OTOÑO DE FIESTA SERRANA.
El Día de la Sierra llevará a los serranos hasta Tamajón
Es
cuando la Serranía se viste de otoño cuando, desde hace unos años, once para
ser concretos, esta tierra se viste de fiesta. Se llena de un aire dulzón que
ventea a dulzaina; se saca del arca el palabrerío de antaño y, atraídos por ese
ambiente como de fiesta patronal, nos echamos a la calle, a celebrar que aquí
estamos, en esta tierra que nos vio nacer, crecer y, ahora, en tiempos en los
que se va quedando cada día más sola, y nos mira con recelo cuando, llegado que
es el otoño, tras los días cálidos de verano pasados a la sombra de la parra,
nos volvemos a invernar a la capital que nos sirvió la sopa cuando por aquellos
años de la dura emigración, más de cuatro nos vimos poco menos que obligados a
salir de las calles del pueblo para buscarnos la vida; y ahora no sabemos si
somos de aquí o de allá. Aunque nos seguimos sintiendo hijos de esta tierra y
celebramos sus fastos.
Es la fiesta de la Asociación Serranía de
Guadalajara, que nació para recordarnos que a pesar del silencio invernal
nuestros pueblos se mantienen vivos, aunque sea por un día de memoria, en el
mes de octubre. Un día que corre de norte a sur y de este a oeste, por el
espinazo pinariego de nuestros montes y se detiene allá donde toca, que este
año es Tamajón; como el anterior fue La Toba y el otro Campillo; y antes
Arbancón; Hiendelaencina, Jadraque, Galve, Zarzuela…, y así, hasta diez.
Tamajón será este año la población que acoja el XI Día de la Sierra |
Tamajón, que es la Tamalla de los tiempos
inmortales; los históricos que tanto agrada al turisteo recordar. Tamajón, que
es la cabeza de una tierra que, de un tiempo acá, se ha convertido en enseña
provincial, y castellana, para sacar al mundo un país que casi es de cuentos de
hadas. El País de los Pueblos Negros,
que se podía llamar; de todos aquellos que se han echado la pizarra, que es lo
que tenemos, al hombro de sus casonas.
Antes, hace más de diez, o doce o veinte
años, estos eran pueblos pobres, casi míseros, a los que se miraba por encima
del hombro. Tan pobres que sus vecinos tenían que salir de ellos a buscarse la
vida. Algunos terminaron muriendo en el intento. Otros triunfaron y regresaron
para mostrar y compartir sus riquezas, como Juan de Dios Blas, que tornó a
Almiruete para reconstruir la ermita de la Soledad; o como Moisés Velasco, que
salió de Majaelrayo con 14 años y no volvió hasta que tuvo coche propio, a la
tercera va la vencida. A la tercera porque en las dos ocasiones anteriores el
coche se le quedó parado por el Paso de la Peña Blanca. Ambos, Juan de Dios y
Moisés triunfaron en la capital del reino; el primero en el bazar de la Latina
y el segundo como taxista y mecánico de éxito en el barrio de Chamberí. Y a
ambos los reconoció su pueblo. La gesta de Moisés, que tuvo lugar el 28 de
julio de 1927 quedó para la posteridad en las actas del municipio; la de Juan
de Dios, a través de la placa que todavía hoy, más de cien años después de lo
suyo, memora lo que hizo.
Eran tiempos, aquellos de las primeras
emigraciones que comenzaron a dejar a los pueblos sin mocentud, a medio camino
entre los años finales del siglo XIX y los primeros del XX. Cuando los
carteros, entonces eran peatones porque iban caminando, podían quedarse
pasmados de frío por tierras de Valverde, o de Cantalojas. Famoso es el suceso
que llevó a la muerte al cartero de Valverde, Tomás Cuevas, en las navidades de
1958; no fue el único que por aquellos tiempos murió de pasmo, congelado en
mitad de la nieve. Hasta un pobre molinero de Galve, el tió Lucas, por aquellos
tiempos en los que la nieve asomaba cuando lo mandaba el refrán, se quedó
congelado en su molino una fría noche navideña de 1891, año que debió de ser de
muchos bienes ya que estas sierras estuvieron incomunicadas a causa de la nieve
por espacio de casi tres meses, uno tras otro; sin correo ni provisiones, ni apenas
entierros; que por entonces, cuando la nieve no lo permitía, había que dejar al
muerto a la espera de que mejorase el tiempo. Y a los peatones, o carteros, los
tenían que acompañar dos espoliques en las excepcionales ocasiones de la nevada,
por si acaso.
