron llevados aquella misma noche al castillo de Villalba, hoy de los Alcores, ya que en Villalar no había lugar apropiado para mantenerlos en prisión, hasta que los gobernadores decidiesen su destino. Que lo decidieron a la mañana siguiente. El 24 de abril fueron ejecutados en el cadalso.

   Tras las ejecuciones, los cuerpos de los tres capitanes fueron trasladados, y recibieron sepultura, en la iglesia de Villalar, mientras que sus cabezas permanecieron expuestas de la picota hasta que se perdieron sus restos. En teoría hasta que, una vez en Castilla, las viese el Emperador.

   Manuel Dánvila apunta en su “Historia crítica y documentada de las Comunidades”, que “podemos hoy afirmar de una manera auténtica el sitio donde fueron depositados los cadáveres de los Capitanes Padilla, Bravo y Maldonado; la fecha en que Maldonado fue trasladado a Salamanca y Bravo a Segovia, y la sospecha de que los huesos de Padilla deben existir entre las ruinas del convento de La Mejorada (Olmedo, Valladolid).

 

Las últimas tierras

   Es lo cierto que los restos del capitán comunero salieron poco después de la ejecución, en el siguiente mes de mayo, camino de Segovia (sin cabeza).  Allá llegaron el primer domingo de junio de 1521. El féretro del capitán segoviano, dicen los cronistas, fue llevado por frailes dominicos a lomos de mula y recibido en Segovia con el tañer de todas las campanas de la ciudad, cuyas insignias y cofradías esperaban en la explanada de la Fuencisla, desde donde los restos del capitán debían ser llevados para recibir la sepultura eterna a la iglesia del convento de Santa Cruz.

   La noticia de la llegada de Juan Bravo corrió como la pólvora, y sea porque la ciudad lo consideraba un mártir, o le considerase un héroe, o porque la familia se movilizó para que el acto no pasase desapercibido, Segovia se echó a las calles para acompañar la caja en que traían sus restos, lo cual no debió de ser bien visto por el Secretario Vozmediano, ya que no sólo podía acarrear, la manifestación, espontánea o no, una revuelta; sino que, mucho más allá de ello, se enaltecía la figura de alguien ajusticiado y condenado por traidor. Por lo que el tal Vozmediano tomó cartas en el asunto, tratando de impedir el homenaje popular. Y aquí se nos perdió el capitán.

 


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   Contaba el cronista de Segovia, don Carlos de Lecea, en los albores del siglo XX que en la iglesia de Santa Cruz, y no en otra, fue enterrado el cuerpo de Juan Bravo aquel primer domingo del junio de 1521, y a buscar sus restos se dedicó por espacio de más de veinte años. Tenía el testimonio de los últimos frailes que pasaron por aquella iglesia, “Ya algunos frailes en el siglo presente, que muy jóvenes abandonaron el dicho monasterio expresaban su creencia de que el sepulcro de Juan Bravo existía en la iglesia mencionada, pues corría tal noticia por tradición entre la comunidad religiosa”.

   Claro está que desde que fue enterrado habían pasado muchos, demasiados años. Y como nadie encontró los restos del capitán, el concejal del Ayuntamiento segoviano, D. Fernando Rivas, en reunión del Concejo se levantó para decir: “¡Yo sé dónde está enterrado Juan Bravo!”; como señaló Muñoveros, fue comisionado por el Sr. Alcalde, para que junto al también concejal don Fredesvindo Ruiz, marchasen en busca de los restos del capitán a Muñoveros donde, después de poner la iglesia, por dentro y fuera, patas arriba, tampoco hallaron nada. El 22 de abril de 1922 se zanjó el asunto, concluyendo en que Juan Bravo había de estar enterrado en la iglesia de la Santa Cruz de Segovia, aunque sus restos no fuesen hallados. Sea como fuere, Juan Bravo, a pesar de los vanos intentos de hallarlo, permaneció vivo en la memoria de Segovia, y de los castellanos.

   Tal vez por ello sean, las que lo cubren, las tierras enteras de Castilla, que nunca lo olvidó. Vaya con estas líneas nuestro homenaje, quinientos años después; desde las mismas páginas que dieron a conocer su origen y en las que, por vez primera, se publica la imagen del busto que, en 1890, le dedicó el artista vallisoletano Aurelio Rodríguez Vicente.

 

Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 23 de abril de 2021

 

 



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