JADRAQUE, MEMORIAS DEL TREN.
El 5 de octubre de 1860 se abrió el tramo ferroviario
entre Guadalajara y Jadraque
El 5 de octubre de
1860, en medio del júbilo popular, llegó a Jadraque el primer tren que hacía la
ruta entre esta población y Madrid. Fue uno de esos días en los que la fiesta
podía haber comenzado al amanecer y concluido al día siguiente, y lo hubiese
hecho, a no ser porque el horario de fiesta estaba entonces más medido que
el del trabajo.
La noticia de que el
tren, de paso hacía Barcelona, haría un alto en la noble villa, se conoció unos
cuantos años antes, en el verano de 1853, cuando las Cortes del Reino aprobaron
definitivamente el proyecto y se daba a conocer que una de las estaciones
principales del recorrido estaría en Jadraque. El municipio se apresuró a
enviar a Su Majestad la Reina doña Isabel una carta de gratitud firmada por
todos los ediles en nombre del pueblo, con don Antonio Loperráez, Alcalde entonces
de la villa, al frente. Los siete años de obras, en los que se emplearon algo
así como cuatro mil obreros, pasaron en un visto y no visto, dejando para la
historia cifras que hoy nos parecerían irrisorias y entonces lo fueron de
vértigo, en movimiento de tierras, materiales y dinero. Abriéndose la línea,
desde Madrid a Jadraque, por tramos.
La llegada a Jadraque
aquel 5 de octubre suponía la apertura de la línea desde Guadalajara hasta la
localidad y para los viajeros un gran ahorro de tiempo y también de dinero.
Hasta entonces, el viaje desde Madrid, en las tradicionales diligencias tiradas
por buenas mulas correosas de la casa de Postas del señor Cordero, con agencia
abierta en la calle del Correo esquina a la Puerta del Sol de Madrid, se
prolongaba a lo largo de toda una tarde, y de toda una noche, ya que se
empleaban alrededor de catorce horas para recorrer el trayecto. El ferrocarril
reducía el tiempo a poco más de cuatro horas.
La primera locomotora,
paso previo a dar servicio a la
población, llegó cuando la vía todavía se encontraba en pruebas, el 1 de
agosto, y desde aquel día el trajín de idas y venidas fue incesante, hasta el
día de la apertura, cuando en Madrid se subieron a uno de aquellos convoyes
especiales, destinados a gentes de calidad, es decir, a los políticos de turno
y a los jefes de la compañía, quienes estaban llamados a comprobar los
beneficios de la línea. El tren se puso en movimiento para ir deteniéndose en
todas las estaciones de paso. En Guadalajara subieron las autoridades
provinciales, y a partir de aquí fue el delirio, ya que en las diferentes
paradas los viajeros fueron recibidos y obsequiados por los pueblos que, con
sus autoridades al frente, los aguardaban en las estaciones correspondientes.
La llegada a Jadraque,
a eso del mediodía, venía precedida por la gran fiesta que se celebró en la
parada anterior, Espinosa, donde los cohetes, como las campanas, se lanzaron al
cielo para celebrar la fiesta, que contó con baile público y borrachera general
por cuenta del consistorio, que regaló a los vecinos unos cuantos pellejos de
vino, para que la alegría fuese
completa.
El 6 de octubre comenzó
el trasiego de viajeros entre Jadraque y Madrid. Dos eran los trenes que hacían
el camino de ida y vuelta, mañana y tarde, con un precio que oscilaba desde los
42 reales en primera clase, a los 19 de la tercera.
Pero no todo se reducía
a aquel ir y venir entre Madrid y Jadraque, sino que Jadraque se convirtió,
hasta la apertura más tarde del siguiente tramo, en un centro de primer orden,
ya que hasta la villa llegaban quienes trataban de alcanzar el Norte de España,
y aquí tomaban las diligencias, y viceversa. Quienes llegaban del Norte, e
incluso desde Francia o cualquier otro punto de Europa, en diligencia, para
aquí tomar el tren que los condujese a Madrid, con el consiguiente ahorro de
tiempo.
Toda una historia
podría escribirse en torno a lo que vieron los ojos de quienes se acercaban a
la estación, que no tardó en convertirse en uno de los puntos más animados, y
visitados, de la población, hasta el punto de que los jefes de la estación hubieron
de dar órdenes prohibiendo el acceso a los andenes a todo aquel que no fuese a
tomar el tren. Tal era el número de personas que se agolpaban para observar el
ir y venir de aquellas infernales máquinas capaces de trasladar a un pueblo
entero de un punto a otro del mapa.