Esta era entonces una tierra pobre, por la
que no pasaban los coches porque no había carretera. El que con mayor glamour
rodó por estos cerros, tras el de Moisés Velasco que se detuvo en Majaelrayo,
fue uno de aquellos todoterrenos a prueba de todo, que llevó al señor
Gobernador civil de la provincia, don Juan Manuel Pardo Gayoso, y compañía, a
visitar lo más recóndito de las faldas del Ocejón y el Alto Rey un último día
de septiembre de hace ahora, justamente, sesenta años. Pueblos por los que, a
su paso, se iba haciendo fiesta y, como en las películas en blanco y negro que
nos reflejan aquellos años de nuestra pasada infancia, para los que andamos por
el sexto decenio, a la entrada del pueblo se tendía un cartelón con lo de “Bienvenido sea el Señor Gobernador y la
compaña”. Salieron los danzantes, donde los hubo, a recibirlo y, tras las
promesas de prosperidad futura, el Land Rover con todo el acompañamiento se
perdía entre la polvareda de la pista caminera en busca de la siguiente aldea. El vuelo del Land Rover,
podía haberse titulado la crónica, ya que salió de Guadalajara a las ocho de la
mañana y, tras recorrer por espacio de catorce horas los pueblos de Umbralejo,
Valverde, La Huerce, Galve, Cantalojas, Villacadima y Campisábalos, a las siete
de la tarde hacía su solemne entrada en la hidalga villa de Atienza aclamado
por las fuerzas vivas de la población.
Eran tiempos en lo que la inmensa mayoría de
quienes salían del pueblo se iban a servir, ellas; o a emplearse en una
cafetería o casa de comidas, ellos. Trabajos para los que no hacía falta tener
mucha aritmética ni mucha gramática. Bastaba con saber, o con tener ganas de
salir adelante. Muchos serranos lo hicieron, y se convirtieron en personajes
populares de aquel Madrid que a todos recibía. Lo contaba, cuando la ocasión le
era propicia, Francisco Morales, el de la Casa Paco de la plaza de Puerta
Cerrada, que salió de Naharros un pie tras el otro a coger el tren en Espinosa
porque desde allí a Madrid el billete le costaba menos y ya en Madrid, poco a
poco, se hizo un hueco grande en ese mundo hoy tan difícil de la buena mesa.
Como tantos otros de nuestros paisanos que triunfaron en el mundo del plato.
Que hoy triunfar lo puede hacer cualquiera. Basta con un
ordenador o un teléfono móvil y una conexión al mundo. Entonces, hace veinte, o
treinta, o cuarenta y más años, hacían falta muchas más cosas. Y no hablar en
paleto, ni calar boina a la cabeza.
La dulzaina y el tambor animarán, una vez más, las danzas serranas. |
Y todos aquellos que marcharon, y marchamos,
y regresaron, y volvemos, sin saber si somos de aquí o de allá, con el corazón
partío, se nos inflama el alma con el ventear de la tierra y el sonido de la
gaita, poniéndonos al Alto Rey, o al
Ocejón, por boina, que el mundo nos queda grande y la montera quedó desterrada
por la boina, que no tiene nada de paletería, sino de castellano y elegante
señorío.
Mañana es fiesta en Tamajón. La fiesta de la
Serranía. Y los coches, que ya tenemos hasta casi buenas carreteras y nuestros
pueblos lucen imágenes de postal y cuento, las llenarán, y las gentes las
calles de Tamajón. Es el Día de todos estos pueblos que, por mucho que no lo
queramos, terminarán cerrando puertas y ventanas. Pero mañana es fiesta y
sonarán la dulzaina y el tambor al viento del Ocejón; y danzarán las mozas y
los mozos, como antaño; y se escuchará el palabreo serrano y todos cuantos nos
sentimos de aquí y de allá nos hincharemos de orgullo para decir aquello de: ¡Viva
la Sierra, viva! Y cuando pase mañana, ¡que nos quiten lo bailao! Que alguien
nos puso encima el orgullo de sentirnos serranos, seamos de acá o de allá, y
eso, Santa Rita, Rita, ya no se quita.
Tomás
Gismera Velasco
Guadalajara
en la Memoria
Periódico
Nueva Alcarria
Guadalajara,
19 de octubre de 2018
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