Tampoco fueron pocos
los avispados comerciantes que vieron en el ferrocarril el futuro de sus
negocios, entre ellos los intermediarios que aquel mismo año se pusieron en
contacto con los grandes ganaderos trashumantes sorianos para que, en lugar de
hacer el interminable viaje con sus ovejas a través de las viejas cañadas,
viajes de más de un mes de duración, lo hiciesen cómodamente y en dos o tres
días, a lomos del tren. El éxito de aquel primer año hizo pensar que en un par
de ellos más se terminaría con una práctica casi milenaria, la de la
trashumancia. Más de sesenta mil ovejas fueron embarcadas aquel primer año, y
los siguientes, en la estación de Jadraque con destino a Ciudad Real y más
tarde a Badajoz, con la ventaja de que les sacaron billete de ida y vuelta al
reducido precio de cinco reales por cabeza.
Igualmente la estación
de Jadraque comenzó a ver el paso de cabezas coronadas. El primero, el rey
consorte, don Francisco de Asís de Borbón, marido de doña Isabel II quien,
procedente de Pamplona, llegó con toda su camarilla de acompañantes en sus
coches respectivos a la estación, hasta donde se hizo llegar el tren real para
recogerlo el 20 de septiembre de 1861. Meses después fue el duque de Brabante,
luego rey de los belgas, quien llegó en tren hasta Jadraque para aquí tomar la
calesa y, con todo el acompañamiento, dirigirse a su Bélgica natal por caminos
carreteros.
Los viajes, y paradas
reales, dieron mucho juego a los ojos de los jadraqueños y sus autoridades, ya que
prevenidos del paso del rey, o de la reina, las autoridades aguardaban de pie
firme en el andén, a veces durante varias horas, para ofrecer a sus majestades
una sonrisa de cumplimiento.
Abierta la línea desde
Jadraque a Sigüenza poco más de dos años después, el paisaje de las paradas
oficiales se trasladó a aquella estación, no obstante seguir siendo la de
Jadraque una de las citas de obligado cumplimiento, ya que aquí repostaban de
carbón las máquinas, o aguardaban a que el tren descendente dejase la línea
libre para continuar viaje.
En más de cuatro
ocasiones las autoridades salieron a saludar y rendir honores a don Alfonso
XIII cuando, camino de Barcelona o Zaragoza aquí se detuvo el tren, y en una
única ocasión Su Majestad no se dignó recibir la pleitesía municipal, a pesar de que el tren
se detuvo en la estación, procedente de Zaragoza, por espacio de casi dos
horas, y es que eran las seis de la mañana del 4 de diciembre de 1923 cuando la
locomotora detuvo aquí su marcha, y sus majestades venían durmiendo. Eso sí,
las autoridades aguardaron de pie desde la llegada hasta la partida.
La puesta en marcha de la
línea férrea supuso para Jadraque un antes y un después. La población comenzó a
crecer; a mejorar su comercio, y a convertirse en un importante centro
vacacional, ya que numerosas personalidades con vida social en la capital de
España comenzaron a ver esta población como el lugar de reposo soñado. Se
levantaron hotelitos a la moda madrileña y el nombre de Jadraque se hizo tan
popular como el de la vecina Hiendelaencina, cuya plata tomaba aquí el tren
para llegar a la casa de la moneda. Y hasta aquí llegaban los inversores para
tomar el camino que los condujese a aquella próspera localidad, a través de una
carretera cuya construcción tardaría casi cincuenta años en llevarse a cabo, a
pesar de que, con cada renovación del Gobernador civil de la provincia, o del
Presidente de la Diputación, se renovaba igualmente la promesa de su
construcción, desde que por vez primera, en 1850, el señor Gobernador
prometiese a los industriales de la minería que en un par de años la carretera
estaría al servicio de los vecinos de Jadraque, Medranda, La Toba y, por
supuesto, Hiendelaencina. Las promesas siempre fueron regalo para los oídos.
También llegaron,
pocos años después de la apertura de la línea férrea, los descarrilamientos del
tren en las curvas de Matillas; y la apertura, en aquella población, de una
fábrica de cemento; y los viajes de ida y vuelta de los vecinos del pueblo a
las fiestas de Guadalajara, y a las de Madrid, para llevar la famosa y
apreciada fruta de sus huertos, y regresar de los isidros con los famoso botijos de cuatro chorros.
Y es que el tren llevó
a Jadraque un mundo de sueños, de los que siempre es bueno hacer memoria; y puede
que, gracias a él, los continúe manteniendo vivos.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 5 de octubre de 2018
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